Las mujeres de César (110 page)

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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

BOOK: Las mujeres de César
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—Pareces desconsolado —le dijo Aurelia con cierta ironía.

—Realmente preferiría tener a Cicerón de mi parte, pero no veo cómo pueda ocurrir eso,
mater
. Así que estoy preparado.

—¿Para qué?

—Para el día en que Cicerón decida unir su pequeña facción a los
boni
.

—¿Crees que llegará tan lejos? A Pompeyo Magnus no le gustaría nada. —Dudo que llegue a convertirse alguna vez en un ardiente miembro de los
boni
, a ellos les desagrada su engreimiento tanto como les desagrada el mío. Pero ya conoces a Cicerón. Es un saltamontes con la lengua indisciplinada, si es que tal animal existe. Aquí, allí, en todas partes y durante todo el tiempo, está muy ocupado metiéndose en líos por las cosas que dice. Yo fui testigo de lo que le dijo a Publio Clodio de las seis pulgadas. Terriblemente gracioso, pero a Clodio y a Fulvia no les hizo ninguna gracia.

—¿Cómo te las arreglarás con Cicerón si se convierte en adversario tuyo?

—Bueno, no se lo he dicho a Publio Clodio, pero he conseguido permiso de los colegios sacerdotales para permitir que Clodio se convierta en plebeyo.

—¿No ha puesto objeciones Celer? Se negó a permitirle a Clodio que se presentase a tribuno de la plebe.

—E hizo lo correcto. Celer es un abogado excelente. Pero en lo que concierne a lasituación de Clodio, a él tanto le da que sea una cosa u otra, ¿por qué iba a importarle? El único objeto de la vena desagradable de Clodio en este momento es Cicerón, que no tiene absolutamente ninguna influencia con Celer ni entre los colegios sacerdotales. No está mal visto que un patricio quiera convertirse en plebeyo. El cargo de tribuno de la plebe tiene atractivo para hombres que tienen una vena de demagogos, como Clodio.

—¿Por qué no le has dicho todavía a Clodio que has obtenido el permiso?

—No sé si se lo diré alguna vez. Es un hombre inestable; No obstante, si tengo que vérmelas con Cicerón, le echaré encima a Clodio. —César bostezó y se estiró—. ¡oh, qué cansado estoy! ¿Está Julia?

—No, está en una fiesta para chicas, y como se celebra en casa de Servilia, le he dicho que podía quedarse a pasar la noche. Las muchachas a esa edad pueden pasarse días enteros hablando y riéndose como bobas.

—Cumple diecisiete en las nonas. ¡Oh,
mater
, cómo vuela el tiempo! Ya hace diez años que murió su madre.

—Pero no la hemos olvidado —dijo Aurelia.

—No, eso nunca.

Se hizo un silencio pacífico y acogedor. Sin preocupaciones económicas que la absorbiesen, Aurelia era un placer, reflexionó su hijo.

De pronto Aurelia tosió y miró a César con un brillo avaro en los ojos.

—César, el otro día tuve la necesidad de ir a la habitación de Julia para mirar entre su ropa. A los diecisiete años, los regalos de cumpleaños deberían ser de ropa. Tú le puedes regalar joyas: te sugiero pendientes y un collar de oro sin piedras. Pero yo le regalaré ropa. Ya sé que ella debería estar tejiendo la tela y haciéndose la ropa ella misma, yo ya lo hacía a su edad, pero por desgracia a Julia le gusta más leer que tejer. Hace años que desistí de intentar obligarla a que tejiera, no valía la pena gastar la energía. Lo que tejía era un desastre.

—¿Qué es lo que me quieres decir,
mater
? Realmente me importa un comino lo que haga Julia siempre que no esté por debajo de su condición de ser una Julia.

En respuesta, Aurelia se puso en pie.

—Espérame aquí —le dijo; y salió del despacho de César.

