Los confidentes (2 page)

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Authors: Bret Easton Ellis

Tags: #Drama, Relato

BOOK: Los confidentes
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–Ya lo sabes -dice Raymond-. Ya lo sabes,

Dirk.

–No, no lo sé -dice Dirk-. ¿Por qué no nos lo cuentas? Venga, dínoslo.

–Yo no tengo nada que decir -murmura Raymond.

–Chicos, sois unos carapijos totales -dice Graham, jugueteando con un colín. Se lo ofrece a Dirk, que lo rechaza con la mano.

–Nada de déjalo, Raymond -dice Dirk-. Lo sacaste a relucir tú. Ahora cuéntalo, maricón.

–Diles que se callen -me dice Graham.

–Ya lo sabéis -dice débilmente Raymond.

–Cierra el pico -digo yo, con un suspiro.

–Cuéntaselo, Raymond -dice Dirk, desafiante.

–Desde que Jamie… -a Raymond se le quiebra la voz. Rechina los dientes, luego nos vuelve la espalda.

–¿Desde que Jamie qué? – pregunta Dirk, alzando la voz, que se hace más aguda-. ¿Desde que Jamie qué, Raymond?

–Chicos, sois unos carapijos totales. – Graham se ríe-. ¿Por qué no te callas?

Raymond susurra algo que no podemos oír ninguno de los demás.

–¿Qué? – pregunta Dirk-. ¿Qué has dicho?

–Desde que murió Jamie -admite Raymond por fin, entre dientes.

Por algún motivo esto cierra la boca a Dirk, que se echa hacia atrás, sonriendo, mientras el camarero trae la comida a la mesa. Yo no quiero garbanzos en la ensalada y ya se lo había advertido al camarero cuando pedimos, pero parece inadecuado decir nada. El camarero coloca un plato de
mozzarella marinara
delante de Raymond. Este clava los ojos en ella. El camarero se marcha, vuelve con la bebida. Raymond sigue mirando fijamente la
mozzarella marinara.
El camarero pregunta si está todo a nuestro gusto. Graham es el único de nosotros que asiente con la cabeza.

–Él siempre pedía esto mismo -dice Raymond.

–Por el amor de Dios, tranquilízate -dice Dirk-. ¿Qué más da? Pide algo distinto. Pide orejas de mar, por ejemplo.

–Las orejas de mar están muy buenas -dice el camarero, antes de irse-. Y también las uvas de mar.

–Me parece increíble que te comportes de este modo -dice Raymond.

–¿De qué modo? ¿Es porque no me comporto como tú? – Dirk agarra el tenedor, luego lo suelta por tercera vez.

–No, me parece increíble que te comportes así, como si todo esto te la sudara -dice Raymond.

–Puede que sí. Jamie era un gilipollas. Un tío simpático, pero también un gilipollas, ¿vale? – dice Dirk-. Y ahora vamos a dejarlo. No merece la pena seguir con ello.

–Era uno de nuestros mejores amigos -dice Raymond con aires de acusación.

–Era un gilipollas y no era uno de mis mejores amigos -dice Dirk, riendo.

–Tú eras su mejor amigo, Dirk -dice Raymond-. No hagas como si no lo hubieras sido.

–Me menciona en su agenda… cojonudo. – Dirk se encoge de hombros-. Por eso es. – Pausa-. Era un gilipollas.

–No te importa.

–¿El que haya muerto? – pregunta Dirk-. Lleva un año muerto, Raymond.

–Me resulta increíble que te importe un pijo, eso es todo.

–Si que me importe un pijo significa estar aquí llorando como un marica por ello… -Dick suspira, luego añade-: Mira, Raymond, de eso ya hace mucho tiempo.

–Sólo hace un año -dice Raymond.

