La vidente (23 page)

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Authors: Lars Kepler

Tags: #Intriga

BOOK: La vidente
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—¡Espera! No lo toques —dice Joona—. Acércate e ilumínalo.

—¿Lo ves ahora?

—Podría ser de Vicky. Mételo con cuidado en una bolsa de plástico.

70

La superficie oscura y lisa del río avanza incansable hacia la represa. Un tronco se desliza a toda prisa con la corriente. Una de sus ramas va peinando el agua. Gunnarsson no consigue apartar el cabo de seguridad, se oye un choque sordo seguido de un chapoteo y de repente se corta la conexión digital con el buzo.

—Hemos perdido el contacto —dice Joona.

—Tiene que subir.

—Tira tres veces del cabo.

—No contesta —dice Gunnarsson tirando.

—Haz movimientos más grandes —dice Joona.

Gunnarsson vuelve a tirar tres veces del cabo y obtiene una respuesta casi inmediata.

—Ha contestado con dos —dice Gunnarsson.

—Entonces está subiendo.

—El cabo se ha destensado, está de camino —dice Gunnarsson—. ¡Está llegando más madera! —grita.

—Tiene que subir ya —responde Joona.

Una docena de troncos se está acercando a la represa a toda velocidad. Gunnarsson pasa al lado exterior de la barandilla y Joona recoge cabo con el brazo que tiene libre.

—Creo que lo veo —señala Gunnarsson.

El traje azul aparece por debajo del torrente de agua como una bandera ondeante.

Joona se quita el cabestrillo de un tirón, coge el bichero del suelo y ve el primer tronco impactando contra el borde a dos metros de distancia y luego empieza a trazar un arco con el otro extremo.

Joona consigue repeler el siguiente tronco golpeándolo con el bichero, se cuela por debajo del primero y empiezan a rodar juntos sobre sí mismos.

Hasse Boman rompe la superficie del agua, Gunnarsson se cuelga aferrándose a la barandilla y le alarga la mano.

—¡Sal, sal!

Hasse lo mira desconcertado y se agarra al canto de la represa. Joona coge el bichero y salta la barandilla para desviar más troncos.

—¡Daos prisa! —grita.

Un tronco de corteza negra y empapada se acerca rápidamente, casi oculto debajo de la superficie.

—¡Cuidado!

Joona mete el bichero entre los dos troncos que están girando y, segundos más tarde, el tronco oscuro golpea la punta del palo y la parte, pero cambia de rumbo y choca con una inercia tremenda contra la pared de hormigón, a tan sólo un palmo de la cabeza de Hasse. El tronco da una vuelta y azota al buzo con una rama en la espalda, sumergiéndolo en el agua.

—¡Intenta cogerlo! —grita Joona.

El cabo se enreda en el tronco y Hasse es arrastrado aún más abajo. Las burbujas borbotean. El cabo se tensa por encima de la barandilla con una vibración armónica. La madera rueda junto a la pared de hormigón. Hasse consigue desenfundar el cuchillo y corta el cabo, patalea con las piernas y se agarra a la mano de Gunnarsson.

Un nuevo tronco colisiona con los demás, seguido de otros tres que impactan justo cuando Gunnarsson consigue sacar a Hasse del agua.

Gunnarsson lo ayuda a quitarse las botellas y Hasse se desploma sobre el suelo. Joona coge la bolsa. Con manos temblorosas, el buzo se quita el traje de cloropreno y el
union suite
. Está lleno de moratones y tiene varios arañazos con sangre en la espalda que le tiñen la prenda interior. Le duele considerablemente y suelta un taco cuando se levanta.

—No es lo más inteligente que he hecho en mi vida, que digamos —suspira.

—Pero me parece que has encontrado algo importante —dice Joona.

Mira el bolso en la bolsa de plástico y lo ve mecerse casi ingrávido en el agua turbia. Unas briznas de hierba amarilla serpentean en el interior. Con un movimiento tranquilo Joona le da la vuelta a la bolsa y la levanta hacia el sol. Sus dedos se hunden en la bolsa llena de agua hasta topar con el bolso.

—Estamos buscando dos cadáveres y tú te contentas con un puto bolso —se queja Gunnarsson.

La luz atraviesa la bolsa y una sombra amarilla ilumina la frente de Joona, quien descubre unas manchitas de color marrón oscuro en la parte inferior. Es sangre. Está convencido de que es sangre.

—Hay sangre —dice Joona—. Eso es lo que ha notado la perra, mezclado con el olor del alce…, por eso no sabía cómo marcarlo.

Joona vuelve a girar la bolsa pesada y fría. Dentro, el bolso gira a su vez con pereza, removiendo de nuevo el agua.

71

Joona está delante de las verjas cerradas del garaje de la policía en el gran polígono industrial de la calle Bergsgatan, en Sundsvall. Quiere hablar con los técnicos y echarle un vistazo al bolso de la represa, pero nadie le coge el teléfono ni responde al interfono. Las instalaciones que hay al otro lado de las altas verjas parecen desiertas, el aparcamiento está vacío y todas las puertas cerradas.

