Las amenazas de nuestro mundo (39 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia, Ensayo

BOOK: Las amenazas de nuestro mundo
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Las partículas especialmente energéticas pueden recorrer toda la línea de fuerza magnética de la Tierra y dar contra la superficie terrestre, con una energía mucho menor a la poseída cuando comenzaron su recorrido. Además, se han separado hacia el norte y el sur, y cuanta menor energía poseen tanto más lejos se separan.

Los rayos cósmicos poseen energía suficiente para abrirse camino hasta la superficie de la Tierra, aunque se debilitan en el proceso y también se separan, de modo que hay un «efecto de latitud». Los rayos cósmicos llegan a la Tierra con menor intensidad en las proximidades del Ecuador, y se hacen más intensos a medida que se alejan del Ecuador dirigiéndose al norte y al sur.

Puesto que la densidad de la vida terrestre disminuye a medida que se acerca al norte y al sur de los trópicos (la vida marina está algo protegida por el espesor de agua) el resultado es, precisamente, que no sólo los rayos cósmicos quedan debilitados por el campo magnético, sino que se desvían de las regiones en donde hay mucha a aquellas otras regiones en donde la vida es escasa.

Aunque las concentraciones de rayos cósmicos de los polos magnéticos, allí donde son más intensos, no interfieren con la vida, a la larga el carácter mutágeno que los rayos cósmicos ejercen sobre la vida en general, disminuyen con la existencia del campo magnético terrestre.

A medida que disminuye la intensidad del campo magnético de la Tierra, este efecto de protección contra los rayos cósmicos se debilita. Durante las épocas en que el campo magnético terrestre sufre una reversión, la Tierra no posee un campo magnético eficaz y el influjo de los rayos cósmicos no se desvía en absoluto. Las zonas tropicales y templadas, en donde existe la mayor parte de vida terrestre (incluyendo la vida humana), están sujetas a una mayor intensidad de los rayos cósmicos durante esos períodos.

¿Qué sucedería si una supernova estallara en las proximidades durante ese período de reversión del campo magnético? Sus efectos serían en ese caso mucho más importantes que cuando la Tierra presenta un campo magnético intenso. ¿Sería posible que una o más de las grandes mortandades ocurriera durante ese período, cuando una supernova próxima explotara mientras había reversión en el campo magnético?

Eso no es probable, puesto que las supernovas ocurren muy raramente, al igual que las reversiones del campo magnético. Por tanto, existen muchas menos probabilidades de que dos fenómenos que raramente ocurren solos, se produjeran en un mismo momento por coincidencia.

Sin embargo, la coincidencia
podría
presentarse. Si así fuese, ¿cuál sería el futuro?

El campo magnético de la Tierra parece haber perdido aproximadamente un 15 % de la potencia que poseía en 1670, cuando se realizaron las primeras medidas dignas de confianza, y, continuando en el promedio actual de disminución, llegará a cero en el año 4000 d. de JC. Aunque no existiera un aumento general en las partículas de los rayos cósmicos por la explosión de una supernova próxima, en el año 4000 las grandes concentraciones humanas habrán duplicado las actuales y, como resultado, la carga genética de la Humanidad podría aumentar de manera notable.

Es probable que esto no sea grave, a menos que una supernova próxima también estalle, y eso no es posible, puesto que la supernova más probable y más cercana en el año 4000 es Betelgeuse, y no está lo bastante cerca para causar preocupación, incluso careciendo de un campo magnético.

Naturalmente, la coincidencia puede tener lugar en un lejano futuro, pero ni una supernova cercana ni la reversión de un campo magnético pueden sorprendernos. Ambas advierten con tiempo de sobra para improvisar alguna protección contra las breves ráfagas de rayos cósmicos.

Sin embargo, ésta es una catástrofe potencial, que (repito) podría afectar mucho más peligrosamente a las colonias espaciales que a la propia Tierra.

CUARTA PARTE
CATÁSTROFES DE CUARTA CLASE
XII. LA LUCHA POR LA VIDA
Grandes animales

Detengámonos un momento para resumir.

Entre las catástrofes de tercera clase que hemos examinado, catástrofes en las que la Tierra como un todo deteriora su habitabilidad, el único acontecimiento realmente desfavorable sería una era glacial, o, a la inversa, una fusión de las capas de hielo actuales. En cualquier de los casos, si esto ocurre en el curso normal de la Naturaleza, tendrá lugar muy lentamente, y tardará algunos miles de años, lo que permitirá que sea soportado, o, más probablemente, controlado.

En ese caso, la Humanidad quizá podría sobrevivir el tiempo suficiente para experimentar una catástrofe de segunda clase, motivada por cambios en el Sol que hicieran imposible la vida en la Tierra. El único caso probable es que el Sol se convierta en un gigante rojo, dentro de algunos billones de años, y eso, aunque probablemente no pueda controlarse, sí puede ser evitado.

