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Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (11 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
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—Sí, mira, aquí está —confirmó Anna—. Y te salieron tres entradas.

—Correcto. Como ves, el segundo es él. Le había encontrado.

—Aquí dice que su nombre es Zacarías Galíndez. Futurólogo.

—Todos tenían nombres falsos.

Anna cerró la primera carpeta y cogió la segunda.

—Creo que lo peor ya lo has pasado viendo a Ben en la tele. Como ves, hay tres carpetas más.

—¿A quién pertenece ésta? —Preguntó sin abrirla.

—Pertenece a quien tú conoces como Joe Press.

Los ojos de Anna volvieron a agrandarse.

—¿Joe? ¿No es guardia de seguridad?

—Verás. Después de lo de Ben, empecé a sospechar de cada una de las personas que estaban en el centro psiquiátrico. Desconozco las razones por las que estaban allí, pero, por ejemplo, Joe sí se dedica a labores de seguridad.

Anna abrió la carpeta y vio una gran foto de Joe, de más joven, en lo alto de un cuadrilátero de boxeo.

—“El gran Bestia”—leyó.

—Pues sí. También en Jobsearch le encontré, al igual que al resto. Me acordé de Joe, y recordé que, para la edad que tenía, demostraba poseer bastante fuerza.

—Así que escribiste "buena protección" —se adelantó Anna con el impreso en la mano.

—Y allí estaba, entre ochenta y dos entradas más, pero le encontré. Su verdadero nombre es Albano Roca se dedicaba al boxeo, y era conocido como el gran Bestia. Ahora se dedica al trabajo de guardaespaldas.

Anna soltó la carpeta y cogió la siguiente, esta vez sin evitar abrirla. Allí vio un recorte de una escena de telenovela, donde Marcos Abdul daba un apasionado beso a una actriz.

—¿Marcos es actor? —Julián se lo confirmó asintiendo con la cabeza—. Si le tuviera delante ahora se iba a acordar de mí para el resto de su vida. Asqueroso traidor —dijo destrozando el recorte.

—Tranquila Anna. No debemos perder la calma. Te aseguro que si han cometido algún delito lo pagarán.

Julián le tendió un pañuelo de papel para que Anna se secase las lágrimas que habían vuelto a aparecer en sus ojos. Aunque esta vez no eran de tristeza sino de rabia.

—A Marcos, o Adrián Pérez como se llama realmente, me costó encontrarle. Se me ocurrió usar actor como palabra clave, pero en esta profesión hay demasiado paro. Así que simplifiqué la búsqueda añadiendo confidencialidad. Allí estaba, entre veinte más, el primero. Pero lo mejor es que maté dos pájaros de un tiro. También estaba Fran Pino, en segundo lugar. Había dado en el punto clave.

—¿Es la siguiente carpeta?

—Sí —afirmó, y Anna soltó la que tenía entre manos y cogió la última carpeta—. Fran Pino, o Abraham Bueno, también es otro actor que afirma confidencialidad en su trabajo.

—¿No has encontrado nada sobre los demás?

—Por ahora no. Nada sobre las pacientes femeninas, ni de Saturno, que aparecieron muertos. Pero tampoco nada sobre Joanne, sobre Santo, o Cosme. Aunque no descarto que también estén en este buscador.

Estuvieron en silencio pensando. Empezaba a anochecer, así que Anna recogió las carpetas, se las dio a Julián, y fue a encender la luz.

—¿Con qué fin hicieron lo que hicieron? ¿Serían ellos los infiltrados que quería el director Santo que halláramos?

—Lo dudo. ¿Para qué iban a estar todos ellos? En mi opinión fue una trampa.

—¿Una trampa? ¿Para qué…, y para quién? —Preguntó Anna desconcertada.

—Pues no tengo ni idea, pero si me ayudas estoy seguro que lo descubriremos.

Julián tendió la mano hacia Anna, y ésta, aunque lo dudó inicialmente, estrechó la mano. Iban a formar un equipo en busca de la verdad.

Engaño

T
ras cinco horas aguantando a señoras paranoicas, a jóvenes aburridos y a locos en general, Zacarías Galíndez había terminado su jornada laboral en la televisión. Había leído bastantes libros sobre adivinación y conocía toda la verborrea del oficio. Juntando su aspecto esotérico y su acento extranjero, no le había costado trabajo conseguir aquel empleo. Bastaba con echar cartas, hacer gestos raros, inventarse futuros que convencieran a los que llamaban,…, y listo. Pero ya estaba cansado de hacer siempre lo mismo. Él aspiraba a más. Quizás colaborador en debates televisivos, juez en algún concurso, o incluso presentador de televisión. ¿Por qué no? Pero allí estaba, en un canal que veían cuatro gatos y cinco gamberros.

Salió del vestuario, después de haberse quitado el disfraz de mago, y se dirigió a la dirección del canal para que le pagaran. Eso era lo bueno de trabajar allí, te pagaban el mismo día, en metálico. Casi en dinero negro. Tenía un sueldo base que cobraba a final de mes, pero por cada llamada que atendía, obtenía un plus del cinco por ciento de lo que hubiese gastado el espectador. Y había gente que se arruinaba realmente llamando.