Joona se mete en el coche y se va a la comisaría de la calle Storgatan, donde se encuentra Gunnarsson. En la escalera se cruza con Sonja Rask. Va vestida de civil, lleva el pelo mojado porque acaba de darse una ducha, se ha maquillado un poco y parece contenta.

—Hola —dice Joona—. ¿Está Gunnarsson arriba?

—Que le den —responde ella haciendo una mueca de cansancio—. El muy estúpido no para de sentirse amenazado y cree que estás intentando quitarle el puesto.

—Sólo soy un observador.

Los ojos oscuros de Sonja lo miran con brillo.

—Sí, he oído que te metiste derechito en el agua y buceaste hasta el coche.

—Sólo quería mirar —sonríe Joona de vuelta.

Ella se ríe y le toca el brazo, pero luego con un gesto de timidez se apresura a bajar por la escalera.

Joona sigue subiendo. En la salita del café de la comisaría está puesta la radio, como de costumbre. Alguien habla con desgana por teléfono y a través de unas puertas de cristal Joona puede ver a una docena de personas reunidas en torno a una gran mesa. Gunnarsson la preside desde una punta. Joona se acerca a la puerta. Una de las mujeres que están dentro se topa con su mirada y niega con la cabeza, pero Joona aprieta la manija de todos modos y entra en la sala.

—Me cago en… —murmura Gunnarsson cuando lo ve.

—Tengo que examinar el bolso de Vicky Bennet —dice Joona de forma escueta.

—Estamos en medio de una reunión —dice Gunnarsson en tono tajante y luego vuelve a dirigir la mirada a sus papeles.

—Lo tienen los técnicos de la calle Bergsgatan —aclara Rolf un poco abrumado.

—No hay nadie —dice Joona.

—Ríndete, cojones —suelta Gunnarsson—. El caso está cerrado y por lo que a mí respecta los de Asuntos Internos podrían joderte hoy mismo.

Joona asiente en silencio y abandona la comisaría, regresa al coche y luego se queda sentado un rato antes de poner rumbo al hospital de Sundsvall. Está intentando aclarar qué es lo que de verdad le preocupa de los asesinatos del Centro Birgitta.

«Vicky Bennet —piensa—. La niña buena que a lo mejor no era siempre tan buena. Vicky Bennet les destrozó la cara a una madre y a su hijo con una botella rota.»

Quedaron gravemente desfigurados, pero ni solicitaron ayuda médica ni lo denunciaron a la policía.

Antes de que Vicky se ahogara era sospechosa de dos homicidios muy violentos.

Todo apunta a que había planeado el crimen del centro, esperó la noche adecuada, asesinó a Elisabet con un martillo para quitarle las llaves, volvió al edificio principal, abrió la puerta del cuarto de aislamiento y mató a Miranda.

Lo curioso es que Nålen afirma que Miranda fue asesinada con una piedra.

¿Por qué iba Vicky a dejar el martillo en su cuarto y salir a por una piedra?

Joona ha pensado varias veces que su viejo amigo podría estar equivocado. Es una de las razones por las que ha preferido esperar antes de comentárselo a nadie. Nålen tendrá que presentar por cuenta propia su teoría cuando termine el informe.

La otra singularidad es que Vicky durmiera en su cama después de cometer el crimen.

Holger Jalmert había dicho que la observación de Joona era interesante, pero imposible de demostrar.

Sin embargo, Joona tiene la certeza de que alguien limpió o arrastró la sangre fresca con las sábanas y que una hora más tarde la sangre del brazo de Vicky dejó un rastro pegajoso cuando la chica cambió de postura.

Sin testigos, lo más seguro es que Joona nunca obtenga una respuesta.

Ha leído el acta del Centro Birgitta y la última anotación que Elisabet Grim hizo el viernes antes de acostarse, pero no hay nada en las breves observaciones que augure el giro tan violento que tomó luego la noche.

Las alumnas no han visto nada.

Nadie conocía a Vicky Bennet.

Joona ha decidido intentar mantener una conversación con el asistente, Daniel Grim.

El intento vale la pena, aunque molestar a una persona en pleno luto no es algo que le resulte nada sencillo. Pero, por lo que parece, Daniel Grim es la persona a la que las chicas le tienen más confianza y si hay alguien que pueda entender lo que ha pasado probablemente sea él.

Joona saca sin prisa el teléfono móvil, siente una punzada de dolor en el hombro y marca el número mientras piensa en el asistente cuando llegó al centro, en el esfuerzo de Daniel Grim por mantener la entereza frente a las chicas. Pero cuando comprendió que Elisabet estaba muerta su cara quedó descompuesta por el dolor.

El médico define su estado de
shock
como arousal, un estado de fuerte estrés que puede afectar gravemente a la memoria durante cierto tiempo.

—Clínica psiquiátrica, Rebecka Stenbeck —responde una mujer después de cinco tonos.