Cosas de Jamie de las que me acuerdo: colocarme con él en un concierto de Oingo Boingo cuando íbamos a octavo. Una borrachera en la playa de Malibú, durante una fiesta en la casa de un compañero iraní. Una broma que les gastó a unos compañeros de la USC
[1]
durante una fiesta en Palm Springs que de hecho causó a Tad Williams lesiones bastante graves. No me acuerdo de qué se trataba, pero me acuerdo de que Raymond, Jamie y yo fuimos dando rumbos por uno de los pasillos del Hilton Riviera, los tres muy pasados, de unos adornos de Navidad, de alguien al que se le saltó un ojo, de un camión de bomberos que llega demasiado tarde, de un cartel encima de una puerta que decía «NO ENTRAR». Esnifamos una coca muy buena en un yate, la noche de la fiesta de graduación, y él me decía que yo era su mejor amigo. Pusimos otra raya en una mesa esmaltada de negro y le pregunté por Dirk, por Graham, Raymond, por un par de estrellas de cine. Jamie dijo que le gustaban Dirk y Graham y que Raymond no le caía muy bien. «Es un falso», fueron sus palabras exactas. Otra raya y dijo que me entendía o algo así y yo preparé otra raya y le creí porque es más fácil seguir la corriente que no seguirla.

Una noche, a fines de agosto, camino de Palm Springs, Jamie intentaba encender un canuto y, o perdió el control del coche porque iba muy deprisa o tuvo un reventón, el BMW se salió de la autopista y él se mató en el acto. Dirk le seguía en otro coche. Iban a pasar un fin de semana a la casa de los padres de Jeffrey en Rancho Mirage y se habían largado de una fiesta en Studio City en la que estuvimos todos, y fue Dirk el que tuvo que sacar el cuerpo destrozado y ensangrentado del coche de Jamie, y el que hizo señas de que se detuviera a un tipo que iba camino de Las Vegas para construir una cancha de tenis y el tipo fue en coche al hospital más cercano y la ambulancia llegó setenta minutos después y Dirk la esperó allí sentado en el desierto con la vista fija en el cadáver. Dirk nunca habló mucho de ello, se limitó a darnos unos pocos detalles una semana después de lo que pasó: el modo en que fue dando tumbos, el BMW se deslizó por la arena, estrellándose contra un cactus, y cómo asomaba por el parabrisas la parte de arriba del cuerpo de Jamie; el modo en que Dirk tiró de él, lo puso a un lado, registró los bolsillos de Jamie para hacerse otro canuto. Muchas veces he tenido la tentación de ir hasta donde tuvo lugar el accidente y echar un ojo pero ya nunca voy a Palm Springs porque siempre que estoy allí me siento fatal y es un coñazo.

–Chicos, encuentro increíble que no os importe -está diciendo Raymond.

–Raymond -decimos Dirk y yo al mismo tiempo.

–Lo que pasa es que no podemos hacer nada -termino yo.

–Sí. – Dirk se encoge de hombros-. ¿Qué podemos hacer?

–Tienen razón, Raymond -dice Graham-. Las cosas resultan borrosas.

–La verdad es que para mí es una especie de borrón enorme -dice Dirk.

Miro a Raymond y luego nuevamente a Dirk.

–Está muerto y todo lo que quieras, pero eso no significa que no fuera un gilipollas -dice Dirk, quitándose el plato de delante.

–No era un gilipollas, Dirk -le digo yo, y de repente me echo a reír-. Dirk el gilipollas, Dirk el gilipollas.

–¿Qué quieres decir con eso, Tim? – pregunta Dirk, mirándome fijamente-. ¿Es porque te levantó a Carol Banks?

–Dios santo -dice Graham.

–¿Qué es eso de que me levantó a Carol Banks? – pregunto yo, al cabo de un momento de silencio. Carol y yo nos estuvimos viendo ocasionalmente durante primero y segundo en la universidad. Ella se fue a Camden una semana antes de que muriese Jamie. Llevo un año sin hablar con ella. Ni siquiera creo que vuelva este verano.

–Se la follaba a tus espaldas -dice Dirk, y parece contento al decirme esto.

–Se la tiró diez, doce veces, Dirk -dice Graham-. A mí eso no me parece que fuera un asunto serio o algo así.

