Read La vida perra de Juanita Narboni Online
Authors: Angel Vazquez
¿Lo ves? ¿No te lo decía yo? Ya están aquí las nubes pretas. ¡Maldita de mí que para una hora de gozo tengo cien de cajarás! ¿Quién trajo esto, Hamruch? ¡A bueno está, ya lo sé, un hombre, no iba a traerlo una araña! Me has dado el desayuno, mujer. Llévate esas flores, no las quiero ni ver, ahora me parecen flores de muertos. Los muertos... ¡Qué faena me has hecho, mamá, y tú también, papá, los dos!... ¿Sabéis que el plazo para que vuestros nichos pasen a perpetuidad o vuestros restos sean trasladados a la fosa común vence dentro de un mes y que si queréis quedaros donde estáis tendré que pagar mil quinientas pesetas? Bueno, a vosotros os da igual, y yo, sabe Dios adonde irá a parar este asqueroso cuerpo mío, pero no puedo, no puedo abandonaros, sería un castigo de Dios, y si gasto lo que tengo me quedará muy poco, no podré ni siquiera llegar a fin de mes. ¿Quién demonios me mandaría a mí ayer a invitar a esas tontas?... Bueno, ellas no tienen la culpa. Ha sido la maldita vanidad. No, no quiero té. Envenenado está ese té. Una buena confesión es lo que yo necesito. ¿Quién me mandaría a mí a querer invitar a mis amigas, a querer igualarme con ellas, que al fin y al cabo disfrutan de una posición más desahogada que la mía? ¿De dónde sacarán el dinero esas bastardas? Eres una pobre piojosa de mierda, Juani, eso es lo que eres. Juanita Narboni, la señorita Juanita Narboni, la señorita caquette es lo que tú eres. Bueno, con despotricar no adelantamos nada. Calma, Juanita, calma, deja de reconcomerte, ya sabes que en el momento decisivo ocurrirá el milagro. ¡Cálmate, al fin y al cabo has sido una señorita muy bien educada! Anda, Hamruch, mi reina, ponme a calentar otra vez ese té y prepárame unas tostaditas. No tires las flores, se las llevaré a San Antonio esta tarde. Ve por el periódico, tráete el hielo y el vino, pon la ropa que tengas que poner a remojo y no le eches mucho azulejo ni mucha lejía... La manita, la manita, hija, tanta limpieza para que al final resulte una limpieza podrida, que en lo que va de mes ya llevo dos sábanas rajadas y no está el horno para bollos, y a ver si Miguelito el del hielo te da la vuelta como Dios manda, que raro es el día que no se queda con algo. No, ya sé que no eres tú. No tardes. Yo haré mi cama, anda, anda. Después pondré un poco de orden en los armarios, lo que es hoy Juanita Narboni no pone un pie en la calle. Bueno, a la tarde, a lo mejor me acerco a la Purísima a llevar las flores y a confesarme, y les tendré que pagar a esas memlocas el esmalte nacarino de rosas «Carpe». ¡Qué remedio! Mamá, te juro que no estoy llorando. Ya pasó todo. Con llorar no arreglamos nada, pero no me negarás que es una vida perra la mía. ¿Es que yo no tengo derecho a ser feliz como los demás? Tampoco pido mucho, ¡qué caray! Lo justo para vivir decentemente, sin estos aprietos y estas angustias que van a acabar conmigo. Cuando ve una por ahí, por esas calles, a cada piojo resucitado que encima te mira por encima del hombro, porque al fin y al cabo, la Gran Dama es la Gran Dama, es una mujer extraña y orgullosa, pero siempre ha sido así. Habría que escarbar un poquito en los orígenes de ésa también... Basta, Juanita, basta con esa lengua pecadora. En cuanto traiga ésa el vino me