Read La vida perra de Juanita Narboni Online
Authors: Angel Vazquez
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, que si tú me vieras, me regañabas. Pero ese día, el día del cobro, hasta me compro una botellita de vino bueno, un «Valpierre» por ejemplo, y procuro olvidar. Eso no es malo, ¿no crees, mamá? ¡Tantas lo harán! La otra mañana nos encontramos, en pleno Zoco Grande, Reina la de los Gatos, la de Denkes y yo. Como para una fotografía. Las tres envueltas en trapos, con una niebla y un frío que para mí se quede. Fue de risa. Las tres echando humo por esas bocas. Yo no me enteraba de nada de lo que decía Reina. La pobrecita de la de Denkes indignada con los sobrinos, la dejaron plantada aquí. Como dice ella: «Se llevaron hasta las placas españolas, las mejores canciones de Imperio Argentina, de Concha Piquer, de Angelillo... Se llevaron la música y a mí me dejaron...» Pobrecita, se consuela porque a través de Gibraltar le mandan un cheque. Debe de ser bastante, porque esta semana nos ha invitado a tomar el té. ¿Qué será de nosotras? Ésa es la pregunta. La misma que me hago yo. La otra tarde, mamá, por distraer el tiempo, me puse a ordenar los cajones de la cómoda y fue tanta la angustia que me dio ver aparecer viejas fotografías y viejas cartas, que a punto estuve de que ardiera toda la casa, pues lo quemé todo en el cubo de la basura. En la cocina. Es mejor así, ¿no te parece? Y si una pudiera quemar los recuerdos, igual hubiera hecho. Sí, sí, mi bueno, tienes razón. Venderlo todo, irme a un hotel, al Cavilla o al Mac Clean, por ejemplo... No sabes lo que dices. Ya no existen. Esos hoteles para señoras solas ya no existen. No querrás que me vaya a uno de la calle Correos, y por las tardes me pinte y salga a la puerta a esperar... Tú ya me entiendes. ¡Claro, hija, tú como estás en el otro mundo! No te enteras de nada. Todo eso se acabó. ¡Qué descanso, mamá, si yo pudiera estar también contigo en ese otro mundo! Entonces sí que te lo contaría todo. Porque todo, todo, lo que se dice todo no te lo he contado. Las dos tranquilitas, sin que nadie nos oiga... Ya sabes a lo que me refiero. Bien que me lo dijo Perla, y tú lo sabes. Perla, sí, no te hagas la tonta, la echadora de cartas. Me lo dijo una vez: «Te veo con tu madre charlando por los codos.» Ella lo sabía. Tiene ese don. Hay gente que tiene ese don, y yo lo entendí muy bien. Ya sé que a ti no te hace ni pizca de gracia que yo vaya a echarme las cartas, pero qué quieres, si una no va, mal puede enterarse de las cosas que le van a suceder. ¡Y lo sabes, lo sabes... que te conozco! Muchas cosas de éstas, estoy de acuerdo contigo, son mentiras. Pero no todas. Otras no, y tú bien que lo sabes, por eso ibas a espaldas de papá a echártelas, que de todo me enteré por la propia Perla. Ella tiene su lado humano, que es de carne, y luego tiene el otro que para mí se quede. Atraviesa el espejo la muy ladina. Y, además, yo no soy como la escapada de Esther, que se las echaba ella sola. Ella sabía. Yo no. Hay que tener un don. Para todo hay que tener un don. Hasta para escaparse de casa a tiempo, como hizo Elena. Si las cosas se hicieran a tiempo, cuántas lágrimas nos ahorraríamos. Pero yo siempre llegué tarde. Ése es mi don, no llegar a tiempo. Por eso te pido que no me critiques. Mira, mi bueno, gracias a Dios hemos nacido en una ciudad donde no somos ni del todo cristianas, ni del todo judías, ni del todo moras. Somos lo que quiere el viento. Una mezcla. Amigas judías tuvimos que de solteras le pidieron un novio a San Antonio, y amigas moras que te hablaban de Miriam —la Virgen María— y del Arcángel San Gabriel, y cristianas, mi vida, que por matar al marido invocaban a la Aixa Candisha. Así que no hables.
