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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (32 page)

BOOK: Los hijos de los Jedi
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Un temblor involuntario recorrió sus manos y Leia las apretó con todas sus fuerzas, y sintió la rápida mirada de preocupación que le lanzó Han.

—Es el mismo Keldor —dijo Mará.

Contempló en silencio a Leia durante unos momentos. Sus pensamientos estaban ocultos detrás de la máscara fría e impasible de su rostro, pero si comprendía el odio de alguien cuyo mundo había sido destruido, no hizo ningún comentario. En cuanto a Leia, no dijo nada. No podía decir nada.

—¿El mismo tipo? —preguntó Han, hablando un poquito demasiado deprisa en su intento de disipar aquel silencio cargado de tensión—. Quiero decir que… ¿Cuánto hace de eso? Veinte años antes de que construyeran la Estrella de la Muerte…

—Veinte años no es tanto tiempo —dijo Mará—. Y por aquel entonces Keldor era todo un joven genio, el mejor discípulo que había tenido Magrody… Si piensas en el tipo de cosas que diseñó después, tanto en el terreno militar como en el industrial, entonces yo diría que el Emperador le pagó para que diseñara alguna clase de super-nave. Eso ocurrió por la época en que necesitaban un navio tan grande como una ciudad para que pudiera transportar la clase de potencia de fuego que deseaban utilizar. Fuera lo que fuese lo que se cocía en Belsavis, al parecer el Emperador no quería que hubiese nada respirando cuando el polvo volviera a caer al suelo. Lógicamente, tiene que haber sido una instalación de combate, tanto debido a la clase de potencia de fuego de que estamos hablando como a toda la actividad comercial basada en los chips de xileno, el hilo de oro y los materiales recuperados que surgió posteriormente. Había demasiado material para que pudiera tratarse simplemente de los restos encontrados en un campo de batalla… Pero siempre me he preguntado qué clase de instalación de combate podía ser tan importante para que llegaran a tomarse esa clase de molestias.

Han cruzó las piernas y tiró del sarong nativo adornado con un dibujo oscuro que llevaba puesto para que le cubriese las rodillas.

—Pero alguien se fue de la lengua.

Mará se encogió de hombros.

—Esa parte había sido eliminada del expediente, pero… Sí, parece que es justo lo que ocurrió. El super-navío, o lo que aquellos relés automáticos habían sido diseñados para llamar, fuera lo que fuese, nunca llegó. La mayor parte de las estaciones fueron destruidas o se perdieron, así que alguien debió de adivinar lo que eran. Los interceptores fueron atacados por una pequeña fuerza planetaria, y a juzgar por las apariencias sufrieron daños bastante considerables. El expediente decía que los sujetos «habían partido». Los oficiales al mando afirmaron haber destruido todo cuanto estaba a la vista y haber causado los máximos daños posibles con el armamento del que disponían, pero casi todos tuvieron serios problemas cuando volvieron a casa. Un par de diseñadores de estructuras de inteligencia artificial y sistemas de armamento automatizados de primera categoría fueron trasladados a sitios como Kessel, Neelgaimon y Dathomir.

—Auténticos paraísos para pasar unas vacaciones —murmuró Han, que había estado en los tres.

Los rojos labios de Mará se fruncieron en una pequeña sonrisa helada.

—Hay lugares peores —dijo—. Ohran Keldor desapareció durante un tiempo.

Chewbacca gruñó.

—Sí, yo también lo habría hecho —se mostró de acuerdo Han—. Pero parece como si luego alguien le hubiera devuelto su elevada posición anterior, ¿no?

—Probablemente fue Moff Tarkin —dijo Mará—. Era un hombre al que nunca se le pasó por alto nada, ni aunque fuese tan insignificante como un clip. Tarkin estaba al mando de la plataforma orbital de Omwat y allí es donde Keldor volvió a aparecer, y donde intentó recuperar el favor del Emperador mediante su trabajo.

