Read Los clanes de la tierra helada Online
Authors: Jeff Janoda
Hacia el final del cortejo iban los seis hijos de Thorbrand, a los que Hrafn apenas había visto. Habían acampado lejos de los otros clientes de Snorri durante la asamblea de Thorsnes y no se habían sumado a los cánticos compartidos en torno a las hogueras. Cabalgaban sin apenas hablar con los demás. Pese a que Snorri había pasado un tiempo con todos sus clientes en un momento u otro del trayecto, aunque solo fuera para intercambiar unas palabras, evitaba a los hermanos. Hrafn le preguntó por qué. A él le gustaban, en especial Thorleif, y había pasado un mes con la familia en el estuario de Swan después de haber transmitido a Arnkel la solicitud de Snorri en invierno.
—Están enfadados conmigo por haberme encargado de la querella de Thorolf contra su hijo —explicó el
gothi
, volviendo la cabeza para mirar a los hermanos—. Como recordarás, no quise prestarles mi apoyo en contra de Arnkel por la cuestión de la tierra de Ulfar.
El
gothi
añadió aquello de pasada, como si careciera de importancia, mientras despedía con un gesto a alguien que se iba. Incluso sonrió mientras hablaba.
—Parecen personas cabales y leales —apuntó con cautela Hrafn.
Su voz debió de contener un asomo de crítica porque el
gothi
lo miró con semblante adusto.
—Son lo que son, Hrafn —contestó de mal talante—. Ven conmigo.
Snorri volvió grupas con brusquedad para retroceder hacia los hermanos. Tras él, Hrafn se preguntaba qué tormenta habría despertado. El mercader maldijo para sí al ver la actitud de enojo del
gothi
Snorri. Ya tenía el barco listo para zarpar, pero necesitaba la ayuda de los hombres del
gothi
para desplazarlo hasta el agua y para cargar las mercancías que le quedaban después de las transacciones del invierno. Quizás hubiera puesto en peligro la compra del aceite de foca que le tenía reservado Olaf.
«Qué sandio eres —se reprendió—. ¿Cuándo aprenderás a mantener la boca cerrada?»
Los hermanos miraron con sorpresa al
gothi
, que llegó a toda prisa para frenar delante de ellos. Hrafn lo alcanzó y respondió encogiéndose de hombros a la muda pregunta que le dirigió Thorleif.
—Nuestro amigo Hrafn considera que no os he tratado bien —dijo con aspereza Snorri.
—Gothi…
—quiso intervenir Hrafn, pero Snorri lo atajó con un gesto.
—¿Es eso lo que creéis, hijos de Thorbrand? —insistió—. ¿Os he tratado mal?
Aquella manifestación directa de ira era tan insólita en él que los hermanos se quedaron perplejos, sin saber qué decir. Falcón llegó entonces y se situó en silencio junto a Snorri, con el entrecejo fruncido. Inquietos por la tensión perceptible en las piernas de los jinetes y en las manos crispadas en las riendas, los caballos escarceaban y se comunicaban entre sí con resoplidos y relinchos.
La incertidumbre de los hermanos dejó turbado a Snorri. Como sabía de la amistad que unía a Hrafn y Thorleif, había supuesto que este le había pedido al mercader que hablara con el
gothi
. Ahora parecía que se había equivocado, no obstante, y que Hrafn había hablado por cuenta propia nada más.
Los hermanos no le inspiraban gran cosa. Lo malo era que su padre estaba demasiado viejo. Disponer de un enemigo más poderoso por el flanco sur de Arnkel sería una bendición, pero solo contaba con aquellos hombres. ¿Por qué no hacían lo que había que hacer? Seguían apelando a él para dar una respuesta a Arnkel cuando deberían recurrir a sus propios brazos. Tal vez los ayudaría si dieran ese paso.
