Los horrores del escalpelo (78 page)

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Authors: Daniel Mares

Tags: #Histórico, Intriga, otros

BOOK: Los horrores del escalpelo
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Gritaron, hicieron aspavientos, el sargento coreando la iniciativa del capitán a desgana. Llamaron al perezoso asesino que tardó en reaccionar, pero cuando despertó volvió a su furia irracional. Corrieron ante él, tratando de acercarle al foso tras el que se apostaban sus cuatro compañeros, rezando por no tropezar. El elefante parecía más lento que las otras noches, renqueando, como si alguno de los disparos hechos sobre él sí hubiera acertado.

—Nos separamos... no lo recuerdo bien, la lluvia y aquel animal desbocado, barritando enloquecido. No miraba hacia atrás, no veía a Sturdy, no sabía si ese monstruo me había seguido a mí o a él. Solo tenía en la cabeza la idea de volver al agujero, a donde estaban los compañeros... no estaba seguro si iba en dirección correcta, o si aquellos sonidos a mi espalda...

Llegó al pozo con el elefante tras su paso, en cuanto salió al claro despejado anterior al foso y la colina, vio la figura enorme y coloreada del animal; lo había escogido, despreciando a Sturdy. Ahí surgieron las dudas.

—Imagino que el plan no había quedado claro para todos, no para mí, eso es seguro. Con las prisas, la lluvia. Vi el hoyo disimulado y... no sabía qué hacer. ¿Cómo le haría llegar hasta allí? No podía correr como loco, saltarlo... imposible, demasiado grande y si resbalaba... ¿y si caía dentro, yo con ese mastodonte...?

Titubeó... y se detuvo. Oyó la voz de De Blaise y los otros, sobre la colina, gritando por encima de la tormenta: «¡Corre! ¡Corre...!» ¿A dónde? El avergonzado veterano confesó su actitud, él que tanta muerte había visto. El ejército de su Majestad no prepara a sus hombres para enfrentarse a fieras asesinas. Dio media vuelta, encaró al elefante y este se detuvo, no atacó, como disfrutando del desplante. Bowels miró al foso a su derecha, a treinta metros, aunque quisiera ya no lo alcanzaría, no sin recibir el saludo de esos colmillos. Miro al animal decorado, con sus cañones mudos a los lados y sus ojos negros, fijos en él.

—A la mierda —espetó. Sacó la bayoneta y corrió hacia la bestia. Un disparo lo detuvo. Vio con claridad cómo había impactado contra el costado del elefante, que se limitó a girar la cabeza hacia su izquierda. Allí, sobre la tablazón que cubría la trampa estaba el capitán Sturdy. Había sido muy concienzudo al construir el falso suelo, y soportaba su peso, o tal vez estuviera justo en el borde, Bowels no podía asegurarlo. Volvió a disparar.

—¡Ven aquí, bastardo! —gritó, y el asesino cargó contra él. No se movió, ni un paso, desoyendo los ruegos del sargento. Ambos, hombre y elefante, cayeron dentro del foso.

—Supongo... supongo que fue su modo de pagar su pecado, como esta confesión es el mío.

El resto disparó. Disparó. Trip tuvo problemas con el arma, trató de arreglar un encasquillado y con los nervios se voló la cabeza, eso ocurre a veces, aseguró el sargento mayor. Los demás se cansaron de disparar mientras el animal barritaba. Se obstinaba en no morir, pero tampoco podía salir de allí. No iban a dejarlo así, no con Sturdy en el foso. Sus dudas desaparecieron cuando el monstruo echó la parte superior del torso del capitán fuera del agujero con la trompa.

—Púdrete ahí, hijo de puta —dijo De Blaise, y abandonaron al animal quejoso, atrapado por siempre. Los cuatro que habían sobrevivido llegaron a Kamayut en lamentables condiciones. Por supuesto, acordaron una nueva historia que justificara que la compañía hubiera sido diezmada, el elefante y sus huellas, si una expedición de rescate iba por allí. Tal expedición se produjo, y no encontraron rastro del animal, salvo sus huellas y destrozos. Ningún cadáver. El resto ya lo conocía Torres.