De todos modos a mí nunca me gustó de verdad Carol Banks. Perdí mi virginidad con ella un año antes de que en realidad empezáramos a salir juntos. Atractiva, rubia, animadora del equipo, buenas notas, nada muy especial. Carol siempre me ha llamado
nonchalant,
una palabra cuyo significado jamás entendí, y una palabra que busqué en bastantes diccionarios de francés y que nunca pude encontrar. Yo siempre sospeché que Jamie y Carol habían hecho algo, pero como Carol nunca me gustó mucho (sólo en la cama y ni siquiera allí estaba seguro del todo) sigo sentado a la mesa sin que me importe gran cosa, nada afectado por lo que sabían todos menos

yo.

–Vaya, hombre, de modo que todos lo sabíais, ¿no? – pregunto.

–Siempre me dijiste que en realidad Carol nunca te gustó -dice Graham.

–Pero lo sabíais todos, ¿no? – vuelvo a preguntar-. Raymond… ¿tú lo sabías?

Raymond mira de reojo durante un momento con los ojos fijos en un punto invisible y asiente con la cabeza, sin decir nada.

–¿Y qué? Bien poca cosa, ¿no? – dice Graham más que pregunta.

–¿Vamos a ir al cine, o qué? – pregunta Dirk, suspirando.

–Chicos, no consigo creer que no os importe -dice Raymond en voz bastante alta, de repente.

–¿A ti te apetece ir al cine? – me pregunta Graham.

–Chicos, no consigo creer que no os importe -vuelve a decir Raymond, en voz más baja.

–Yo estuve allí, tonto del culo -dice Dirk, agarrando el brazo de Raymond.

–Mierda, todo esto resulta demasiado violento -dice Graham, hundiéndose en su asiento-. Cállate la boca, Dirk.

–Yo estuve allí -dice Dirk ignorando completamente a Graham, y sujetando todavía la muñeca de Raymond-. Yo soy el que me quedé y le saqué del jodido coche. Soy el que le vio desangrarse hasta que murió. Así que no me toquéis los huevos con eso de que no me importa. Muy bien, Raymond. Me la suda.

Raymond ha empezado a llorar y se aparta de Dirk y se levanta de la mesa, dirigiéndose al fondo del restaurante, hacia el servicio de caballeros. Las pocas personas que quedan en el restaurante están todas mirando hacia nuestra mesa. La actitud distante de Dirk se viene un poco abajo. Graham tiene pinta de angustiado o algo así. Yo vuelvo a clavar la vista en una pareja de jóvenes que está dos mesas más allá de la nuestra, hasta que apartan la mirada.

–Alguien tendría que hablar con él -digo yo,

–¿Y decirle qué? – pregunta Dirk-. ¿Qué coño le vas a decir?

–Bueno, verás, hablar simplemente con él. – Me encojo de hombros.

–Yo no lo voy a hacer. – Dick se cruza de brazos y mira a todas partes excepto a mí o a Graham.

Me pongo de pie.

–Jamie pensaba que Raymond era un tonto del culo -dice Dirk-. ¿Te das cuenta? Le tenía manía. Era amigo suyo sólo porque lo éramos nosotros, Tim.

–Tiene razón, colega -dice Graham al poco.

–Yo creía que Jamie se había matado en el acto -digo allí quieto, de pie.

–Y así se mató. – Dirk se encoge de hombros-. ¿Por qué dices eso? ¿Por qué?

–Le dijiste a Raymond, bueno, que se desangró hasta que murió.

–Dios santo… ¿qué diferencia hay? Joder, lo digo en serio… -dice Dirk-. Por Dios, si sus padres tuvieron la mierda esa del velatorio en Spago, por el amor de Dios. Mira, déjalo ya, tío.

–No, la verdad, Dirk -estoy diciendo yo-. ¿Por qué le dijiste eso a Raymond? – Pausa-. ¿Es la verdad?

Dirk alza la mirada.

–Espero que le haga sentirse peor.

–¿Es eso? – pregunto, tratando de no sonreír burlonamente.

Dirk me mira con dureza, luego deja de hacerlo, perdiendo el interés.

–Es que tú nunca te enteras de nada, Tim. Tienes pinta de estar bien, pero no das una a derechas.