Aunque tampoco en ese caso era seguro, se corrigió con disgusto. No se ganaba nada obrando solo por una vinculación sentimental. Hrafn era un necio al hablar en favor de aquellos hombres sin recibir nada. Snorri lucharía cuando no tuviera ninguna otra opción. El desenlace era demasiado incierto. Hasta el hombre más sabio del mundo podía perecer de un hachazo en la cabeza.
—¿Cuánto tiempo conservaría la lealtad de otros hombres si invirtiera mi influencia y mi riqueza detrás de un caso que es incierto? Vosotros, hijos de Thorbrand, debéis manteneros alerta, puesto que estáis más cerca de las cosas que suceden allá en el fiordo. ¡No dejéis que Arnkel os vuelva a engañar y entonces os ayudaré!
Se produjo un intervalo de silencio, que Thorleif acabó interrumpiendo.
—Mantendremos tus palabras en nuestros corazones,
gothi.
Después dirigió una señal a sus hermanos y partió en cabeza, abandonando el camino. El sendero que conducía hacia el sur, para ir al estuario de Swan, no se bifurcaba hasta más adelante. Tendrían que cabalgar a campo traviesa entre pastos y pantanos y después franquear montañas, que en el interior eran escabrosas, coronadas de rocas y nieve.
El
gothi
Snorri los observó alejarse.
«No voy a hacer nada para enfrentarme a Arnkel o provocarlo», resolvió.
Aun cuando el bosque de Crowness le pertenecía ya legalmente, no pensaba mandar a nadie a recoger madera mientras no necesitara explotarlo. Su riqueza lo tentaba, con todas aquellas vigas… Quizá la polvareda acabara por asentarse. El terreno estaba igual de cerca de su propia granja que de la de Arnkel, y gracias a la sorprendente pero oportuna admisión pública de Thorolf de la cesión en
handsal
del bosque, Snorri podía tomar posesión de este cuando quisiera, sin disputas legales ni apelación a testigos. Existía la remota posibilidad de que el Cojo muriera para complicar las cosas y suscitar cuestiones de herencia, pero todavía parecía resistente. Podía vivir aún diez años o más. Mientras tanto esa tierra era del Cojo y él se la había dado al
gothi
Snorri.
Sí, siempre era mejor proceder despacio.
Se volvió hacia Hrafn y sonrió, recobrada la calma. El mercader se mostró aliviado al verlo de nuevo con talante afable, cosa que acentuó la sonrisa de Snorri.
Antes de llegar a Helgafell, ya advirtió que había problemas. Uno de los esclavos acudió a la carrera y le agarró una bota con las dos manos. Así, prendido de él, se fue girando hacia atrás para mirar con ojos desorbitados hacia la casa.
«Por la sangre de Thor, ya ha estallado el conflicto», pensó Snorri. ¿Habría atacado Arnkel su residencia?
El esclavo recuperó el aliento y contó con precipitación lo ocurrido. Había un hombre muerto, uno de los otros esclavos, un irlandés irascible llamado Rag. Le habían partido el cráneo con el mango de un hacha.
—¿Quién ha sido? —preguntó Snorri.
El hombre lanzó una mirada temerosa a Hrafn.
—Ha sido Onund el marinero,
gothi
. Estaba borracho y Rag ha escupido cerca de él, pues no lo ha visto cuando estaba acostado sobre la paja. Se han peleado, Onund lo ha tirado al suelo y después le ha hecho saltar el cerebro. Ha sido horrible, con sangre por todas partes.
El esclavo se dispuso a añadir detalles, viendo que tenía un público, pero Snorri lo atajó con un gesto.
—¿Dónde está Onund ahora?
—En el establo,
gothi
, creo.
Llamó a media docena de hombres y puso al frente de ellos a Falcón. Fuera del pajar los dispuso en fila, armados con lanzas, y después fueron entrando de dos en dos. El cadáver de Rag seguía tendido allí, rodeado de un revuelo de moscas. Los hombres soltaron quedos juramentos al ver la sangre que lo recubría en un charco y que había salpicado hasta la pared y una viga.