Éste la oyó subir la escalera hasta el piso superior y luego no oyó nada; más tarde le llegó el sonido de unos pasos que bajaban de nuevo. Aurelia entró con las dos manos situadas detrás de la espalda. Muy divertido, César intentó que ella perdiera la seriedad mirándola fijamente, pero no tuvo éxito. Luego Aurelia sacó rápidamente las manos de detrás de la espalda y puso algo encima del escritorio.

Fascinado, César se encontró mirando un pequeño busto nada menos que de Pompeyo. Este estaba considerablemente mejor realizado que los que él había visto en los mercados, pero seguía siendo de producción en serie, ya que se trataba de un vaciado de yeso; el parecido era bastante más elocuente, y la pintura había sido aplicada con mucha delicadeza.

—Lo encontré escondido entre la ropa de cuando era pequeña en un baúl que ella probablemente pensaba que nadie miraría. Te confieso que yo no habría mirado allí de no ser porque se me ocurrió que en Subura hay muchas niñas a las que les vendría muy bien usar la ropa que se le ha quedado pequeña a Julia. Siempre le hemos enseñado, para que no se malcríe, que tenía que pasarse con ropa vieja cuando había niñas como Junia que desfilaban con algo nuevo cada día, pero nunca hemos permitido que fuera con la ropa raída. El caso es que se me ocurrió vaciar el baúl y mandar a Cardixa a Subura con el contenido del mismo. Después de encontrarme con eso, lo dejé todo sin tocar.

—¿Cuánto dinero le damos a Julia,
mater
? —preguntó César mientras cogía el busto de Pompeyo y comenzaba a darle vueltas entre las manos; la sonrisa le había aparecido en una de las comisuras de la boca; estaba pensando en todas aquellas muchachas adolescentes que se apiñaban alrededor de los puestos de los mercados, suspirando y arrullando acerca de Pompeyo.

—Muy poco, tal y como acordamos tú y yo cuando ella alcanzó la edad de necesitar algo de dinero para sus gastos.

—¿Cuánto crees que le costaría esto,
mater
?

—Por lo menos cien sestercios.

—Sí, eso diría yo. De manera que ella estuvo ahorrando su precioso dinero para comprar esto.

—¿Y qué deduces tú de todo ello?

—Que está chiflada por Pompeyo, como casi todas las demás muchachas de su círculo. Me imagino que en este preciso momento hay una docena de chicas apiñadas alrededor de una imagen parecida a ésta, de la misma persona, Julia incluida, gimiendo y haciendo aspavientos mientras Servilia intenta dormir y Bruto se afana con su último epítome.

—Para ser alguien que en toda su vida ha sido indiscreta,
mater
, tu conocimiento acerca de la conducta humana es asombroso.

—Sólo porque siempre haya sido demasiado sensata como para no hacer el tonto yo misma, César, no significa que no sea capaz de detectar la tontería en los demás —dijo Aurelia austeramente.

—¿Por qué te molestas en enseñarme esto?

—Pues —empezó Aurelia mientras tomaba asiento de nuevo—, en general, yo tendría que decir que Julia no es tonta. ¡Al fin y al cabo, yo soy su abuela! Cuando encontré eso —dijo señalando el busto de Pompeyo—, empecé a pensar en Julia como no había pensado nunca hasta entonces. Tenemos tendencia a olvidarnos de que casi son ya adultos, y eso es una realidad. El año que viene por estas fechas Julia cumplirá los dieciocho y se casará con Bruto. No obstante, cuanto mayor se hace y más se acerca la boda, más recelos albergo yo al respecto.

—¿Por qué?

—Ella no lo ama.

—El amor no forma parte del contrato,
mater
—dijo César con suavidad.

—Ya lo sé, y tampoco soy propensa a ponerme sentimental. Y ahora no me estoy poniendo sentimental. Tu conocimiento de Julia es superficial porque tiene que ser superficial. La ves bastante a menudo, pero contigo presenta una cara diferente. Ella te adora, eso es así. Si tú le pidieras que se clavase una daga en el pecho, probablemente lo haría.

César se removió en la silla incómodo.

—¡
Mater
, por favor!

