La vidente (11 page)

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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

BOOK: La vidente
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Flora sólo tiene unos minutos antes de que los participantes empiecen a llegar, pero sabe exactamente lo que tiene que hacer. Se apresura a apartar los muebles de la sala y luego coloca doce sillas en círculo.

En la mesa que hay en el centro pone dos muñequitas en miniatura con ropa del siglo XIX, un hombre y una mujer con caritas brillantes de porcelana. La idea es utilizarlos de ayuda para producir sensación de pasado. En cuanto termina una sesión los esconde en el armario de encina; en realidad no le gustan lo más mínimo.

Alrededor de los muñequitos coloca, también en círculo, doce velas. En una de ellas introduce un poco de sal de estroncio con una cerilla y luego tapa el agujerito que ha hecho en la estearina.

Después se acerca de prisa al reloj de pared para poner una hora de alarma. Lo probó hace cuatro sesiones. Al reloj le falta el badajo, así que lo único que se oirá será un golpeteo de madera dentro de la caja. Pero antes de que le dé tiempo a darle cuerda al mecanismo se abre la puerta de la calle. Los primeros participantes ya han llegado. Sacuden los paraguas y luego empiezan a bajar la escalera.

Flora se topa con su propia mirada en el espejo cuadrado de la pared. Se queda quieta, toma aire y con las manos se plancha el vestido gris que se compró de segunda mano en una de las tiendas de Stadsmissionen.

En cuanto sonríe un poco se siente más tranquila.

Prende una barrita de incienso y saluda en voz baja a Dina y a Asker Sibelius. La pareja cuelga los abrigos e intercambian unas palabras discretamente.

Los invitados son casi todos gente mayor que sabe que está cerca de la muerte. Son personas que no pueden soportar sus pérdidas, que no aceptan que la muerte sea definitiva.

La puerta de la calle se vuelve a abrir y alguien baja por la escalera. Es un matrimonio, también mayor, que no había visto antes.

—Bienvenidos —los saluda Flora con voz suave.

Va a dar media vuelta cuando de pronto detiene el movimiento y se queda mirando al hombre como si hubiese visto algo especial en él, pero luego simula que se desprende de esa sensación y les pide que tomen asiento.

La puerta se abre de nuevo y llegan más participantes.

A las siete y diez de la tarde Flora no tiene más remedio que aceptar que no aparecerá nadie más. De todos modos, nueve personas es su mejor cifra hasta la fecha, pero igualmente no le alcanza para reponer el dinero que ha tomado prestado del cajón de Ewa.

Flora intenta respirar con calma, pero cuando vuelve a entrar en la sala sin ventanas siente que le tiemblan las piernas. Los invitados ya se han sentado en círculo. Las conversaciones se apagan y todas las miradas se vuelven hacia ella.

35

Flora Hansen enciende las velas de la mesa y hasta que no se sienta en su sitio no busca las miradas de los invitados. A cinco los ha visto en varias ocasiones, pero los demás son todos nuevos. Justo enfrente tiene a un hombre que quizá no pase de los treinta. Su cara es afable y hermosa, como la de un niño.

—Bienvenidos todos… a mi lugar —dice Flora y traga saliva—. Creo que empezaremos directamente…

—Sí —responde el viejo Asker con voz áspera y dulce.

—Cogeos de las manos para cerrar el círculo —les ordena Flora cálidamente.

El hombre joven la mira fijamente con una sonrisa y un gesto de curiosidad. Una sensación de entusiasmo y expectación empieza a aletear en la boca del estómago de Flora.

El silencio que se crea es negro e imponente, hay diez personas formando un círculo y sintiendo de manera unánime cómo los muertos se reúnen tras sus espaldas.

—No rompáis el círculo —le dice Flora severamente al grupo—. No rompáis el círculo, pase lo que pase. Si lo hacéis, puede que nuestros visitantes no encuentren el camino de vuelta al otro lado.

Los participantes son tan mayores que han perdido a más personas queridas que las que les quedan en vida. Para ellos la muerte es un lugar lleno de caras conocidas.

—Nunca preguntéis sobre el día de vuestra propia muerte —dice Flora—. Y nunca hagáis preguntas sobre el diablo.

—¿Por qué no se puede? —pregunta el hombre joven con una sonrisa.

—No todos los espíritus son buenos y el círculo sólo es un portal al otro lado…

Un brillo ilumina los ojos oscuros del hombre joven.

—¿Demonios? —pregunta.

—No creo —sonríe Dina Sibelius intranquila.

—Yo intento vigilar el portal —dice Flora muy seria—. Pero ellos… perciben nuestro calor, ven las llamas de las velas.

De nuevo se hace el silencio. Las tuberías empiezan a sonar de fondo con un singular y nervioso murmullo, como el de una mosca que ha quedado atrapada en una telaraña.

—¿Estáis preparados? —pregunta despacio.

