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Authors: Jesús Mate

Tags: #Intriga, #Terror, #Policíaco

Los números de las sensaciones (6 page)

BOOK: Los números de las sensaciones
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—No se preocupe por ello —le contestó Santo—, Joe le llevará a una habitación y le dará un GPS para que pueda llegar a estos sitios y a cualquier otro. Pero le digo una cosa, otro fallo igual que el que ha tenido y le juro que acabaré con su corta carrera. —Lo tendré en cuenta, pero tenga por seguro que la próxima vez que me pronuncie tendré el caso resuelto.

—Ahora, ¿sabe algo sobre Mariano Kraus? —Preguntó el director.

—Sí, claro, ya se me olvidaba. El informe del forense asegura que fue envenado. Aunque tengo a mis compañeros de la comisaría investigando el entorno del fallecido, la clave está en estos videos. Al haber sido manipulados, no he podido descubrir nada, pues en la sala que nos encontramos ahora mismo no hay cámaras de vigilancia, lo que complica aún más el trabajo.

—Confío en usted para que resuelva el caso. Pero tenga en cuenta que no voy a permitir que esto haga perder la reputación de mi centro.

Tenían unos minutos antes de seguir analizando a los pacientes, así que Anna le sugirió a Peter dar un pequeño paseo por el centro. Se dirigieron primero a la salida del centro a tomar un poco de aire fresco. A ambos les sentó de maravilla aquello. Desde el aparcamiento podían ver, además de la superficie destinada a los aparcamientos del centro, el bonito paisaje que les rodeaba. Aunque el sol les daba de lleno, no molestaba en absoluto. Era agradable sentir ese calor.

—Cuando nos vayamos —rompió el silencio Anna—, prométeme que iremos de vacaciones a un lugar paradisíaco.

—Eso dalo por hecho —dijo Peter apartándole unos mechones de pelo de la cara.

—¿Te imaginas? Nosotros dos solos, en una playa, tumbados en unas hamacas mientras nos sirven bebidas dentro de unos cocos vacíos.

—Sí..., escuchando de fondo el romper de las olas.

—Eso ya es muy cursi, Peter.

—¡Oye! ¡No es cursi!

Tras besarse decidieron entrar. Vieron que Joe no se encontraba en su garita.

—¿Te das cuenta? ¿Qué pasaría si llegara alguien? —Apreció Anna—. Debería haber otra persona en la entrada que atienda las visitas. Es más, hay sitio de sobra en la garita para ello.

—Supongo que lo construirían para eso, pero para acortar gastos se conformaron con Joe.

—No sé.

—El hombre también tendrá sus necesidades. Está prácticamente las veinticuatro horas aquí, así que habrá ido al baño.

Anna rió.

Pasaron a recorrer los pasillos. Anna no tardó en darse cuenta de otra cosa.

—¿Te has dado cuenta que han quitado las flechitas que estaban el primer día?

—¿Cuáles? —Preguntó Peter extrañado.

—Pues las que nos encaminaron al despacho de Santo.

—¡Es verdad!

—Claro que es verdad.

—Eres demasiado observadora, cariño.

—También lo llaman desconfianza.

Siguieron caminando hasta toparse con el óleo que habían visto en la reunión. El día en que Marcos se escapó, Joanne pasó por allí, y por algún motivo esa imagen fue borrada.

—No es un cuadro muy bonito —opinó Anna—, pero prefiero esto a nada.

El óleo representaba la figura de un hombre de manera abstracta. El fondo, de distintos colores azules, contrastaba con la vestimenta marrón que llevaba el retratado. Estaba firmado por C. E.

—¿Conoces al autor? —Le preguntó a su esposa.

—No. Como no habrá pintores que no sean famosos, voy a conocer a C. E.

—Bueno, no me pegues.

Anna le lanzó una mirada chulesca, y Peter la besó.