voy a echar un buen trago, a ver si reviento. Marmita Medina alquiló las dos habitaciones de la azotea a unos policías. Algo de eso debería hacer yo. La habitación de esa maldita que no sirve más que para recordarme siempre lo peor. Bien arregladita podría pedir un buen precio. ¿Y a quién meto? A una mujer por supuesto que no, son unas lagartas. Y a un hombre... Consultaré con el padre Alfonso. A un funcionario, a un empleadito de banca y acabaré loca enamorada, me conozco, diner aux chandelles con música de Lecuona
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; no. Y, al final, resultará un chulazo peor que el que se escapó con esa perra. Marmita Medina es una mujer casada, con su hijo, su marido y su madre, pero yo sola, se desatarían todas esas malditas lenguas, que ya están desatadas sin cometer delito. Debería llamar a Esther. ¿Y ella por qué no me llama? ¿Qué le entró a esa preta? ¿Qué mal le hice yo? Tendrá otras ocupaciones. La gente cuando se aburre es cuando llama. Si estuviera viva la pobre de Berta, ésa sí que nos quería. ¿Qué habrá sido del marido? Estoy pensando que si a lo mejor fuera a verlo al banco me atendería. Por la memoria de papá, pero me da una vergüenza horrorosa. Ni se me pasó por la tela del sentido. Lo tendré en cuenta para un caso
verdaderamente
desesperado. ¿Ya estás aquí, lo bueno? Mete el hielo en la fresquera. ¿Qué vino te dio ese farajmá? Matarratas. «Vino tinto de la casa.» Me gustaría saber de qué casa, de alguna de mala fama. A ver la vuelta, mi reina. Déjala ahí encima de la mesa y ponte con la ropa. ¿Qué dice el periódico? «Grave accidente en Malabata.» Claro, ¡van como locos! ¿Quiénes son? No los conozco. Menos mal. «Riña en La Mar Chica.» «Se ha perdido un dogo propiedad de Mrs. White-Carper, atiende por
Bambino.
Se recompensará.» Ojalá estuviera detrás de la puerta. ¿Qué estaría haciendo Mrs. White-Carper para perder hasta el dogo? «Cinema Le París — hoy... Estreno.» No me interesa. No estoy para espectáculos. Pon el vino en la fresquera, Hamruch. Dentro de un cuarto de hora me echaré un vasito con un poquito de queso. Este armario está hecho una leonera. No sé por dónde empezar, si por arriba o por abajo. ¡Santo Dios, qué es esto? ¿Otra vez los guantes de mamá? ¿Qué pretendéis ahora, abofetearme?
¡A bueno está, mira la cola que hay! Debí dejarlo para otro día. Con esto pasa como con el dentista. Esperaré. Un acto de contrición. ¡Qué calor! ¿Acaso mañana es fiesta de guardar? ¡Cuánto pecado hay en el mundo! Esto parece la taquilla del cine París cuando dan una película de Greer Garson
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. Esperaré. Estaré al tanto, porque estas malditas me quitan el sitio en cuanto me descuide. Leeré algo en el devocionario. Esta estampita: «Madre mía, a tu Corazón confio (tal necesidad, tal asunto, tal persona...).» Pero ¿qué es esto? Virgencita mía, esta gente se ha creído que tú eres una empleada de correos... Tú sabes muy bien lo que te pido. Tú y tu Hijo Bendito lo sabéis todo... ¿A qué viene esto? Tú me conoces mejor que nadie, y no digamos nada tu Hijo. A veces pienso que debéis reíros de mí y tenerme una lástima espantosa. ¡Estoy tan sola! Sólo os tengo a vosotros, y a mamá —con papá no cuento para nada—. Y ya lo sé ¿me parece poco? Pues sí, me parece poco. ¡Vosotros estáis