Temblando estoy de meterme en la cama, qué quieres que te diga. Procuro disimular, pero no puedo remediarlo. No sé lo que voy a inventar. Bueno, ¡qué se le va a hacer! Llegó la hora. ¿Eché el pestillo? ¡Vamos, mi vida, no lo pienses más! No, la luz de la lamparita no la apago, me da miedo la oscuridad, esto debe ser un retorno a la infancia. Mamá, mira lo que te digo, con tu foto delante hablaría yo más a gusto. No lo comprendo. Sí, ya lo sé, Elena se llevó todas las fotos, pero esa tuya no. Si estuviera aquí Hamruch daría con ella enseguida. Te la hiciste en Lecca, me acuerdo muy bien, porque estuvo en el escaparate mucho tiempo. Era redonda con un paspartú malva. ¡Claro que te hablaría mejor, te estaría viendo y pensaría que tú me estabas viendo! Ya sé que me estás viendo, pero no es lo mismo. Tengo que buscarla, tantos cacharros no hay ya en la casa. Si hiciera un inventario... No es mala idea. Llegaría hasta el amanecer y no daría con tu fotografía. En este cuarto no hay nada que valga la pena, quitando tu armario, que es de madera de cerezo. Dentro del armario ya no queda nada, mi vida; tus alhajitas, mi reina, se pasan más tiempo en el Crédit Mobilier que en el armario. ¿Que en qué se me va el dinero? Pues, hija, no lo sé, pero cada día está todo más caro. Mañana, si Dios quiere, le daré un fregado a toda la casa. Esa fotografía la tengo que encontrar yo... ¿En la caja de bombones de tía Carmen? Ahí están guardadas las facturas y documentación del cementerio, y tus trenzas, una vez que te cortaste las trenzas. En el aparador, tal vez... ¡Dichoso aparador, qué de trastos inútiles guarda! Ahora voy a recordar todo lo que no sirve para nada, menos lo que yo necesito. Tendremos que ver en el aparador. ¡No encierra inutilidades! Tendré que hacer una depuración. ¿Y si pusiera esteras por los suelos y lo vendiera todo? Menos quebraderos de cabeza. Esteras, cojines y colchones. Te comerían las chinches, mi vida, te conozco. Esas esteras no se levantarían en años. Deja las cosas como están. Los muebles del despacho de papá... sólo la mesa vale la pena, y el sillón si se tapizara. ¿No estará escondida esa foto en algún libro? Pudiera ser. En alguna parte tiene que estar, es cuestión de buscar y rebuscar, hasta que no quede nada. Mamá, además me ocurre una cosa terrible, y es que conforme va pasando el tiempo te recuerdo de una forma distinta. Tu rostro no es ya el mismo que yo recordaba hace unos años. Es otro. Y tengo miedo que al final acabe convirtiéndose en el rostro de una desconocida. Tengo que encontrarte un rostro o acabaré creyendo que todas las muertas son mi madre. Con esa dichosa fotografía, con ese retrato tuyo delante, todo esto se solucionaría. No que unas veces eres Esther, que no está muerta, otras tía Carmen, otras Bella, y cada vez, hija, me cuesta más trabajo localizarte. Ya sabes que siempre he sido muy mala fisionomista. ¡El tiempo que llevo pensando en ese retrato! Un buen día apareció entre un montón de revistas... y desapareció. Tuve intención de conservarte, creo que se lo dije a Hamruch, incluso, mira lo que te digo, me parece que estoy viendo a la bendita de Hamruch retirando la fotografía de entre una de las revistas, pasándole un paño para quitarle el polvo, dándote un beso, y colocándola luego... en alguna parte. ¿En el aparador? ¿Detrás de un florero? La última vez que yo vi ese retrato estaba detrás de un florero. ¡Oh, a veces pienso que alguien se está burlando de mí! No, no tú, mamá, alguien, no puedo decir quién. ¿La guardaría acaso en el cajón de la mesa de papá? No era el lugar más adecuado. Junto al revólver, a su revólver maldito, para lo que lo usó, y el compromiso que eso representa en una casa; si el día menos pensado a estos memlocos les da por registrar las casas de los europeos... Todo llegará, mi vida. Ha visto una tantas