Read La vida perra de Juanita Narboni Online
Authors: Angel Vazquez
Mamá, aquí me tienes. ¡Os he tenido tantísimo tiempo abandonados! Buenos días, papá. Ha refrescado mucho, ahora hay que ponerse una chambrita o un jersey por las tardes. Bueno, os he traído crestas de gallo, ya sé que no os gustan, pero no he encontrado otras flores. Tenían anémonas pero estaban pachuchas, cuando fui a coger un ramo se le cayeron todos los pétalos. Mamá, si supieras... Tengo tantas cosas que contarte... Me he quedado muy delgada. Me salieron michelines estos tiempos atrás y los he perdido en una noche. Estoy muy cansada. Te lo voy a contar todo. Déjame descansar un ratito en este banco, aquí se respira mamá, es otro aire. En aquella casa me ahogo. ¡Qué bonitos están los eucaliptus y los cipreses! No me negarás que este cementerio es muy bonito, es el más alegre que yo he visto en mi vida. ¡Ojalá cuando llegue mi hora yo también pueda descansar aquí! ¿Quién es aquélla? ¿Sabes quién es? Nunca vi los geranios trepar con tanta ansiedad por las ramas de un ciprés. De pensar que tengo que ir por el agua... No, no me he traído a Hamruch porque la pobre es un estorbo. Prefiero hacerlo yo todo solita. A ver si encuentro algún morito que quiera irme por el agua. ¿Sabes que hasta el panteón de los Madison me ha parecido bonito? Lo han limpiado. Le han quitado toda aquella mala hierba. Bueno, hijita, ya esto es vuestro. De vuestra propiedad para siempre. A perpetuidad. Yo sola lo he arreglado todo. Ya te contaré. Tu hija, vuestra hija la atolondrada, la poco práctica, lo ha arreglado todo. Vuestra hija única, porque yo soy vuestra única hija. La otra —que Dios me perdone— fue un error de la naturaleza. Está viva, mamá. No puedo contenerme, no tengo más remedio que contártelo. Está viva, pero como si estuviera muerta. En Casablanca, casada o viuda, porque ésa es peor que la Marinetti. No, con el militar no. Con un francés. Ahora se llama Madame Noiret y tiene un bar en el centro de Casablanca. Lo que ella quería. Eso era lo que a ella le gustaba: la tabernera del puerto. No. Todo esto lo sé por Esther. Si ni siquiera la saludó. Esther la reconoció enseguida y ella salió huyendo. No, Esther se enteró por una empleadita de Galeries Lafayette. ¿Tú has visto algo semejante? No, por supuesto que no, hija de mi vida. Tú que siempre has sido una mujer sensata ¿puedes creer que semejante monstruo sea carne de nuestra propia carne y sangre de nuestra propia sangre? Perdona que te lo diga, mi reina, sin ánimo de hacerte daño, a esa maldita la engendró el diablo. Me callaré, porque me sofoco y es mejor parar. No hay mal que por bien no venga, porque hace un par de semanas tenía la tensión baja y mira por dónde yo creo que la tengo ahora normal. Pues mira, no sé qué decirte, pero yo creo que Esther lo hizo con buena intención; al fin y al cabo, a ella ni le va ni le viene. A mí es a la que me duele en el alma. Y que una cosa como ésa no se puede callar. Si no hubiera sido por Esther, hubiera sido por otra con más maldad. Tarde o temprano tenía que saberse. Lo que más me duele es que todos estos años de dificultades y de dolor han sido para mí sola. Bueno, sí, ella a lo mejor también ha sufrido lo suyo, no lo niego, pero cuando se tiene un negocio, un marido y ¿quién sabe? unos hijos, las cosas están mejor repartidas. ¡A bueno está! A ella siempre le gustó jugar a «La Millona» o a «La Papirusa»
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. Je suis une femme entourée de mystére... Maldito cine, el daño que nos hizo. Eso es, mamá, que el Señor la perdone. Tienes razón. Pero yo, como me llamo Juana Narboni Cortés, no la perdonaré nunca. Nunca en la vida. Lo siento, hija, se me va la lengua... Mira, ahí viene un morito, viene con ésa que no sé quién es, voy a hacerle señas... ¡Ashi, ashi mohamed...!
