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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

Las amenazas de nuestro mundo (30 page)

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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El terremoto más famoso de la historia de Norteamérica ocurrió en San Francisco. Esta ciudad se encuentra situada en el límite entre la plataforma del Pacífico y la plataforma de Norteamérica. El límite se extiende a todo lo largo al oeste de California y es llamado la falla de San Andrés. A todo lo largo de la falla y sus ramificaciones se producen frecuentes temblores, normalmente suaves, pero algunas veces trozos de la falla quedan apresados y cuando se liberan, transcurridas muchas décadas, los resultados son devastadores.

A las cinco horas y trece minutos del día 18 de abril de 1906, la falla cedió en San Francisco, y los edificios se derrumbaron. Se inició un incendio que se mantuvo durante tres días hasta que la lluvia lo apagó. Quedaron arrasadas cuatro millas cuadradas del centro de la ciudad. Murieron unas 700 personas y 250.000 quedaron sin hogar. Los daños materiales fueron estimados en 500 millones de dólares.

Como resultado del estudio de este terremoto por el geólogo americano Harry Fielding Reid (1859-1944), se descubrió que se había producido la dislocación de una falla. El suelo se había movido en un borde de la falla de San Andrés unos seis metros (20 pies) con respecto al otro. Esto proporcionó el actual conocimiento sobre terremotos, aunque no fue hasta cincuenta años después, con el desarrollo de los estratos tectónicos, como pudo entenderse la fuerza impulsora de los terremotos.

No hay que permitir que el terremoto de San Francisco oscurezca el hecho de que la ciudad era pequeña y de que las muertes fueron relativamente pocas. Ocurrieron terremotos mucho más importantes en el hemisferio occidental si los valoramos por las muertes que causaron.

En 1970, en Yungay, una ciudad de veraneo del Perú, 320 kilómetros (200 millas) al norte de Lima, la capital, un terremoto liberó el agua que se había acumulado tras una pared de tierra. Se produjo una inundación y murieron 70.000 personas.

Es mucho mayor el daño que se hace al otro extremo de la plataforma del Pacífico, en el Extremo Oriente, en donde la población es densa y en la que las casas son tan endebles que se derrumban al primer temblor de un terremoto fuerte. El 1° de setiembre de 1923, un gigantesco terremoto tuvo su epicentro justamente en el sudoeste del área metropolitana de Tokio-Yokohama, en el Japón. En 1923, Tokio era una ciudad mucho mayor que San Francisco en 1906; vivían cerca de dos millones de personas en la zona de Tokio-Yokohama.

El terremoto se produjo precisamente antes del mediodía, y quedaron destruidos en el acto 575.000 edificios. Las muertes producidas por el temblor y por el incendio que siguió, llegaron a rebasar la cifra de 140.000, y el valor de los daños materiales alcanzó cerca de tres mil millones de dólares (en términos del valor de los dólares en aquella época). Es posible que ése fuese el terremoto más costoso que jamás haya tenido lugar.

A pesar de ello, no fue el peor temblor desde el punto de vista de las muertes causadas. El 23 de enero de 1556, en la provincia de Shensi, en China Central, se produjo un terremoto en el que, según los informes, murieron 830.000 personas. Naturalmente, no tenemos mucha confianza en un informe tan antiguo, pero el 28 de julio de 1976, ocurrió un terremoto igualmente devastador en China, al sur de Pekín. Quedaron arrasadas las ciudades de Tientsin y Tangshan, y aunque China no dio a conocer cifras oficiales de las víctimas, los informes extraoficiales citaban 655.000 muertos y 779.000 heridos.

¿Qué podemos decir entonces sobre terremotos y volcanes en general? En efecto, son calamidades, pero de carácter estrictamente local. En los miles de millones de años desde que la vida comenzó, los volcanes y los terremotos nunca han representado la amenaza de una destrucción total de la vida. No pueden ser considerados como destructores de la civilización. Es indudable que la explosión de Thera fue un poderoso factor en el hundimiento de la civilización minoica, pero las civilizaciones eran pequeñas en aquellos tiempos. La civilización minoica estaba confinada a la isla de Creta y algunas islas del Egeo, influyendo, además, en algunas zonas de la península griega.

¿Podemos estar seguros de que las cosas continuarán así; de que las alteraciones tectónicas no serán catastróficas en el futuro, aunque no lo hayan sido en el pasado? Por ejemplo, en 1976 ocurrieron unos cincuenta terremotos que causaron muertes, y algunos de ellos, como los de Guatemala y de China, resultaron auténticos desastres. ¿Es que la Tierra estará derrumbándose actualmente por alguna razón desconocida?

¡De ninguna manera! Las cosas sólo
parecen malas, y,
de hecho, en 1906 (el año del terremoto de San Francisco) ocurrieron más temblores desastrosos que el año 1976, pero en 1906 la gente no se preocupó tanto por ellos. ¿Por qué ahora todos se preocupan más?