cosas, que por una más. Mira lo que te digo, fue un día en que Hamruch había ido a comprarme algo, y yo estaba contemplando tu foto, y en ese momento llamaron a la puerta y... Sí. Eso es. Era el cobrador de la luz, como siempre. Estoy por levantarme ahora mismo de la cama e ir a mirar... Mejor será. Porque si no, no pegaré ojo en toda la noche. Tropieza, hija, tropieza. Con la sillita de siempre, que nunca pude ver, mañana la quemo. No he visto un trasto que le guste más estar siempre en medio. Trastos y más trastos inútiles. Me tropezaré con todo menos con lo que busco... Vamos a ver. Enciende, vamos a ver... Nada. La pistolita, que cada vez que la veo me corren por el cuerpo sudores fríos. ¿Estará cargada? Creo que sí. Papá siempre dijo que la tenía dispuesta para cualquier eventualidad. Que en paz descanse, pero más le hubiera valido tener dispuestas otras cosas para otras eventualidades. Su roce es como el de una serpiente. No, aquí no hay nada. Cartas del Consulado, pipas. ¡Ah, no, te lo juro, te perseguiré toda la noche, por toda la casa, hasta dar con tu imagen, mamá! La radio... Eso es. A lo mejor la puse detrás de la radio, no tiene polvo la radio... ¿Funcionará? Para lo que está que oír. No. Mira, aquí hay algo escondido. Un billete de diez dirhams. ¿Para qué quiero yo ahora diez dirhams? Estoy por tirarlos. No, Juani, no. Sigue buscando. Tienes que encontrarla. ¡No puedo más! Tengo frío en los pies. Es terrible, porque ahora no recuerdo si en aquel retrato llevabas las trenzas o el pelo corto, una melenita. Si estuviera aquí Hamruch, cherifita de mi alma, cómo te echo en falta. ¿Qué sino es el mío que a la gente que quiero les da por desaparecer? Bueno, mi reina, mira lo que te digo, no hay mal que por bien no venga. De esta forma sabré más o menos todo lo que queda en casa. Todo lo que está, y también todo lo que se fue. Antes, era la desaparecida de Hamruch la que se preocupaba, y ella no era surraca, eso, meto las manos en el fuego. Mamá, ¿que se fue? Porque se fueron muchas cosas. Acuérdate de aquel huevero de plata que nos regaló Nena Madison. No lo encuentro por ninguna parte. Acuérdate de aquella gallina que era una cesta, toda de porcelana, nunca la he vuelto a ver. Acuérdate de los servilleteros... Nada de eso se llevó Hamruch, y ahora no están. ¿Quién se los llevó? No culpo a nadie. Sí, sí, tienes razón, mi reina, debo acostarme, pero déjame, tengo que seguir buscando. Buscaré hasta el amanecer. No, no soy testaruda. Bueno, ya está, no saques a relucir trapitos. Soy testaruda. Si quieres, soy testamda y caprichosa, y maniática, pero seguiré buscando. Soy como soy, no puedo remediarlo. Ya sé que la cosa no tiene remedio, pero ya me conoces... Tengo maldad, lo que tú quieras, pero soy yo. Bien me füe por ese camino, me fue de lo mejor, ya lo estás viendo. Ya me conoces, me equivoqué, siempre me equivoqué. Pero soy testamda, mamá. A destiempo, lo que tú quieras, pero cuando a mí se me mete algo en la cabeza, ya lo sabes, que quieras que no, al final da resultado. Pero, mamá, tú sabes que si pierdo tu foto, si pierdo tu imagen, me quedaré eternamente sola. No son pensamientos de borracha, es una realidad. ¿No lo comprendes, mamá? En particular, ahora, que empieza a fallarme la memoria. Lo que será de mí... No entiendes nada, mamá. Egoísta. Eres una egoísta, sólo entiendes lo que a ti te interesa... Porque la memoria, mi reina, quieras que no quieras, al final acompaña. Eso no lo comprendes, porque estando donde tú estás, estoy segura de que hay cosas que no se comprenden. No, mamá, yo no he sido egoísta. He sido torpe. Atolondrada. Y con mi atolondramiento he hecho mucho daño, no sólo a los demás, lo peor de todo es que me lo he hecho a mí. Que si no fuera por eso... A estas horas ya estaría en Casablanca, buscándola, porque no la odio, mamá, al