Dio unos toques en la puerta de la dirección y entró. Allí estaba su jefe, gordo como él solo, y con menos pelo que una escoba vieja. Normalmente estaba enfadado, pero ese día casi se podía ver cómo echaba humo por las orejas.

—Zacarías, he recibido otro mensaje privado para ti. Con el anterior que recibí me dejaste plantado casi un mes, y tuve que buscarte sustituto. ¿Me vas a hacer otra vez lo mismo? Pues ya no te guardo el empleo más, ¿sabes? Lo que haces lo puede hacer cualquiera, incluso yo.

Le había dejado de escuchar hacía rato. Otro mensaje. Le habían enviado otro mensaje. ¿Sería de nuevo el señor Santo? La verdad es que esperaba que lo fuera. Con lo que le había pagado en el último trabajo, podía dejar ese estúpido empleo de adivino y abrir algún negocio. Moralmente, aquel trabajo fue incluso peor que engañar a la gente adivinándole el futuro, pero qué le importaba a él. ¿Conocía de algo a los doctores esos? ¿Y a los enfermos que mataron? Si estaban locos. Nadie les iba a echar de menos.

Su jefe seguía soltando una retahíla, así que tendió la mano para que le entregara el sobre, mientras asentía con la cabeza a su jefe, y de vez en cuando soltaba un “ajá”. ¡Qué pesado era ese tío! En todos los sentidos.

Abrió el sobre y se llevó una decepción. No era de Santo. El formato no era el mismo, no era tan lustroso como lo fue el otro, sino un simple folio impreso. Antes de desengañarse lo leyó por encima, y efectivamente tenía pinta de ser de Santo. Hablaba de una reunión secreta en Bonesporta, urgente, dentro de una semana. No indicaba suma de dinero alguna, pero seguro que era él. Casi se le saltan las lágrimas.

Como su jefe aún seguía hablando, decidió poner fin.

—¿Sabe lo que le digo? —Dijo en un tono de voz más alto para que le oyese bien—. Dimito.

—¿Cómo que dimites?

—Como lo oye. Tengo una oferta mejor, así que me voy.

Zacarías se dio media vuelta y salió de dirección triunfante, mientras su jefe le gritaba e insultaba. Pero no le importaba en absoluto. Había tomado una buena decisión.

A los cinco días de que Julián consiguiese convencer a Anna de que le ayudara a investigar, se encontraban los dos en el aparcamiento del centro psiquiátrico que los había albergado medio año antes.

Para evitar que alguien los reconociese, en especial que las cámaras de vigilancia grabaran sus imágenes, Julián y Anna se habían disfrazado. Al abrir una agencia de detectives Julián compró gran cantidad de material para disfrazarse, así que cualquiera que les mirase no vería más que un matrimonio de unos sesenta años y de alto nivel adquisitivo. Ella con un caro abrigo de visón, él con un traje de marca hecho a medida, y ambos bajando de un descapotable. Pero lo que no verían serían sus pelucas, lentillas de colores, rellenos de goma-espuma, y un coche de alquiler.

Se dirigieron a la entrada con la cabeza bien alta. Su plan era hacerse pasar por unos padres que querían internar a su hijo en el centro, sin que el dinero importase. Pero previamente debían hablar con el director para asegurarse que su hijo no se encontrara en condiciones inadecuadas.

Todo ello serviría para averiguar lo máximo posible sobre lo que ocurrió. No sabían con qué ni con quién se encontrarían, pero todo aquello era necesario.

Llegaron a la garita del guardia, que ahora además albergaba a una secretaria. Evidentemente el guardia no era Joe, sino un tipo mucho más joven que tenía la capacidad de vigilarles desde que entraron, y de concentrarse en un monitor en el que se sucedían imágenes de las cámaras de vigilancia. Monitor que tampoco estaba cuando Joe era el guardia de la entrada. La secretaria les recibió con una sonrisa a la vez que se levantaba del taburete donde estaba sentada.

—Bienvenidos al centro Bonesporta —fueron sus palabras de recibimiento.

—Muy buenas —saludó Julián—, teníamos una cita con el director Sápido.

—Mi compañero les llevará al despacho —dijo finalmente tras teclear durante un rato en su ordenador.

El guardia se levantó y les empezó a llevar por los pasillos que ya conocían. Cuando Julián llamó para concertar la cita, preguntó por el director sin decir su nombre, pues no quería arriesgarse. Tal como sospechó, éste no se llamaba Santo sino Nicolás Sápido. Fue en ese momento cuando se dio cuenta que no sabía si Santo era nombre o apellido, o tal vez ninguna de las dos cosas.

A través de los pasillos por los que pasaron, descubrieron una gran cantidad de empleados recorriéndolos y una bonita decoración que hacía que el blanco asfixiante quedase en un segundo plano. Cuadros, jarrones, lámparas de pie, butacas,... Tanto la falta de personal como de decoración eran aspectos que Julián había echado de menos cuando estuvo allí como inspector, pero que dejó pasar sin preguntar ni investigar los motivos. Aún ahora, que tenía cierta información, seguía sin saber por qué eliminaron todo aquello.

