Los vigilantes del faro (36 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: Los vigilantes del faro
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—Dos almas y la misma idea —dijo riendo.

Paula se secó las manos y le dejó sitio libre.

—¿Te sirvo una taza? —dijo volviéndose para preguntarle, ya de camino a la cocina.

—Sí, gracias —respondió Martin en voz alta para acallar el ruido del grifo.

La jarra estaba vacía, pero la cafetera estaba encendida. Paula soltó un taco, la apagó y empezó a limpiar la capa negra que se había formado en el fondo.

—Aquí huele a quemado —dijo Martin al entrar en la cocina.

—Algún imbécil se ha tomado el último café y ha dejado la cafetera encendida. Pero habrá café dentro de unos minutos.

—Yo también podría tomarme uno —dijo Annika a sus espaldas. Entró en la cocina y se sentó.

—¿Qué tal va la cosa? —Martin se sentó a su lado y la rodeó con el brazo.

—No os habéis enterado, supongo.

—¿Enterado? ¿De qué? —Paula estaba midiendo los cacitos de café.

—Del jaleo que hemos tenido aquí esta mañana.

Paula se volvió y la miró llena de curiosidad.

—¿Qué ha pasado?

—Mellberg ha convocado una rueda de prensa.

Martin y Paula se miraron como para comprobar que los dos habían oído lo mismo.

—¿Una rueda de prensa? —dijo Martin, y se recostó en la silla—. Estás de broma, ¿no?

—No. Al parecer, tuvo una idea genial ayer por la tarde y se dedicó a llamar a la prensa y a la radio. Y todos picaron. Hemos tenido esto lleno de periodistas, incluso del
Aftonbladet
y el
GT
.

Paula dejó el colador del filtro de golpe.

—¿Es que está chiflado? ¿Dónde tiene ese hombre el cerebro? —Notó que el pulso se le aceleraba y se obligó a respirar hondo—. ¿Lo sabe Patrik?

—Vaya si lo sabe. Estuvo encerrado con Mellberg en su despacho un buen rato. No oí mucho de lo que decían, pero os aseguro que no utilizó un lenguaje apropiado para menores.

—Lo comprendo —dijo Martin—. ¿Cómo narices es capaz Mellberg de difundir nada ahora? Porque doy por hecho que de lo que ha hablado es de la cocaína, ¿no?

Annika asintió.

—Pues era demasiado pronto, desde luego. Todavía no sabemos nada —dijo Paula con cierta desesperación en la voz.

—Ya, seguramente era eso lo que Patrik trató de explicarle —dijo Annika.

—¿Y cómo fue la rueda de prensa? —Paula presionó por fin el botón de la cafetera y se sentó a esperar a que saliera el café y se llenara la jarra.

—Bueno, pues supongo que el típico espectáculo a lo Mellberg. A mí no me sorprendería que los periódicos lo sacaran mañana en primera plana.

—Vaya —dijo Martin.

Se quedaron en silencio unos segundos.

—¿Cómo os ha ido a vosotros? —preguntó Annika para cambiar de tema. Estaba más que harta de hablar de Bertil Mellberg.

—Nada bien. —Paula se levantó y empezó a servir tres tazas de café—. Hemos estado hablando con algunos de los que sabemos que están involucrados en el tráfico de drogas, pero no hemos encontrado ningún vínculo con Mats.

—No me parece verosímil que anduviera con Rolle y sus compinches. —Martin agradeció la taza de café solo que le daba Paula.

—Ya, a mí también me cuesta creerlo —dijo—. Pero había que comprobarlo de todos modos. Y, en general, por aquí no circula mucha cocaína, hay más heroína y anfetaminas.

—¿No sabemos nada de Lennart todavía? —preguntó Martin.

Annika meneó la cabeza.

—No, os avisaré en cuanto sepa algo. Sé que anoche estuvo con ello un par de horas, así que debería haber avanzado. Y dijo que lo tendría el miércoles.