contrario. Mi forma de querer es odiosa. Lo sé. Todo lo que me digas lo comprendo. Todo es culpa mía, mis impulsos... ¿para qué quemaría esas fotos? Mal hice. Y bien caro lo estoy pagando. No sé qué me hago. Son cosas de los nervios. A veces obro mal por culpa de los nervios, y también por tanta soledad. Sí, hija, sí. Meto la pata y siempre con la gente que más quiero. Si yo hubiera sido más cariñosa con la pobre de Hamruch, pero la indiferencia... ya me conoces. Perdón, perdón, mi vida. Quiero olvidar, y no me doy cuenta que por querer olvidar lo destruyo todo. Pero a ti no puedo olvidarte. Al contrario; te necesito. Y lo sabes, lo sabes que te necesito. Por eso eres cruel. Abusas de mi soledad. Exiges demasiado. ¿No lo comprendes? Bueno, si insistes, me acostaré. Buscaré tu foto mañana, con la luz del día. No sé lo que me entró con esa dichosa foto. Un pretexto. Me acostaré, me tenderé en la cama. No dormiré. Te obedezco. Lo que tú digas, mi reina. Siempre te obedecí. Así me fue. Me tenderé, porque ésa es la palabra, me tenderé con los ojos abiertos. No quiero quedarme dormida, mamá, tú lo sabes, pero me exiges. Como siempre. No quiero quedarme dormida, no puedo. Luego viene el despertar... Si al menos fuera quedarme dormida para siempre y nunca despertar. ¡Cuánto daño me has hecho, mamá, con tu torpeza! Cerrar los ojos... Piensa que estás tendida sobre la arena de la playa, tomando el sol. ¿Te acuerdas? No sea mi falta. El sol de medianoche. Seguiré liada con el inventario. Paciencia. Calma. Sí, mamá, tendré calma y paciencia. Pensaré de nuevo en todo lo que puede haber en la casa, haré un inventario mental de los cacharritos de la casa, esta maldita casa que es como una tumba, en esta ciudad que es un cementerio, y yo una enterrada viva. ¿La pondría detrás del paisaje de la pastora? ¿Por qué no? Recuerdo que tú, mamá, solías guardar detrás de aquel cromo los décimos de lotería... Sí, allí se guardaba todo lo que queríamos que no se perdiera, ¡qué risa!, y después no lo encontrábamos por ninguna parte. Mira, es posible que yo la tuviera en la mano, y en ese momento llamaron a la puerta, y entonces... Claro, el florero está cerca. No lo siento, mi vida, me levanto otra vez, ¿cómo me voy a dormir pensando que puede estar detrás del cuadro de la pastorcita? ¡Déjame en paz! Estoy loca, bueno, mejor, ya lo sé. Pero tu foto... ¿dónde estará? ¡Ayúdame, lo bueno! ¡Y no te quedes ahí parada sin decirme nada! No respondes. No contestes. Nunca contestes. Enmudecieras para siempre. Toda mi vida preguntando cosas que nunca obtuvieron respuesta... Desde niña. Éste es el castigo de la niña preguntona, seguro, como los cuentecitos que leíamos de Calleja... Miraré. No hace falta que digas nada. No era fea esta pinturita de la pastora que ha perdido un corderito y está a punto de eeharse de cabeza al río... No se ahogará la pobre mía. Es un arroyuelo. Siempre me preocupó su problema... ¿Encontrará su ovejita? Cuando yo encuentre la mía, mi reina. Tu oveja era como la mía, una oveja negra, que se escapó para nunca jamás volver. Guós con todo el polvo que me está cayendo en la cara... También la desgraciada de Hamruch hacía sus trampitas. ¿Nunca se le ocurrió pasar un paño por detrás de los cuadros? Ciega, ciega, me quedaré... ¡Qué picor! Se me infectarán los ojos y tendré que salir a la calle con un bastón y un lazarillo... Aquí no hay nada. ¿Es que no puedes hacer nada, mamá? No me dejes tirada en estas oscuridades... ¡No puedo más! Se me infestarán los ojos, con tracoma, lo que me faltaba, integrada ya de todo al país. Costumbres y enfermedades. Tendré que ir en cuanto abran las farmacias y comprarme colirio o agua de rosas... Me pasaré un pañito mojado en colonia... ¿estás loca? ¿Qué dices? ¿Quieres que se te salten las niñas de los ojos? Te lo mereces, ¿no decías hacía un momento que querías que se te cerraran los ojos para siempre? Sí, pero no así... No me atrevo a mojármelos con el agua del grifo... Tiene tanta cal... ¡Qué remedio! Apoyándome en los muebles, como en