—Debe de haber perdido el juicio —dijo, impresionado, Falcón.
Snorri se quedó mirando fijamente la sangre.
—Buscadlo —ordenó al cabo.
Onund roncaba en una casilla, recubierto de sangre seca, con el mango del hacha todavía en la mano. No cabía duda alguna respecto a su culpabilidad. Lo despertaron arrojándole un cubo de agua.
—Maldito seas —susurró Hrafn, propinándole un puntapié cuando se levantaba—. ¿Sabes lo que me va a costar esto?
El
gothi
Snorri sonrió.
Esa noche, ya tarde, cuando los demás se habían acostado a dormir en los bancos y todos los niños habían dejado de protestar y se habían rendido al sueño, Snorri y Hrafn seguían sentados al pie del sitial, muy borrachos, apoyados uno en el hombro del otro. El
gothi
raras veces se dejaba embotar los sentidos hasta ese punto por la bebida, pero esa noche había sentido una necesidad especial, y al día siguiente Hrafn zarparía hacia la granja de Olaf para cargar el aceite de foca antes de partir rumbo a Noruega.
El pellejo pasaba con frecuencia de una mano a otra y al beber derramaban la mitad del contenido de los cuernos. Durante un rato permanecieron callados y a Hrafn comenzaron a cerrársele los ojos. Ya habían concluido las negociaciones: Onund se quedaría en Helgafell trabajando para saldar su deuda con el
gothi
Snorri por la muerte del esclavo. A Hrafn le costó disimular su alborozo por lo poco que le había costado el delito cometido por su marinero. Onund, por su parte, parpadeó con sorpresa y alivio, pues esperaba una represalia mucho peor.
El
gothi
Snorri le dio una palmada en el hombro, aunque con sombría expresión, y le dijo al oído que eran muchos los servicios que un hombre podía prestar para lavar las manchas de sangre.
—Hrafn —susurró entre los ronquidos que resonaban en la sala.
—¿Snorri?
—¿Alguna vez has luchado contra alguien con hacha o espada?
Hrafn abrió los ojos y miró al
gothi
. Luego tomó un trago del cuerno.
—Yo luché al servicio de Erik Hacha Sangrienta en Yorkshire cuando era joven e insensato y me consideraba una poderosa criatura bajo el sol. —Soltó un resoplido—. Cuando lo abatieron, tuve que llegar como pude hasta la costa con una banda de hombres. Por el camino tuvimos que matar a muchos northumbrianos, pero ellos también nos diezmaron a nosotros. Solo quedamos con vida tres, porque pudimos huir con unos caballos robados. Nos fuimos en una barca de pesca y pasamos una semana en el mar sin más agua que la de la lluvia. Después de aquello, pensé que tenía que haber mejores maneras de pasar la vida.
Estuvieron bebiendo un poco y a Hrafn empezaron a cerrársele los ojos de nuevo.
—Hrafn —susurró Snorri—. Mi padre me dijo una vez que un hombre era más que la fuerza de sus brazos. Es algo en lo que creo con todo mi corazón. ¿Acaso no es Odín el dios de la sabiduría y de la fuerza a un tiempo? ¿Acaso no van ambas cosas juntas, como una sola?
Hrafn se sacó el crucifijo de debajo de la camisa y lo dejó colgando a modo de respuesta. El
gothi
recibió con un bufido la evasiva contestación y tomó un trago.
—No entiendes bien el sentido, Hrafn. Tú has ganado en sabiduría, porque has llegado a distinguir la diferencia que hay entre tus deseos y tus necesidades. Tú también posees fuerza. ¿Qué es la fuerza? Es la capacidad que tiene un hombre de actuar en consonancia con los dictados de la sabiduría, por más desagradable que sea la empresa. Son cuestiones inseparables, y por eso Odín es dios de ambas en los corazones de los hombres. Cada una es la vaina de la espada de la otra, y se vuelve inútil o peligrosa sin la otra.