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. Perdona un momentito, mamá. ¡Ea, ya está! El problema del agua resuelto. ¿Sabes quién era ésa? Madame Vilnef. Está viva todavía, parece mentira, hecha una pasita pero viva. Ha venido a traerle unas flores al hijo del marido, ¿te acuerdas? Aquel muchacho que se suicidó por un teniente del Tabor. Fantasmas del pasado, fantasmas de Oriente... Y me ha reconocido. «Nos morts bien aimés» me ha susurrado al oído. Que Dios me perdone pero la pobrecita huele a crinolina y a whisky. Otra desesperada. No, mi vida, lo de la propiedad ya es harina de otro costal, pero dame un respiro, ya te lo he dicho: me canso. Y eso que ahora a todas nuestras amigas les ha dado por decir que estoy más joven que antes. La verdad es que siempre tuve cara de vieja. ¡No me hagas reír, mi bien! Un jamoncito bien curado, ¿te acuerdas? Pues ahora el jamoncito bien curado soy yo. Mira, una mañana me desperté tan desesperada que desde la cama, postrada por la baja de tensión, pues me dio un mareo al ir a confesarme a la Purísima, cómo no sería que creía estar viendo visiones... No, nada. Cosas, cosas pasajeras. Bueno, pues como te iba diciendo, se me ocurrió de pronto escribirle a León. Claro, hija, como siempre, corta de dinero y con un plazo de veinte días por delante. Sí, claro que me dio vergüenza, ¿crees que yo soy como esa pendona? Pero la desesperación manda. Y te juro que lo hice pensando que ocurriría lo de siempre, lo de siempre en mi vida: la callada por respuesta. Pero no fue así. A los dos días recibí una caja de nougats de Madame Porte, y unas líneas de ese hombre, ese bendito de Dios, marido de nuestra mejor amiga que en Gloria esté, de una délicatesse conmovedora. Con un cheque y la promesa de encontrarnos a su vuelta de París, para cenar juntos y charlar. Pues ya te puedes hacer una idea, mamá, ¿cómo querías que me pusiera? Hecha un manojo de nervios. Al fin y al cabo, soy mujer. Me compré un vestido... Bueno, me quedaban unos ahorritos, ¿sabes? Y los que tengo, se me han quedado tan antiguos... Sí, mamá, pero se nota que son arreglitos. Ya conoces a Rosario y a Messody... Ellas quieren metros y metros de telas, no arreglitos. Acuérdate de cuando encargaste ocho metros en La Samaritaine de París para que te hiciera Barbarita un vestido, y cuando llegamos a la feria de la Línea las dos primas de Barbarita llevaban el mismo vestido que tú, acuérdate, que del berrinche no quisiste ni venir a los toros... ¡A bueno está, pues por eso! De confección. Me puse en manos de las Benguigui, que me conocen, y saben mucho de eso. Como de shantung gris perla, con las manguitas cortas bordadas de un filito negro, y una rosa de satén negro en el escote. Muy chic. Al menos, eso me dijeron ellas. Julián me peinó de lo mejor, con melenita corta. Yo creo que no estaba nada mal. Mamá, por favor, estaba invitada a comer en el Minzah. Ya conoces a León, es un hombre de mundo. No podía ir hecha un mamarracho. Bueno, sí, me volqué un tarro de «L'air du temps». No me regañes, hija. Como dice el refrán: una vez va la puta al baño. Pues lo siento, querida, pero esa expresión es tuya. No me vengas ahora con cuentos, somos mayorcitas. ¿No crees? Ya me dirás. El rendez-vous era a la una, pero a las doce y veinte ya estaba yo en el bar del Minzah. Encargué un Martini. ¡A no querrías que pidiera vino tinto con sifón! ¿Nervios? Todos, mi vida. Hasta me acordé de la boda de Maud, todos los invitados esperando la llegada del novio que tenía que venir de la base de Port-Lyautey, en un avión especial, y el avión que no llegó porque se había estrellado por el camino, y todos enterados de la tragedia, menos ella. Y todos escapándonos, dejándola cobardemente sola en aquel salón, hasta que al final tuvo que venir el maitre y enfrentarse con el problema. No, no quise pasar por aquel salón, di la vuelta por el patio y me metí directamente en el bar. A la una en punto apareció León, su nombre le coma. ¿Que por qué? Pues, hija, porque no