De nuevo en la sala de estudio, le tocaba el turno a Fran Pino. El quinto paciente entró en la habitación preguntando dónde estaba y quién era Joe. Si Fran realmente no sufría pérdidas de memoria, Peter consideraba que estaba haciendo el mejor papel que él había visto en directo. Se sentó en la silla delante de ellos, y Joe se marchó.

—¿Quiénes son ustedes? Estaba en mi habitación, y..., no recuerdo más.

—Tranquilo Fran —le calmó Anna—, sólo te vamos a hacer unas pruebas. Mira, ya lo has hecho antes. Tienes que leer en voz alta...

—¡Ah! Ustedes son los nuevos doctores. Sí, ya les recuerdo.

—Muy bien Fran —sonrió Peter—. Me alegro de que te acuerdes. Ahora, si no te importa, debes leer el siguiente texto.

—Miren —y empezó a rebuscarse en los bolsillos de los pantalones—, lo tenía aquí. ¿Dónde estará?

Se levantó para buscar mejor, y Peter y Anna intercambiaron unas miradas. La segunda ronda de los análisis estaba siendo bastante complicada.

—¿Llamo a Joe? —Le preguntó Anna preocupada.

—¡Aquí está! Si ya sabía yo que lo tenía en el bolsillo derecho.

—¿Qué es lo que tienes ahí, Fran?

—Es un cuadernillo. Me lo dieron para que yo os lo entregara.

—¿Que te lo dieron para nosotros? —Peter no podía creer lo que estaba oyendo—¿Quién te lo dio?

—A ver..., no me..., no. No me acuerdo bien. Pero estoy seguro que era para ustedes. Estoy completamente seguro. Tomen.

Anna cogió el cuadernillo, de pasta roja y tamaño A6, y le echó un rápido vistazo por dentro.

—No tiene nada escrito —confirmó Anna.

—Fran, intenta recordar, ¿quién te ha dado este cuaderno?

—No lo sé —le dijo con cara de estar pensando al máximo—, no puedo acordarme.

—Peter, déjalo. Que haga el análisis, y luego le llevamos la libreta al director. ¿Cómo es posible que a un paciente le entreguen un objeto?

Y esa era una buena pregunta.

Ya habían terminado con Fran Pino, y le tocaba a Helena Mesta. A riesgo de que la paciente volviese a atacar a Anna, Peter le pidió a Joe que se quedara con su mujer durante el análisis, mientras él iba un momento a hablar con el director. Habían acordado hacerlo de este modo, sin decirle nada del cuaderno a Joe. Ya en el pasillo, Peter encendió el GPS y lo programó para que le mostrara el camino hacia el despacho del director. Aunque ya llevaban cuatro días en el centro, y Peter no tendría problemas en llegar (al tener memorizado ya los trayectos), la igualdad desconcertante que había entre cada uno de los pasillos conseguía que perderse fuera más probable que no hacerlo.

Entonces se acordó del óleo de aquel pasillo. ¿Qué hacía aquel cuadro allí? No era que extraño que existiese alguno otro en el centro, pero que él supiese no había ninguno más. No había nada que rompiese la estética blanquecina de los pasillos, a excepción de los pomos de las puertas que también eran blancos. Francamente hubiera preferido más óleos repartidos por los pasillos, ó macetas, ó incluso algún desconchón.

Teniendo en mente esos pensamientos se le escapó de las manos el cuaderno, y éste fue a parar al suelo. Quedó abierto por una página, y Peter pudo ver una frase escrita en ella. Anna le dijo que no había nada escrito, pero ella había pasado rápidamente las hojas, sin percatarse de aquella anotación. Se agachó a recogerlo y la leyó.

—Cuidado con Joanne Blinda —dijo en voz alta.

El impacto de la lectura le paralizó unos instantes. Entonces miró hacia el final del pasillo, hacia una de las cámaras de vigilancia, y decidió darse la vuelta y volver junto a su mujer.

