Read La vida perra de Juanita Narboni Online
Authors: Angel Vazquez
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. ¿Qué te parece? Te quedas como hechizado. ¿Lo he hecho bien? En la vida tendrás tú uno igual, Juani de mi alma. Ya ni siquiera metiéndote a lo que tú sabes, demasiado tarde para pecar. En cambio aquella negra, cochina, sabe Dios los abrigos que tendrá. Me da pena quitármelo. Es un sueño. Espera, espera, ten cuidado, tengo miedo que se me enganchen las mangas en los botones del puño de mi vestido. ¡Ea, ya está! Las alhajas de mamá, menudo recochineo, era lo que me faltaba. Donde yo las tengo las deberías de tener tú. ¡Qué raro es todo esto! En estos momentos me siento la mujer más desgraciada del mundo, unas con tanto y otras con tan poco. ¿Para qué querrá este hombre todas estas cosas? Lo que te digo, Juanita, aquí hay gato encerrado, nada de esto es normal, me huelo lo peor. ¡Esther, Esther, como no reciba carta tuya, te juro que me las pagarás! ¿Tan mal te han sentado las nieves eternas? Juani, Juani, mi vida, que se me está ocurriendo una cosa... Beba, Beba Denkes, ella tiene que saberlo. ¿Cómo no lo pensé antes? Mamá, estoy deseando de que tú lo veas, seguro que sabes quién es, ojalá pudieras decírmelo. No sueltes por esa boca aunque sepas muy bien que tienes por dónde callar. Mi bueno, bendita, ya lo sé, si tú pudieras hablar. No me digas nada. No, no me digas nada que ya lo sé todo. Dedé, mi vida, no tengo más remedio que dejarte. Mira lo que te digo, y perdona que me muestre pesada, no me gusta que salgas. No estás bueno. ¡Qué lástima que no tengas teléfono! Pero ya sabes que lo que necesites... No, no salgas, no me acompañes. Gracias por todo. Todavía hace claro, enseguidita estoy en casa. Ponte bueno, no hagas tonterías. No hagas locuras. Un beso... Cierra esa puerta, hace fresco. ¡Adiós, mi rey!
¡Qué raro es todo esto, Juani! Ahora que estoy en la calle, todo me ha parecido un sueño. Esos vestidos, la cara de loca de Laurita, ese armario que es el panteón de los Madison. Ni un alma en las calles, ni un alma conocida. ¿Qué va a quedar de todo esto? Pesa el paquete. ¿Qué será? Parece una manta. ¿Será acaso el abrigo de piel de nutria? No, sería una locura, no podría admitirlo, tendría que devolvérselo. De todas formas ya no tengo dónde ir, ni siquiera podré lucirlo, se lo devolvería. Claro que si lo empeñara... Tienes que darte más prisa, Juani. La verdad es que tanto esperar la llamada, para esto para esta angustia. Ya pasó todo. Y, ahora, vuelta a esperar. Toda tu vida ha sido así, una larga espera, una espera sin fin. ¿Para qué? ¡Adiós! No sé quién es. Caras nuevas.
No se me quita de la cabeza, esa cara de loca no se me quita de la cabeza. ¿Quién sería? ¡Deja, deja ya de pensar! Abre el paquete. No tengo ganas de cenar, estoy empachada. Son los nervios, los malditos nervios. ¿Dónde puse las tijeras? ¿Qué será? Vamos a ver... ¡No, no puedo creerlo! ¡No es posible, está loco, salió a su mamá! ¡El vestido de Raquel Meller, el vestido de la muerta! No puedo creerlo, mis ojos no pueden creer lo que estoy viendo. Juani, mi vida, tómatelo a risa. «Eugenia de Montijo no tiene en su trono coro más amante, ni coro más fiel, me invitan las damas porque es de buen tono, y me ha retratado mi amigo Esquivel. Donde quiera que esté, todo el mundo me adora, me besan la mano con viva emoción y todos repiten con voz seductora: doña Mariquita de mi corazón.» ¡No puedo más, me meo viva! Juani, mi vida, lo que a ti te ocurre no le ocurre a nadie. ¿Qué pretenderá el memloco, que me ponga este disfraz para salir por esas calles? Pobre... No, no es eso, Juani. Ha sido un detalle. Lo que faltaba es que por culpa de ese traje yo me pase toda la noche sin pegar un ojo. ¡Deja ya de pensar, no tienes corazón, cualquier mujer estaría a estas horas llorando de emoción! ¡Qué tardecita! Cada vez que me acuerdo de aquel armario... Mamá, si tú supieras, si yo te contara. Ahora no puedo, los nervios no me dejan. ¿Dónde puse la carta del Consulado? Aquí está. Mañana mismo iré a cobrar. Il porte bonheur. Lo que falta saber es a cuánto asciende el aumento. No tengo más remedio que invitarlo a merendar, cuanto antes mejor. ¿Me pondré el vestido de la Meller para recibirlo? ¡Lo que se iba a reír la preta de Hamruch si me viera flotar con el miriñaque por toda la casa! No faltaba más sino que al abrir la puerta me lo encontrara de macfarlán. «En el París romántico...» ¡Basta, Juani! ¡Basta! Que en cuanto se te da un dedo te tomas una mano. A dormir. Padre Nuestro que estás en los Cielos...
