–¿Qué estamos haciendo aquí? – pregunto-. ¿Bruce?
En un determinado momento Bruce dice:
–¿No estamos demasiado lejos para volver cuando queramos?
Yo miro lo que creo que son avestruces.
–No sé si lo estamos -digo-. Sí.
–No, no lo estamos -grita él, adelantándose.
Le sigo hasta donde se detiene, mirando una cebra.
–«La cebra es un animal de un aspecto realmente magnífico» -lee lentamente Bruce en un cartel que cuelga junto a la cerca.
–Tiene un aspecto… muy de Melrose -digo yo.
–Tengo la sensación que te has comido un adjetivo, cariño -dice él.
Un niño aparece de repente a mi lado y saluda a la cebra con la mano.
–Bruce -empiezo-. ¿Se lo dijiste?
Nos dirigimos a un banco. Se ha nublado pero todavía hace calor y viento y Bruce fuma otro pitillo y no dice nada.
–Quiero hablar contigo -digo, cogiéndole las manos, apretándoselas, pero siguen sin vida en su regazo.
–¿Por qué unos animales tienen jaulas grandes y otros no? – pregunta.
–Bruce, por favor. – Empiezo a llorar. De pronto el banco se ha convertido en el centro del universo.
–Los animales me recuerdan cosas que no puedo explicar -dice él.
–Bruce -digo, entre sollozos.
Alzo rápidamente una mano hasta su cara, tocándole la mejilla suavemente, haciendo presión.
Me coge la mano y la aparta de él y la pone entre nosotros, en el banco, y me dice muy deprisa:
–Escucha… me llamo Yocnor y soy del planeta Arachanoid que está situado en una galaxia que la Tierra no ha descubierto todavía y probablemente nunca descubrirá. Según vuestro cómputo temporal, estoy en vuestro planeta desde hace cuatrocientos mil años y me mandaron aquí a obtener datos de vuestra conducta que por fin nos permitan invadir y destruir todas las galaxias existentes, incluida la vuestra. Será un mes terrible, pues la Tierra será destruida de tal modo que sufriréis un dolor a un nivel que vuestra mente nunca será capaz de entender. Pero tú no experimentarás esto de primera mano porque pasará en el siglo XXIV de la Tierra y habrás muerto mucho antes. Sé que te resultará difícil de creer, pero por una vez te estoy diciendo la verdad. No volveremos a hablar de esto nunca más. – Me besa la mano, luego mira la cebra y al niño que lleva una camiseta de CALIFORNIA, que todavía sigue allí, saludando al animal con la mano.
Camino de la salida encontramos a los gibones. Es como si aparecieran de repente, materializándose sólo para Bruce. Yo nunca he visto a un gibón y ahora no tengo ganas especiales de ver uno, de modo que en definitiva es una experiencia poco iluminadora. Me siento en otro banco y espero a Bruce, con el sol atravesando la neblina, y se me ocurre que Bruce podría no dejar a Grace y también se me ocurre que podría enamorarme de otra persona y que podría dejar la universidad e ir a Inglaterra o por lo menos a la costa Este. Hay muchas cosas que me podrían mantener lejos de Bruce. De hecho, las posibilidades parecen mucho mejores. Pero no lo puedo evitar: cuando salimos del zoológico y subimos a mi BMW rojo y él lo arranca, digo para mis adentros: tengo confianza en este hombre.
FIN
BRET EASTON ELLIS, nació en Los Ángeles en 1964. Al acabar el instituto, decidió abandonar el Oeste y viajar a Nueva Inglaterra para estudiar en la Universidad de Bennigton. Alentado por sus profesores, durante su último año en Bennigton, Ellis completó la que sería su primera novela,
Menos que cero
(1985; el título está inspirado en una canción de Elvis Costello), que cosechó el aplauso de la crítica y se convirtió en libro de culto. Cuando en 1992 publicó
American Psycho
, el retrato de un ejecutivo psicópata, se confirmó que había nacido una estrella. También es autor de
Las leyes de la atracción
(2002),
Los confidentes
(1994),
Glamourama
(1999),
Lunar Park
(Literatura Mondadori, 2006) y
Suites Imperiales
(2010).
[1]
En español en el original (N. del T.)
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