Había sido un golpe bajo cómo había sabido defenderse Joanne, pero Julián sabía que escondía algo. Tendría que encontrar las respuestas ya no sólo en los videos que le habían proporcionado, sino en los pasillos del centro. Y ahí residía el problema, que Joanne tenía ventaja sobre él.

También estaba deseoso que los videos del día anterior estuviesen ya disponibles. No entendía por qué estaban tardando tanto en recopilarse. Pero esta vez los vería junto con los doctores Lux, pues eran ellos los únicos que le inspiraban confianza.

Así que salió de su habitación, y empezó a manipular su GPS para llegar a los puntos donde se habían desarrollado los acontecimientos.

De vuelta, en la sala de estudio, Peter encontró a Anna preparándose ya para analizar a Saturno Hiesta. Ella levantó la cabeza, y Peter pudo ver un ligero moratón en la frente.

—¿Qué te ha pasado?

—Pues Helena Mesta es lo que me ha pasado. Si no llega a ser por Joe, me hubiera hecho mucho más daño. Esa mujer está fatal de la cabeza, en serio. ¿Qué rápido has llegado, no?

Peter le dio un beso en el morado y le puso el cuaderno delante de ella.

—¿Qué pasa? ¿No le has llevado el cuaderno a Santo?

—Mira esto —le dijo señalando la frase que había encontrado.

—Cuidado con Joanne Blinda —leyó Anna—, ¿lo has escrito tú?

—¿Crees que yo lo he escrito?

—No…, no es tu letra. Pero, ¿quién escribiría nada aquí? ¿Tan escondido?

—No lo sé.

—Esto está cada vez peor. ¿Por qué no se lo has llevado al director, y has vuelto aquí?

—No estoy seguro. Hay algo raro entre él y Joanne. Pienso que es mejor llevárselo al inspector Puma.

—Tienes razón.

En ese momento llegó Joe apurado.

—Perdonen, pero Saturno se ha caído viniendo hacia aquí. Ahora está en la enfermería y le están vendando el tobillo, así que tendrán que esperar a mañana para hacer el estudio.

—Gracias, Joe.

Joe cerró la puerta, y Peter y Anna se miraron. Tendrían que estar otro día más en el centro, mínimo.

Julián se encontraba en el final del pasillo donde habían cogido a Marcos el día en que se escapó, y donde éste mismo había desaparecido según Peter. No se había encontrado a ninguna persona durante el recorrido hasta allí, lo que era extraño. Pero de eso se preocuparía más tarde. Al llegar intentó visualizar todos los detalles del lugar. Era un pequeño pasillo de dos o tres metros de longitud, del mismo blanco incómodo que el resto del edificio. Pero tenía la peculiaridad de que en él no había ninguna puerta, ventana, ni nada de nada. No tenía sentido aquel espacio como pasillo. Podrían haberlo añadido a la habitación de la izquierda, por ejemplo.

Se dirigió hacia el final y apoyó la espalda contra el muro. Miró hacia el suelo buscando algún resto de algo, pero no encontró nada. Luego, fue dirigiendo la vista hacia arriba y pudo ver la cámara de seguridad que vigilaba el pasillo por el que se llegaba a este otro. Lo que quería decir, que aquel lugar era un gran punto muerto en el sistema de vigilancia.

—¿Por qué construirían este pasillo? —Se preguntó.

Miró a la derecha, y luego a la izquierda. Fue entonces cuando pudo distinguir una línea muy fina en la pared, apenas perceptible. Se acercó, y puso la mano sobre ella, comprobando que no estaba pintada sino que era una rendija. Siguió la mano hacia abajo, para no perderla de vista, y comprobó que llegaba hasta el suelo. Se incorporó, y comprobó que la rendija ascendía hasta unos dos metros, y torcía hacia la derecha en un ángulo de noventa grados. Se trataba de una puerta. Una puerta sin picaporte. Una puerta escondida, que a simple vista no era posible distinguir de la pared.