Buenos días, encanto. Te has echado toda la aljeña del mundo. ¿Qué te entró? ¿Vas a una boda? ¡Estás hoy como para pelar verduras! No lo mires más. Es un vestido de emperatriz. ¿Qué sabes tú lo que es una emperatriz? Mira, un vestido de laila
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. Laila Juanita, ¿te gusta? ¡Cómo te ríes, bendita! Ya sabía yo que a ti este vestido te iba a hacer mucha gracia. Bueno, basta de bromas. No te quites el jaique. Ve por el pan, que no te lo den quemado. Hoy tenemos mucho quehacer. Tengo que ir al Consulado. Flus, hija, el flus bendito
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que ya llegó. En cuanto se te habla de dinero se te quitan los dolores. Te conozco. No se me aparta de la imaginación aquel armario. Yo, que le tenía miedo al armario de mamá. «Y cuando el rostro volvió, halló la respuesta viendo...» ¿Y qué hago yo ahora con este vestido? Lo colgaré, y encima tendré que darle las gracias y hacer como que estoy emocionada. ¿No se da cuenta el hijo de la negra que a mí lo que me está haciendo falta de verdad es otra cosa? No me refiero a eso. Me refiero a... ¡pues no sé! Cariño y seguridad. Si al menos hubiera sido el abrigo de piel de nutria. ¿Qué mujer se puede sentir protegida dentro de un vestido de carnaval? Maricón. Que Dios me perdone; no, lo mejor es no insultarlo. Vámonos al Consulado, Juani, y no pienses más. Vamos a ver qué está haciendo esa memloca de Hamruch, tengo un hambre. ¿Adonde habrá ido por el pan? ¿Ya estás aquí? Seguro que te encontraste con alguien. ¿Qué es esto? Un papelito. ¿Será un mensaje de amor? Dedé no la conoce. Dame. La nota de la tienda de ultramarinos. ¡Mal fin les caiga! Parece que se han enterado. Me pasaré luego a pagar, cuando vuelva del Consulado. Ya me diste el desayuno. Amargo desayuno. Anda, tómate tu café. Luego te pones a fregar los platos. Me arreglaré un poco, qué remedio. No quiero que nadie se alegre de mi mal. Mamá, si no nos hubieras metido tantos pájaros en la cabeza, otra cosa sería de nuestras vidas. Claro que, por lo menos, una de nosotras se salvó. Ahora se llama Madame Noiret, eso salió ganando la cabrona. Y lo digo de corazón. Hay apellidos que llevan el mal encima de su cabeza. Madame Noiret... Pero tiene un marido, un nombre, tal vez unos hijos... ¡Qué pecado! Y hasta un coche, que a lo peor pasa por aquí los veranos para coger el barco de Algeciras. Por la misma puerta de lo que fue su casa. Sin entrar, sin entrar... No llores, Juani, no llores, mi vida, que se te ponen los ojos muy feos. ¿Qué dirá Dedé cuando te vea? ¿Qué pensará si te pilla con esos ojos enrojecidos? Si ella tiene de todo es porque se lo merece y tú no te mereces nada. Con su pan se lo coma. Además... Hoy no verás a Dedé. No, no lo verás, que se te quite de la cabeza. Mientras menos lo veas, mejor.