—No, lo digo en serio. Por lo que a Julia concierne, si tú le pidieras que hiciera eso, asumiría que era necesario para tu futuro bienestar. Ella es Ifigenia en Aulis. Si su muerte pudiera hacer que los vientos soplasen e hinchasen las velas de tu vida, iría hacia la muerte sin tener en cuenta el precio que suponía para ella. Y esa misma es su actitud al casarse con Bruto, estoy convencida de ello —dijo deliberadamente Aurelia—. Lo hará para complacerte, y será una esposa perfecta para él durante cincuenta años si él vive tanto. Pero nunca será feliz casada con Bruto.

—¡Oh, yo no podría soportar eso! —exclamó César; y dejó el busto sobre el escritorio.

—No pensaba que pudieras.

—Julia nunca me ha dicho ni una palabra.

—Ni lo hará. Bruto es el cabeza de una familia fabulosamente rica y antigua. Casándose con él traerá a tu dominio a esa familia, ella lo sabe bien.

—Hablaré mañana con ella —dijo César con decisión.

—No, César, no hagas eso. Julia supondrá que has visto cierta falta de disposición en ella, y te jurará que estás equivocado.

—Entonces, ¿qué hago?

Una expresión de satisfacción felina cubrió el rostro de Aurelia; sonrió y ronroneó con voz gutural.

—Yo que tú, hijo mío, invitaría al pobre y solitario Pompeyo Magnus a una agradable cena en familia.

Entre la boca que se le había abierto y la sonrisa que se esforzaba por esbozar para no estar boquiabierto, César tenía la misma cara que cuando era un muchacho. Luego venció la sonrisa y se convirtió en una sonora carcajada.


Mater
,
mater
—dijo cuando fue capaz de hablar—, ¿qué haría yo sin ti? ¿Julia y Magnus? ¿Tú crees que es posible? Me he devanado la sesera intentando encontrar una manera de ligarlo a mí, ¡pero esto jamás se me había pasado por la cabeza! Tienes razón, no los vemos como adultos. A mí me pareció que los había visto como adultos cuando regresé de Hispania. Pero allí estaba Bruto… y, sencillamente, lo di por hecho.

—Funcionará siempre que sea un matrimonio por amor, pero no de otro modo —dijo Aurelia—, así que no te apresures y no traiciones ni de palabra ni con la mirada a ninguno de los dos lo que está pendiente de su encuentro.

—Desde luego que no, no lo haré. ¿Cuándo te parece que lo hagamos?

—Espera hasta que se solucione lo del proyecto de ley, sea cual sea el resultado. Y no lo presiones, ni siquiera cuando se hayan conocido.

—Ella es guapísima, es joven, es una Julia. Magnus me la pedirá en el momento en que termine la cena.

—Magnus no te la pedirá —dijo Aurelia meneando la cabeza.

—¿Por qué no?

—Por algo que Sila me dijo en una ocasión. Que Pompeyo siempre ha tenido miedo de pedir la mano de una princesa. Porque eso es lo que es Julia, hijo mío, una princesa de la más alta cuna de toda Roma. Una reina extranjera no la igualaría a los ojos de Pompeyo. Así que no te la pedirá porque tendrá demasiado miedo de que se le rechace. Eso es lo que me dijo Sila; Pompeyo preferiría quedarse soltero antes que arriesgarse a que su
dignitas
resultase herida con una negativa. Así que está esperando a que alguien que tenga una princesa por hija se lo pida a él. Serás tú quien tenga que hacer la petición, César, no Pompeyo. Pero primero deja que lo desee con ansia. Sabe que Julia está prometida a Bruto. Veremos qué ocurre cuando se conozcan, pero no permitamos que se conozcan demasiado pronto. —Aurelia se levantó y cogió del escritorio el busto de Pompeyo—. Volveré a dejarlo donde estaba.

—No, ponlo en la repisa al lado de su cama y haz lo que pensabas hacer. Regala la ropa —la conminó César mientras se recostaba en su asiento y cerraba los ojos con satisfacción.