Introdujo sus uñas por la rendija y tiró hacia fuera, sin que la puerta diese ninguna resistencia. Era casi tan fina como una lámina de acero, y tan ligera que parecía de papel. El interior estaba oscuro, así que a tientas recorrió con la mano la pared por dentro hasta dar con el interruptor. Se trataba de un cuarto de escobas. De menos de un metro cuadrado, apenas cabían un par de repisas cargadas con productos químicos de limpieza, y un perchero del que colgaban una escoba y su recogedor. La fregona estaba en un rincón, metida dentro de su cubo.

Entonces sonó su GPS. Por lo visto también servía de intercomunicador. Ese aparato era una casi pequeña obra maestra de la ingeniería moderna. Julián pulsó el botón adecuado.

—¿Sí?

—Inspector Puma —contestó al otro lado Joe—, los videos del día anterior ya han sido recopilados. Le esperan en la sala de vigilancia.

—Gracias. En unos minutos estaré allí.

Colgó y volvió a aparecer en la pantalla el plano del centro. Según éste, estaba metido dentro de un muro. Aquel cuarto de escobas no estaba recogido en el GPS.

Empezaron Peter y Anna a dirigirse hacia la sala de vigilancia debido a que el inspector había pedido expresamente la presencia de ambos. En el momento en que estuviesen a solas con él aprovecharían para enseñarle el cuaderno.

Habían estado estudiando los resultados de los análisis de ese día, y no habían podido encontrar ningún parámetro que indicara que alguno de los pacientes estuviese menos cuerdo que otro. Aquello les frustraba, y empezaron a barajar la posibilidad de que la caída de Saturno no hubiese sido accidental, sino que se hubiese tirado a propósito para evitar su estudio. Al menos era una esperanza que tenían, pero que de no ser así, habían decidido abandonar el centro de todos modos.

Llegaron a la sala, y abrieron la puerta tras llamar previamente. Dentro estaban el inspector y Joanne (ésta última con cara de pocos amigos).

—Bueno, ya han llegado los doctores. ¿Podemos ver los vídeos de una vez, inspector? —Refunfuñó Joanne.

—Por supuesto.

Se levantó hacia el ordenador e introdujo el disco de grabación. Aparecieron en los monitores las mismas imágenes de pasillos que contuvieran horas antes, sin que nada ni nadie se moviese por ellos. El inspector se sentó en uno de los sillones, y empezó a manipular los mandos hasta llegar a algo en cuestión.

—Peter —se dirigió Julián hacia él—, ¿a qué hora, más o menos, te encontraste con Marcos Abdul?

—Pues..., me encontré con Marcos justo después de que me entrevistara usted en mi habitación. Sería…, cosa así de las diez y media de la noche, y mi intención era la de ir a cenar junto a mi esposa en su habitación.

El inspector empezó a girar un mando, y pudieron ver cómo un reloj en la esquina inferior derecha de los monitores avanzaba rápidamente. Toda persona que aparecía en uno de ellos se movía igual que si estuviera en una película de dibujos animados. Personas, que si Peter se esforzaba intentando recordar, no había visto ni una vez por el centro, si exceptuaba aquella primera reunión que se hizo cuando se escapó Marcos Abdul.

—¿Qué es eso de que cenan juntos? —Les preguntó Joanne.

—Verás, solemos almorzar en mi habitación —respondió Peter—, y cenar en la de Anna.

—Eso infringe una de las normas del centro. Tendré que informar al director de ello.

Anna no pudo soportar estar callada tras la amenaza.

—¿Sí? —Dijo en tono irónico— ¿Qué nos va a hacer? ¿Echarnos del centro? Me daría una pena tremenda.

—Tranquila Anna, estoy seguro que no será para tanto lo que hemos hecho, ¿verdad Joanne?

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