¡Pasa, pasa, mi rey! ¿Qué remedio me queda? Como verás, la casa está hecha una leonera. Me hubiera gustado invitarte un día, un día en que todo estuviera en orden. ¿Cuándo será ese día? ¡Qué bonito estaba el cementerio! Es una alegría. Me ha gustado mucho el sepulcro de tu mamá. No sabía que tu madre hubiera muerto aquí y tu padre en Italia. ¿Me perdonas? Toma asiento. ¡Vengo muerta! Voy a quitarme el abrigo y los zapatos. Siempre he padecido de los pies. Contigo tengo confianza, ¿no, mi vida? ¿Qué quieres tomar? Tengo whisky, no te creas. Compré una botellita esta mañana cuando volví del Consulado, pensando en ofrecértela cuando vinieras por aquí. ¡Lástima que no pueda presentarte a Hamruch! Me tendrás que perdonar. Juani, será lo que sea, pero es un hombre muy chic, las cosas como son. Está bien educado. Da gusto salir con él. ¡Santo Dios qué pelos! Canitas, hijas de su madre, ¿no podíais haber salido con una semana de retraso? Mañana tendré que pasarme ese maldito tinte otra vez, yo, que tanto critiqué los tintes. Juani, nunca se dice de este agua no beberé. Ya estoy aquí, Dedé. ¿Cómo quieres el whisky? On the rocks. Igualito que yo. No sé si tendré cositas de picar. No, no me digas que te vas en seguida. Ya. No es una visita formal, pero con todo y con eso. Estos vasos no creo que sean los apropiados para el whisky. ¡Cómo me hubiera gustado recibirle con todos los honores! ¿Me perdonarás? Una, dentro de su pobreza... Sí, tienes razón, mejor es callar. Mira, tengo unas almendritas, pruébalas... ¡Claro, como tú tienes esa prima en Gibraltar! Un primo debe de ser, un primo vestido de marinero o de escocés. Nada, nada, lo que te digo, aquí el día menos pensado servirán de aperitivos tajarichas
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. Voy a enseñarte el álbum de familia para que te distraigas. Claro que puedes fumar, mi rey, estás en tu casa. No, no te preocupes. Hijo, me conmovió tanto que me pasé la noche llorando. Dirás que soy una tonta. ¡Lástima que ya no estén las cosas para carnavales! ¿Qué dices? ¿Hacerme un vestidito de verano con el traje de Raquel, bueno, de la descansada de tu mamá? ¡Qué herejía! Eso, eso, si estuviera vivo Apolinar, todavía. Pero ¿qué quieres, que me lo destrocen? ¡En qué manos tendría que ponerlo! Mira, éste es papá. ¿No te parece un poco monstruo? Ya sé que está feo que yo lo diga y menos acabando de venir de donde venimos. Pero al lado de mamá, el pobrecito no tiene ni punto de comparación. Y en esta fotografía, con bigotes, está hasta guapo. Pero si tú vieras cómo se puso luego. Tienes razón, lo conociste. ¡Qué malvada soy!, ¿verdad? En cambio mamá fue siempre una mujer tan guapa. Tenía un cutis... Y esos ojos, ¿tú has visto alguna vez ojos más bonitos? Gracias, mi rey, pero los míos son una mala imitación. Esas crenchas de pelo tan negro que después ella se recogía con mucha gracia en un moño. Para algo era andaluza.
