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Authors: Arthur Miller

Tags: #Teatro contemporaneo

Las brujas de Salem (12 page)

BOOK: Las brujas de Salem
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Voz de Hathorne
: Y bien, Martha Corey, hay abundantes pruebas en nuestro poder que demuestran que te has entregado a la adivinación de la suerte. ¿Lo niegas?

Voz de Martha
: Soy inocente. Ni siquiera sé lo que es una bruja.

Voz de Hathorne
: ¿Cómo sabes, entonces, que no lo eres?

Voz de Martha
: Si lo fuera lo sabría.

Voz de Hathorne
: ¿Por qué dañas a estos niños?

Voz de Martha
: ¡No los daño! ¡Es despreciable!

Voz de Giles Corey
(rugiendo)
: ¡Tengo nuevas pruebas para el tribunal!

(Las voces del pueblo se elevan, excitadas.)

Voz de Danforth
: ¡Ocupad vuestros sitios!

Voz de Giles
: ¡Thomas Putnam roba tierras!

Voz de Danforth
: ¡Alguacil, llevaos a ese hombre!

Voz de Giles
: ¡Estáis oyendo mentiras, no más que mentiras!

(Un rugido se eleva del público.)

Voz de Hathorne
: ¡Arrestadlo, Excelencia!

Voz de Giles
: ¡Tengo pruebas! ¿Por qué no queréis escuchar mis pruebas?

(Se abre la puerta y Giles es prácticamente transportado dentro de la sacristía por Herrick.)

Giles
: ¡Quita tus manos, maldito seas! ¡Déjame!

Herrick
: ¡Giles, Giles!

Giles
: ¡Fuera de mi camino, Herrick! Traigo pruebas...

Herrick
: ¡Tú no puedes entrar ahí, Giles; es un tribunal!

(Entra Hale por la derecha.)

Hale
: Por favor, calmaos un momento. 115

Giles
: Vos, señor Hale, entrad y pedid que yo hable.

Hale
: Un momento, señor, un momento.

Giles
: ¡Colgarán a mi mujer!

(Entra el Juez Hathorne de Salem. De unos sesenta y tantos años, es desagradable, insensible a los remordimientos.)

Hathorne
: ¿Cómo os atrevéis a entrar rugiendo en esta Corte! ¿Os habéis vuelto loco, Corey?

Giles
: No sois ningún juez de Boston todavía, Hathorne. ¡No me llaméis loco!

(Entra el Comisionado del Gobernador, Danforth, y, tras él, Ezekiel Cheever y Parris. Al entrar, se hace el silencio. Danforth es un hombre serio, de unos sesenta y cinco años, con cierto humor y sofisticación que, sin embargo, no interfieren con su precisa lealtad a su posición y a su causa. Se aproxima a Giles, que aguarda su ira.)

Danforth
(mirando directamente a Giles)
: ¿Quién es este hombre?

Parris
: Giles Corey, señor, el litigante más...

Giles
(a Parris)
: ¡Es a mí a quien pregunta, y soy lo bastante viejo como para contestar yo mismo!
(A Danforth, quien lo impresiona y a quien sonríe a pesar de su violencia)
: Mi nombre es Corey, señor, Giles Corey. Tengo doscientas hectáreas y además tengo madera. La que estáis condenando ahora es mi mujer.
(Indica la sala de la Corte.)

Danforth
: ¿Y cómo creéis que un alboroto tan despreciable puede ayudarla? Retiraos. Sólo vuestra edad os salva de la cárcel.

Giles
(comienza a alegar)
: Se dicen mentiras de mi mujer, señor, yo...

Danforth
: ¿Es que pretendéis decidir vos qué es lo que esta Corte creerá y qué es lo que desechará?

Giles
: Vuestra Excelencia, no queríamos ser irrespetuosos hacia...

Danforth
: ¡Irrespetuosos decís! ¡Profanadores, señor! Esta es la más alta Corte del Superior Gobierno de esta Provincia, ¿lo sabéis?

Giles
(comenzando a llorar)
: Vuestra Excelencia, sólo dije que ella leía libros, señor, y vienen y se la llevan de casa por...

Danforth
(extrañado)
: ¡Libros! ¿Qué libros?

Giles
(entre incontenibles sollozos)
: Es mi tercera esposa, señor, nunca tuve una mujer tan prendada de los libros, y pensé que debía encontrar la causa de ello, comprendéis, pero no era de bruja que yo la acusaba.
(Llora abiertamente...)
Le he quitado apoyo a esa mujer, le he quitado mi apoyo.
(Se cubre la cara, avergonzado. Danforth se mantiene respetuosamente silencioso.)

Hale
: Excelencia, él sostiene poseer importantes pruebas para la defensa de su mujer. Creo que, con toda justicia, deberíais...

Danforth
: Pues que presente sus pruebas en declaración jurada. Conocéis bien nuestros procedimientos aquí, señor Hale.
(A Herrick)
: Despejad esta habitación.