A través del velo de la bebida, o quizá debido a la intuición que esta procuraba, Hrafn percibió la necesidad de confesión en la voz del
gothi
, consciente de que hablaba a consecuencia del hidromiel y también porque él se marchaba al día siguiente. Era un depositario seguro de unas palabras que tal vez podría lamentar más adelante. Aun así, la señal de confianza le emocionó.
—Es muy cierto que la fuerza va mucho más allá de los músculos —murmuró pausadamente, intentando hallar un mínimo de elocuencia entre la caótica neblina de sus pensamientos.
El
gothi
se apoyó contra él.
—Vete a dormir, Hrafn.
El mercader se fue a acostar tambaleante, murmurando excusas, y al poco ya roncaba.
El
gothi
permaneció largo tiempo con la compañía de una solitaria lámpara. La anaranjada luz bailaba sobre su rostro. No volvió a beber y aunque dio varias cabezadas, en todas las ocasiones volvió a despertarse y enderezar el torso. Cuando le pareció que amanecía, se puso el sombrero y la capa y se fue al establo cuando el primer resplandor del sol interrumpía la oscuridad del cielo por el este. Tras elegir la mejor de las cabras, se la llevó atada de una cuerda.
Se quedó un rato junto a la puerta. Luego se quitó el sombrero de piel de foca y lo dejó en un palo de la cerca, ofreciendo la cabeza desnuda al cielo. El viento traspasó la barrera del cabello hasta el cráneo.
El camino era un lisa línea blanca de nieve aplastada entre la negrura de la rocas, que mejor se percibía de reojo que mirando al centro. Durante el ascenso evitó mirar hacia abajo. El susurro de los elfos era omnipresente. Comentaban lo rolliza que era la cabra y lo mucho que apestaba él a hidromiel. Solo la cumbre, donde vivían los dioses, estaba libre de ellos. A las criaturas tenebrosas les aterrorizaban los nobles seres del cielo. Sin dejarse distraer por sus mundanas ansias, centró la mirada en el altar y pronunció una y otra vez la plegaria, propiciando el recogimiento previo al sacrificio.
Allá en la cima soplaba un frío viento. El mundo de abajo estaba cubierto de alargadas sombras.
Aguardó la salida del sol.
El alba era el tiempo predilecto de Odín.
Comenzó a entonar la oración y a medida que la luz se intensificaba por levante, su voz fue cobrando potencia. Luego sacó el cuchillo del cinturón.
El nombre de Odín surgió con claridad de entre sus labios, y pareció que en derredor los elfos exhalaban susurros de sorpresa y consternación. Odín quería todo el animal para sí, en cuerpo y alma, y ellos se habían acostumbrado a recibir su parte de los sacrificios.
El
gothi
Snorri siempre ofrecía las inmolaciones al alba.
—¡Acudo a ti ahora, Odín —gritó al cielo—, con la cabeza al desnudo, para que veas mi cara y sepas que soy yo!
La claridad del cielo aumentaba.
Empapó la cabra con aceite de foca, sin importarle las gotas de preciado fluido que iban a parar al suelo.
Un arco de intensa luz asomó por el horizonte. Era la primera vida del sol. Por el rabillo del ojo vio como los elfos brincaban enfebrecidos, como parpadeos de luz y de sombra.
Degolló de un tajo a la cabra y la mantuvo sujeta hasta que murió, recogiendo la sangre en un cuenco. Del bolsillo sacó un puñado de musgo seco y corteza de abedul, junto a los que frotó acero y pedernal. La cabra se convirtió en una erupción de llamas y grasiento humo negro. Snorri se apartó de las llamas y apuntó el ensangrentado cuchillo al cielo. Después roció de sangre el ardiente cadáver.