Los participantes asienten y Flora nota el escalofrío de placer que le genera la atención completamente nueva que hay ahora en la sala. Le parece oír el bombeo de sus corazones y el pulso latiendo en el círculo cerrado.

—Voy a entrar en trance.

Flora contiene la respiración y aprieta las manos de Asker Sibelius y de la mujer nueva. Cierra los ojos con fuerza, espera todo el tiempo que puede luchando contra el impulso de respirar hasta que empieza a temblar. Y finalmente toma una gran bocanada de aire.

—Tenemos muchos visitantes del otro lado —informa al cabo de un momento.

Los que ya han participado antes asienten con un murmullo.

Flora siente la mirada del hombre joven, puede percibir sus ojos despiertos e interesados examinando sus mejillas, su pelo y su cuello.

Deja caer la cabeza y decide empezar con Violet para que el hombre quede convencido. Flora conoce la historia de la mujer, pero la ha hecho esperar. Violet Larsen se encuentra tremendamente sola. Perdió a su único hijo hace cincuenta años. Una noche el chico cayó enfermo de meningitis y ningún hospital quiso atenderlo por miedo al contagio. El marido de Violet llevó al chico de hospital en hospital durante toda la noche. Al despuntar el día, el niño murió en los brazos de su padre. Éste no pudo soportar el dolor y murió un año más tarde. Toda la felicidad de Violet se consumió en una fatídica noche. Desde entonces ha sido una viuda sin hijo. Así lleva viviendo más de medio siglo.

—Violet —susurra Flora.

La anciana la mira con los ojos húmedos.

—¿Sí?

—Aquí hay un niño, un niño que le está cogiendo la mano a un hombre.

—¿Cómo se llaman? —masculla Violet con voz temblorosa.

—Se llaman…, el chico dice que solías llamarlo Jusse.

Violet no puede reprimir un jadeo.

—Es mi pequeño Jusse —dice en voz baja.

—Y el hombre dice que tú sabes quién es, que eres su flor.

Violet asiente con la cabeza y sonríe.

—Es mi Albert.

—Tienen un mensaje para ti, Violet —continúa Flora muy seria—. Dicen que te siguen cada día y cada noche y que nunca estás sola.

Una gran lágrima rueda por las mejillas arrugadas de la mujer.

—El chico te pide que no estés triste. Mamá, dice, estoy bien. Papá está conmigo todo el tiempo.

—Os echo tanto de menos —solloza Violet.

—Veo al chico, está justo a tu lado, te está acariciando la mejilla —susurra Flora.

Violet llora contenida y de nuevo se hace el silencio. Flora está esperando a que el calor de la vela prenda la sal de estroncio, pero está tardando un poco más de lo previsto.

Farfulla algo para sí misma mientras piensa en quién escogerá ahora. Cierra los ojos y mece sutilmente el cuerpo.

—Hay tantos aquí… —murmura—. Hay tantos… Se están hacinando en el pequeño portal, puedo sentir su presencia, os echan de menos, echan de menos hablar con vosotros…

Guarda silencio porque una de las velas ha empezado a echar chispas.

—Nada de pelearse en el portal —dice en voz baja.

De pronto la chisporroteante vela empieza a arder con una llama roja y alguien en el grupo suelta un grito.

—No eres bienvenido, tú te quedas fuera —dice Flora con decisión y espera a que la llama roja se extinga—. Ahora quiero hablar con el hombre de las gafas —dice—. Sí, acércate. ¿Cómo te llamas?

Escucha hacia dentro.

—Lo quieres como siempre —dice Flora y luego se dirige a los participantes—. Dice que lo quiere como siempre. Como siempre, con pelota y patata cocida y…

—¡Es mi Stig! —exclama la mujer que está al lado de Flora.

—Es difícil oír lo que dice —continúa Flora—. Han venido tantos, lo están interrumpiendo…

—Stig —susurra la mujer.

—Está pidiendo perdón… quiere que lo perdones.

A través de las manos que tienen unidas Flora puede sentir los temblores de la mujer.

—Te he perdonado —murmura la anciana.

36

Después de la sesión Flora se despide con pocas palabras. Sabe que la gente suele tener ganas de estar a solas con sus fantasías y sus recuerdos.

Se pasea por la sala sin prisa, sopla las velas y coloca las sillas tal como estaban antes. El hecho de que todo haya ido tan bien le provoca una sensación de sensualidad en el cuerpo que todavía le dura.

En la entrada ha puesto un estuche donde los invitados le han dejado el dinero. Lo cuenta y ve que no le llega para devolver lo que ha cogido del sobre de Ewa. La semana que viene tiene otra sesión espiritista y será su última oportunidad de reunir el dinero suficiente antes de que la descubran.

A pesar del anuncio que puso en
Fenomen
no han aparecido suficientes participantes. Ha empezado a despertarse por las noches. Se queda mirando la oscuridad con los ojos secos y se pregunta qué va a hacer. Ewa suele pagar las facturas a finales de mes. Entonces se dará cuenta de que falta dinero.