—¿Y eso que contó a sus compañeros, Canary y Jones, borracho?

—Mentiras....Jamás hablé de nada de esto con nadie, y menos, y menos con ellos que ya conocían toda la historia. Procuré... no mezclarme con quien hubiera estado allí, nunca bebería con ellos. Yo... yo... no pude asfixiar al teniente, porque nadie estuvo bajo el barro, eso fue todo invención de De Blaise.

—¿Entonces? Había oído que familiares del capitán Sturdy habían removido el asunto y...

—Paparruchas. La familia del capitán se ha portado bien conmigo, siempre... le debo todo. Alguien... usted puede deducir quién pagó a esos cobardes para decirlo, para mentir, seguro. De Blaise sabía que yo fui el más reacio durante todo el viaje, ojalá lo hubiera sido más, y no quiso arriesgarse conmigo. De algún modo los coaccionaron, y mira para lo que les ha servido, están muertos, seguro que los mataron. —Torres miró serio a Percy Abbercromby—. No me cree, ¿cierto señor?

—Es una historia sorprendente, entienda mis dudas. ¿Por qué no matarle a usted, como a sus compañeros?

—Lo intentaron, pero yo estaba ya aquí y mi hada madrina me salvo... me avisó de... —Bowels se empequeñeció pese a su corpulencia bajo la mirada de Perceval Abbercromby.

—¿Quién le advirtió? ¿Quién es esa... benefactora? —preguntó Torres.

—No sé...

—¿Una pariente de Sturdy? ¿Esa familia a la que debe tanto?

—Sí. No diré más. No diré más. Nada más. No.

—Señor, me dijo que quería que supiera la verdad, y sin embargo...

—No puedo arriesgar la vida ni el bienestar de quien ha confiado en mí, entiéndalo. Creo que he hablado demasiado.

—Cierto —intervino Abbercromby—, bajo esa premisa ha aceptado venir y ayudarme, no le forcemos a hablar más de lo necesario.

—Como gusten. Será mejor que se vayan.

Sí. Ya termino por hoy... hay una cosa más que quiero contarle... si espera unos minutos... solo... sí...

Gracias... un poco más...

Suficiente.

Como le decía, Torres despidió, sin abandonar su seriedad, a los dos señores. Percy pidió a Bowels que lo esperara fuera, para comentar unos minutos algo con el español. Cuando quedaron a solas en el cuarto, dijo:

—Torres, si no he permitido que Bowels fuera más explícito con usted es porque no puedo. Se trata de...

—Bien, bien, todo está bien. Entiendo que se trata de una cuestión de honor. Ha dado su palabra, ¿me equivoco?

—Así es.

—Pues no seré yo el que le insista en romperla. Le agradezco de todas formas que me confiara hasta donde ha creído oportuno.

—¿Y bien? ¿Qué le parece?

—Una historia un tanto increíble, desde luego más que la que me contara De Blaise.

—Olvide ese asunto del elefante asesino, eso han de ser desvaríos de una conciencia atormentada. Atengámonos a la primera parte, ¿no la cree posible?

—No puedo decirle que no, pero... ¿para qué necesita mi opinión?

—No es tanto su opinión lo que busco como... su ayuda. —Era evidente que al orgulloso Percy le costaba pronunciar tales palabras—. Usted conoce a John De Blaise, puede frecuentar su compañía sin resultar sospechoso. Si habla con él puede averiguar si lo que cuenta Bowels tiene asomo de verosimilitud.

—Señor mío, no soy un espía ni un chismoso.

—Ni yo le tomo como tal, pero insisto en que quiere saber la verdad. —De nuevo invocando a ese impulso natural para desvelar lo oculto.

—Si fuera así, ¿qué haría usted? ¿Qué busca con esto?