En tal caso, la Humanidad quizá podría sobrevivir el tiempo suficiente para experimentar una catástrofe de primera clase, que hiciera inhabitable el universo como conjunto. En mi opinión, el acontecimiento más probable en ese caso sería la formación de un nuevo «huevo cósmico». Esto, al parecer, no se puede ni controlar ni evitar, representaría el fin absoluto de la vida, pero no sucederá, quizás, en un billón de años, y quién sabe de lo que será capaz la tecnología para entonces.

Sin embargo, no podemos considerarnos seguros, ni para llegar a sobrevivir la próxima era glacial, pues existen peligros más inmediatos, que nos amenazan aunque el Universo, el Sol y la Tierra continúen tan sonrientes y benevolentes como se muestran hoy día.

En otras palabras, hemos de examinar ahora las catástrofes de cuarta clase, aquellas que amenazan la existencia de la vida humana en la Tierra específicamente, aunque la vida en general continué en el planeta como antes.

¿Qué es lo que puede poner fin a la vida humana, mientras la vida en general siga existiendo?

Para comenzar, los seres humanos forman una única especie de organismo y la extinción es el destino común de las especies. Por lo menos, un 90 % de todas las especies que existieron se han extinguido, y entre las que sobreviven todavía, una gran parte ya no son tan numerosas ni florecientes como lo fueron en épocas anteriores. Un buen número, de hecho, está al borde de la extinción.

La extinción puede ser el resultado de cambios ambientales que destruyen aquellas especies, que por una u otra razón, no pueden sobrevivir a esos cambios. Hemos examinado algunos tipos de cambios ambientales y examinaremos algunos más. Sin embargo, la extinción también puede ser causada por la rivalidad directa entre especies y por la victoria de una especie o grupo sobre otra. De este modo, en la mayor parte del mundo, los mamíferos placentarios han sobrevivido y sustituido a los marsupiales y monotremas luchando por la vida en un mismo ambiente. Únicamente Australia ha conservado una próspera variedad de marsupiales e incluso un par de monotremas, porque se separó de Asia antes del desarrollo de los placentarios.

¿Por consiguiente, existen posibilidades de que alguna otra forma de vida pueda eliminar nuestra existencia de algún modo? Nosotros no somos las únicas formas de vida en el mundo. Existen unas 350.000 especies conocidas distintas de plantas, y quizá 900.000 diferentes especies de animales. Podría haber todavía otro millón, o dos más, de especies existentes y que no han sido descubiertas todavía. ¿Representará alguna de estas otras especies un grave peligro para nosotros?

En la historia primitiva de los homínidos, abundaban los peligros de este tipo. Nuestros antepasados homínidos, cubiertos únicamente con su propia piel y como únicas armas las diversas partes de sus cuerpos, no podrían competir con los grandes depredadores, ni tan siquiera con los grandes herbívoros.

Los primeros homínidos debieron de recoger alimentos saqueando las posesiones del inactivo mundo vegetal, y quizás ocasionalmente, impulsados por el hambre, se alimentarían de los animales pequeños que tuvieran la suerte de poder cazar, algo parecido a lo que ocurre hoy día con los chimpancés. Y con respecto a los otros seres del tamaño humano, o mayores, el único recurso para aquellos hombres primitivos era huir o esconderse.

Sin embargo, ya en sus primeros tiempos los homínidos aprendieron a utilizar herramientas. La mano de ese hombre primitivo está bien diseñada para sostener un hueso de cadera o una rama de árbol, y así armado el homínido podía enfrentarse a las pezuñas, las garras y los colmillos con un poco más de seguridad. A medida que evolucionaron los homínidos con un cerebro más desarrollado, y al aprender a construir hachas de piedra y lanzas con la punta de piedra, la balanza comenzó a inclinarse en su favor. El hacha de piedra era mejor que una pezuña; la lanza con punta de piedra mejor que una garra o un colmillo.

Cuando apareció el
Homo sapiens y
agrupándose con otros de su especie se dedicaron a la caza juntos, pudieron (naturalmente, dentro de ciertos riesgos) derribar grandes animales. Durante la última era glacial, los seres humanos eran perfectamente capaces de cazar mamuts. En verdad, quizá fue la caza de los seres humanos lo que puede haber provocado la extinción del mamut (y de otros grandes animales del mismo período).

Además, el descubrimiento del fuego proporcionó un arma y una defensa a los seres humanos que ninguna otra especie viviente podía ni duplicar ni tan sólo protegerse de ella, pues los hombres, amparados en ese elemento, estaban a salvo de los depredadores, ya que los otros animales, aunque fuesen grandes y poderosos, evitaban cuidadosamente el fuego. En esencia, en el momento en que empezó la civilización, los grandes depredadores habían sido derrotados.

