Joona sabe que la fiscal lo está vigilando, que no puede entrometerse, pero no le gusta cómo se está desarrollando la situación. Ante lo sucedido ya no habrá más interrogatorios hasta después del proceso de encarcelamiento. Habría sido mejor esperar a concluir todos los interrogatorios y a tener los resultados del Laboratorio Estatal de Criminología antes de llevar a cabo el proceso judicial. Pero Susanne Öst ha decidido arrestar a la chica y está empecinada en presentar una petición de prisión provisional mañana mismo.
Si Saga Bauer hubiese tenido un poco más de tiempo, Vicky Bennet le habría contado toda la verdad. Ahora lo que tienen es una confesión que se puede considerar más que provocada.
«Pero mientras las pruebas técnicas sean inequívocas quizá tampoco tenga la menor relevancia», piensa Joona y sale de la habitación donde Vicky está durmiendo.
Cruza el pasillo y percibe el fuerte olor de alcohol desinfectante que sale de una puerta abierta.
Hay algo en este caso que lo tiene preocupado. Si se olvida por un momento de la piedra, en realidad no tiene ningún problema en imaginarse claramente la secuencia de los hechos. Encajan entre sí, pero están lejos de conformar una trama sólida. Siguen flotando en un latente mundo de sombras. Los acontecimientos siguen siendo transparentes y cambiantes.
Necesitaría todo el material, los informes de las autopsias, los de los técnicos y los exhaustivos resultados del laboratorio.
¿Por qué Miranda estaba tumbada tapándose la cara con las manos?
Recuerda el aspecto de la habitación ensangrentada, pero para profundizar en la secuencia de los hechos tendría que estudiar los informes sobre la escena del crimen.
Susanne Öst se acerca a los ascensores y se pone al lado de Joona. Se saludan con la cabeza y la fiscal parece satisfecha.
—Ahora todo el mundo me odia porque he sido un poco dura —dice mientras entra en el ascensor y aprieta el botón—. Pero una confesión tiene mucho peso, aunque desate algunas protestas.
—¿Qué te parecen las pruebas técnicas? —pregunta Joona.
—Tan evidentes que escojo el segundo grado más alto de sospecha.
El ascensor se abre en la planta baja y salen juntos.
—¿Quieres que le eche un vistazo al informe? —preguntó Joona parando de golpe.
Susanne lo mira extrañada y al cabo de unos segundos de duda responde:
—En realidad no hace falta.
—Genial —dice Joona y empieza a alejarse.
—¿Crees que podría haber fisuras? —pregunta la fiscal acelerando el paso para seguir al comisario.
—No —respondió Joona.
—Debería tener el informe de la escena del crimen por aquí —dice Susanne Öst abriendo su macuto.
Joona cruza las puertas de cristal y a sus espaldas oye a la fiscal hurgando entre papeles y después sus zapatos correteando por el suelo. El comisario ya ha llegado a su coche cuando Susanne lo alcanza.
—Te estaría eternamente agradecida si le pudieras echar un vistazo hoy mismo —le pide la fiscal recuperando el aliento y entregándole un archivador de piel—. Te pongo también algunos resultados preliminares del laboratorio y las causas de la muerte extraídas de los informes forenses.
Joona se encuentra con su mirada, asiente con la cabeza y deja caer el archivador sobre el asiento del copiloto antes de arrancar el coche.
Joona está solo en un rincón de Il Caffè leyendo las copias que le ha entregado Susanne Öst. Su forma de provocar a Vicky en el interrogatorio ha sido un grave error.
Le cuesta creer que la chica se llevara a Dante adrede, no se corresponde con la imagen que tiene de ella, pero por alguna razón mató a Miranda y a Elisabet.
¿Por qué?
Joona abre la carpeta y piensa que entre aquellas hojas podría hallar la respuesta.
¿Por qué Vicky se vuelve tan agresiva y exageradamente violenta?
No puede tratarse sólo de la medicina.
No la había probado hasta que llegó al Centro Birgitta.
Joona sigue hojeando los documentos.
Las escenas del crimen y los sitios en los que hay pistas son espejos que reflejan al homicida. Las salpicaduras de sangre en las paredes y el suelo esconden fragmentos del móvil, igual que los muebles volcados, las huellas de botas y las posiciones de los cadáveres. Seguramente Nathan Pollock diría que tener buen oído para escuchar la escena del crimen puede ser mucho más importante que conseguir buenas huellas. Porque el homicida siempre les otorga unas funciones específicas tanto a la víctima como al lugar. La víctima juega un papel concreto en el drama interior del asesino y el lugar puede interpretarse como un plató con escenografía y atrezo. Muchas cosas pueden ser meras casualidades, pero siempre hay elementos que pertenecen al drama interior y que se pueden vincular al móvil.
Joona Linna lee por primera vez el informe sobre las escenas de los dos homicidios. Se entretiene un buen rato en la documentación, las huellas y el análisis científico.
