Read Los gritos del pasado Online

Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

Los gritos del pasado (34 page)

BOOK: Los gritos del pasado
7.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Podías haber estado en lo cierto. Tampoco era tan descabellado.

Martin intentaba consolarlo, pero Patrik seguía negando con la cabeza.

—No, tú tenías razón. Eran unos planes de conspiración demasiado grandiosos para que fuese verosímil. Supongo que tendré que aguantar más de una broma durante mucho tiempo.

—Pues sí, cuenta con ello —convino Martin compasivo—. Pero míralo de este modo: ¿podrías haber vivido tranquilo si no lo hubieses hecho y después se hubiese descubierto que tenías razón y que le había costado la vida a Jenny Möller? Así, por lo menos, lo has intentado y tenemos que seguir trabajando con todas las ideas que se nos ocurran, descabelladas o no. Es nuestra única posibilidad de encontrarla antes de que sea tarde.

—Si no lo es ya —remató Patrik sombrío.

—¿Lo ves? Así es justamente como no debemos pensar. Aún no la hemos encontrado muerta, es decir, que sigue viva. No hay otra posibilidad.

—Tienes razón. Sólo que no sé en qué dirección continuar. ¿Dónde intentaremos buscar ahora? Siempre vamos a parar a la maldita familia Hult, pero nunca con argumentos suficientes como para obtener algo concreto sobre lo que trabajar.

—Tenemos la conexión entre los asesinatos de Siv, Mona y Tanja.

—Y nada que nos diga que existe relación entre ellas tres y la desaparición de Jenny Möller.

—Así es —admitió Martin—, pero en realidad eso no importa, ¿no crees? Lo principal es que hagamos cuanto podamos por encontrar al asesino de Tanja y al que secuestró a Jenny. Si es la misma persona o si se trata de dos sujetos distintos, ya lo veremos. Pero hemos de hacer todo lo que podamos.

Martin subrayó cada una de sus últimas palabras, con la esperanza de que el mensaje hubiese calado. Comprendía que Patrik se martirizase tras el fracaso de la exhumación del cadáver, pero en aquellas circunstancias no podían permitirse un jefe de investigación que careciese de confianza en sí mismo. Tenía que creer en lo que estaban haciendo.

Cuando llegaron a la comisaría, Annika los retuvo en la recepción. Tenía el auricular en una mano y cubría el micrófono con la otra, para que la persona con la que hablaba no oyese lo que iba a decirles.

—Patrik, es Johan Hult. Tiene mucho interés en localizarte. ¿Lo atiendes en tu despacho?

Patrik asintió y se dirigió aprisa a responder desde su mesa. Un segundo después, Annika le había pasado la llamada y sonó el teléfono.

—Patrik Hedström.

Escuchó con gran interés, interrumpió al interlocutor con un par de preguntas y, con renovada energía, echó a correr por el pasillo en dirección al despacho de Martin.

—Vamos, Molin, tenemos que ir a Fjällbacka.

—Pero ¡si acabamos de llegar de allí! ¿Adónde vamos?

—Vamos a mantener una pequeña conversación con Linda Hult. Creo que tenemos en marcha algo interesante, algo muy, muy interesante.

E
rica esperaba que, al igual que la familia Flood, los nuevos huéspedes también quisieran irse a pasar el día en la playa y así podría librarse de ellos. Sin embargo, se equivocó por completo sobre ese particular.

—A Madde y a mí no nos va mucho el mar. Nos apetece más quedarnos aquí en el jardín haciéndote compañía. Tenéis unas vistas tan bonitas…

Jörgen contemplaba satisfecho el panorama del archipiélago, dispuesto a pasar el día al sol. Erica intentó reprimir la risa, pues su aspecto era ridículo. Estaba blanco como una aspirina y, a todas luces, pretendía mantenerse así. Se había embadurnado en crema protectora de la cabeza a los pies, lo que lo hacía parecer más blanco aún, pero en la nariz se había puesto una especie de loción de color fosforescente con más factor de protección. Completaba el
look
un enorme sombrero y, tras media hora de preparativos y entre suspiros de satisfacción, fue a echarse junto a su mujer en una de las tumbonas que Erica se sintió obligada a ofrecerles.