En primer lugar, las comunicaciones han mejorado enormemente desde la Segunda Guerra Mundial. No hace muchos años todavía, grandes zonas de Asia, África y América del Sur estaban totalmente desconectadas de nosotros. Si en alguna remota región ocurría un terremoto, la noticia llegaba a América débilmente. En la actualidad todos los terremotos se describen de inmediato y con detalles en las primeras páginas de los periódicos. Los resultados de la devastación pueden ser contemplados en la televisión.

En segundo término, nuestro interés ha aumentado. Ya no estamos aislados e inmersos en nosotros mismos. No hace mucho tiempo, aunque oyésemos detalles sobre terremotos ocurridos en otros continentes, nos encogíamos de hombros. Lo que pudiera suceder en otras partes lejanas del Globo no nos importaba. Ahora nos hemos acostumbrado a descubrir que los incidentes ocurridos en cualquier parte del mundo repercuten sobre nosotros, y estamos más atentos y sentimos más ansiedad.

En tercer lugar, ha crecido la población mundial. En los últimos cincuenta años se ha duplicado y ahora se aproxima a los cuatro mil millones. Un terremoto que en el año 1923 mató 140.000 personas en Tokio, si ahora se repitiera, quizá mataría un millón. Consideremos que la población de Los Ángeles era de 100.000 personas en 1900 y ahora es de tres millones. Un terremoto que ahora ocurriera en Los Ángeles es probable que matara treinta veces más personas de lo que lo hubiese hecho en 1900. Esto no significaría que el terremoto fuese treinta veces más potente; simplemente, que la cifra de personas víctimas propiciatorias se había multiplicado treinta veces.

Por ejemplo, el más potente terremoto registrado en la historia de los Estados Unidos no ocurrió en California, sino precisamente en Missouri. El epicentro del temblor estaba cerca de New Madrid, en el río Mississippi, cerca del rincón sudeste del Estado, y el temblor fue tan potente que cambió el curso del Mississippi. Sin embargo, ocurrió el 15 de diciembre de 1811, pero en aquella época la zona estaba escasamente poblada. No se registró ni una sola víctima. Un temblor semejante, en el mismo lugar, causaría actualmente, sin duda alguna, centenares de víctimas. Y si fuese a unos centenares de kilómetros río arriba, mataría a decenas de millares.

Por último, debemos recordar que lo que causa la muerte realmente, en el caso de los terremotos, es la propia obra del hombre. Los edificios que se derrumban entierran gente; los diques rotos ahogan a la gente; los incendios provocados por la rotura de cables eléctricos queman a la gente. Las obras del hombre se han multiplicado con los años y se han hecho más elaboradas y costosas. Esto no sólo aumenta la cifra de muertes, sino que eleva enormemente también los daños materiales.

El futuro tectónico

Por tanto, podríamos suponer, como un proceso natural que con cada década el total de muertes y de destrucción a causa de los terremotos, y en menor grado debido a los volcanes, empeorará, aunque las plataformas sigan limitándose a continuar sus movimientos de desplazamiento según han estado haciendo durante miles de millones de años. También podemos esperar que la gente, al observar un aumento en las muertes y la destrucción, sujeto todo ello a una publicidad mucho mayor, se convencerá de que la situación ha empeorado y de que la Tierra
está
desmoronándose.

¡Y no es cierto! Aunque las cosas den la impresión que empeoren, es el cambio humano en el mundo, y no el cambio tectónico, el responsable de ese empeoramiento. Naturalmente, siempre hay personas que por alguna razón están ansiosas de predecir el inminente final del mundo. En los tiempos pretéritos, la predicción se inspiraba normalmente en algún pasaje de la Biblia y a menudo se consideraba como una consecuencia de los pecados de los hombres. Actualmente, se busca la causa en algún aspecto material del universo.

En 1974, por ejemplo, se publicó un libro titulado
The Júpiter Effect
[51]
, de John Gribbin y Stephen Plagemann, al que le escribí un prologo porque creí que se trataba de un libro interesante. Gribbin y Plagemann calcularon el efecto de atracción en el Sol por varios de los planetas, especularon con el efecto de la influencia de la marea sobre los fulgores solares, y más todavía, especularon sobre el efecto del viento solar en la Tierra. Especialmente se preguntaban si no existiría un efecto pequeño que influyera en las tensiones de las diversas fallas. Si, por ejemplo, la falla de San Andrés estuviera a punto de deslizarse y producir un terremoto peligroso, si el efecto del viento solar pudiera añadir la pluma final que empujara la falla más allá del borde. Señalaban que, en 1982, la posición de los planetas aumentaría más que de costumbre el efecto de atracción sobre el Sol. En ese caso, si la falla de San Andrés estuviera a punto de deslizarse, 1982 sería el ano en que lo haría.