tan lejos! Yo necesito una voz... Bueno, perdón, estoy disparatando. Sigo. Perdón. «Tú que inclinas a tus ruegos el Corazón de Jesús, inclina al tuyo los míos»... ¿Quién es ese fraile? Ese fraile es nuevo. Lleva un hábito blanco. No quiero ni pensarlo. Examen de conciencia, Juani. El primero: honrar padre y madre. No. ¿Estás loca? El primero: amar a Dios sobre todas las cosas. Lo amo. El segundo: santificar las fiestas. Las santifico. El tercero: no jurar Su Santo Nombre en vano. Nunca lo juré. El cuarto: mamá perdona, a veces pienso en el descansado de papá... Bueno, ya sabéis. Ya tú sabes. El quinto: no matar. ¡Qué tontería! Aunque hay momentos... Perdón, perdón... El sexto: mejor pasarlo por alto. Esa prenda de niño que estuvo a punto de ahogarse por meterse en el agua con bandera negra. Juani, Juani, que te conozco. Que eres una versión barata de
La Maternelle
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Bueno, puesto que sigo igual que siempre, no ha pasado nada. ¿No? Bueno, pues por eso. De pensamiento... pero de palabra y obra, ya sabéis. Nada. Nada de nada. El séptimo: no hurtar. Malograda de mí, ¿iba a vivir como vivo? Un cenicerito en una boda, unas cucharillas... Ni siquiera me llegó a pasar lo que a Estrella, que en todas las bodas se guardaba los canapés donde podía... La primavera pasada lo hizo en el paraguas, y cuando salió del Hotel Minzah no se acordó y como estaba lloviznando fue la vergüenza de todas, que a todas querían registrarnos. ¿A qué viene sacar a relucir los pecados ajenos? Los míos, los tuyos, Juani, estúpida. Ese fraile es nuevo. Es un padre del desierto, seguro. El padre Foucauld. ¿Estás loca? Es muy joven, no lo veo bien, tiene el pelo negro y muy rizado. No, no quiero ni pensarlo. «Yo, pecador, me confieso a Dios»... El octavo: no mentir. Con mi hermana vi yo esa película,
El octavo mandamiento.
Lina Yegros... ¿y quién era él? Ramón de Sentmenat, o Félix de Pomés
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, dos hombres que a mí me encantaban. No, yo nunca miento. Bueno, algunas veces porque no hay más remedio. El noveno: no desear la mujer de tu prójimo, ¡tortitas, tortitas! ¡Juani, vuelve al orden! En todo caso he deseado al hombre de mi prójima, me ha pasado con León. ¡Es él, es él, no tiene más remedio que ser él! Con ese hábito blanco, igual que en
La cruz y la espada.
¡Ea! ya me llegó el turno. ¡Ave María Purísima! Es José Mojica... Está junto al crucifijo y hasta parece que lleva una daga en la mano. No, no, padre Alfonso, no me ocurre nada. En mala hora se le ocurrió a Magda enseñarme aquella fotografía... ¡Ay qué temblor! No, ¡qué pesado!... No me pasa nada... Ya sé que están esperando las demás, que esperen. Buena la hice con confesarle a éste una vez que bebía, creerá que estoy borracha perdida. ¡Dios mío, va a cantar, va a cantar!... ¡Le he dicho que no me pasa nada, padre Alfonso! Las otras, las otras...
¡Ea! pues ya no me confieso. Que se confiesen las otras. Me voy... Huyo... ¡Ya estoy harta! No vuelvas la cabeza, Juani. Es él, es él. Huye antes de que empiece a cantar, huye... El demonio te tienta por todas partes. No doy con la puerta. ¡Que no cante! ¡Que no cante todavía; como oiga su voz caigo desmayada o muerta al suelo! ¡Uf, un poco de aire fresco! ¡Que me dé el aire! ¡Que me dé el aire!