Herrick
: Vamos, Giles.
(Empuja suavemente a Corey juera de la habitación.)

Francís
: Estamos desesperados, señor; hace tres días que venimos y no logramos ser escuchados.

Danforth
: ¿Quién es este hombre?

Francis
: Francis Nurse, Vuestra Excelencia.

Hale
: Su mujer, Rebecca, fue condenada esta mañana.

Danforth
: ¡El mismo! Estoy sorprendido de encontraros en tal tumulto. Sólo tengo buenos informes acerca de vuestro carácter, señor Nurse.

Hathorne
: Creo que ambos deberían ser arrestados por desacato, señor.

Danforth
(a Francis)
: Escribid vuestra defensa, y a su debido tiempo yo...

Francis
: Excelencia, tenemos pruebas para vos; Dios no permita que cerréis vuestros ojos ante ellas. Las muchachas, señor, las muchachas son un fraude.

Danforth
: ¿Cómo es eso?

Francis
: Tenemos prueba de ello, señor. Os engañan todas ellas.

(Danforth es sacudido por esto pero observa atentamente a Francis.)

Hathorne
: ¡Esto es desacato, señor, desacato!

Danforth
: Paz, juez Hathorne. ¿Sabéis quien soy, señor Nurse?

Francis
: Ya lo creo, señor, y creo que debéis ser un juez sabio para ser lo que sois.

Danforth
: ¿Y sabéis que desde Marblehead hasta Lynn hay cerca de cuatrocientos en las cárceles, y con mi firma?

Francis
: Yo...

Danforth
: ¿Y setenta y dos condenados a la horca con esa firma?

Francis
: Excelencia, nunca hubiera soñado decir esto a tan importante juez, pero os están engañando.

(Entra Giles Corey por la izquierda. Todos se vuelven para ver mientras él invita a entrar a Mary Warren con Proctor. Mary mantiene la mirada en el suelo; Proctor la lleva del codo, como si ella estuviera por desplomarse.)

Parris
(al verla, pasmado)
: ¡Mary Warren!
(Va directamente a inclinarse sobre el rostro de ella)
: ¿Qué vienes hacer aquí?

Proctor
(alejando a Parris con un suave pero firme movimiento de protección para ella)
: Quiere hablar con el Comisionado del Gobernador.

Danforth
(pasmado por esto, encara a Herrick)
: ¿No me habíais dicho que Mary Warren estaba enferma, en cama?

Herrick
: Lo estaba, Vuestra Merced. Cuando fluí a buscarla para traerla ante el tribunal, la semana pasada, dijo estar enferma.

Giles
: Ha estado luchando con su alma toda la semana, Vuestra Merced; viene ahora a decir la verdad de todo esto.

Danforth
: ¿Quién es éste?

Proctor
: John Proctor, señor. Elizabeth Proctor es mi mujer.

Parris
: Cuidado con este hombre, Excelencia, este hombre es dañino.

Hale
(excitado)
: Creo que debéis escuchar a la niña, señor, ella...

Danforth
(quien se ha interesado mucho en Mary Warren, sólo levanta una mano hacia Hale)
: Paz. ¿Qué quieres decirnos, Mary Warren?

(Proctor la mira, pero ella no puede hablar.)

Proctor
: Nunca vio ningún espíritu, señor.

Danforth
(con gran alarma y sorpresa, a Mary)
: ¡Nunca vio ningún espíritu!

Giles
(ansiosamente)
: Jamás.

Proctor
(hurgando en el bolsillo de su chaqueta)
: Ella ha firmado un testimonio, señor...

Danforth
(instantáneamente)
: No, no, no acepto testimonios.
(Está midiendo rápidamente la situación; se vuelve a Proctor)
: Decidme, señor Proctor, ¿habéis diseminado la noticia en el pueblo?

Proctor
: No, señor, no lo hemos hecho.

Parris
: ¡Han venido a derrocar el tribunal, señor! Este hombre es...

Danforth
: Os ruego, señor Parris. Sabéis, señor Proctor, que todo lo que el Estado sostiene en este caso es que el Cielo está hablando por boca de estas niñas.

Proctor
: Lo sé, señor.

Danforth
(piensa, mirando fijamente a Proctor, y luego se vuelve a Mary Warren)
: Y tú, Mary Warren, ¿cómo es que te dió por acusar a las gentes culpándolas de enviar sus espíritus contra ti?

Mary
: Era en broma, señor.

Danforth
: No te oigo.

Proctor
: Dice que era en broma.

Danforth
: ¿Sí? ¿Y las demás muchachas? ¿Susanna Walcott, y... las otras? ¿También ellas bromean?

Mary
: Sí, señor.

Danforth
(con ojos dilatados)
: ¿Realmente?
(Está desorientado. Se vuelve para estudiar el rostro de Proctor.)