—Eso es poco relevante para nuestra relación. Usted apreciaba al señor Hamilton-Smythe, me consta, y creo que su opinión es que pese a las faltas y aberraciones de su comportamiento, no merecía morir así, pasto de una jauría de lobos, sin la dignidad ya no de un caballero, de un hombre.

Torres ponderó en silencio los argumentos del joven lord. No sé lo que decidió, porque solo dijo:

—Usted no estimaba en nada a Hamilton-Smythe.

—Cierto, y a cada aspecto que fui conociendo de su vida lo desprecié más. Sin embargo, no puedo negarle cierta entereza, cierto arrojo inesperado en alguien con sus... gustos. —A la pregunta muda de Torres, Abbercromby respondió—: Sus principios, tal vez no en lo tocante a la moral, pero en otros aspectos eran inquebrantables. Los mostró cuando ayudó a mi padre en los momentos peores, cuando estábamos cerca de la ruina. Llegué a pensar que por esa causa toleraba lord Dembow, el noble y severo lord Dembow, esos deslices de su futuro yerno. La primera vez que me impresionó por su carácter fue recién marchado usted, en esa ocasión. —Al decir esto señaló la cara del Turco, que aún reposaba en aquella pequeña repisa.

—No entiendo.

—El hizo ese disparo. Tras los primeros incendios, mi padre recuperó todo lo que había sobrevivido, y resultó que esa máquina que tanto los atraía estaba escondida en los muelles, en nuestras propiedades. El tal doctor indio vino a reclamarlo y se fue con cajas destempladas. —Torres recordaba esa escena con claridad. Bien, mi padre, dentro de la desgracia a la que nos enfrentábamos, encontró divertido hacerse con el artefacto, ya sabe de su gusto por los chismes mecánicos, y lo colocó en el salón, como símbolo de su deseo de salir adelante. Nada más verlo Hamilton, sacó un arma y gritó: «¿Otra vez esa monstruosidad del demonio?», disparó certero y estropeó el aparato definitivamente, me temo. Dio de pleno en toda la cabeza, que saltó con todos sus fluidos empapando el salón. Es la única vez que vi enfadarse a mi padre con Hamilton-Smythe, y este no se arrugó, se mantuvo firme como buen cristiano, asegurando que eso era una ofensa a Dios, y soportando la ira de mi señor padre. —Torres cogió al Turco y le dedico una mirada larga y escrutadora—. Ese carácter, pese a sus faltas como digo, mereció un mejor final.

—Puede... ¿Y en cuanto al señor Bowels...?

—Permanecerá oculto, yo me ocuparé de él. No volverá a hacer daño a nadie.

—Bien. No puedo prometerle nada. —Lo acompañó a la salida donde le aguarda el sargento, ya nervioso—. Señor Abbercromby, ¿ha hablado de fluidos de la máquina?

—Sí. Parece ser que tenía un funcionamiento hidráulico. Al perforarle la cabeza salieron por ahí chorros de líquido pringoso...

____ 35 ____

Residencia de Ntra. Señora del Santo Socorro

Miércoles

Lento respira con esfuerzo, sentado en una silla de ruedas. Parece tan extenuado como Aguirre después de una hora de sesión... más de una hora ha sido la anterior, y mucho tiene que contar su compañero. Tras escuchar con atención a Alto, se encuentra tan enfermo y adormilado como el anciano y con seguridad, más dolorido. Los vendajes supuran sangre, ya estaban sucios cuando se los pusieron, y nadie los ha cambiado.

—No he encontrado ninguno limpio —dijo Celador. La vía del brazo izquierdo tiene muy mal aspecto, como infectada. Está sudando, congestionado, con fiebre, mirando con pavor el gotero suspendido sobre su silla que contiene un líquido ambarino.

—¿Se encuentra peor? —pregunta Alto en un susurro—. Le he cansado demasiado...

—No.

Alto golpea furioso contra la pared de su celda, ahora sí que es una celda, y con su corpulencia todo retumba.

—Esto es un crimen, hay que salir de aquí.