—Bien —dijo Paula, y tomó un poco de café.

—¿Cuándo volvían Patrik y Gösta? —dijo Martin.

—No lo sé —respondió Annika—. Primero iban al ayuntamiento, y luego a Fjällbacka, a casa de los padres de Mats, así que puede que tarden.

—Esperemos que puedan hablar con los padres antes de que los llame la prensa —dijo Paula.

—Pues yo no estaría tan seguro —observó Martin abatido.

—Mierda, la que ha liado Mellberg —dijo Annika.

—Sí, mierda, la que ha liado Mellberg —masculló Paula.

Se quedaron cabizbajos y en silencio.

A
l cabo de un par de horas de lectura y de búsquedas en Internet, Erica pensó que ya debería irse. Pero habían sido unas horas muy fructíferas. Había encontrado bastante información sobre Gråskär, su historia y las gentes que vivieron en la isla. Y sobre quienes, según la leyenda, nunca la abandonaron. El hecho de que ella no creyese ni por un momento en las historias de fantasmas no tenía la menor importancia. Los relatos eran fascinantes y, en cierto modo, quería creérselos.

—Chicos, ¿no creéis que necesitamos un poco de aire fresco? —les dijo a los gemelos, que estaban tumbados en una manta en el suelo.

Ponerles la ropa de abrigo a los pequeños y abrigarse ella también era toda una empresa, pero empezaba a resultar más fácil ahora que cada vez necesitaban menos capas. Aún podía soplar un viento frío de vez en cuando, así que prefería prevenir y les puso un gorrito. Minutos después, ya habían salido. Estaba deseando poder prescindir del cochecito doble, tan aparatoso. Pesaba mucho, aunque le imponía un entrenamiento que necesitaba de verdad. Sabía que era una bobada preocuparse por los kilos de más del embarazo, pero nunca había conseguido que le gustara su cuerpo. Detestaba ser tan femenina y de una forma tan visible y evidente, pero aquella vocecilla que le resonaba en la cabeza y que le decía que no era lo bastante buena parecía ser mucho más difícil de eliminar que ninguna otra cosa.

Aceleró el paso y empezó a notar el sudor corriéndole por la espalda. No había mucha gente en la calle, e iba saludando a todas las personas con las que se cruzaba, intercambiando unas palabras con unos y otros. Muchos le preguntaban por Anna, pero Erica respondía con parquedad. Era un asunto demasiado privado como para hablar con todo el mundo de cómo se encontraba o dejaba de encontrarse su hermana. Todavía no quería compartir con nadie ese sentimiento tan cálido de esperanza que sentía en el pecho. Aún le parecía demasiado frágil.

Una vez que dejó atrás la hilera de cabañas rojas que orlaban la orilla, se detuvo a contemplar Badis. Le encantaría hablar un rato con Vivianne y darle las gracias por el consejo sobre Anna, pero aquellas escaleras le parecían un obstáculo insalvable. Luego cayó en la cuenta de que podía ir por el otro lado. Al menos era más fácil que la escalera. Se volvió resuelta girando el pesado cochecito y encaminó sus pasos hacia la calle siguiente. Cuando por fin llegó a la cima de la pendiente jadeaba tanto que le parecía que iban a estallarle los pulmones. Pero allí estaba, en la cima, y ya podía llegar a Badis por aquel lado.

—¿Hola? —Dio unos pasos y entró en el local. Había dejado a los gemelos en el cochecito, que había aparcado a la entrada. No tenía sentido llevarlos, con todo lo que ello implicaba, sin saber si Vivianne se encontraba allí.

—¡Hola! —Vivianne parecía encantada de ver a Erica—. ¿Pasabas por aquí y has decidido entrar?

—Espero no llegar en mal momento. Si es así, dímelo, por favor. Solo hemos salido a pasear, he traído a los niños.

—Pues muy bien. Pasa, te invito a un café. ¿Dónde están? — Vivianne los buscó con la mirada, y Erica señaló el cochecito.