Mará volvió a menear la cabeza, y su rostro adoptó una expresión mitad especulativa y mitad asombrada.

—Así que se trataba de los Jedi y sus familias… No me extraña que quisiera destruir todo el planeta.

Permaneció en silencio durante unos momentos, y mientras la contemplaba de repente Leia se preguntó qué había hecho que Mará se sintiese atraída por el Emperador. Tal vez fuese el hecho de que Palpatine, que había sido inmensamente poderoso en la Fuerza, era el único hombre capaz de convertirse en maestro de Mará, la única mujer como ella que Leia conocía.

Haber crecido con el conocimiento de que era ligeramente distinta, sin saber exactamente en qué consistía esa pequeña e inexplicable diferencia, hacía que Leia pudiera comprender esa necesidad. Leia sabía muy bien lo apremiante que podía llegar a ser la necesidad de tener a alguien que te comprendiera.

—¿Y no hay nada sobre el sitio al que fueron esos «sujetos» en los archivos? —preguntó. La amarga llama que ardía dentro de su pecho se había ido enfriando poco a poco, pero aun así mientras hablaba su voz le pareció tan extraña como si estuviera escuchando una grabación—. ¿No hay nada sobre el grupo? Qué tamaño tenía, con cuántas naves contaba, qué dirección siguió al marcharse…

La contrabandista meneó la cabeza.

—El expediente ni siquiera mencionaba quiénes y qué eran, y se limitaba a decir que se habían marchado.

—Así que fuiste a Belsavis para averiguar quiénes habían sido.

—No exactamente, pero sentía mucha curiosidad. Archivé todo el asunto en mi mente, y mantuve los ojos bien abiertos para que no se me pasara por alto ninguna mención de aquel sitio. Durante unos cuantos años hubo muchas operaciones de recuperación de materiales funcionando en esas zonas: chips de xileno, hilo de oro, cristales polarizados… Ya sabes, el tipo de materiales con que te encontrarías si alguien estuviera desmontando una vieja base poco a poco. Roca marfileña de unidades antigravitatorios, algunas joyas antiguas… Fui allí en una ocasión, más o menos cuando la batalla de Hoth, pero Nubblyk el Slita controlaba toda la actividad local de una manera muy estricta y no pude quedarme el tiempo suficiente para averiguar nada.

—¿Te resulta familiar? —Han sacó el chip reluciente del bolsillo en el que lo había guardado—. Nubblyk el Slita se estaba ganando muy bien la vida con ellos, pero estoy seguro de que no se marchó de aquí porque el suministro se acabara de repente. ¿Sabes qué ha sido de él?

Mará se inclinó unos centímetros hacia adelante para estudiar el chip a través de la temblorosa iridiscencia del campo transductor de la Holored, y después volvió a reclinarse en su sillón. El movimiento reveló la larga blancura de sus piernas.

—Es uno de esos chips, no cabe duda. ¿Llegaste a hacer alguna vez el trayecto de Belsavis, Han? En el hemisferio sur hay un lugar que se encuentra lo bastante lejos de cualquier valle o fisura para ser atmosféricamente estable más o menos en el mismo momento cada veinticuatro horas. Lo llaman el Corredor. Las tormentas y la ionización de las capas superiores de la atmósfera impiden la detección de cualquier nave que no descienda siguiendo un haz prefijado. Lo que haces es acercarte a gran altura y bajar muy deprisa, y después te deslizas sobre el hielo hasta llegar a una de las pistas.

—He oído hablar de esas pistas perdidas en el hielo —dijo Han.

Chewie gruñó un comentario gutural.

—Sí —murmuró Han—. A mí tampoco me apetece demasiado hacerlo, desde luego. Supongo que todavía hay una o dos en funcionamiento.

