La erupción volcánica más conocida de la historia de Occidente fue la del Vesubio en el año 79 d. de JC. El Vesubio es un volcán con una altura aproximada de 1,28 kilómetros (0,8 millas) situado a unos 15 kilómetros (10 millas) al este de Nápoles. En los tiempos antiguos no se sabía que era un volcán por haber permanecido inactivo durante todo el tiempo recordado por los seres humanos. De pronto, el 24 de agosto del año 79 d. de JC estalló. El río de lava y las nubes de humo, vapores y gases nocivos destruyeron totalmente las ciudades de Pompeya y Herculano, situadas en las laderas del sur. Este incidente, por haber sucedido durante el apogeo del Imperio Romano, haber sido descrito dramáticamente por Plinio
el Joven
(cuyo tío, Punió
el Viejo
murió a causa de la erupción cuando intentaba contemplar más de cerca el desastre), y porque las excavaciones de las ciudades enterradas, que se iniciaron en 1709, revelaron una comunidad romana suburbana cuyas actividades cotidianas quedaron como en suspenso, interrumpidas de repente, se ha convertido en el
epítome
de las erupciones volcánicas. Sin embargo, fue un hecho de poca importancia en cuanto concierne a destrucción.
Por ejemplo, Islandia es especialmente volcánica por su situación en el
Mid-Oceanic Ridge,
precisamente entre los límites de la plataforma norteamericana y la plataforma euroasiática. Y, en efecto, está en régimen de separación a medida que el suelo del océano Atlántico sigue espaciándose
[47]
.
En 1783, el volcán Laki, en el centro de la zona meridional de Islandia, a 190 kilómetros (120 millas) al este de Rejkiavick, la capital islandesa, inició su erupción. Durante un período de dos años, la lava cubrió una zona de 580 kilómetros cuadrados (220 millas cuadradas). El daño directo causado por la lava fue menor, pero las cenizas volcánicas se esparcieron ampliamente y hasta muy lejos, llegando hasta Escocia, 800 kilómetros (500 millas) al sudeste, en cantidades suficientes para arruinar las cosechas de aquel año.
Dentro de Islandia, la ceniza y los humos mataron las tres cuartas partes de todos los animales domésticos y convirtieron en estéril, por lo menos temporalmente, la poca tierra de labor de la isla. Como resultado de ello, una quinta parte de la población de la isla, 10.000 personas, murieron de hambre o de enfermedad.
Las consecuencias pueden ser mucho peores en centros de población más densa. Examinemos el volcán Tambora, en la isla indonésica Sumbawa, situada al este de Java. En 1815, Tambora tenía una altura de 4 kilómetros (2,5 millas). El día 7 de abril del mismo año, sin embargo, la lava consiguió filtrarse e hizo estallar el último kilómetro del volcán. En esa erupción se descargaron quizá 150 kilómetros cúbicos (36,5 millas cúbicas) de materia, el mayor volumen conocido de materia arrojada a la atmósfera de los tiempos modernos
[48]
. La lluvia directa de rocas y cenizas mató a 12.000 personas y la destrucción de los cultivos y los animales domésticos provocó la muerte por hambre de 80.000 personas más en Sumbawa y Lombok, una isla próxima.
En el hemisferio occidental, la erupción más horrible de los tiempos históricos se produjo el 8 de mayo de 1902. El Monte Pelee, en el extremo noroeste de la Martinica, isla del Caribe, había estado emitiendo ruidos subterráneos anteriormente, pero ese día estalló en una gigantesca explosión. Un río de lava y una nube de gas ardiente se deslizaron a gran velocidad por las pendientes del volcán, cubriendo la ciudad de St. Pierre y destruyendo su población. Murieron unas 38.000 personas. (Un hombre de la ciudad, encarcelado en una prisión subterránea, sobrevivió.)
Sin embargo, la mayor explosión de los tiempos modernos se produjo en la isla de Krakatoa. No se trataba de una isla grande, con una área de 45 kilómetros cuadrados (18 millas cuadradas), algo menor que Manhattan. Está situada en el estrecho de la Sonda, entre Sumatra y Java, 840 kilómetros (520 millas) al oeste de Tamboro.
El Krakatoa no parecía especialmente peligroso. En 1680, había habido una erupción, pero de escasa importancia. El 20 de mayo de 1883, se registró una considerable actividad, pero cesó sin haber causado mucho daño, y continuó después emitiendo cierto rugido profundo. De pronto, a las 10 de la mañana del 27 de agosto, se produjo una tremenda explosión que destruyó virtualmente la isla. Al espacio tan sólo fueron arrojados unos 21 kilómetros cúbicos (5 millas cúbicas) de materia, mucho menos que la cifra probablemente exagerada de la erupción de Tamboro, hacía sesenta y tres años, pero la materia fue arrojada con una fuerza mucho más poderosa.