Parris
(sudando)
: ¡Excelencia, no iréis a creer que una mentira tan vil puede exponerse ante el tribunal!

Danforth
: Claro que no, pero me impresiona mucho que se atreva ella a venir hasta aquí mismo con tal cuento. Veamos, señor Proctor, antes de que decida si os escucharé o no, es mi deber deciros esto: es una hoguera viva la que aquí tenemos; sus llamas derriten todo fingimiento.

Proctor
: Lo sé, señor.

Danforth
: Permitidme continuar. Comprendo bien que la ternura de un marido pueda llevarlo hasta la extravagancia en defensa de su esposa. ¿Estáis íntimamente seguro, señor, de que vuestra prueba es verdad?

Proctor
: Lo es. Y sin duda vos la veréis.

Danforth
: ¡Y pensabais hacer esta revelación declarándola en la Corte, ante el público!

Proctor
: Eso pensaba, sí... con vuestra licencia.

Danforth
(entrecerrando los ojos)
: Y bien, señor, ¿cuál es vuestro propósito al hacerlo?

Proctor
: Pues así daría libertad a mi mujer, señor.

Danforth
: ¿No acecha en parte alguna de vuestro corazón, ni se esconde en vuestro espíritu, ningún deseo de minar este tribunal?

Proctor
(con un casi imperceptible balbuceo)
: Pues, no, señor.

Cheever
(se aclara la garganta, "despertando") Yo... Vuestra Excelencia.

Danforth
: Señor Cheever.

Cheever
: Creo que es mi deber, señor...
(Amablemente, a Proctor)
: No lo negarás, John.
(A Danforth)
: Cuando fuimos a detener a su mujer, él maldijo al tribunal y rasgó la orden de arresto.

Parris
: ¡Ahí lo tenéis!

Danforth
: ¿Hizo eso, señor Hale?

Hale
(respira hondo)
: Sí, lo hizo.

Proctor
: Fue un arranque, señor. No sabía lo que hacía.

Danforth
(estudiándolo)
: Señor Proctor.

Proctor
: Sí, señor.

Danforth
(directamente a sus ojos)
: ¿Habéis visto alguna vez al Diablo?

Proctor
: No, señor.

Danforth
: ¿Sois en todos los aspectos un buen cristiano?

Proctor
: Lo soy, señor.

Parris
: ¡Un cristiano tal que no viene a la iglesia más que una vez al mes!

Danforth
(contenido...; le pica la curiosidad)
: ¿No viene a la iglesia?

Proctor
: Yo... no siento amor alguno por el señor Parris. No es ningún secreto. Pero a Dios sí lo amo.

Cheever
: Ara la tierra los domingos, señor.

Danforth
: ¡Ara los domingos!

Cheever
(disculpándose)
: Creo que son pruebas, John. Soy funcionario del tribunal, y no puedo callarlo.

Proctor
: Yo... he arado una o dos veces en día domingo. Tengo tres hijos, señor, y hasta el año pasado mi tierra rendía poco.

Giles
: A decir verdad, encontraréis otros cristianos que aran los domingos.

Hale
: Vuestra Merced, no me parece que podáis juzgar al hombre en base a tal prueba.

Danforth
: Nada juzgo.
(Pausa. Continúa mirando a Proctor, que trata de devolverle la mirada.)
Os digo sin rodeo, señor...; he visto maravillas en esta Corte. He visto ante mis ojos gente asfixiada por espíritus; los he visto atravesados por alfileres y acuchillados por dagas. No tengo, hasta este instante, la mínima razón para sospechar que las niñas me engañan. ¿Entendéis lo que quiero decir?

Proctor
: Excelencia, ¿no os extraña que tantas de estas mujeres hayan vivido tanto tiempo con tan limpias reputaciones y...?

Parris
: ¿Leéis el Evangelio, señor Proctor?

Proctor
: Leo el Evangelio.

Parris
: No os creo; pues si no, sabríais que Caín era un hombre recto, y sin embargo mató a Abel.

Proctor
: Sí, es Dios quien nos dice eso.
(A Danforth.)
Pero ¿quién es el que nos dice que Rebecca Nurse asesinó a siete criaturas soltando sobre ellas su espíritu? Son sólo estas chicas, y ésta jurará que os mintió.

(Danforth medita, luego llama a Hathorne. Hathorne se inclina y él le habla al oído. Hathorne asiente.)

Hathorne
: Sí, es ella misma.

Danforth
: Señor Proctor, esta mañana vuestra esposa me envió una petición diciendo estar encinta.

Proctor
: ¡Mi mujer encinta!

Danforth
: No hay señal de ello; hemos examinado su cuerpo.

Proctor
: ¡Pero si dice estar encinta, debe estarlo! Esa mujer jamás mentirá, señor Danforth.

Danforth
: ¿No mentirá?

Proctor
: Jamás, señor, jamás.

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