—A ella le resultará mortificante que yo haya descubierto su secreto.

—No si le riñes por aceptar regalos de Junia, que tiene demasiado dinero. Así podrá seguir contemplando a Pompeyo Magnus sin perder su orgullo.

—Acuéstate —le dijo Aurelia desde la puerta.

—Eso pienso hacer. Y gracias a ti, voy a dormir tan profundamente como un marinero hechizado por las sirenas.

—Eso, César, es exagerar un poco.

El segundo día de enero César presentó ante la Cámara el proyecto de ley que había estado preparando para someterlo a consideración, y la Cámara se estremeció a la vista de casi treinta grandes cubos de libros distribuidos alrededor de los pies del cónsul
senior
. Lo que hasta entonces solía ser la extensión normal de un proyecto de ley ahora parecía diminuto en comparación con ésta; la
lex lulia agraria
tendría más de cien capítulos.

Como la cámara de la Curia Hostilia no era un lugar con una acústica satisfactoria, el cónsul
senior
impostó la voz hasta sus tonos agudos y procedió a proporcionar al Senado de Roma una disertación admirablemente concisa, aunque completa, de aquel enorme documento que llevaba su nombre, y nada más que su nombre. Lástima que Bíbulo no se mostrase cooperativo; de lo contrario se habría llamado
lex lulia Calpurnia agraria
.

—Mis escribas han preparado trescientas copias del proyecto de ley; el tiempo ha impedido que se hicieran más —dijo Cesar—. No obstante, hay suficientes para que cada dos senadores compartan una copia, y hay otras cincuenta copias a disposición del pueblo. instalaré una barraca a la puerta de la basílica Emilia con un secretario legal y un ayudante a fin de que estén de servicio para que aquellos miembros del pueblo que deseen leer el proyecto con detenimiento o quieran exponer sus dudas puedan hacerlo. Junto con cada copia va un resumen de referencias útiles a las cláusulas o capítulos pertinentes, por si algunos de los lectores o de los que tengan preguntas que hacer tienen más interés por algunas disposiciones que por otras.

—¡Debes de estar bromeando! —le dijo Bíbulo con burla—. ¡Nadie se molestará en leer algo ni la mitad de largo que eso! —Sinceramente, espero que todos lo lean —dijo César al tiempo que levantaba las cejas—. Quiero críticas, quiero sugerencias útiles, quiero saber qué está mal en el proyecto. —Se puso serio—. Puede que la brevedad sea el meollo del ingenio, pero la brevedad en las leyes que requieren longitud significa que son leyes malas. Toda contingencia debe ser examinada, explorada y explicada. La legislación irrecusable es la legislación larga. Veréis pocos proyectos de ley bonitos y breves que procedan de mí, padres conscriptos. Pero cada uno de los proyectos de ley que pienso presentaros habrá sido redactado personalmente según una fórmula diseñada para cubrir todas las posibilidades previsibles. —Hizo una pausa para permitir que se hicieran comentarios, pero nadie se ofreció para ello—. Italia es Roma, no cometamos ningún error a ese respecto. Las tierras públicas de las ciudades, de los pueblos, de los municipios y de las comarcas de Italia pertenecen a Roma, y gracias a las guerras y a las migraciones hay muchos distritos de arriba abajo de esta península que se han despoblado tanto y están tan infrautilizados como cualquier parte de la moderna Grecia. Mientras que Roma se ha convertido ahora en una ciudad superpoblada. El subsidio del grano es una carga mayor de la que el Tesoro debería afrontar, y al decir esto no estoy criticando la ley de Marco Porcio Catón. En mi opinión, la suya fue una medida excelente. Sin ella habríamos visto disturbios y malestar general. Pero el hecho es que en lugar de subvencionar el subsidio del grano que crece de día en día, deberíamos estar aliviando la superpoblación dentro de la ciudad de Roma, ofreciendo para ello a los pobres de Roma algo más que la oportunidad de alistarse en el ejército.

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