La ceniza se esparció sobre una área de 800.000 kilómetros cuadrados (300.000 millas cuadradas) y oscureció las regiones vecinas durante dos días y medio. El polvo llegó a la estratosfera y se desparramó por toda la Tierra, dando lugar a unas puestas de sol espectaculares durante un par de días. El ruido de la explosión se oyó, hasta distancias de millares de millas, sobre una parte del Globo estimado en un 1/13, y la fuerza de la explosión fue veintiséis veces la fuerza de la mayor bomba H que se haya hecho estallar jamás.
La explosión levantó un
tsunami
(variedad de maremoto) que barrió las islas vecinas y que se hizo sentir menos catastróficamente sobre todo el océano. Todas las formas de vida en Krakatoa quedaron destruidas, y el
tsunami,
al embestir los puertos en donde alcanzó alturas de hasta 36 metros (120 pies) destruyó ciento sesenta y tres pueblos y mató cerca de 40.000 personas.
La explosión del Krakatoa ha sido considerada la catástrofe más terrible que se ha conocido en los tiempos históricos, pero, según se ha sabido después, eso es un error. Existió otra mayor.
En la parte meridional del mar Egeo, está situada la isla de Thera, a unos 230 kilómetros (140 millas) al sudeste de Atenas. Tiene forma de media luna, con su parte abierta mirando al oeste. Entre los dos cuernos hay dos islas pequeñas. El conjunto parece ser el círculo de un gran cráter volcánico, y eso es precisamente. La isla de Thera es volcánica y sufre numerosas erupciones, pero excavaciones recientes han demostrado que aproximadamente en el año 1470 a. de JC la isla era mucho mayor de lo que es ahora y centro de una rama floreciente de la civilización minoica que tenía su centro en la isla de Creta, a 105 kilómetros (70 millas) al sur de Thera.
Sin embargo, aquel año Thera explotó como Krakatoa haría treinta y tres siglos más tarde, pero con una fuerza cinco veces superior. También en Thera quedó todo destruido, pero el
tsunami
que se produjo (que alcanzó alturas de 50 metros en algunos puertos) asoló Creta, causando tal destrucción que arruinó la civilización minoica
[49]
. Tuvieron que transcurrir casi un millar de años antes de que la civilización griega elevara la cultura de esa zona hasta el nivel que había alcanzado antes de la explosión.
Indudablemente, la explosión de Thera no mató tanta gente como las de Krakatoa o Tamboro, porque la Tierra no estaba tan poblada en esas épocas. Sin embargo, la explosión de Thera tiene la triste distinción de ser la única erupción volcánica que ha destruido no solamente una ciudad o un grupo de ciudades, sino una civilización entera.
La explosión de Thera presenta otra diferencia, extremadamente romántica. Los egipcios registraron los datos de aquella explosión, quizá de una forma algo confusa
[50]
, y un millar de años más tarde, los griegos conocieron el hecho a través de esos informes y probablemente tergiversaron todavía más la versión. Las historias se dan a conocer en dos de los
Diálogos
de Platón.
Platón (427-347 a. de JC) no trató de ser rigurosamente histórico al contarlo, puesto que utilizaba la historia para moralizar. Al parecer, no podía creer que en el mar Egeo, en donde quedaban unas pequeñas islas sin importancia, hubiera podido existir la gran ciudad de la que hablaban los egipcios. Por tanto, la situó en el lejano oeste, en el océano Atlántico, y llamó Atlántida a la ciudad destruida. Como resultado, desde aquel momento muchas personas creyeron que el océano Atlántico era el lugar de un continente hundido. El descubrimiento de la Meseta del Telégrafo parecía dar verosimilitud a la teoría, pero, naturalmente, el descubrimiento del
Mid-Oceanic Ridge
destruyó esa creencia.
Además, la sugerencia de Seuss de los puentes de tierra oceánicos y la elevación y descenso de vastas áreas de terreno, estimuló más todavía a los creyentes en un «continente perdido». No sólo se imaginó la existencia real de la Atlántida en el pasado, sino también la existencia de continentes similares hundidos en los océanos Pacífico e índico, llamados Lemuria y Mu. Seuss estaba equivocado, y, en cualquier caso, hablaba de acontecimientos ocurridos hace centenares de millones de años, mientras que los entusiastas creyeron que el fondo del océano había estado haciendo cabriolas hace tan sólo unas decenas de millares de años.
Las plataformas tectónicas han puesto punto final a toda esa cuestión. No existen continentes hundidos en ningún océano, aunque los que creen en un continente perdido, estamos seguros, continuarán insistiendo en ese absurdo.
Hasta hace poco tiempo, los científicos (entre los que me incluyo) sospechaban que el relato de Platón era por completo ficticio, con el propósito de moralizar. Estábamos equivocados. Algunas de las descripciones de Platón sobre la Atlántida, concuerdan con las excavaciones de Thera, así que la historia debe de haberse basado en la auténtica destrucción de una ciudad por una catástrofe repentina, pero tan sólo una ciudad en una isla pequeña, y no un continente.