Marianela
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, me acercaré al fregadero... ¡Ay, hijo, Dios, como estás portándote! No se puede negar que todo lo que te pido me lo das, pero al revés... Mira, con esta toallita... Despacito. Parece que estoy mejor. No fue nada, mi vida. El susto. ¿Cómo es posible que se acumule tanto polvo detrás de los cuadros? Yo sentí como un bicho... ¿Sería una arañita? Mamaíta, mi vida, ¿quieres dejarme ya en paz de una vez? Te lo pido con toda mi alma. Por una vez déjame obrar con cuenta y riesgo. Buscaré, buscaré y buscaré hasta que caiga rendida al suelo. No quise por orgullo buscar a mi hermana, cuando más falta me hacía, ni tampoco me molesté demasiado en buscar el paradero de la descansada de Hamruch, ni en escribir a Esther para saber de su vida, son muchas cosas las que dejé de hacer. Pero ésta, te lo juro por lo más sagrado, te lo juro por ti, mi reina, que no estoy dispuesta a dejarla caer en el vacío... Tengo que encontrar esa fotografía. Me sentaré un ratito. Me calmaré. ¡No falta nada todavía para que amanezca! Hasta la noche está en contra mía. Pensaré en cosas agradables... Para eso estoy yo ahora. ¿Tantas cosas agradables hubo en mi vida? Acabaría en dos minutos... No miré en el cajón de la derecha. ¿Seré tonta? Lo más probable es que al ver el revólver de papá, lo guardara por automatismo en el otro cajón. Siempre me dejó ese objeto como paralizada. Vamos a ver, vamos a ver, con paciencia, no pierdas la cabeza, las cosas se hacen con paciencia. Larga es la noche
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, relájate, quietecita, mi vida. Calma. Lo primero que necesitas es calmarte. Mira tú de quién me he venido a acordar ahora, de Granmamá, la madre del descansado de papá. Solamente la vi una vez. Elena, ni eso. Vino a Tánger para conocerme, y al volver, cómo estaría el mar en el Estrecho que nunca jamás quiso volver. Si por poco se hunde el barco. Era una mujer muy grande. Con cara de hombre. Que olía a galletas. Presumía, como buena llanita, de inglesa, aunque parece ser que había nacido en Génova. Nunca se llevó bien con mamá. Algo de su sangre debo de llevar en mis venas. Concéntrate, mi bien. No puedo. Nunca pude concentrarme. Acabaré con un dolor de cabeza espantoso. Será peor el remedio que la enfermedad. Vamos; Juani, ahora mismo vas a tenderte en la cama, como la que no quiere la cosa, y vas a relajarte. ¡Obedéceme! Sí, eso es. Ya estoy tendida. Aflojar esos nervios... Eso es. Ahora estás relajada. Eso, no tuerzas el cuello, mi vida. Esos tendones... Afloja, mi reina, afloja las extremidades. Los deditos de los pies... Ahora, comme ça. Eso es. Antes de tomar una determinación vas a pensar detenidamente una cosa. ¿Qué cosa? ¿Crees firmemente que en el otro cajón de la mesa-despacho de papá puedes encontrar lo que con tanta ansiedad buscas? Sí, lo creo. Muy bien. ¿Podrías, por favor, recordar cuáles eran los objetos que comúnmente se guardaban en ese cajón? Creo que sí. ¡Adelante, enuméralos! Una colección de sellos, una pequeñita colección de sellos encerrada en una lata de tabaco de pipa. Sin ningún valor, supongo. Eso es. Una caja de cerillas. Un par de pasaportes vencidos, unos medicamentos que siempre digo que tengo que tirar... y que nunca tiro. Fueron los últimos que tomó papá. Me dan miedo. Todo te da miedo, hija. Es verdad... pero... ¿y la foto de mamá? Anda, Juanita, no te ofusques, no te dejes vencer por los nervios. ¿Cómo era mamá? ¿Cómo estaba mamá en aquella fotografía? Inténtalo, mi bueno. ¡Inténtalo! Era una fotografía de medio cuerpo. Estaba guapa, como siempre. No te vayas por los cerros de