Read Los clanes de la tierra helada Online
Authors: Jeff Janoda
Fue la suerte lo que hizo de Einar un hombre rico. Como fue el primero en llegar al fiordo de Swan, se quedó con toda la tierra fértil con excepción de la embocadura del río, pensando que su familia estaba sola y que ya habría tiempo para construir vallas allí y reivindicar su propiedad. Un día Thorbrand se adentró por el cauce con su familia mientras Einar estaba en las colinas y se adueñó de esa tierra. La relación entre las dos familias fue tensa desde el principio y por eso Thorbrand recurrió al padre de Snorri en busca de una alianza, pese a que vivía más lejos, cerca del mar abierto, en la Montaña Sagrada. Snorri ya era por aquel entonces un jefe conocido. Formaba parte de la nueva clase de líderes que ni mandaban ni gobernaban, ni tampoco capitaneaban en la guerra, sino que ayudaban a la gente a resolver sus diferencias sin derramamiento de sangre, ganando con ello reputación y honor.
Uno de los hombres de Einar había sido Thorolf, un joven pendenciero que echaba de menos las peleas de su tierra natal y, debido a su escasa afición a cultivar la tierra, pasaba el tiempo cazando focas y aves e intimidando a los demás para que le cedieran su ración de cerveza. Entre él y su amo estallaban constantes discusiones. Con la intención de amansarlo y propiciar un acercamiento, Einar lo casó con su fogosa hija Gudrid y le dio una pequeña parcela de tierra que llamaron Bolstathr.
Al cabo de un año se fue, después de propinar un día una brutal paliza a Gudrid por su brío. Antes de que Einar pudiera vengar aquel abuso, Thorolf se alejó de la casa mientras ella le gritaba desde la puerta con la dentadura rota que se divorciaba de él y que acabaría viéndolo muerto, y le arrojaba el anillo de boda a la espalda. Se marchó a Inglaterra en un barco mercante y no lo volvieron a ver hasta al cabo de diez años.
Dejó tras de sí a un hijo varón.
Gudrid, que era orgullosa, se quedó sola en su casa criando al niño, a quien llamó Arnkel.
Einar dio una fiesta cuando el chico cumplió diez años y él cincuenta. Snorri asistió a ella junto con su padre. Falcón era casi un hombre entonces y ya tenía un asomo de barba en el mentón. Estuvo bebiendo cerveza y se divirtió haciendo terribles muecas a los niños. El único que se quedó en la mesa fue Arnkel, que le sostuvo la mirada sin temblar. Cuando Falcón le acercó la cara, Arnkel le acuchilló la mejilla. Aquello suscitó muchos gritos y peticiones de disculpas y la entrega de una cabra como compensación, aunque se decía que una vez se hubieron ido los invitados, Einar acarició con orgullo la cabeza del chico y le dio una hermosa daga, con puño de marfil de morsa.
El
gothi
Snorri se acordaba muy bien del terror que le inspiraba Falcón. También se acordaba de la impresión que le produjo ver a un niño de su propia edad con el valor de hacer aquello.
Thorolf regresó un mes después, cubierto de oro y cicatrices, vestido con armadura y acompañado de esclavos armados. Todo el mundo se apartaba a su paso. Pronto comenzó a provocar a Einar sacando a relucir los malos tratos infligidos a su hija y se instaló sin escrúpulos en Bolstathr, obligando a Gudrid a volver a Hvammr, donde vivía su padre. Era evidente que quería que Einar lo retara en duelo, ya que, como parte agraviada, después del mismo podría reclamar la reparación de daños que se le antojara, puesto que Einar no tenía ningún hijo varón. Así era la ley por aquel entonces, igual que en Noruega. Einar envió a sus tres mejores hombres a que mataran a Thorolf. Al día siguiente encontraron sus cabezas delante de la puerta de Einar. No se pudo demostrar nada, aunque Thorolf y dos de sus esclavos lucieron cortes y morados, aparte de descaradas sonrisas.
Luego comenzaron a aparecer ovejas de Einar muertas en los pastos de altura, veinte como mínimo cada vez, con las cabezas clavadas en postes como si hubieran sido ladrones sorprendidos in fraganti. Una noche, un pajar de Hvammr fue pasto de las llamas.
Einar fue a verlo.
No hubo disputa, ni una palabra más alta que otra, ni agitación de armas. Muchas personas los vieron hablando en el prado como dos campesinos que comentaran las incidencias del tiempo, pero a la mañana siguiente los esclavos de Thorolf trazaron un círculo de piedras en el campo de Bolstathr y Einar bajó con su espada y su escudo.
Se contaba que Einar le preguntó al guerrero qué quería y que este contestó: «Todas tus tierras». A cambio de ello, permitiría que Gudrid se quedara con Bolstathr y viviera allí con el nieto de Einar, y así el niño tendría una herencia. En su condición de hijo mayor de Thorolf, todas las tierras de este pasarían de todas maneras a él a su muerte.
Einar tuvo una muerte honrosa.