Ni que decir tiene, que los seres humanos, no obstante, continuaban indefensos si les atrapaba un león, un oso o algún otro carnívoro de gran tamaño, e incluso un herbívoro irritado, como un bisonte o un toro salvaje. Sin embargo, éstos podía esperar cornadas bastante graves para un ser humano individualmente.

Sin ninguna duda, incluso en la aurora de la civilización si los seres humanos estaban decididos a librar una zona de cierto animal peligroso, podían hacerlo, siempre, aunque esto significara algunas victimas. Y lo que es más, los seres humanos, armados adecuadamente decididos a matar animales por deporte, o a capturarlos para exhibirlos, siempre pudieron hacerlo, aunque, repito, con posibles víctimas.

Todavía hoy, se producen algunas derrotas individuales, pero nadie es capaz de imaginar que los seres humanos, considerados como especie, estén amenazados por cualquiera de los grandes animales que ahora existen, ni tan siquiera de todos ellos juntos. En realidad, la situación es a la inversa. La Humanidad puede, con un pequeño esfuerzo, extinguir todos los animales del mundo, y la verdad es que ha de hacer un esfuerzo deliberado (algunas veces casi desesperado) para que
no
ocurra. Cuando la batalla se ha decidido es casi como si los seres humanos lamentaran la pérdida de un ilustre enemigo.

En tiempos antiguos, cuando la victoria ya estaba asegurada, quedaban unos vagos recuerdos, quizá, de una época en que los animales eran más peligrosos, más amenazadores, más implacables, y la vida, por tanto, resultaba más llena de emociones. Naturalmente, ninguno de los animales conocidos podía entrar en ese cuadro de peligroso y amenazador ante los esfuerzos combinados de la Humanidad, así que se imaginaron otros animales. Algunos de ellos eran terribles, simplemente por su tamaño. En la Biblia uno puede leer sobre el «behemoth» que Parece haber sido el elefante o el hipopótamo, pero que a través de la leyenda alcanza unas enormes dimensiones que ningún animal podía tener realmente. Leemos también sobre el «leviatán», inspirado seguramente en el cocodrilo o la ballena, ampliado asimismo a un enorme tamaño.

Incluso los gigantes con forma humana son mencionados en la Biblia, y abundan en las leyendas y el folklore. Así, tenemos a Polifemo, el gigante cíclope de un ojo en la
Odisea,
y a los gigantes que amenazaron a los muchachos con su
Fee fi fo fum
de las historias populares inglesas.

Si el tamaño no alcanza, se concede entonces a los animales unos mortíferos poderes superiores a los que poseen en realidad. El cocodrilo tiene alas y respira fuego, convirtiéndose en el temido dragón. Las serpientes que ciertamente pueden matar con su mordedura, fueron adaptadas a matar sólo con su bufido o incluso con una mirada y se convirtieron en basiliscos o animales monstruosos. El pulpo puede haber inspirado las historias de la hidra de nueve cabezas (que Hércules mató) o a Escila de cabezas múltiples (frente a la que Ulises perdió seis hombres), o Medusa, con su cabello de serpientes vivas que convertía a la gente en piedra cuando la miraban (y que Perseo mató).

También había seres mixtos de persona y animal. Los centauros, con la cabeza y el torso de hombre unido a un cuerpo de caballo (inspirado, a lo mejor, por sencillos granjeros al contemplar por vez primera a los jinetes). Esfinges, cuyas cabezas y torsos femeninos estaban unidos al cuerpo de leones; grifones, combinación de águila y león; quimeras, combinación de león, cabra y serpiente. Y otras criaturas más benignas: caballos alados, unicornios, etc.

Lo que todos ellos tenían en común es que nunca habían existido; y aunque hubieran existido, nunca hubiesen podido enfrentarse al
Homo sapiens.
En las leyendas, realmente, nunca lo hicieron, pues, al final, el caballero mataba invariablemente al dragón. Y aunque los gigantes humanos hubiesen existido y fuesen tan primitivos y faltos de inteligencia como suelen describirse, no habrían representado ningún peligro para nosotros.

Animales pequeños

De hecho, los mamíferos pequeños pueden resultar más peligrosos que los grandes. Un mamífero pequeño, individualmente no hay duda de que no presenta tanto peligro como uno mayor, por razones evidentes. El pequeño tiene menos energía, se le puede matar más fácilmente, y es menos poderoso en su contraataque.

Sin embargo, los mamíferos pequeños no suelen defenderse, sino que huyen. Y a causa de su pequeñez se esconden más fácilmente, se deslizan en grietas y escondrijos en los que nadie les ve y de los que no se les puede sacar fácilmente. A menos que se les cace como alimento, su propio tamaño les hace disminuir en importancia y la caza se abandona pronto.

Además un mamífero pequeño no ejerce influencia como individuo.

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