venía solo, traía a una mujer, su prometida. No, yo reaccioné bien, soy educada. No, no era fea. Por supuesto que para nada se parecía a la descansada de Berta. No me fijé bien, mamá. Alta, metida en carnes, con unas alhajas... Creo que es dueña de media Casablanca. Me acordé de la pendona, Casablanca es fatídica. Todo ese barrio que nunca me acuerdo cómo se llama, por lo visto es suyo, Anfa, creo, y dos o tres hoteles de la Corniche. Simpática, no haya un mal. Con cara de chivo. Hablando en francés todo el tiempo. En un momento en que salió para el tocador, León me explicó que se trataba de un mariage de raison. Lo comprendo. Estuvieron muy bien los dos. Ni siquiera sé lo que pedí, lenguado a la sauce meuniére, creo. Se me fue el apetito. ¡Me entró una tristeza! No entiendo a los hombres de negocios, mamá. Hace una semana me recomendaba que no vendiera la casa, y ahora insiste en que debo venderla cuanto antes. Por lo visto en París se ha enterado de cosas. Nos esperan tiempos terribles. «C'est fini le Maroc» me explicó la prometida. «Tánger, kaputt.» Yo creo que es polaca. Te advierto que estuve a punto de contestarle: para mí fue kaputt toda la vida, no tengo nada que perder, pero me contuve. Así que ya lo sabes, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. Si Berta levantara la cabeza... Eso es todo, mamá. No, mi reina, comí antes de venir, tenemos toda la tarde para nosotras. Un puré y un filete, como la cara de ella, mira que le tengo dicho que compre la carne de Abdselam o de Prudencio. No, los italianos son muy caros, muy buena, pero para mí sola me parece un gasto superfluo. No cambiará nunca, ya la conoces, sabe que no me gusta muy hecha, pues nada, electrocutada me la pone en el plato. ¡Qué más da, mamá! Bastante cansada estoy yo para cansarme por un maldito plato de carne con puré, como siempre, mira que se lo digo, por un oído le entra y por el otro le sale. Me trajo unas peritas que parecían de la huerta Benoliel. No tiene remedio; ten en cuenta que son muchos años y el día que desaparezca, la bendita, ni nos enteraremos
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. Yo ni siquiera sé dónde vive ahora. Sí, ya lo sé, pero eso fue antes de la guerra española, por Djema el Mokra, ahora creo que vive con una nieta casada en las Casas Baratas. Hija, como en su vida supo explicarse, unas casas que han hecho para españoles y moros pobres por los Suanis, cerca del cementerio israelita en los quintos infiernos. No te preocupes, mi bueno, cuando me vaya de aquí compraré algunos fiambres. Mercedes está cada vez peor: la ballena blanca. Ana María regular, sufriendo, la pobre. Alegría como siempre, es una mujer tan espiritual que se alimenta de frases. Yo a veces intento imitarla. No, a las amigas de la preta ni las veo. Mira lo que te digo, mamá, me he acostumbrado a estar sola. Me he hecho miembro de la American Library. No me hables de Tommy, un falso, lo que me hace de sufrir con el dinero de papá, para mí se quede. Las malas lenguas dicen que está negociando con el dinero de los pobres. Sí, las protestantes pagan, pero cuando quieren. No, no me puedo quejar. Ya hablé con maitre Cherif, no se las puede echar. Más vale malo conocido que bueno por conocer. No, cuando voy a cobrar me dan el té y una cantidad de prospectos, ¡ojalá fueran de cine! Y en cuanto yo veo la tetera y las pastitas, ya me lo figuro, quiere decir que no cobro. Todo el mundo es bueno, mamá. ¿Convirtieron a alguien los protestantes? No pretenderás que estas pobres conviertan al Mendub
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. Ellas están igual que yo, esperando el dinerito de mierda que nos manda el Imperio Británico. Mira si estaría desesperada que hubo un momento en que pensé alquilar la habitación de la bastarda. Ya lo sé, ¿crees que estoy loca? Fue en un momento de arrebato pasajero. Desesperada, estaba desesperada, siempre recapacito, mamá. Tengo mis arranques, como todo el mundo, pero al final recapacito, ¿a qué te crees?