—Me gustaría hablar con un paciente… Se llama Daniel Grim.

—Un momento.

Joona oye los dedos de la mujer picando teclas.

—Lo siento, pero el paciente no puede recibir llamadas —dice.

—¿Quién lo decide?

—El médico responsable —contesta la mujer fríamente.

—¿Me puede pasar con él?

Se oye un tintineo y luego empiezan a sonar los tonos otra vez.

—Rimmer.

—Me llamo Joona Linna, soy comisario de la policía judicial —se presenta—. Es muy importante que pueda hablar con un paciente llamado Daniel Grim.

—Eso es algo que queda descartado —responde en seguida Rimmer.

—Estamos investigando un doble homicidio y…

—Nadie puede saltarse mi decisión y poner en riesgo la rehabilitación del paciente.

—Entiendo que para Daniel Grim todo esto sea realmente difícil, pero prometo que…

—Mi evaluación… —lo interrumpe Carl Rimmer en tono amable—. Mi evaluación es que el paciente mejorará y que la policía pronto podrá interrogarlo.

—¿Cuándo?

—Dentro de un par de meses, me atrevería a decir.

—Pero yo tengo que hablar con él ahora, con unos minutos me basta —intenta Joona.

—Como médico suyo tengo que decirle que no —responde Rimmer con autoridad—. Parece estar muy afectado por el interrogatorio que le hizo su compañero.

72

Flora vuelve a toda prisa a casa cargada con las bolsas de la compra. El cielo está oscuro, pero las farolas de la calle aún no se han encendido. Cuando piensa en su llamada a la policía siente un nudo en el estómago. Después de que la despacharan de aquella manera se quedó un rato sentada con la cara roja de vergüenza. La policía le había dicho que la podían castigar por decir mentiras, pero aun así volvió a coger el teléfono y llamó otra vez para hablar del arma homicida. Desde entonces no se ha podido quitar de la cabeza esa segunda conversación.

—Policía —respondió la mujer que instantes antes le había dado el aviso.

—Me llamo Flora Hansen —dijo Flora y tragó saliva—. Acabo de llamar…

—Sobre las muertes en Sundsvall —dijo serena la mujer.

—Sé dónde está el arma homicida —mintió.

—¿Es consciente de que voy a ponerle una denuncia, Flora Hansen?

—Soy médium, he visto el cuchillo ensangrentado, está en el agua… En un agua oscura y brillante, es todo lo que vi, pero… a cambio de dinero puedo entrar en trance y señalar el lugar exacto.

—Flora —dijo muy seria la mujer policía—. En los próximos días se le notificará que es culpable de un delito y la policía…

Flora colgó el teléfono.

Pasa por delante del pequeño colmado
halal
, se detiene y mira en la basura en busca de botellas vacías, continúa hasta el portal, ve que la cerradura está rota y empuja la puerta para entrar en la finca.

El ascensor se ha quedado en el sótano. Empieza a subir a pie por la escalera hasta la segunda planta, abre la puerta con llave, se mete en el recibidor y acciona el interruptor de la lámpara del techo.

Se oye el chasquido del botón, pero la luz sigue apagada.

Flora deja las bolsas en el suelo, cierra la puerta, se quita los zapatos y, cuando se agacha para apartarlos, se le eriza el vello de los brazos.

De pronto nota que el piso está frío.

Saca el recibo de la compra y el cambio del monedero y avanza a oscuras hacia la sala de estar.

Puede vislumbrar el sofá, la butaca, la pantalla negra del televisor. Huele a polvo eléctrico, a circuito recalentado.

Sin cruzar el umbral de la puerta alarga el brazo y busca a tientas el interruptor pasando la mano por el empapelado de la pared.

No ocurre nada cuando le da al botón.

—¿Hay alguien en casa? —susurra.

El suelo cruje y una taza de té tintinea sobre el platillo.

Alguien se mueve en la oscuridad y la puerta del baño se cierra.

Flora sigue a la sombra.

La alfombra de plástico bajo sus pies está fría, como si hubiesen ventilado el piso demasiado rato en un día de invierno. Justo cuando Flora estira la mano para abrir la puerta del lavabo recuerda que Ewa y Hans-Gunnar no iban a estar en casa esta tarde. Habían quedado en la pizzería para celebrar el cumpleaños de un amigo. A pesar de comprender que no hay nadie en el cuarto de baño, su mano completa el movimiento y abre la puerta.

Bajo la sombra gris que refleja el espejo ve algo que la hace contener el aliento y retroceder un paso.

En el suelo, entre la bañera y la taza del váter, hay una criatura. Una niña que se está tapando los ojos con las manos. A su lado hay un charco oscuro de sangre, y en los bordes blancos de la bañera, en las paredes de linóleo y en la cortina de ducha hay salpicaduras de color rojo.

Flora tropieza con la manguera de la aspiradora, extiende bruscamente el brazo y tira al suelo el relieve de escayola de Copenhague pintado por Ewa, cae de espaldas y se golpea la cabeza contra el suelo del pasillo.

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