«Querido León: te escribo postrada. Espero recordarás la buena amistad que nos unía tanto contigo como con la descansada de Berta, amistad que viene de nuestros padres descansados. Aunque hace tiempo que no nos vemos, ahora con muchísima vergüenza te pongo estas líneas para pedirte un gran favor. Como te decía, estoy postrada en la cama con la tensión baja. El otro día al salir de la Purísima me dio un mareo y me tuvieron que recoger en la tienda de Marinita Medina. Por eso no puedo ir a verte y pedírtelo personalmente que es lo correcto. Él otro día recibí un aviso de la Administración para pagar la sepultura de mis padres, cuyo plazo vence a final de mes, y hacer que descansen en ella a perpetuidad. En caso contrario sus benditos huesos irán a parar a la fosa común, como si fueran delincuentes. La cantidad para mí es importante: son 1.500,— pesetas (Pesetas Mil quinientas) y yo quisiera saber si tú, por tu influencia en el banco, pudieras hacer que éste me proporcionara este préstamo. Como garantía ya sabes, León, que tengo la casita que en vida de Berta, y gracias a ti, después de muerta mamá, compramos en la calle Carlos Dickens. ¿Crees, mi bueno, que esto es suficiente? Ya sabes lo que costó. Yo no entiendo mucho de estas cosas, pero podría hipotecarse, ¿no? En tus manos lo dejo y a tus consejos me atendré. Echo mucho en falta la malograda de Berta. Si puedes, contéstame a vuelta de correo. Que el cielo te colme de bendiciones. ¿Te acuerdas cuando íbamos en burro a la escuelita de Madame Pomfard? Tu amiga de siempre, muy agradecida —Juanita Narboni.» Hamruch, mi reina, ponte el jaique y vete ahora mismo al Correo Inglés, y me echas esta carta certificada. Todo va indicado en este papelito. Se lo entregas a Mohamed, que él te atenderá. Toma cincuenta francos para el autobús. No tardes. Antes, sírveme una copita de coñac, que me remonte un poco. Y me acercas ese libro que está encima de la cómoda. No tardes, mi bien. Te tienen que dar un recibo. Una papela. Tráete de camino un tarro de compota de manzanas. De la marca que te he escrito. Se la pides a Otilito Lúgaro, que él me conoce y me hace un precio. Tú preguntas por el señor Lúgaro. ¿Te estás enterando? Porque, como siempre, estás dormida. ¿Regaste las macetas? No tardes, bendita.
¡Esther, lo bueno, dichosos los ojos! ¿Cómo te enteraste? Por Hamruch, claro, te la encontraste en Saccone Speed. No me dijo una palabra. Estás de muy buen ver... ¡No sabes lo que me alegro de verte! Aquí me tienes, como a la dama de las camelias. Tensión baja. ¡Figúrate, no se lo puede nadie imaginar! ¿Te acuerdas de aquella botella de aguardiente que nos bebimos juntas cuando murió la descansada de mamá? Estoy muy delgada, eso es verdad. ¿Guapa? Tus ojos que me miran con bien. ¡Cuéntame, cuéntame! ¿Qué ha sido de ti en todo este tiempo? Has estado fuera. ¿Dónde? En Casablanca. No me mires así, mi reina, tú te estás callando algo. Esther, que no son un año, ni dos, que nos conocemos. La has visto. Dime la verdad. ¿La has visto? ¡Dios Santo, está viva! ¿Te habló? ¿Qué te dijo? Por favor, no me tengas angustiada. Si vieras cómo late este maldito corazón... ¡Dime! En Galeries Lafayette... No te habló. ¡Descastada! Hizo como si no te conociera. ¡Maldita! ¡Negra! Muy guapa. La belleza del diablo tiene esa perra. ¿Qué me dices? Dueña de un bar en lo mejorcito de Casablanca. ¿Cómo te enteraste? Por una empleadita de Galeries Lafayette. Madame Noiret. ¡Quién habrá sido el cabrón! Y yo mientras tanto... Esther... No, no lloro. Ya sabes que yo nunca lloro. Pero no hay derecho, Dios Santo, ¿qué daño le hice yo? Has hecho bien en decírmelo, si vieras lo tranquila que me siento ahora. No, no, mujer. Acércame la tila, mira por dónde tenía la tila preparada. ¿Cómo está? ¿Cómo iba vestida? Muy bien, claro, como siempre. Se ha teñido el pelo de color caoba. ¡Negra, negra maldita! Si yo hubiera estado allí, te lo juro, Esther, le hubiera arrancado el pelo. No, no, si estoy calmada, mujer. ¡Malograda visita la tuya! En estos momentos tengo cambiado todo el organismo. ¡Maldita negra, bastarda! ¡Se te caiga el massaj y no se te levante!... ¿Qué daño te hice yo? Señor, a Ti te ofrezco este cáliz de sufrimiento. ¿No te parece que ya esto es demasiado? Sí, ya lo sé, resignación. ¡Que sea muy feliz! Me alegro, me alegro horrores, que sea muy feliz, le caiga un tifus encima de la cabeza y pierda el pelo y la caoba. Calva se quede. No, Esther, no. Acércame ese pañuelito, ¿quieres? Si te estoy muy agradecida. Gracias, Esther, gracias por todo.