Tuvo muy buenos partidos, no vayas a creer, pero mira tú lo que son las cosas, la engatusó el Narboni con la historia de su familia y por lo visto con la de un castillo que según él tenían en Malta. Nunca lo vimos. El destino de cada persona. Claro, ya lo sé. No hubiera nacido yo. Esta prenda. Pero hubiera nacido otra con más suerte. Y tampoco hubiera nacido quien yo me sé, y de eso nos hubiéramos librado. Ni hubiera nacido aquel niño famoso que se murió en la flor de la infancia y nos marcó a las dos. Esa fotografía está hecha recién llegados ellos a Tánger. ¡Pasa, pasa, son retratos de cuando éramos niñas, y no quiero verme! Mira, ésta con Cara Burro que nos llevaba de la mano por el Terraplén. Mira ésta, ya mayorcitas las dos, en la puerta del Instituto Pasteur, creo que fuimos a que nos vacunaran. Una de esas epidemias tan frecuentes en aquella época. Claro que la que estamos pasando ahora es peor que la peste bubónica. No, ésa es tía Carmen, la pobre. Vino de San Roque para ayudar a mamá a hacer unos pestiños unas Navidades y aquí se quedó. Se la llevó el tifus. ¡Pobrecita mía! ¿Ves la blusita a rayas que yo te decía...? Como la tela de la descansada de tu mamá. ¿Quién? ¡Ah, sí! Es... Es mi hermana. ¡Guós por mí se haga, se me olvidó arrancarla! Y es de las mejores, vestida de marinerito de
Abajo los hombres
para acabarlo de rematar. Sí, hijito, sí. Muy guapa. Pero perdona que te lo diga, ya es hora de que te hable claro: una puta. ¡Que ya estoy harta! Y creo que entre los dos hay la suficiente confianza para que yo te pueda hablar de ese modo. Tú no sabes lo que yo he sufrido con ella, Dedé, tú no lo sabes. Eso no lo sabe nadie y estoy harta de tanto callar, que por una vez voy a explayarme. No me negarás que tú sabes que se escapó con un tío y nos dejó solos a papá y a mí. Porque eso lo sabe todo el mundo. Sí, claro, el tiempo lo cura todo, pero por lo visto lo mío no es una herida, es un estigma. ¡Deja que te cuente! Mientras vivió mamá, ya llevó una vida bastante agitada. Salía y entraba y hacía cuanto le daba la gana utilizándome de tapadera. Porque ya sabes tú con quién salía, con todas las pendonas, las mujeres modernas de entonces. Cabrita que tira al monte... ¿Para qué voy a darte ahora detalles de cosas que tú bien sabes? La verdad es que siempre me tuvo envidia, desde pequeñita. Y fui yo quien la salvó cuando aquello de la Avenida, aquello de los fuegos artificiales del 14 de julio, recién acabada la primera guerra. A pique de que un trozo de metralla me hubiera destrozado la cara, o me hubiera marcado para siempre como le ocurrió a mi madrina. ¡Ojalá! Hubiera preferido esa marca que no la vergüenza que he tenido que soportar durante muchos años al verme señalada siempre como «la hermana de la que se escapó». ¡A buena hora, hijo, cuando ya no queda nadie! Pues mira, todavía, de los pocos que quedan, hay quien se acuerda. Tengo yo dos en el mirador de ahí enfrente, dos hijas de su madre, que no se mueren nunca, y que cada vez que salgo o entro, mueven los visillos. Bueno, pues como te iba diciendo, espera que te ponga un poco más de whisky, yo voy a echarme una gotita en este vaso, porque cada vez que hablo de esto, o mejor dicho, que lo pienso, porque hablar no he hablado con nadie —con mi amiga Esther, que ya no está—, me pongo muy agitada. Con mamá enferma —y yo creo que murió de disgusto porque la pobre debía adivinar algo— no paraba en casa un minuto. Sí, claro que hemos salido juntas, pero cuando a ella le convenía, cuando quería que le sirviera de tapadera, ya te digo. Al principio trató de corromperme, de hacer lo imposible porque yo fuera como ella, pero la que no nace puta, nace tonta, y yo nací tonta de lo peor. Al ver que no podía, en los últimos tiempos se desligó de mí por completo. ¿Qué me vas a decir? ¿Lo estás viendo? ¡Claro, mi rey! En los portales con todo bicho viviente, y en el Jardín de las Ranas, y en el Monte, y hasta en el Zoco Chico. ¡No, si no me dices nada