Sin embargo, a pesar del daño que los volcanes puedan causar en las peores condiciones, queda otro efecto de las plataformas tectónicas que podrían resultar todavía más desastrosos.
El plegamiento o la separación de las plataformas tectónicas no siempre se lleva a cabo con suavidad. De hecho, es de esperar cierta resistencia friccional.
Imaginemos que dos plataformas se mantienen unidas bajo enormes presiones. El contorno es desigual, con una profundidad de millas, y los bordes de las plataformas son de roca áspera. El movimiento empuja una de ellas hacia el norte, por ejemplo, mientras que la otra es estacionaria o presiona hacia el sur. O es posible también que una plataforma se alce, mientras que la otra permanece estacionaria o está hundiéndose.
La enorme fricción de los bordes de las plataformas impide su movimiento, durante cierto tiempo por lo menos, pero la fuerza que impulsa el movimiento de las plataformas aumenta a medida que la circulación lenta del manto separa las plataformas en algunos lugares. El alzamiento de la roca licuada y la expansión del suelo marino ejercen un empuje continuo, repetido, que en algunos lugares presiona una plataforma contra otra. Quizá tarde años, pero esa fricción es vencida antes o después, y las plataformas se desplazan, frotándose una contra otra, solamente unos centímetros quizá (o pulgadas), o acaso algunos metros (o yardas). La presión cede entonces y las plataformas quedan asentadas para otro período incierto de tiempo hasta el siguiente movimiento.
Cuando tiene lugar el movimiento de las plataformas, la Tierra vibra y se produce un «terremoto». En el transcurso de un siglo es frecuente que dos plataformas se muevan una contra otra, a poca distancia y al mismo tiempo, y los temblores pueden ser débiles. Pero si esas plataformas se mantienen fuertemente unidas y durante un siglo no sucede nada, de repente pueden soltarse y su movimiento acumula toda la potencia que no repartió en esos cien años produciendo un gigantesco temblor. Como es normal, la misma energía liberada durante un siglo casi no produce daños, pero liberada a gran pregón en un corto período de tiempo puede dar lugar a un cataclismo.
Puesto que los terremotos o los volcanes se originan a lo largo de las fallas, las quiebras en donde las dos plataformas se encuentran, las mismas regiones en donde se hallan los volcanes suelen experimentar los terremotos. Sin embargo, de los dos fenómenos, los terremotos son los más peligrosos. Las erupciones de lava se producen en puntos determinados, en los volcanes, enormes y fácilmente reconocibles. Por lo general, el desastre suele quedar confinado en una zona pequeña y es raro que se produzcan el
tsunami
o las grandes capas de ceniza. En cambio, los terremotos pueden centrarse en cualquier lugar a lo largo de una falla que puede alcanzar una longitud de varios centenares de kilómetros.
Los volcanes suelen avisar previamente. Aun cuando la cima de un volcán estalle de repente, con anterioridad siempre hay ruidos precursores o emisión de cenizas y de humo. Por ejemplo, en el caso de Krakatoa existieron señales de actividad durante tres meses antes de la súbita explosión. En cambio, los terremotos suelen ocurrir con sólo el más sutil de los avisos.
Mientras que las erupciones volcánicas casi siempre se localizan y se desarrollan dando tiempo suficiente para que la gente pueda escapar, un terremoto suele acabar en cinco minutos y durante esos cinco minutos puede quedar afectada una gran zona. Los temblores de tierra no son peligrosos en sí mismos (aunque pueden asustar terriblemente), pero suelen derribar los edificios, de modo que la gente muere entre las ruinas. En los tiempos actuales, pueden abrir grietas en los diques y producen terribles inundaciones, destrozar cables eléctricos y provocar incendios, y resumiendo, causar muchos daños en las propiedades.
El terremoto más conocido en nuestra historia moderna occidental ocurrió el 1 de noviembre de 1755. El epicentro se hallaba justamente frente a la costa de Portugal y seguramente fue uno de los tres o cuatro terremotos más fuertes que se han conocido. Lisboa, la capital de Portugal, recibió el mayor impacto del temblor y se derrumbaron todas las casas de la parte baja de la ciudad. El temblor bajo el agua alzó entonces un
tsunami
que barrió el puerto y completó la ruina. Murieron 60.000 personas y la ciudad se allanó como si hubiera caído en ella una bomba de hidrógeno.
El impacto fue percibido en una área superior a los tres millones y medio de kilómetros cuadrados (un millón y medio de millas cuadradas), produciendo daños importantes en Marruecos, así como en Portugal. Como era el día de Todos los Santos, la gente asistía a los cultos y todas las personas de la Europa meridional que estaban en las iglesias vieron bailar y balancearse los candelabros y las lámparas.