Finalmente llegaron al despacho y entraron en él. Se encontraba exactamente tal como recordaban. El director los recibió con otra gran sonrisa.

—Encantado de recibirlos, señores Lafonti —éste era el apellido que se habían inventado. El director continuó—. Por lo que recuerdo de la llamada que realizó, ustedes querían internar a su hijo.

—Así es —respondió Julián—. Últimamente su comportamiento ha sido un tanto extraño, especialmente durante las horas nocturnas de sueño. Sin que esté sonámbulo, nuestro hijo se levanta a altas horas de la noche, se escapa de casa, y empieza a molestar a los vecinos haciéndose pasar por un niño que se ha perdido. No entendíamos tal comportamiento, así que le llevamos preocupados a nuestros médicos, y éstos nos recomendaron este sitio para que le estudiasen y se recuperase.

—Muy bien, han tomado una buena decisión. Este centro cuenta con los mejores profesionales y los mejores medios que se encuentran en el mercado —según le diría Anna luego, el discurso que les dio Nicolás Sápido era completamente distinto al que en su día dio Santo de un centro totalmente automatizado, con apenas trabajadores—. Analizaremos a su hijo, mientras que recibe un trato excelente. Estará como en su casa. Si tienen alguna pregunta.

—¿Se podría saber algo sobre el resto de pacientes? ¿Entre quiénes estará rodeado mi hijo? —Preguntó Anna.

—Esa es una pregunta que no le puedo contestar. Está terminantemente prohibido dar ninguna información sobre el resto de pacientes, al igual que no lo haré con su hijo. Sí le puedo decir que separamos a los hombres de las mujeres en dos alas distintas —eso no lo habían cambiado, pensó Julián—. El contacto entre pacientes es inexistente, sin que eso quiera decir que su hijo se vaya a sentir solo en absoluto. Tenemos contratados a personas que acompañarían a su hijo todo el tiempo que se estime oportuno. También le puedo decir que ahora mismo albergamos a treinta y seis pacientes.

—¿Treinta y seis? —Se le escapó a Anna.

—Sí, treinta y seis. No son muchos, señora Lafonti. Hemos llegado a albergar a unos noventa pacientes sin problemas.

Hizo una pausa mientras escribía algo.

—Estos son los costes estipulados.

Les tendió un papel donde aparecían unas cantidades desorbitadas. Hicieron como que lo leían, y fue el momento ideal para que Julián hiciera la pregunta clave de la visita.

—Una duda antes de aceptar, director Sápido. Hará cosa de unos seis meses intenté contactar con el centro, pero no pude. ¿Qué es lo que pasó?

La cara del director cambió radicalmente. Quizás había cometido un grave error. Sin embargo, obtuvieron la respuesta que deseaban.

—Decirles que yo no soy más que otro empleado —contestó serio—. Los dueños del centro decidieron cerrarlo sin dar ninguna explicación, a pesar de que me negué rotundamente. Llevaron a todos los internos a un centro cercano. Pero esto no volverá a pasar. Se lo aseguro.

—¿A todos los pacientes? —Puntualizó Julián.

—Sí, a todos.

Pero hasta Anna se dio cuenta que mentía.

Al día siguiente llegó el momento que Julián mejor había planeado. Él había enviado a los cuatro hombres que pudo encontrar a través de Jobsearch unas cartas. Intentó poner el tono más misterioso que pudo en ellas, creyendo imitar a las que un día les enviara quien se las hubiese enviado, para reunirles en secreto. Además, la reunión se celebraría en Bonesporta, así se aseguraba de que pillaran la indirecta de que se trataba de la misma persona. Todo estaba saliendo tal como esperaba.

Aunque habían despedido a Julián, seguía teniendo amistad con sus antiguos compañeros de la comisaría de Bonesporta. Les contó la verdad, así como sus planes. Los agentes decidieron arrestarlos nada más llegaran a la ciudad, pero Julián les pidió que les dejase un tiempo con ellos para conseguir así algo de información. Es más, al no saber con quiénes se enfrentaban realmente no se podían arriesgar en denunciarlos. Como, por ley, únicamente los podían dejar en los calabozos un máximo de veinticuatro horas sin motivos o pruebas, era en ese poco tiempo en el que tendrían que descubrir toda la verdad.

Con la ayuda de sus excompañeros, habían alquilado un pequeño local que poseía todos los elementos perfectos: una entrada por un callejón solitario, poca luminosidad, y lo mejor, una buhardilla abierta, desde la que podían ver a los que entraban sin que éstos les vieran a ellos.

Quedaban unos cinco minutos para la hora fijada, y estaban ultimando los preparativos. Anna subió a la buhardilla e informó a Julián sobre los individuos repugnantes, palabras textuales de ella, que ya habían llegado y estaban esperando en la puerta. Fueron puntuales a la hora fijada en los mensajes.

—Ya están ahí los dos actores, y he visto de lejos a Joe.

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