—No... —murmura Lento—. No creo que yo...

—Vamos. Sea fuerte...

—Lo intento. No quiero muerte en agujero como este. Sin embargo... debo contemplar esa... esa eventualidad... ¿lo he dicho bien?

—¿Cómo puede ser tan frío?

—La fiebre... y la historia. Pienso es lo único que... —El dolor le hace callar.

—Descanse. Es inútil esforzarse.

—No. Me da miedo dormir. Lea algo... esa espantosa novela.

—Como ha visto, parece que al final va a ser obra de la viuda Arias. Quería escribir...

—William. Así se llama el autor... como el «capitán».

—Cierto... no había caído. Ya sabe que puede ser un pseudónimo, no creo que ese apellido sea muy extraño. Además, según sabemos el tal capitán William, el presunto padre de Cynthia, murió joven, quién sabe si a manos de lord Dembow.

—No parece un... un escrito muy sénior... escrito muy...

—¿Y qué más da? —Un golpe más en la pared—. Esa novelucha no importa.

—Mientras no volvamos a Aguirre, me entretiene... la próxima visita yo...

—Ni lo piense. Haremos como ahora, yo le...

—Léame.

Alto suspira, parece desanimado. Está sucio y ojeroso, más sano que Lento, pero en similar situación anímica. Se acerca a los papeles.

—Mejor que ese bodrio...

—¿Bodrio...?

—Esa novelucha, como usted dice. Mejor le leo una carta...

—Conozco todas las cartas.

—No. Esta es distinta. No sé qué hace aquí... a ver... ahí está. La encontré anoche. Escuche, escuche.

____ 36 ____

Lee Alto

Londres, 30 de noviembre de 1888

Queridísimo tío Francis:

Imagino que ya estarás de viaje, así que no sé cuándo ni dónde recibirás estas letras. Te escribo una vez oídas las noticias que has tenido la bondad, no esperaba menos, de hacerme llegar. Confiaba en ti, como siempre he hecho, pero ni en el mejor de mis sueños esperaba tanta rapidez. Gracias, mil gracias.

Mi agradecimiento es aún mayor sabiendo que has tenido que traicionar, en cierta medida, la confianza de tu amigo. Una confianza que, créeme, no merece.

Me ha criado un monstruo, un monstruo. Le odio. Pienso irme, desaparecer, después de esta noche, obtenga lo que obtenga, que estoy segura que será tan trascendental como desolador.

Gracias. Ahora lo sé. Solo Perceval y tú habéis mostrado un afecto real por mí. Perceval. Mi primo Percy. Cuánto desearía poder volver mis ojos a los suyos, sin miedo. Mi muy querido Percy.

Hasta pronto, te mando océanos de amor, estés donde estés. Te quiere tu amiga, que quisiera ser tu hija.

C.

____ 37 ____

Residencia de Ntra. Señora del Santo Socorro

Sigue el miércoles

—¿Ce?... ¿Cynthia?

—Por supuesto —responde Lento, tose y continúa—: Habla de su primo, Percy.

—¿Y ese tío Francis? No será Tumblety

—Claro que no... déjeme...

—No se fía de mi inglés... no, lo entiendo. Tenga, véalo usted mismo. —Le tiende la carta. Lento la lee para sí mismo.


Monster... I hate him...
habla de Dembow.

—Imagino que sí. Dice que «le crio».

—No entiendo ese odio... —Su voz se ahoga en un gemido. Alto vuelve a golpear furioso la pared.

—Hay que salir de aquí. —La puerta se abre y entra Celador, escopeta en mano.

—¿Qué es todo este escándalo? Por Dios, caballeros, aquí hay ancianos reposando, no pueden hacer ruido.

—Tiene que ver a un médico —exige Alto congestionado.

—No es necesario. Yo he dado cursos de enfermería. Llevo mucho tiempo cuidando de estos viejos, claro, que su situación es un tanto diferente —se ríe—, de momento. Le he traído más calmante, verá como mañana esas curas le alivian.

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