—¡Ah!, esto es el paraíso, ¿verdad, Madde?

Jörgen cerró los ojos y Erica se dijo contenta que podría aprovechar para quedarse sola un rato, pero el invitado abrió un ojo:

—¿Sería mucho pedir que nos trajeras algo de beber? Un buen vaso de refresco no estaría nada mal. Seguro que a Madde también le apetece.

Su mujer asintió, sin dignarse abrir la boca ni alzar la vista. Tan pronto como se instaló en la tumbona, se aplicó a la lectura de un libro sobre derecho fiscal y, a juzgar por su aspecto, también ella parecía sentir horror por las quemaduras solares: unos pantalones hasta los tobillos y una camisa de manga larga evitarían que ocurriese tal cosa. Además, también llevaba sombrero y la nariz fosforescente. Al parecer, toda precaución era poca. Así tumbados, uno junto al otro, se asemejaban a dos alienígenas que hubiesen aterrizado sobre el césped de Erica y Patrik.

Erica fue a la cocina a preparar el refresco. Cualquier cosa, con tal de no tener que charlar con ellos. Eran con diferencia las personas más aburridas con las que se había topado en su vida. Si, la noche anterior, le hubiesen dado a elegir entre pasar el rato con ellos o entretenerse observando cómo se secaba la pintura de una pared, no lo habría dudado ni un instante. Llegado el momento, ya le diría un par de cosas a la madre de Patrik por haberles dado tan generosamente su número de teléfono.

Al menos Patrik podía escaparse unas horas mientras estaba en el trabajo, aunque a ella no le había pasado inadvertido el hecho de que el caso lo tenía deshecho; nunca lo había visto tan afectado, tan ansioso de obtener resultados. Claro que, en otros casos anteriores, no era tanto lo que había en juego.

Le habría gustado poder ayudarle un poco más. Durante la investigación de la muerte de su amiga Alex, sus aportaciones fueron de utilidad para la policía en varias ocasiones; pero en aquel caso su implicación era también de tipo personal. Ahora, además, se veía encadenada a la ingente mole en que se había convertido su cuerpo. La barriga y el calor se confabulaban para, por primera vez en su vida, obligarla a una ociosidad involuntaria. Por si fuera poco, experimentaba la desagradable sensación de que su cerebro hubiese adoptado la posición de reposo. Todos sus pensamientos se orientaban al bebé que llevaba en su vientre y al esfuerzo hercúleo que se le exigiría en un futuro no muy lejano. Su mente se empecinaba en no centrarse durante mucho rato en otros asuntos, de modo que se preguntó cómo lo harían las embarazadas que trabajaban hasta el día previo al parto. Cabía la posibilidad de que ella fuese distinta pero, a medida que avanzaba el embarazo, se había visto reducida —o elevada, según se mirase—, a una palpitante incubadora, un organismo de alimentación y reproducción. Cada fibra de su cuerpo estaba preparada para dar a luz al bebé, de ahí que los intrusos despertasen en ella más irritación. Sencillamente, perturbaban su concentración. En efecto, no comprendía a qué se debía su anterior desasosiego al verse sola en casa; ahora, esa situación se le antojaba el paraíso.

Entre suspiros, preparó una gran jarra de refresco con cubitos de hielo, tomó dos vasos y se lo llevó todo al personal que descansaba en el césped.

U
na rápida ojeada a la finca de Västergården les demostró que Linda no estaba allí. Marita se extrañó al ver a los dos policías, pero no les preguntó directamente cuál era el motivo de su visita, sino que les sugirió que fuesen a la casa. Por segunda vez en muy poco tiempo, Patrik atravesó el largo paseo hasta el edificio. Una vez más le sorprendió la belleza del conjunto y observó que Martin, a su lado, lo admiraba boquiabierto.