Cuando Flora sale a la calle ya ha dejado de llover. El cielo está negro. Las farolas y las luces de neón de la calle se reflejan en el asfalto mojado. Cierra la puerta y mete la llave en el buzón de Antigüedades Carlén.

Quita el cartel de la puerta y cuando lo va a doblar para metérselo en el bolso ve que hay alguien en el portal de al lado. El hombre joven que estaba en la sesión se le acerca un poco y sonríe disculpándose.

—Hola, me preguntaba si… podría invitarte a una copa de vino en algún sitio.

—No puedo —responde ella con timidez por acto reflejo.

—Has estado fantástica —dice él.

Flora no sabe qué decir, nota que cuanto más la mira más roja se pone.

—Es que tengo que irme a París —miente.

—¿No me daría tiempo de hacerte unas preguntas?

Ahora entiende que debe de ser un periodista de alguna de las revistas con las que ha intentado ponerse en contacto.

—Salgo mañana a primera hora —dice ella.

—Media hora, ¿crees que podrías?

Mientras cruzan la calle a paso ligero en dirección a la taberna más próxima, el joven hombre le cuenta que se llama Julian Borg y que escribe para la revista
Cerca
.

Unos minutos más tarde están sentados uno frente al otro a una mesa con mantel de papel. Flora se moja los labios con el vino tinto. Dulce y amargo se mezclan en su boca y una suave ola de calor le recorre el cuerpo. Julian Borg ha pedido una ensalada césar y mira a Flora con ojos curiosos.

—¿Cómo empezó todo esto? —pregunta—. ¿Siempre has visto espíritus?

—Cuando era pequeña pensaba que todo el mundo lo hacía, a mí no me resultaba raro —dice y se ruboriza por que las mentiras le salgan con tanta facilidad.

—¿Qué veías?

—Veía gente desconocida viviendo con nosotros…, yo sólo creía que eran personas que estaban solas… y a veces entraba un niño en mi cuarto y yo intentaba jugar con él…

—¿Se lo explicaste a tus padres?

—No tardé mucho en aprender a callármelo —dice Flora y saborea de nuevo el vino—. La verdad es que hasta ahora no había comprendido que muchas personas necesitan de los espíritus, aunque no los puedan ver…, y los espíritus necesitan de las personas. Por fin he encontrado mi lugar… Yo estoy en medio y ayudo a que las dos partes se encuentren.

Hace una pausa sin perder la mirada de los cálidos ojos de Julian Borg.

En realidad todo empezó cuando Flora perdió su empleo de auxiliar de enfermería. Cada vez veía menos a sus compañeros de trabajo y en tan sólo un año había perdido todo contacto con sus amigos. Cuando se le acabó el paro y el dinero dejó de entrar se vio obligada a mudarse otra vez a casa de Ewa y de Hans-Gunnar.

A través de la oficina de empleo hizo un curso para ser escultora de uñas y allí conoció a Jadranka, de Eslovaquia. Jadranka tenía períodos depresivos, pero los meses que se encontraba bien solía sacarse un dinero extra respondiendo llamadas a través de una página web llamada Palabra Tarot.

Se hicieron amigas y un día Jadranka llevó a Flora a una gran sesión de los Buscadores de la Verdad. Más tarde hablaron sobre cómo se podría hacer todo aquello mucho mejor y tan sólo unos meses más tarde ya habían encontrado el sótano de la calle Upplandsgatan. Tras la segunda sesión, la depresión de Jadranka se agravó y la internaron en una clínica al sur de Estocolmo. Pero Flora continuó con las sesiones por su propia cuenta.

En la biblioteca encontró libros sobre sanación, vidas anteriores, ángeles, auras y cuerpos astrales. Leyó sobre las hermanas Fox, salitas con espejos y Uri Geller, pero de lo que más aprendió fue de los esfuerzos que hizo el escéptico James Randis en desvelar trucos y engaños.

Flora nunca ha visto ni fantasmas ni espíritus, pero ha descubierto que tiene facilidad para decir las cosas que la gente necesita oír.

—Utilizas la palabra espíritus en lugar de fantasmas —dice Julian y junta los cubiertos en el plato.

—Es lo mismo —responde ella—. Fantasma suena a maligno, a negativo.

Julian sonríe y sus ojos se muestran sinceros cuando dice:

—Tengo que reconocer que… me cuesta mucho creer en espíritus, pero…

—Hay que tener una mente abierta —explica Flora—. Conan Doyle era espiritista, por ejemplo…, ya sabes, el autor de los libros de Sherlock Holmes…

—¿Has ayudado a la policía alguna vez?

—No, es…

Flora se ruboriza de golpe y no sabe qué decir, por lo que mira la hora.

—Perdón, tienes que irte —dice él y le toma las manos por encima de la mesa—. Sólo quiero decirte que sé que intentas ayudar a la gente y eso me parece bonito.

El corazón de Flora se altera con el contacto físico. No se atreve a mirarlo directamente a los ojos hasta que se despiden y se separan.

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