Ubeda. Sabes que no es ésa la respuesta adecuada. Procura ser algo más concreta, mi bien. Un poco pálida. Siempre tuvo un color de cutis muy delicado mamá. Era el cutis de las mujeres de antes que sólo se lavaban con agua y jabón. También la madre de Dedé... ¡A bueno está, deja ahora en paz a la madre de Dedé y a Dedé! No se trata de eso. Recuerdo perfectamente cómo era la madre de Dedé. ¡Mal rayo me parta! ¿Quieres concentrarte de una puñetera vez? Estaba peinada con ondas... Si, eso es. Ondulation Marcel. Ahora me acuerdo. No muchas, pero eran ondas, muy discretas, como naturales. Llevaba un vestido de cuello redondo... ¡Déjate ahora del vestido! La cara, la cara de mamá. No, no veo bien la cara de mamá... Recuerdo perfectamente el cuello... No llevaba ningún adorno. La cara, Juani, por lo que más quieras... No lo sé, no lo sé... ¡¡¿Cómo eras, mamá?!! ¡Ayúdame, ayúdame, mamá, ahora mismo no me acuerdo de cómo era tu cara! Y lo que es aún peor... ¡No te oigo! Muy bien, no te exaltes, no te preocupes por el momento. ¿Cómo no me voy a preocupar? Bueno, lo que tú quieras. No me preocuparé. Sigue con el inventario. Laisse tomber ahora el asunto de la cara. De momento, eso es secundario, mi vida. Intenta recordar qué otras cosas había en ese maldito cajón. Haz un pequeño tour de forcé. Sigue, anda, sigue... Bueno, creo que había un pisapapeles de cristal con unos pensamientos encerrados dentro. Era muy bonito. ¡Dios mío, el pisapapeles! Hace años que no lo veo. ¿Seguirá allí el pisapapeles? ¿No se lo habrá llevado Hamruch? ¿No lo habrán robado? Tengo que verlo. ¡No puedo, no puedo! No me concentraría pensando en la pérdida de aquel pisapapeles. Fue un regalo que le trajeron al descansado de papá de Gibraltar. Tengo que comprobarlo ahora mismo. ¿Cómo me puedo quedar aquí tranquila, relajada, como la que no quiere la cosa, cuando a lo peor se llevaron el pisapapeles? No, no puedo. Me hierve la sangre. Vengo en seguida. Sí, sí, todo está aquí. Los medicamentos, guós por mí se haga, menos mal... el pisapapeles... Al fondo. Más escondido nunca pudo estar. Ven, deja que te coja, de niña me gustaba acariciarte... Ven. Acércate a mis mejillas, sobre todo cuando tenía fiebre. ¡Qué fresquito estás! Gracias a Dios, gracias a Dios... ¡Qué susto más grande he pasado! Por un momento he creído que tú también desaparecías. Déjame que te bese. Ahora ya puedo volver a la cama tranquila. Menos mal. Bueno, gracias, Señor, gracias por todo. Buenas noches. Apagaré la luz. Vuelve a la concentración, al campo de concentración. Si consiguiera dormir de día, y estar despierta de noche, toda la noche... Lo malo serían las comidas. Sigue, sigue con el inventario, mi reina. Sí, eso es. La repisa... Bueno, mira, para ya de disparatar... ¿Cómo no se me ocurrió antes? La repisa... Vamos a ver si de una vez para siempre localizo el retrato de mamá... ¡No haya un mal! ¿No te lo decía, mamá? Mamá, mi bueno, ¿no te lo decía, que se me van las ideas? No sé lo que me pasa, ¿quieres creer que por culpa de ese maldito pisapapeles, entusiasmada con esa estupidez de bolita de cristal, no se me ha ocurrido mirar si estaba tu foto en el cajón de la mesa-despacho de papá? Volveré a mirar. ¡Levántate otra vez, Juani! Lo tuyo no tiene remedio. Es tu calvario. Razona de una vez. Mejor sería que dejaras de disparatar y de hacer disparates. ¿Es que no te has dado cuenta que llevas años y años hablando con una muerta? ¡Guós por mí se haga! ¡Lo que quedará de ella, nada, ni sus cenizas! Perdona, mamá, perdona, mi reina, mi bien, mi bueno, mi vida, perdona, perdona... Ganas me entran de llorar por haber pensado semejante herejía. ¡Qué mala soy! Se me va la cabeza. Te juro que no lo volveré a pensar, ni a decir... Seguiré con el inventario. ¿Por dónde me quedé? ¡Esta memoria maldita! La repisa, la repisa... ¡Cómo tengo la cabeza!