—¡Vaya, cómo hay gente que puede vivir en un sitio tan bonito…!

—Sí, los hay que viven bien —convino Patrik.

—¿Y sólo dos personas habitan esa gran mansión?

—Bueno, tres si contamos a Linda.

—Desde luego, no es de extrañar que haya problemas de vivienda en Suecia —observó Martin.

En esta ocasión, fue Laine quien les abrió la puerta cuando llamaron.

—¿En qué puedo ayudarles?

¿Advirtió Patrik un timbre de preocupación en su voz al preguntar?

—Estamos buscando a Linda. Venimos de Västergården, pero su nuera nos dijo que estaba aquí —le informó Martin, señalando vagamente con la cabeza hacia Västergården.

—¿Para qué la quieren? —preguntó Laine con la puerta entreabierta, para que no entraran, cuando Gabriel apareció a su espalda.

—Tenemos que hacerle unas preguntas.

—Pues a mi hija no va a interrogarla nadie sin que nosotros sepamos de qué se trata —dijo Gabriel sacando pecho, dispuesto a defender a su retoño.

Sin embargo, justo cuando Patrik se disponía a dar cuenta de sus argumentos, apareció Linda por la esquina de la casa. Llevaba ropa de montar y parecía venir de los establos.

—¿Me buscan a mí?

Patrik asintió, aliviado al verse libre de un enfrentamiento con su padre.

—Sí, queríamos hacerte unas preguntas. ¿Quieres que nos quedemos fuera o vamos adentro?

Gabriel interrumpió la conversación.

—¿Qué está pasando, Linda? ¿Te has metido en algo de lo que debamos estar al corriente? No te creas que vamos a permitir que la policía te interrogue sin que nosotros estemos presentes.

Linda asintió débilmente, con una súbita expresión de niña desvalida.

—Podemos entrar.

Como abandonada a su suerte, entró con Martin y con Patrik hasta la sala de estar. No parecían preocuparle los muebles cuando se sentó en el sofá con la ropa de montar apestando a establo. Laine no pudo menos que fruncir el ceño, inquieta al verla acomodarse en el blanco sofá. Linda la miró retadora.

—¿Te parece bien que te hagamos las preguntas en presencia de tus padres? Si fuese un interrogatorio en regla, no podríamos negarnos puesto que no eres mayor de edad, pero ahora lo único que pretendemos es hacerte unas preguntas, de modo que si…

Gabriel parecía dispuesto a enredarse en una nueva perorata al respecto, pero Linda se encogió de hombros, dando así a entender que no le importaba. Por un instante, Patrik creyó advertir una mezcla de esperanzada satisfacción y nerviosismo, pero dicha sensación no tardó en esfumarse.

—Acabamos de recibir una llamada de Johan Hult, tu primo. ¿Sabes de qué quería hablar con nosotros?

La joven volvió a encogerse de hombros y se puso a toquetearse las uñas con desinterés.

—Parece que os habéis visto bastante durante un tiempo, ¿no es cierto?

Patrik avanzaba con cautela, paso a paso. Johan les había ofrecido bastantes datos sobre la naturaleza de su relación con Linda y el policía sospechaba que Gabriel y Laine no acogerían demasiado bien la noticia.

—¡Vaya que sí! Nos hemos visto bastante.

—¿Qué demonios estás diciendo?

Tanto Laine como Linda se sobresaltaron. Al igual que su hijo, Gabriel nunca utilizaba palabras que se saliesen de tono y, de hecho, no recordaban haberlo oído decir nada similar con anterioridad.

—¿Qué pasa? Yo puedo ver a quien quiera, ¿no? No eres tú quien lo decide.