Estuvieron luchando un buen rato, tratándose de ese tipo de combate, y el hombre mayor supo sacarle su provecho, pues dejó su espada clavada en la pierna de Thorolf.
La herida sosegó a Thorolf. Intentó ser un padre para Arnkel, a su manera, pero el chico solo aceptaba ir con el vikingo si este le enseñaba a manejar las armas. Pasaron muchos días juntos hasta que incluso el Cojo se cansó del ruido del choque del metal. Su afición a la bebida nunca remitió y se consideraba rico sin necesidad de trabajar. Su carácter, de por sí agrio, empeoró a causa de la constante ebriedad y el dolor en la pierna.
Su hijo era muy diferente, callado, sombrío, distante, aunque tenía unos puños como piedras y todos los chiquillos del valle tuvieron pronto buena constancia de ello.
Snorri salió de su ensimismamiento y oyó que Thorleif insistía de nuevo, pero el
gothi
le aferró la camisa con una mano. Thorleif posó la mirada con sorpresa y enojo en su puño crispado.
—El hijo no es como el padre, cliente —dijo en voz baja Snorri, como para sí. Luego soltó a Thorleif y se volvió a sentar—. Cometí un error una vez, hace ocho años, al permitir que ese hombre se convirtiera en jefe. Ahora parece que ambos debemos pagar las consecuencias de ese error. El precio dependerá de la inteligencia con que actuemos… hermano adoptivo. Ahora comed y bebed —aconsejó, alisando la camisa de Thorleif—, y por la mañana regresad a vuestra granja. Estad bien atentos una vez lleguéis allí y hacedme saber todo cuanto haga el
gothi
Arnkel.
Thorleif volvió a sentarse con sus hermanos.
Hacia el atardecer el
gothi
se puso en pie y estiró los brazos. De la caja que tenía a los pies sacó un cuchillo con empuñadura envuelta en hilo de oro y se lo colocó en la cintura. Precediendo a los demás, salió afuera, donde ya estaban preparando una cabra. El
gothi
iba tocado con un sombrero de ala ancha, de piel de foca, que llevaba en la intemperie tanto en invierno como en verano, peculiaridad por la cual siempre lo reconocía todo el mundo cuando cruzaba a caballo los campos para visitar las granjas de sus clientes. Los hermanos y Hrafn pestañearon con la luminosa luz despedida por el rojizo sol que flotaba cerca del horizonte y sacudieron la cabeza para despejar los vapores de cerveza que habían acumulado a lo largo del día. Sam y Klaenger se habían ido antes a fin de aprovechar el tiempo calmado para pescar, ya que la tempestad se podía presentar en cualquier momento y no era cuestión de desperdiciar el buen tiempo cuando uno trabajaba en el mar.
—Hrafn, tú no conoces este sitio, porque eres un extranjero —dijo el
gothi
Snorri—. Esta es la Montaña Sagrada. En la cima uno puede encontrar a Thor si tiene el corazón puro, limpio y fuerte.
Hrafn los miró con asombro y percibió el aire sombrío que habían adoptado todos.
—Pero si es solo una colina, y bastante baja además —objetó observándola, dubitativo.
—Desde allí se otea casi todo el territorio —le aseguró el
gothi
Snorri.
Iniciaron el ascenso de la montaña.
Hrafn tropezó cerca de la falda y los otros lo miraron con enojo. Se le había salido de la camisa una cruz de madera que llevaba colgada del cuello con una trenza de cuero.
—¡Cristiano! —exclamó, boquiabierto, Thorleif.
Hrafn se encogió de hombros con nerviosismo.
—Las tierras en las que comercio son todas adeptas al Cristo Blanco. Para mí es un buen negocio serlo también. —Paseó la mirada entre los presentes—. En la tierra de Thor, sigo su guía.
Con el pulgar y el índice ocultó la parte superior del crucifijo, transformándolo en el martillo de Thor. Oyendo las quedas risas suscitadas, Hrafn rezó para sus adentros, pidiendo perdón, y juró al Señor Jesús que donaría una copa de plata la próxima vez que fuera a Trondheim.
Tomaron el más ancho de los múltiples senderos que conducían a la cima, con el
gothi
en cabeza.
—No hables mientras subes —advirtió al mercader—, ni tampoco te vuelvas a mirar hacia abajo. Mantén la mirada baja y el corazón concentrado en lo que quieres que suceda.
Tardaron poco en llegar arriba. Para entonces el sol rozaba ya con su base la tierra. El
gothi
, que había conducido personalmente la cabra, la llevó en brazos el último trecho. Al oler la sangre helada que cubría el altar el animal se echó atrás, balando aterrorizado, como si de algún modo intuyera su destino.
No hubo preámbulos a la ceremonia. El
gothi
Snorri se colocó el brazalete de plata que reposaba en la fría piedra, Thorleif y Thorfinn mantuvieron la cabra sujeta contra el altar y el
gothi
se situó delante con el cuchillo desenvainado. Manteniéndolo en alto, invocó a Thor. Luego invocó a los elfos que había a su alrededor, pidiéndoles que se reunieran para ver lo que les habían traído. A ellos les reservaban la sangre y una parte de la carne, pues eso eran ellos precisamente, seres de la tierra, atados a ella. A Thor le consagraban el espíritu del animal, que consumiría en su sala, allá arriba en la inmensidad del cielo.