—Los he dejado ahí, como no sabía si estarías…

—Últimamente tengo la sensación de que me paso aquí las veinticuatro horas del día —rio Vivianne—. ¿Te arreglas tú con ellos mientras yo preparo algo?

—Claro, no tengo elección —dijo Erica con una sonrisa y salió en busca de sus hijos. Vivianne tenía algo que hacía que se sintiera bien cuando estaba con ella. No sabía exactamente qué era, pero se sentía fuerte en su compañía.

Colocó las hamaquitas de Anton y Noel en la mesa y se sentó.

—Tenía la sospecha de que no iba a contentarte con un té verde, así que he preparado veneno de verdad.

Vivianne le lanzó un guiño y le puso el café a Erica, que le dio las gracias. Luego miró suspicaz el líquido semitransparente de la taza de Vivianne.

—Una se acostumbra, créeme —dijo tomando un trago—. Esto tiene montones de antioxidantes. Y te ayuda a prevenir el cáncer. Entre otras cosas.

—Ajá —dijo Erica, saboreando el café. Aquello podía ser todo lo saludable que se quisiera, pero ella no podía vivir sin cafeína.

—¿Qué tal está tu hermana? —preguntó Vivianne, y le acarició a Noel la mejilla.

—Mejor, gracias. —Erica sonrió—. En realidad, por eso me había pasado por aquí. Quería darte las gracias por el consejo. Creo que me ha ayudado bastante.

—Sí, hay muchos estudios que demuestran el efecto curativo que tiene el contacto físico.

Noel empezó a protestar y, tras preguntarle a Erica con la mirada, Vivianne sacó encantada al pequeño de la hamaquita.

—Le gustas —dijo Erica al ver que su hijo callaba enseguida. No se queda tan tranquilo con todo el mundo.

—Son adorables. —Vivianne se frotó la nariz con la mejilla de Noel, y el pequeño trataba de atrapar un mechón de pelo con el puño regordete—. Y ahora te estarás preguntando por qué yo no tengo hijos.

Erica asintió un tanto avergonzada.

—Nunca ha habido ocasión —dijo Vivianne, y le acarició la espalda a Noel.

Se vio un destello y Erica descubrió el anillo de Vivianne.

—Pero ¿no me digas que os habéis prometido? ¡Qué bien! ¡Enhorabuena!

—Gracias, sí, es estupendo. —Vivianne esbozó una sonrisa y se puso la trenza en el hombro para que Noel pudiera jugar con ella—. Nos pasamos los días enteros trabajando aquí, así que me cuesta sentir entusiasmo por nada en estos momentos. Pero sí, es estupendo.

—Puede que… —Erica dirigió una mirada elocuente a Noel y se sintió como una entrometida. Al mismo tiempo, no podía evitarlo. Vivianne rebosaba añoranza cuando miraba a los gemelos.

—Ya veremos —dijo Vivianne—. ¿No podrías contarme en qué estás trabajando ahora? Ya sé que estás de baja y que andabas muy ocupada, pero ¿tienes algún proyecto en mente?

—Todavía no. Pero bueno, me entretengo investigando un poco. Para mantenerme alerta y no tener la cabeza llena de balbuceos.

—Ajá, ¿y sobre qué? —Vivianne mecía a Noel en las rodillas y el pequeño parecía estar disfrutando del ritmo. Erica le habló de la visita a Gråskär, de Annie y de cómo llamaba la gente a la isla.

—La Isla de los Espíritus —dijo Vivianne pensativa—. Siempre hay algo de verdad en esas leyendas antiguas.

—Bueno, yo no sé si creer en fantasmas y espíritus —rio Erica, pero Vivianne la miró muy seria.

—Hay muchas cosas que existen, aunque no las veamos.

—¿Quieres decir que crees en fantasmas?

—Bueno, yo no usaría el término fantasmas, pero después de tantos años trabajando con la salud y el bienestar, la experiencia me dice que hay algo más de lo que vemos, algo más que la parte física. El ser humano se compone de energía, y la energía no desaparece, solo se transforma.