La policía ha hecho un trabajo ejemplar, mucho más detallado de lo que cabría exigir.
Un camarero con gorro de lana se acerca por el pasillo con una gran taza de café en una bandeja, pero Joona está tan sumido en sus pensamientos que no se da cuenta. En la mesa de al lado hay una chica con un
piercing
en el labio que le dice sonriendo al chico que ella confirma que ha visto a Joona pedir el café.
A pesar de que las respuestas del Laboratorio Estatal de Criminología no aparecen en el informe, Joona entiende que los resultados son inequívocos: las huellas dactilares pertenecen a Vicky Bennet. En el dictamen pericial se ha considerado el nivel más alto de fiabilidad de las pruebas: grado + 4.
No hay nada en el análisis científico que contradiga lo que él mismo observó en el lugar del crimen, a pesar de que muchas de sus observaciones no aparezcan en el documento, como por ejemplo que la sangre cada vez más coagulada había sido esparcida por las sábanas durante más de una hora. El informe tampoco habla de cómo las salpicaduras en la pared del fondo cambiaban de ángulo después del tercer golpe.
Joona alarga la mano, coge la taza, da un sorbo y vuelve a estudiar las fotografías. Pasa sin prisa una imagen tras otra y las observa concentrado. Después escoge dos fotos de la habitación de Vicky Bennet, dos del cuarto de aislamiento donde habían hallado a Miranda Ericsdotter y dos de la antigua destilería donde habían encontrado a Elisabet Grim. Aparta la taza y todo lo demás en la mesa y expone las seis fotos sobre la superficie vacía. Se levanta e intenta mirarlas todas a la vez para descubrir pautas nuevas e inesperadas.
Al cabo de un rato les da la vuelta a todas las imágenes excepto a una. Observa detenidamente la última fotografía y trata de volver a la habitación. Se deja llevar por las sensaciones y los olores. En la foto se ve el cuerpo delgado de Miranda Ericsdotter. Está tumbada en la cama con sus braguitas blancas de algodón y con las manos sobre la cara. El flash de la cámara resalta el blanco de la piel y las sábanas. La sangre de su cabeza destrozada ha dejado una mancha oscura en la sábana.
De repente Joona ve algo inesperado.
Da un paso atrás y la taza vacía cae directamente al suelo.
La chica del
piercing
sonríe sin levantar la cabeza.
Joona se inclina sobre la foto de Miranda. Está pensando en la visita que le hizo a Flora Hansen. Se había enfadado consigo mismo por haber perdido el tiempo yendo a verla. Cuando se marchaba, ella lo había perseguido por el pasillo insistiendo en que había visto a Miranda y que había hecho un dibujo del fantasma. Había intentado enseñárselo, pero se le había caído cuando él le apartó la mano. La hoja planeó en silencio hasta el suelo. Los ojos de Joona habían mirado un instante el infantil dibujo antes de salir por la puerta.
Ahora que vuelve a ver la fotografía del cuerpo cuidadosamente colocado de Miranda intenta recordar lo que Flora Hansen había dibujado. Estaba hecho en dos fases. Primero había trazado un simple muñeco de palo y luego le había ensanchado las extremidades y las había rellenado. La chica del dibujo tenía el perfil muy grueso en algunas partes, mientras otras zonas del cuerpo habían quedado muy finas. La cabeza era desproporcionadamente grande. La boca recta sólo se podía intuir, dado que la niña se estaba tapando la cara con sus manos esqueléticas. El dibujo coincidía bastante con lo que habían descrito los medios de comunicación.
Lo que la prensa no sabía era que Miranda había sido golpeada en la cabeza y que una vez tumbada la sangre había dejado una mancha en la cama. No se había publicado ninguna imagen de la escena del crimen. La prensa había hablado de las manos sobre la cara, habían especulado al respecto, pero no sabían nada acerca de las heridas en la cabeza. El caso estuvo envuelto en un halo de secretismo hasta que la fiscal había presentado la petición de prisión provisional.
—Te acabas de dar cuenta de algo importante, ¿verdad? —pregunta la chica de la otra mesa.
Joona se topa con sus ojos brillantes y asiente en silencio antes de volver a mirar la fotografía de la mesa.
De lo que se ha dado cuenta mientras contempla de nuevo la foto de Miranda es que Flora había dibujado un corazón al lado de la cabeza de la chica, justo donde se había formado la mancha de sangre en la realidad.
Del mismo tamaño, en el mismo sitio.
Era como si Flora realmente hubiese visto a Miranda en la cama.
Podría tratarse de una simple coincidencia, por supuesto, pero si recuerda bien el dibujo de Flora el parecido era sorprendente.