—Por aquel entonces había doce o trece —dijo Mará—. La gran mayoría se encontraban a pocos kilómetros de los valles, y aproximadamente la mitad estaban cerca del Pozo de Plett… Ahora lo llaman Plawal. Nubblyk empezó a destruir las pistas con cargas térmicas justo después de las Guerras Clónicas, cuando la Brathflen y Exquisiteces de la Galaxia iniciaron sus operaciones comerciales en el planeta. Buscaba fisuras geotérmicas debajo del hielo, cavaba túneles hasta ellas y luego volaba las pistas y todo lo que había en un radio de medio kilómetro alrededor de las entradas de los túneles usando cargas térmicas de alta potencia. Eso hacía que quienes movían la mercancía por el Corredor siguieran dependiendo de Nubblyk, porque sólo Nubblyk sabía dónde estaban las entradas de los túneles. Los Jedi… —Mará volvió a menear la cabeza—. Nunca me lo habría imaginado.

Chewbacca dejó de cepillar su largo pelaje el tiempo suficiente para ofrecer un cálculo acerca de las probabilidades de que Bran Kemple hubiera sido uno de los guías de los túneles.

—Ni lo sueñes —dijo Mará.

Leia apoyó las manos sobre la toalla húmeda que cubría los hombros de Han.

—Y Drub McKumb era uno de los tipos que operaban en el Corredor.

—¿Drub McKumb? —Los recuerdos hicieron que la frialdad habitual del rostro de Mará se relajara lo suficiente para permitirle sonreír—. ¿Sigue en circulación? Sí, era uno de los que operaban en el Corredor. ¿Cómo…?

Vio la repentina inmovilidad que se había adueñado del rostro de Han, y sus ojos se convirtieron en dos círculos de hielo sombrío.

—¿Qué ocurrió?

Han se lo explicó rápidamente, y después le contó las aventuras que él y Chewie habían vivido en el subsuelo el día anterior.

—Eran contrabandistas. Mará —dijo después de que se hubiera producido un largo y bastante caro silencio en ambos extremos de la transmisión de la Holored—. Wífidos, un twi'lek, un carosita, un par de rodianos… También había mlukis y humanos. A juzgar por su aspecto, parecía que llevaban años allí abajo. Como Drub.

Mará reaccionó con una sarta de maldiciones breve, abigarrada y altamente malsonante. Después volvió a permanecer en silencio durante unos momentos, con los ojos clavados en la oscuridad más allá de la memoria y del tiempo.

—¿Te suena como algo de lo que hayas oído hablar antes? —preguntó Leia. Se dio la vuelta, y Han le hizo un hueco en su sillón—. No han encontrado rastros de ninguna droga en su organismo.

—No —dijo Mará, y su voz pareció llegar desde muy lejos—. No utilizaron drogas.

—¿Quién no utilizó drogas?

Mará no respondió.

—¿Vader? —preguntó Leia, en un tono de voz todavía más bajo que antes.

Sintió que su piel volvía a arder, una llama abrasadora que envolvía un núcleo de amargura helada. Su padre. El padre de Luke.

«No», pensó. Su padre había sido Bail Organa.

La contrabandista asintió con una seca inclinación de cabeza.

—Vader y Palpatine. —Las palabras surgieron de su boca en un tono seco e impasible que no iba acompañado por ningún matiz, como si supiera que no había nada que pudiera hacer menos duro aquel momento—. Habitualmente lo hacían con criaturas semi-inteligentes: ranats, Avoguizs, agas de Zelosia, cidwens… Las utilizaban para que vigilasen recintos e instalaciones en sitios donde necesitaban a las tropas de asalto para otros trabajos. Lo que hacían era drogarlas con un alucinógeno como el Agujero Negro o el rompecerebros, algo que actuaba sobre los centros cerebrales del miedo y la rabia. Después utilizaban el lado oscuro de la Fuerza para grabar esos efectos en sus mentes haciendo que se volvieran permanentes… Era como tener una pesadilla continua que no cesaba nunca, ni cuando dormías ni cuando estabas despierto. Las criaturas perseguían y mataban a todo lo que se cruzaba en su camino. Palpatine podía impulsarlas con su mente, llamarlas o hacer que se fuesen… No sé de nadie más que pudiera calmarlas.