¡No lo cojas! No lo cojas, maldita. Que no sirves más que para sembrar discordia. Si esa lengua hubiese callado cuando se encontró con Esther... Déjalo que reviente de una vez. Ya te he dicho que no estoy para nadie, por una vez, obedéceme. Con lo tranquila que yo estaba y llevo dos noches sin pegar un ojo, tampoco es normal. ¿Acaso esa perra se preocupó por mí alguna vez? La vida sonríe a quien le sonríe, no a quien le hace muecas. ¿Te acuerdas de eso? Gracias a Dios está viva, bicho malo nunca muere. ¡Levanta ese ánimo, mujer! Nunca estuviste tan decaída. No es para tanto. Hamruch, saca esa mecedora al patio y la mesita, voy a comer allí, junto a mis macetas. Ponía a la sombra y dentro de media hora, o así, me sirves la comida. Tú comes cuando quieras. ¿Te has enterado? Perdóname, lo bueno, estoy muy nerviosa. Anda, haz lo que te digo, sé buena, dame ese libro. ¡Uf, qué bien se está aquí! «La condesita de Monleón sostuvo en sus brazos el ramo de violetas, mientras sor Beatriz, contemplándola beatíficamente, su rostro purísimo todo una sonrisa, replicaba: Mi querida niña, ya es hora de que despiertes a la vida...»
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. ¡Ay, eso es lo que tengo que hacer yo! Despertar, despertar como despiertan las leonas, con ganas de devorar a alguien. ¿Quién es? ¡Han llamado, Dios Santo! ¿quién será? Tarda en volver esa negra. ¿Quién era? ¿Quién era? No contestes, quien sea ya se fue. ¿Qué es esto? ¿Un paquete? ¿Qué guós? ¿Qué guós será esto? Y una carta. Tiemblo, los temblores de la condesita tengo yo en estos momentos. Lo abriré. «Mi querida Juanita, ¿cómo es posible que pensaras que yo iba a olvidaros? Pienso mucho en vosotras, en ti y en Nena (guós por ella se haga). ¿Cómo no se te ha ocurrido recurrir a mí mucho antes? Si yo no os he llamado es porque ya conocéis la vie d'un homme d'affaires. Hoy mismo salgo para París en viaje de negocios. Gracias a Dios te has puesto en mis manos y no en las de cualquier usurero. Ni se te ocurra vender o hipotecar la casa. Te adjunto un cheque por valor de tres mil pesetas. Ya me las devolverás cuando puedas y cuando quieras. A mi vuelta te llamaré para cenar juntos y charlar. Bien á toi, León.» ¡Mamá, mamá, lo bueno, estoy llorando! ¿Sabes? Estoy llorando... Pero esta vez de verdad.