Nunca te convencerás, hija. Mira, bizcochitos, me los trajo Esther el día aciago, sería para endulzarme la noticia. No los he querido probar hasta ahora, ya sabes la buena mano que tiene para los bizcochitos, ¿quieres? Perdona, mamá. No, no te preocupes, los tengo guardados en la latita de la abuela, parece mentira que ese cacharro dure tantos años. No, hace tiempo sorprendí a la mula de Hamruch fregándola con lejía y estropajo, menos mal que llegué a tiempo. Le borró la cara al explorador, pero lo demás está intacto: la escuadra de la batalla ruso-japonesa, la enfermera y el soldado, y el rey Jorge creo, que nunca me acuerdo. ¡Qué tardecita más agradable! Te advierto que la idea del termo ha sido de Hamruch, al César lo que es del César... Pobrecita, me quiere a su manera, un poco a lo bruto. Yo también la quiero, la echaré en falta. Perdona, mamá, un momentito, ya se va la Vilnef, voy a despedirme de ella, la acompañare hasta el final de la cuesta. Lleva unos tacones... espero que coja un taxi, esa mujer no está para autobuses. No sé si ofrecerle unos bizcochitos. Ahora vengo, mira lo que te digo, las crestas de gallo una vez puestas en los jarrones no quedan mal. Lo recogeré todo, qué remedio, hay un surraco detrás de cada tumba. Bueno, como te iba diciendo... No. La ha traído el chófer de los Likashef. No, hija, yo vine en autobús. Me ha invitado a tomar el té a su casa, donde siempre, al final de la calle Hasnona, cerca de las Chimenti. Te lo juro, iré, me cae muy bien esa mujer. Todo un carácter, personajes así no los encuentras en todas partes, dura como una piedra y elegante la cabrona, a sus años, a esa edad, mamá, la bebida ya no hace daño, mata más la soledad. Ésa es la que acabará con todos. No quiero ni pensarlo. Si supieras lo buenos que están estos marrachinos, mira que le he pedido veces la receta, pero nada. Me prometió que un día vendría a hacerlos a casa, pero, la verdad, no estoy de humor. Tengo el horno estropeado y mandarlos al horno de Abdelkader es un berrinche, te los queman por todas partes. Todo ha cambiado mucho, muchísimo, mamá, ahora hay ricos por todas partes. Gente de fuera y gente de dentro, con decirte que han puesto señales para cruzar las aceras del bulevar, y han abierto unas cafeterías que para mí se queden, con tortitas como las que vimos en
Imitación a la vida
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. Fortunas, hija, grandes fortunas que han venido de fuera. El oro de todo el mundo está aquí. Terrenitos de nada, que nadie los quería ni por diez reales jasanis
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el metro, se venden ahora a millones. Sí, papá, y no es que te lo reproche, bien lo sabe Dios, que el destino de la persona está en la persona, si tú hubieras sido otro hombre... En fin, para qué vamos a hablar. La única perjudicada en todo esto he sido yo. ¡A bueno está, sería de Dios! No, mamá, no llevo medias, no las lleva nadie, por lo menos en verano. Sí, tienes razón, más me hubiera valido tener la boquita cerrada. También por razones de economía, no te vayas a creer. ¿Sabes lo que cuesta hoy un par de medias? Mejor será que no te enteres, con decirte que la de Ortiz se gana la vida remallando. ¡No había pensado yo en eso! Mira por dónde, Juanita la remalladora, perdona, mamá, me entra risa, mira tú qué final más bonito para mí, con la buena vista que tengo, tuerto remallado me saldría. No me hables de esa persona, ¿sabes lo que le ha dado a entender a nuestras amigas? Lo peor. Mercedes me lo confesó, no sé si con maldad, pero les dio a entender que yo empinaba el codo. Eso. ¡Mamá, por Dios!, ¿cómo puedes creer semejante cosa? Te lo juro por lo más bendito, jamás estuve más lúcida, bueno, te diré: tuve una visión. A ti te lo puedo decir, no fue una visión. Estoy segura de que no fue una visión. No, mamá, no, no se me apareció la Santísima Virgen, ni ningún santo ni santa, no te lo vas a creer, pero arrodillado cerca de la imagen de Nuestra Señora del Carmen ¿a qué no sabes a quién descubrí? ¡Adivínalo! Te lo juro, mi reina, adivinado. No, no podrás. Te doy cinco minutos. Mira, ya han dejado de cantar las chicharras, en cuanto empiecen a cantar los grillos y a croar las ranas del Country Club, tienes que saberlo. ¿No lo adivinas, mi reina? Te voy a dar una pista. Escúchame, escúchame atenta, mamá, echaré un vistazo a mi alrededor antes no vaya a sorprenderme alguien y piense lo peor. Es una pista pequeñita. No, no hay nadie. Me pondré de pie. «Júrame, júrame por tu cariño...»
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. «Sí, hija, sí, ¡el mismo! ¡¡¡José Mojica en persona!!! Menos mal, bendita, lo lógico es que me creyeses. ¿Qué se puede esperar de esas beatas incultas que no saben nada de cine? ¿Que qué hice yo? ¿Qué querías que hiciera? Desmayarme.