nuevo! Claro, si hasta hubo un alma piadosa que me dijo que la habían visto salir de una especie de portalillo que había detrás de Galeries Lafayette con un legionario francés. Si eso era no serlo, ya me dirás. Y yo, calla que te calla, que no se entere mamá, ésa era toda mi preocupación. Hice mal, bien sabe Dios que ahora ha sido cuando me he dado cuenta de que obré mal con mi silencio por tal de que la descansada de mamá no sufriera. Y luego, la muy guarra, cuando llegaba a casa, si llegaba, todo eran carantoñas. A papá lo traía loquito. Mamá, la pobre, hacía como que se lo creía, pienso yo. Siempre tenía dinero, ya me dirás. Dinero para sus caprichos, y cuando no los tenía se los sacaba a papá, que mira tú que era como este puño cuando se le pedía dinero para los gastos de la casa, pero tratándose de la nena... A mí intentó sobornarme varias veces, como no lo conseguía, eso es lo que me tiene: me tiene odio. ¡Qué tonta! Ahora lo comprendo todo. Murió la pobre de mamá y la niña se desató. Papá, jubilado y con sus borracheras, ni se enteraba. Y mientras la muy perra andaba por ahí de jarana. Y aquí me tienes a mí, limpiando la mierda de papá y atendiéndole en sus últimos instantes, con esa desgraciada de Hamruch, con esa bendita, que ésa si que ha sido una hermana de verdad, como una hija y como una madre para todos nosotros. La escapada se fraguó en la casa que tú ya sabes, pues en aquella casa las experiencias en escapadas, hijo, qué quieres que te diga, las tenían todas. Lo que ocurre es que hay quien da la campanada y la da bien, y hay otras que parece que dan un aldabonazo. De la noche a la mañana, la nena se nos escapa con un militar valenciano. Y hasta ahora. Sí, hijo, sí. No me mires de ese modo. Hasta ahora. Aquí tienes a la malograda de Juanita para apencar con todo. Sí, hijo, sí, Dedé de mi alma, ¡si tú supieras lo que yo llevo pasado, para mí se quede! Pues verás, mira tú lo que son las cosas, hace de esto unos cuantos años, esta amiga Esther, de la que tanto te hablo, va a Casablanca, creo que a la boda de un sobrino, no me acuerdo, y se encuentra con ella en Galeries. ¿Qué crees que hizo la muy puerca? Ni mirarla siquiera, y la conocía. Esther en seguida preguntó a una de las vendedoras. Por lo visto lo del valenciano fue... lo que fuera. Está casada, y se llama Madame Noiret. Ella y su marido son los dueños de una bras-serie en el Boulevard de la Gare. ¡Sabe Dios lo que será esa brasserie! Una casa de tapadillo, seguro. Nada, hijo. Nada de nada. Con decirte, mi vida, que hubo un tiempo en que esa desgraciada de Hamruch y yo teníamos que vérnosla y deseárnosla para poder comer... ¡Cuántas veces ella misma traía de su casa un platito con tadyín, o uno con pistila, o un cuscús cuando mataban el camero!... Esa santa que no conoces. Que será todo lo mora que tú quieras, pero es una santa, una cherifa. Y las amigas, claro, que también las pobres me echaron una mano. Palabritas de consuelo no faltaron. Todas muertas o desaparecidas. A Mercedes, ya la conocerías. Unas se fueron y otras se quedaron aquí para siempre. Marinita Medina, la pobre, fue mi paño de lágrimas. Sí, hijo, sí, ya lo estás viendo. Y mira lo que te digo, te lo juro por lo más bendito —y ya han pasado casi veinte años de esto—, si ahora mismo recibiera una carta, una postal, un telegrama... se lo perdonaba todo. Porque... ¿qué mal le hice yo, Dedé? Tienes razón, hay gente rara. Pero eso no es rareza, eso es maldad. Maldad en esas entrañas que es lo que tiene. ¡En fin, ya me desahogué! ¿Te estás aburriendo, mi rey? Ven, ven que te enseñe el patio, que te enseñe mis plantas. «El patio de mi casa es particular...» Calla, calla, lo bueno, si canto por no llorar. Mira, éstos son los corales, mis niños mimados. Los miramelindos están pachuchos, yo creo que se quemaron la noche del ventarrón. ¿Tú tienes amor de hombre? Esto, sí. Ya sé que los franceses lo llaman misére y que trae buena suerte. Si no tienes, yo te prepararé una macetita