Patrik resolvió que era mejor intervenir antes de que la conversación empezase a degenerar en disputa:

—Bueno, a nosotros no nos importa cuándo o con qué frecuencia os habéis visto; por lo que a nosotros respecta, eso puedes reservártelo si quieres, pero uno de esos encuentros sí reviste especial interés para nosotros. Johan nos dijo que os visteis una noche, hace cosa de dos semanas, en el pajar del cobertizo de Västergården.

Gabriel se puso rojo de ira, pero no dijo nada y decidió esperar impaciente la respuesta de Linda.

—Sí, es posible. Allí nos hemos visto varias veces, así que no puedo decir cuándo con exactitud.

La joven seguía concentrada en juguetear con sus uñas, sin mirar a los ojos a ninguno de los mayores que tenía a su alrededor.

Martin continuó donde lo había dejado Patrik:

—Aquella noche fuisteis testigos de un suceso especial, según Johan. ¿Sigues sin saber a qué nos referimos?

—Puesto que parecéis saberlo, tal vez podáis decírmelo vosotros mismos, ¿no?

—¡Linda! No empeores las cosas poniéndote impertinente. Haz el favor de contestar las preguntas de la policía. Si sabes de qué habla, dilo, pero si es algo en lo que te haya metido ese… gamberro, pienso ir y…

—Tú no sabes una mierda de Johan. Eres tan hipócrita…, pero…

—Linda —la interrumpió Laine en tono de advertencia—. No empeores tu situación. Haz lo que te dice tu padre y responde a las preguntas de la policía. Del otro asunto ya hablaremos después.

Tras unos minutos de reflexión, Linda pareció inclinada a seguir el consejo de su madre y prosiguió a regañadientes:

—Supongo que Johan os ha dicho que vimos a la chica.

—¿A qué chica? —preguntó Gabriel atónito.

—A la alemana, la que asesinaron.

—Sí, eso nos dijo Johan —confirmó Patrik, que siguió aguardando a que Linda continuase.

—Yo no estoy tan segura como Johan de que fuese ella. Vimos la foto en los periódicos y se parecía mucho, supongo, pero debe de haber montones de chicas más o menos con el mismo aspecto. Y, además, ¿qué iba a hacer ella en Västergården? No puede decirse que esté en pleno centro turístico.

Martin y Patrik ignoraron su pregunta. Ambos sabían perfectamente qué tenía que hacer Tanja allí: seguir la única pista existente en torno a la desaparición de su madre.

—¿Dónde estaban aquella noche Marita y los niños? Según Johan, no estaban en casa, pero no supo decirnos adonde habían ido.

—Pasaron un par de días en casa de los padres de Marita. Jacob y Marita suelen hacerlo así —explicó Laine—. Cuando Jacob quiere dedicarse a arreglar algo en la casa y gozar de cierta tranquilidad, ella se va con los niños para que pasen un par de días con los abuelos y así los ven de vez en cuando. Nosotros vivimos tan cerca que los vemos prácticamente a diario.

—Bueno, dejaremos en el aire la cuestión de si la chica a la que visteis era o no Tanja Schmidt, pero ¿podrías describírnosla?

Linda vaciló un instante.

—Era morena, constitución normal, el cabello por los hombros. Normal y corriente. No era especialmente guapa —añadió con la prepotencia de quien se sabe en posesión de una apariencia muy agradable.

—¿Qué ropa llevaba? —inquirió Martin inclinándose hacia delante para atraer la atención de la joven, pero sin éxito.

—Bueno, no me acuerdo con exactitud. Hace ya dos semanas y, además, había empezado a oscurecer.

—Venga, inténtalo —la animó Martin.

BOOK: Los gritos del pasado
7.89Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Caldwell Ghost by Charles, KJ
A Most Lamentable Comedy by Mullany, Janet
Banker to the Poor by Muhammad Yunus, Alan Jolis
Cheated By Death by L.L. Bartlett
Lokai's Curse by Coulter, J. Lee
Hunted by Adam Slater
Entry-Level Mistress by Sabrina Darby
Collision by William S. Cohen