Me alejo de la mesa y voy al servicio de caballeros. La puerta está cerrada y por encima del sonido de la cisterna que descarga repetidamente consigo oír los sollozos de Raymond. Llamo con los nudillos.

–Raymond… déjame entrar.

La cisterna deja de sonar. Le oigo sorberse los mocos, luego sonarse la nariz.

–Estoy perfectamente -responde.

–Déjame entrar. – Hago girar el picaporte-. Vamos. Abre la puerta.

La puerta se abre. Es un cuarto de baño pequeño y Raymond está sentado en la taza del retrete, que tiene la tapa bajada, y rompe nuevamente a llorar, con la cara y los ojos rojos y húmedos. La emoción de Raymond me sorprende tanto que tengo que apoyarme en la puerta y limitarme a mirar, viendo cómo se retuerce las manos.

–Era amigo mío -dice él, entre hipidos, sin mirarme.

Yo me quedo mirando los azulejos amarillentos de la pared durante largo rato mientras me pregunto por qué cojones me habrá puesto el jodido camarero los garbanzos en la ensalada, cuando estoy completamente seguro de haberle dicho que no me los pusiera. ¿Dónde habría nacido el camarero, por qué trabajaba en Mario's; es que no se había fijado en la ensalada, o no me había entendido?

–También tú le caías bien -digo, al fin.

–Era mi mejor amigo. – Raymond intenta dejar de llorar dando puñetazos a la pared.

Procuro agacharme, prestar atención.

–Claro, claro -le digo.

–De verdad, lo era. – Raymond sigue sollozando.

–Venga, levántate -digo-. Todo se arreglará. Vamos a ir al cine.

Raymond alza la vista y pregunta:

–¿Lo crees de verdad?

–Sí, a Jamie tú también le caías bien. – Agarro a Raymond por el brazo-. No le gustaría que hicieras estas cosas.

–Yo le caía bien -dice para sí mismo, o lo pregunta.

–Sí, le caías bien. – No puedo evitar sonreír cuando digo esto.

Raymond tose y corta un trozo de papel higiénico y se suena la nariz, luego se seca la cara y dice que necesita algo de costo.

Volvemos a la mesa los dos y tratamos de comer un poco pero todo está frío, y mi ensalada ha desaparecido. Raymond pide una botella de vino bueno y el camarero la trae con cuatro copas y Raymond propone un brindis. Y después de tener llenas las copas nos apremia para que las alcemos y Dirk nos mira como si estuviéramos locos y se niega, vaciando la suya de un trago, antes de que Raymond diga algo como: «Por ti, colega, te echamos mucho de menos.» Yo alzo mi copa sintiéndome como un estúpido y Raymond me mira, con la cara hinchada, sonriente, con pinta de pirado, y en este momento de calma, cuando Raymond alza su copa y Graham se levanta a hacer una llamada telefónica, me acuerdo de Jamie, de repente y con tanta claridad que parece como si el coche no se hubiera salido de la autopista aquella noche en el desierto. Casi parece como si el tonto del culo estuviera aquí, con nosotros, y que si me diera la vuelta, estaría sentado ahí mismo, también con la copa alzada, sonriendo, moviendo la cabeza y murmurando la palabra «idiotas».

Doy un sorbo, al principio con cuidado, temeroso de que el sorbo sirva para sellar algo.

–Lo siento -dice Dirk-. Sólo es… es que no puedo.

3

LA ESCALERA MECÁNICA

Estoy de pie en la terraza del apartamento de Martin, en Westwood, con una copa en una mano y un pitillo en la otra, y Martin se acerca, se abalanza sobre mí y me empuja con ambas manos fuera de la terraza. El apartamento de Martin en Westwood sólo tiene dos pisos de altura y por eso la caída no dura mucho. Mientras voy cayendo espero que me despertaré antes de llegar al suelo. Me golpeo contra el asfalto, con fuerza, y me quedo allí, boca abajo, con el cuello completamente retorcido, alzo la vista y distingo la hermosa cara de Martin mirándome con una sonrisa benigna. Es la serenidad de esa sonrisa -no la caída, ni la imagen imaginaria de mi cuerpo destrozado y sangrando- lo que me despierta.

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