con un esqueje. Crecen de morir. Tú te mereces toda la suerte del mundo, lo bueno. Y mañana mismo te lo mando con Hamruch. ¡Tú pide por esa boca! Oye, ¿conoces tú algo eficaz para los bichitos: las orugas y sobre todo las babosas? ¡Que me dan un asco! No me digas... No sabes cuánto te lo agradeceré. Mira, esto era un rosal, pero se me ha secado. Tengo una mala sombra. Eran rosas de pitiminí. No te podías hacer idea de cómo se ponía ese muro cuando llegaba la primavera. No, claveles no quiero, traen mala pata. Mañana, si Dios quiere, le voy a dar una mano de cal a esa pared. Si ya te digo que, hasta ahora, me he preocupado muy poco de la casa. Con motivo, hijo, con motivo, tú lo has dicho. Eso es. Hay que cambiar. Gracias, Dedé, no te puedes hacer idea del bien que me hacen tus palabras. Sí, hijo, sí. ¡Claro que pondré de mi parte! Ven, vamos para adentro. Se ha levantado fresco. Es humedad. Vamos, vamos, te enseñaré el despacho de papá, así podrás ver los libros y escoges lo que más te interese. ¿Quieres creer que cada vez que entro en este despacho creo que me lo voy a encontrar sentado en su sillón? Se pasaba la mayor parte de su vida encerrado entre estas cuatro paredes. Cuando no estaba aquí es que andaba por El Progreso, La Gabriela o el Café Fuentes. Hubo un tiempo en que le dio por el Rousillon, allí jugaba a la petanca con Saurin; pero, ya te digo, sus últimos años los pasó aquí. Francamente, yo quería más a mamá. Papá, el descansado, fue siempre un hombre muy huraño. Si aquella maldita no la hubiera matado a disgustos, todavía podríamos estar juntas. Te diré, había días que nos tirábamos los trastos a la cabeza. ¿Tú también? Eso es muy normal entre madres e hijos. Pero la mayoría de las veces parecíamos hermanas. Juntas al cine, juntas a los salones de té, juntas a todas partes. Me sentía compenetrada con ella en muchas cosas. Sobre todo nuestros gustos eran muy parecidos cuando se trataba de artistas de cine. Estábamos enamoradas de Robert Young y de Herbert Marshall. ¡Qué risa! Papá, el pobrecito, era un aguafiestas. ¿Te gusta? Es muy gracioso. Está hecho con cromos. Era de la abuela. Anda, mira los libros mientras yo retiro las cosas del comedor. Estás en tu casa. ¿Ya has escogido? No te llevas nada. Un libro. No, no me lo enseñes, son todos tuyos. ¿Te vas ya? Bueno, como quieras. Tienes que hacer. Sinceramente, Dedé, no me gusta nada que andes por esas calles y te recojas tarde. No están los tiempos para eso. Antes era otra cosa, hombre. Pero ahora, que no se sabe nunca con quién se puede tropezar. En fin, hijo, ya eres mayorcito. No, no te rías. Dirás que las mujeres somos unas pesadas. Lo comprendo, pero sólo de pensar que te pudiera ocurrir algo, se me pone la carne de gallina. Prométemelo. Lo has pasado muy mal con la pesada de Juani, ¿no es eso? Un beso. Adiós, mi vida. Hasta pronto, mi rey. Ya están esas lagartas tras el mirador, se les caiga el massaj. ¡Se acabó, Juani, todo se acaba! Estarás satisfachada, mamá, creo que ningún año has tenido flores más bonitas. Sí, ya lo sé, pero no creo que seas tú la persona más indicada para decir eso. Porque si hace treinta años no viste nada, ahora, hija, ya me dirás. Además, entre nosotros no hay nada, amistad. ¿Qué hora es? Demasiado temprano para meterse en la cama. No sé qué hacer. Dar vueltas por la casa, como una tonta. Antes, ¡qué tiempos! Se podía salir a la calle a la hora que te diera la gana, que siempre te encontrabas con alguien y nadie era capaz de meterse contigo. Me acuerdo de un cumpleaños de Mercedes en que volví a casa a las dos de la madrugada, solita, sin que nadie me molestara. Era verano, daba gusto andar por las calles. Pero ahora, esto es un cementerio. En cuanto oscurece, la ciudad parece un cementerio. «Silencio en la noche, ya todo está en calma, el músculo duerme, la ambición descansa...»
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. Aquí ya no hay músculo, se lo llevó la marrana ésa, ni ambición ni nada.