Thorfinn
el Sagrado
escrutó la oscuridad de detrás de la colina, aún sujetando la cabra contra la piedra, y después dirigió un siseo al
gothi
Snorri. Enseguida desvió la vista del relumbre de anormales ojos y movimientos en las sombras. Sabía que debía fingir que no veía cómo se ocultaban, cuándo surgían del duro suelo igual que gusanos. Si alguien los veía lo seguirían hasta su casa, y se vengarían del pecado de haber entrado en la conciencia de un hombre robando, echando a perder la comida e incluso quitando la vida de un niño en la cuna.
Thorleif miró de reojo, aterrorizado y fascinado como siempre, pero al no tener las facultades de Thorfinn no vio nada. Luego se quedó petrificado. Un atisbo de movimiento, apenas una mota de polvo en su ojo, le heló el corazón. Se había mantenido concentrado en su deseo durante todo el ascenso, con la vista fija en el suelo, aferrado al desesperado anhelo de retenerlo a fuerza de voluntad, y maldijo a los elfos por distraerlo de él aunque solo fuera un momento.
A él solo le interesaba Thor.
El
gothi
hundió la punta del cuchillo en el cuello de la cabra y mantuvo la cabeza quieta mientras agonizaba, vertiendo la sangre en un gran cuenco de cobre que sostenía Thorfinn. Cuando el fluir se fue debilitando, Snorri sumergió la mano en la sangre y roció con ella a los congregados, girando despacio. Al mismo tiempo, con cada sacudida de la mano reclamaba a gritos la atención de Thor hacia el sacrificio y proyectaba con las gotas la gracia bendecida por el dios.
De todas las gargantas brotó un suspiro de alivio. Ya podían volver a hablar y dejar vagar el pensamiento y reír sin trabas. Se pusieron a charlar de nimiedades mientras el
gothi
desollaba la cabra y cortaba los cuartos traseros y el solomillo. Los elfos no necesitaban vestirse y era un desperdicio cederles las mejores piezas de carne. Dejándoles pues la cabeza y las entrañas, dieron media vuelta para descender con los últimos rayos de sol.
Una sobrecogedora luz bañaba el paisaje de tonos anaranjados y negros, representaciones de lo visto y lo no percibido. A lo lejos, por el lado sur, se divisaba una oscura mancha coronada de blanco. Era el Crowness de Thorolf, el terreno más valioso del fiordo, cuyos abedules oscilaban mecidos por el frío viento.
Había un jinete. También por el lado sur, aunque más cerca que los árboles, un individuo robusto se dirigía a la residencia del
gothi
, tirando de un caballo de carga blanco. Desaparecía en la sombra de las hondonadas para volver a salir a la luz siguiendo el sinuoso trazado del camino.
—La única persona que conozco que tiene un caballo blanco es el Cojo —dijo Illugi, escrutando la diminuta forma—. ¿Qué debe de hacer por ahí?
El
gothi
Snorri posó la mano en el hombro de Thorleif mientras bajaban. Intercambiaron un gesto de complicidad, conscientes de que ambos habían abrigado la misma clase de deseo en el corazón y que tal vez tenían allí la respuesta, enviada incluso antes de que hubiera abandonado la montaña.
—Nuestra fe era intensa, hermano adoptivo —dijo Snorri.
Él había rogado para tener una contestación que dar a Arnkel.
Thorleif había rogado para obtener venganza.
El Cojo tomó asiento al lado izquierdo del
gothi
Snorri, incómodo y envarado. Había dejado media docena de pieles de foca plegadas delante del
gothi
, diciendo tan solo «para ti», como si el regalo en sí le dispensara de otras manifestaciones de cortesía.
Los hijos de Thorbrand se habían marchado.
El estuario de Swan no quedaba tan lejos. Se llegaba en dos horas, o en tres de noche. Eso le dijeron al
gothi
Snorri delante de la casa, agradeciéndole su hospitalidad, mientras el Cojo los miraba, sorprendido de verlos allí. Lo saludaron con actitud afable y él les correspondió inclinando la cabeza. Hrafn los llevó entonces al establo y a la luz de las antorchas discutieron las transacciones. Compraron un gran saco de grano y otro de lúpulo, para hacer cerveza, y se fueron con la promesa de regresar cuando dispusieran de más tiempo y más luz.
Oreakja los despidió. Falcón había entrado en la sala con el
gothi
y el Cojo, junto a quien se plantó de brazos cruzados, vigilándolo con recelo.
Falcón se acordaba del monstruo de antaño.
—Quiero hablar contigo en privado,
gothi
Snorri —solicitó el Cojo—, y no con este zopenco que no para de mirarme, buscándose un cachete. No me fío de él. He dejado mi lanza y mi espada junto a la puerta. ¿Qué puedes temer de mí? He venido a pedir tu ayuda.
—Nos traerá comida para los dos, Thoro…