Las campanas de la iglesia de Gustav Vasa doblan con energía cuando Joona se encuentra con Flora Hansen, delante de la tienda de Antigüedades Carlén en la calle Upplandsgatan. Tiene un aspecto miserable, parece agotada y enferma. Un moratón grande y pálido le cubre la mejilla. Tiene los ojos cansados y oscurecidos. Al lado de la tienda hay una puerta más pequeña con un cartel que anuncia una sesión de espiritismo.
—¿Has traído el dibujo? —pregunta Joona.
—Sí —responde ella girando la llave en la puerta.
Bajan por la escalera hasta el sótano. Flora enciende las lámparas del techo con total familiaridad y entra en el cuarto de la derecha que tiene una ventanita junto al techo.
—Siento mucho haberte mentido —dice Flora buscando en su bolso—. No noté nada con el llavero, pero…
—¿Me dejas ver el dibujo?
—Vi a Miranda —dice ella entregándole la hoja—. No creo en los fantasmas, pero… ella estaba allí.
Joona desdobla el papel y mira por segunda vez el infantil dibujo. Parece una chica tumbada de espaldas. Se está tapando la cara con las manos y tiene el pelo despuntando en todas direcciones. No hay ni cama ni muebles. Joona no se equivocaba. Junto a la cabeza de la chica hay un corazón oscuro, en el mismo sitio donde la sangre de Miranda había sido absorbida por la sábana bajera y el colchón.
—¿Por qué dibujaste este corazón?
Mira a Flora, que baja la mirada y se pone roja.
—No lo sé, ni siquiera recuerdo haberlo hecho… Estaba asustada y temblando.
—¿Has vuelto a ver al fantasma?
Ella asiente con la cabeza y se ruboriza aún más.
Joona intenta comprender la situación. ¿Ha podido Flora llegar hasta allí por pura suerte? Si lo de la piedra no era más que otra de sus cartas tenía que haberse dado cuenta de que había dado en el blanco.
No era difícil saber interpretar las reacciones.
Y si acertaba con la piedra, en realidad era bastante lógico dar por hecho que Miranda había sido golpeada en la cabeza y que había sangre en la cama.
«Pero Flora no ha dibujado sangre, sino un corazón —pensó Joona—. Y eso no encaja si está mintiendo otra vez. No encaja. Tiene que haber visto alguna cosa. Es como si hubiera visto una imagen muy borrosa o muy breve de Miranda en la cama y luego hubiera dibujado lo que recordaba sin pensarlo demasiado.»
La imagen de Miranda con la mancha de sangre le había llamado la atención.
Se sentó y se puso a dibujar lo que había visto. Recordaba el cuerpo tumbado con las manos en la cara y que tenía algo oscuro junto a la cabeza.
Una mancha.
Cuando hizo el dibujo interpretó esa mancha como un corazón. Nunca se planteó la relación ni la lógica.
Joona sabe que Flora se hallaba muy lejos del Centro Birgitta cuando se cometieron los crímenes y que no hay nada que la vincule ni con lo sucedido ni con las víctimas.
Vuelve a mirar el dibujo y piensa en una nueva posibilidad: a lo mejor Flora se ha enterado de algo hablando con alguien que sí estuvo allí.
Quizá un testigo de los asesinatos le haya contado lo que tenía que dibujar.
Un testigo infantil que interpretó la sangre como un corazón.
En ese caso, las habladurías de Flora de que había visto un fantasma sólo serían una forma de proteger la identidad del testigo.
—Me gustaría que intentaras ponerte en contacto con el fantasma —dice Joona.
—No, no puedo…
—¿Cómo sueles hacerlo?
—Lo siento, pero no puedo hacerlo —dice Flora serena.
—Tienes que preguntarle al fantasma si vio lo que pasó.
—No quiero —susurra—. Ya no puedo más.
—Te pagaré —dice Joona.
—No quiero el dinero, sólo quiero que creas en lo que he visto.
—Lo hago —dice él.
—Sinceramente, ya no estoy segura de nada, pero creo que no estoy loca.
—Yo tampoco creo que estés loca —responde él en tono serio.
Flora lo mira y se seca las lágrimas de las mejillas. Después mira al vacío y traga saliva.
—Podemos probar —dice en voz baja—. Pero la verdad es que no creo en…
—Inténtalo.
—Puedes esperar ahí dentro —dice ella señalando el cuartito contiguo—. Por lo que parece, Miranda sólo viene cuando estoy sola.
—Entiendo —dice Joona, se levanta y se aleja.
Flora observa inmóvil al comisario mientras cierra la puerta. Cuando el hombre se sienta en la silla que hay fuera, en la cocina, suena un crujido de madera vieja y luego todo queda en silencio. No se oye nada, ni siquiera un coche o un perro ladrando, tampoco en la pequeña estancia en la que está esperando el comisario.
Hasta ahora Flora no se había dado cuenta de lo cansada que se sentía.
No sabe qué hacer. ¿Debería poner velas y prender incienso? Se queda donde está, cierra los ojos un rato y después mira el dibujo.