—¿Tú has tenido alguna experiencia? ¿Algo que tenga que ver con fantasmas, o lo que sea?

Vivianne asintió.

—Varias veces. Es una parte natural de nuestra existencia. Así que si Gråskär tiene esa fama, será por algo. Deberías hablar con Annie. Seguro que ha visto alguna que otra cosa. Bueno, si es que es receptiva.

—¿Qué quieres decir con eso? —Aquel tema fascinaba a Erica, y engullía con avidez cada palabra de Vivianne.

—Que algunas personas son más receptivas a lo que los demás no podemos ver con los sentidos. Igual que hay personas que oyen o ven mejor que otras. Sencillamente, son más perceptivas. Pero todo el mundo puede desarrollar esa capacidad según sus posibilidades.

—Bueno, yo soy escéptica. Pero me encantaría que me demostraran lo contrario.

—Pues ve a Gråskär. —Vivianne le guiñó un ojo—. Allí parece que hay muchas pruebas.

—Sí, sobre todo es que la isla tiene una historia muy interesante. Me gustaría mucho hablar un poco más con Annie, a ver qué sabe. Y puede que a ella le interese lo que he averiguado.

—Bueno, veo que no se te da nada bien estar de baja a tiempo completo —dijo Vivianne sonriendo.

Erica tuvo que reconocer que tenía razón. Desde luego, no era lo que mejor se le daba. Seguro que Annie se alegraba de saber un poco más de la isla y de su historia. Y sobre los fantasmas.

G
unnar miraba el teléfono, que no dejaba de sonar. Era de los antiguos, de los que tenían dial y un auricular muy pesado que se sostenía bien en la mano. Matte había tratado de convencerlos para que lo cambiaran por uno inalámbrico. Incluso les había regalado uno por Navidad años atrás, pero seguía en la caja, en algún lugar del sótano. A él y a Signe les gustaba el antiguo. Ahora ya daba lo mismo.

Continuó mirando el teléfono. Muy despacio, el cerebro le dijo que aquella señal chillona significaba que debía responder.

—¿Hola? —Escuchó concentrado la voz que le hablaba al otro lado del hilo telefónico—. No puede ser. ¿Pero qué idiota es el que llama? ¿Cómo podéis llamar y…? —No fue capaz de terminar la conversación, sino que colgó sin más.

Un instante después, llamaron a la puerta. Aún temblando por la conversación, fue al vestíbulo a abrir. Lo deslumbró un
flash
y se le vino encima una cascada de preguntas. Cerró la puerta enseguida, echó la llave y se apoyó en la pared. ¿Qué estaba pasando? Miró hacia el piso de arriba. Signe estaba descansando en el dormitorio y Gunnar se preguntaba si el jaleo la habría despertado y qué iba a decirle si bajaba. Ni siquiera él comprendía lo que acababan de anunciarle. Era demasiado absurdo.

Volvieron a llamar a la puerta y Gunnar cerró los ojos y sintió la madera de la pared en la espalda. Fuera parecían intercambiar frases cuyo contenido él no era capaz de distinguir, tan solo advertía el tono de indignación. Luego oyó una voz conocida.

—Gunnar, somos Patrik y Gösta, de la Policía. ¿Podría abrirnos?

Gunnar vio ante sí la imagen de Matte; primero vivo, luego en el suelo del recibidor, en un charco de sangre, con la cabeza destrozada. Entornó los ojos otra vez, se dio la vuelta y abrió. Patrik y Gösta se colaron dentro.

—Pero ¿qué es lo que pasa? —dijo Gunnar con voz extraña y lejana.

—¿Podemos sentarnos? —Patrik echó a andar hacia la cocina sin esperar respuesta.

Volvió a sonar el timbre, y también el teléfono. Los dos sonidos se cruzaban cortando el aire. Patrik levantó el auricular, lo colgó y volvió a descolgarlo.

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