—¿Y la roca mental? ¿Daría resultado? —Han deslizó el brazo alrededor de la cintura de Leia, y notó que su cuerpo estaba tan rígido como si se hubiese vuelto de madera—. Para calmarlas, quiero decir… Los médicos de Ithor parecen pensar que podría funcionar, aunque no sé cómo se las pudo arreglar Drub para introducir roca mental en los túneles.

Mará meneó la cabeza.

—No lo sé.

El silencio que siguió a sus palabras fue roto por el suave zumbido que Erredós lanzó desde la puerta para hacerles saber que la cena y el café que Leia había metido en el calentador ya estaban listos. Nadie dijo nada y el pequeño androide, que estaba claro había percibido la atmósfera de la habitación, no emitió más señales.

—Gracias, Mará —dijo Han por fin—. Te debo una cena cuando volvamos a Coruscant. Si puedes transmitirme las coordenadas de esas pistas, tal vez nos sirvan de algo. Siento haberte despertado…

—Siempre es preferible a que un ataque aéreo te saque de la cama.

—Una cosa más. —Leia alzó la mirada de repente—. Nos has dicho que después mantuviste los ojos abiertos en todo lo referente a Belsavis, ¿no? ¿Hubo alguien de la Corte de Palpatine que buscara refugio allí después de la caída de Coruscant? ¿Sabes de algún caso?

La mujer que había sido la Mano del Emperador volvió a recostarse en su sillón e hizo que las memorias, los rumores y los recuerdos desfilaran velozmente por su cerebro como chorros de cinta multicolor, buscando alguna irregularidad o agujero. Pasado un rato acabó meneando la cabeza.

—No sé de nadie que lo hiciera —dijo—. Pero Belsavis no está muy lejos del Sector de Senex. Hoy en día prácticamente es un pequeño Imperio… La familia Garonnin, los Vandron y su gente siempre quisieron que llegara a serlo. ¿En quién estabas pensando?

Leia meneó la cabeza.

—No lo sé —dijo—. Es una idea que se me ha ocurrido, nada más.

—¿Te encuentras bien?

Leia giró sobre sus talones. Había subido uno de los postigos metálicos para poder salir al balcón, y la difusa claridad del huerto se desparramaba sobre la habitación por detrás de ella y formaba una barra luminosa que le reveló el contorno del músculo del brazo de Han, las protuberancias de la clavícula y el hombro y la pequeña cicatriz de su antebrazo. El dibujo oscuro del sarong que llevaba era como el moteado negro sobre negro de los flancos de un trepennity se perdía entre las sombras de la habitación.

Leia no respondió. No estaba muy segura de qué podría haber dicho, y ya había aprendido hacía mucho tiempo que era imposible mentirle a Han. La mano de su esposo, seca y fresca gracias al sistema de aire acondicionado de la casa, se posó sobre su hombro desnudo creando un delicioso contraste con el calor pegajoso de la noche.

—No te tortures pensando en Keldor. —Las manos de Han fueron de sus hombros a sus cabellos, y recogieron su negro peso junto a su rostro—. Alguien le encontrará uno de estos días. De la misma manera…

Leia percibió el veloz interrumpirse de las palabras y el pensamiento a mitad de la frase en el levísimo encogimiento de la mano de Han. «Como si creyera que no lo sé —se dijo—. Como si yo no hubiera estado pensando exactamente lo mismo.»

—¿De la misma manera que alguien encontró a Stinna Draesinge Sha? —pregunté—. ¿Y a Nasdra Magrody…, y a su familia? ¿De la misma manera en que alguien que…, que se hacía llamar a sí mismo patriota del movimiento de Nueva Alderaan vino a verme hace cosa de un mes para darme a entender que había personas dispuestas a hacerse cargo de la factura si yo usaba mi «influencia» para conseguir que asesinaran a Qwi Xux, y a todo el resto de esa larga lista de nombres que se habían limitado a «obedecer órdenes»?

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