Lo primero que es necesario recordar sobre el libro es que se trata de una obra sumamente especulativa. En segundo lugar, incluso suponiendo que se produjera esa cadena de acontecimientos, si la posición de los planetas produjera un efecto de atracción anormalmente poderoso en el Sol que hiciera aumentar el número y la intensidad de los fulgores que intensificaran el viento solar que estimularan la falla de San Andrés, todo lo que ocurriría es que se produciría un terremoto que de cualquier modo hubiera ocurrido al año siguiente. Podría ser un terremoto muy fuerte, pero no sería más potente de lo que habría sido sin ese estímulo. Podría causar grandes daños, pero no a causa de su potencia; únicamente por el hecho de que los seres humanos han llenado California con gente y estructuras desde el último terremoto ocurrido en 1906.

Sin embargo, el libro se interpretó erróneamente, y ahora parece existir un miedo cerval de que en 1982 se producirá un «alineamiento planetario» que inducirá, por algún tipo de influencia astrológica, grandes desastres en el planeta, el menor de los cuales consistirá en que California quede sumergida en el mar.

¡Tonterías!

El concepto de California deslizándose hacia el mar parece interesar a los irracionalistas por alguna causa determinada. En parte, debe ser porque tienen una ligera noción de que a lo largo de la costa occidental de California hay una falla (y la hay ciertamente) y que puede producirse un movimiento en esa falla (lo que es factible). Sin embargo, el movimiento sólo sería de unos pocos metros, como máximo, y los bordes de la talla permanecerían unidos. Después de haberse producido todo el daño, California continuaría unida sólidamente en una sola pieza.

No obstante, es probable que en algún momento del futuro se produzca una dilatación a lo largo de la falla; que el material se
alzará
y separará por la fuerza los bordes de la falla, produciendo una depresión, quizá, dentro de la que el océano Pacífico podría verterse. La zona occidental de California se separaría entonces del resto de América del Norte, formando una larga península, algo semejante a la actual Baja California, o quizás una isla alargada. Sin embargo, para que esto ocurriera se necesitarían millones de años, y, en cualquier caso, el proceso no estaría acompañado por nada peor que la aparición de terremotos y volcanes del tipo que ahora existen.

Sin embargo, persiste la línea de pensamiento California-se-desliza-dentro-del-mar. Por ejemplo, hay un asteroide, Ícaro, descubierto en 1948 por Baade, que tiene una órbita muy excéntrica. En un extremo de su órbita cruza la zona asteroidal. En el otro extremo se acerca al Sol mucho más incluso que el planeta Mercurio. Entre los dos extremos su órbita pasa muy cerca de la órbita terrestre, de modo que se trata de un «rozador de la Tierra».

Cuando Ícaro y la Tierra se encuentren en los puntos adecuados de sus órbitas, sólo estarán a una distancia de 6,4 millones de kilómetros (4 millones de millas). Incluso a esa distancia, que es diecisiete veces la distancia de la Luna, el efecto de Ícaro sobre la Tierra es nulo. Sin embargo, en su acercamiento más reciente, pudieron escucharse las advertencias sobre el deslizamiento de California hacia el mar.

El hecho real es que el peligro de los volcanes y los terremotos podría disminuir con el tiempo. Si, según se ha mencionado anteriormente, la Tierra puede perder su calor central, la fuerza que impulsa los estratos tectónicos y, por tanto, la de volcanes y terremotos, desaparecerá. Sin embargo, esto seguramente no tendrá lugar de modo significativo antes de que el Sol alcance su momento de gigante rojo.

Es más importante el hecho de que los seres humanos ya estén intentando tomar precauciones para reducir el peligro. En efecto, estar preparados, ayudaría. En el caso de los volcanes, esto es relativamente fácil. Evitarlos con sumo cuidado y adoptar una actitud prudente ante los evidentes síntomas de advertencia que preceden a casi todas las erupciones, colaboraría muchísimo en eludir los daños y la muerte. Los terremotos no se muestran tan dispuestos a cooperar, pero también proporcionan señales. Cuando un costado de una falla alcanza el punto de deslizarse contra el otro, ocurren algunos cambios menores en el suelo antes de que el choque se produzca, y estos cambios son, de un modo u otro, capaces de ser observados y medidos. Los cambios en la roca, antes de que comience a ceder, justamente antes del terremoto, incluye una disminución en la resistencia eléctrica, una ligera elevación del suelo y un aumento en el flujo de agua subterránea por los intersticios que están abriéndose por la tensión gradual de la roca. El aumento en la fluidez del agua puede quedar señalada por un aumento de los gases radiactivos, tales como el radón, en el aire, gases que, hasta aquel momento, han estado aprisionados en las rocas. Se aumenta también el nivel del agua de los pozos y se incrementa la cantidad de lodo.

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