—Bueno, eso cambia un poco las cosas. Tendremos que interrogar a los drogodependientes conocidos de la zona, por si han tenido algo que ver con Mats. Pero debo insistir en que a mí no me parece… —Patrik meneó la cabeza.
—Bobadas —resopló Mellberg—. Estoy convencido de que si empezamos a tirar de ese hilo, no tardaremos en dar con el asesino. No creo que resolver este caso suponga ningún reto. Probablemente habrá engañado a alguien y se habrá quedado con su dinero.
—Mmm… —dijo Patrik—. Pero ¿por qué iba a tirar la bolsa delante de su casa? ¿O la tiraría otra persona? En cualquier caso, hay que comprobarlo. Martin y Paula, ¿podríais hablar mañana con los clientes habituales?
Paula asintió y Patrik lo anotó en el bloc. Sabía que Annika siempre tomaba notas durante las reuniones, pero le daba la sensación de que escribir él también le ayudaba a controlar la situación.
—Gösta, tú y yo hablamos con los compañeros de trabajo de Mats, esta vez haremos preguntas más específicas.
—¿Específicas?
—Sí, si oyeron o notaron algo que pueda explicar por qué tuvo en sus manos una bolsa de cocaína.
—¿Vamos a preguntarles si sabían que tomaba drogas? — Gösta no parecía entusiasmado con la misión.
—Eso todavía no lo sabemos —dijo Patrik—. Hasta pasado mañana no recibimos el informe de Pedersen, y hasta entonces no sabremos qué sustancias había en el cadáver de Mats.
—¿Y los padres? —dijo Paula.
Patrik tragó saliva. Se resistía a la idea, pero sabía que Paula tenía razón.
—Sí, tenemos que hablar con ellos también. Gösta y yo iremos a verlos.
—¿Y qué hago yo? —dijo Mellberg.
—Pues te agradecería que, en tu calidad de jefe, mantuvieras esto bajo control —respondió Patrik.
—Sí, será lo mejor. —Mellberg se levantó, visiblemente aliviado, y
Ernst
fue tras él pisándole los talones—. Bueno, pues nada, necesitamos un sueño reparador. Mañana nos espera mucho trabajo, pero pronto lo habremos resuelto. Lo presiento. —Mellberg se frotó las manos, aunque no halló demasiado apoyo entre sus subordinados.
—Ya habéis oído lo que ha dicho Bertil. A casa a dormir, mañana lo retomamos con más fuerza.
—¿Qué hacemos con la pista de Gotemburgo? —preguntó Martin.
—Ahora empezaremos por esto, luego acordamos un plan, cuando sepamos más. Pero si no mañana, el miércoles tendremos que hacer un viaje a Gotemburgo.
Terminaron la reunión y Patrik se encaminó al coche. Fue absorto en sus pensamientos todo el camino.
Fjällbacka, 1871
L
a primera vez que le permitieron salir de Gråskär estaban a principios de otoño. El vaivén del viaje en barco le reavivó la preocupación igual que la primera vez que se marchó de casa, pero no se dejó atrapar por el pánico. Había vivido muy cerca del mar, conocía sus matices y sonidos, y de no haber sido porque también el mar la había tenido atrapada en la isla, lo habría aceptado. Ahora el mar la llevaba al puerto.
El agua relucía como un espejo y no pudo resistir la tentación de hundir en ella la mano e ir formando una estela junto al barco. Se apoyó en la borda para alcanzar hasta la superficie, y llevaba la otra mano en el vientre, protegiéndolo. Karl iba al timón. De pronto, lejos de Gråskär y de la sombra del faro, se lo veía muy diferente. Era apuesto. Hacía mucho que no pensaba en eso. La crueldad de la mirada lo afeaba, pero al verlo ahora, con la vista al frente, recordó lo que una vez halló tan atractivo. Tal vez la isla lo hubiese transformado, pensó Emelie. Quizá en la isla hubiese algo que encendía su maldad. Desechó la idea. Qué loca estaba. Pero las palabras de advertencia de Edith le resonaban en la memoria.
Sea como fuere, hoy se alejaban de la isla, si bien solo por unas horas. Podría ver gente, acompañarlos a comprar víveres y tomar café en casa de la tía de Karl, que los había invitado. Y también iría a ver al doctor. No estaba preocupada. Sabía que el niño estaba bien, le daba pataditas en el vientre. Pero sería una bendición que se lo confirmaran.
Cerró los ojos y sonrió. Notaba en la piel la caricia placentera del viento.
—Siéntate bien —le dijo Karl. Ella se sobresaltó.
Le volvió otra vez a la memoria aquel primer viaje en barco. Ella estaba recién casada y llena de esperanza. Karl todavía era amable con ella.
—Perdón —dijo Emelie, y bajó la vista. No sabía muy bien por qué había pedido perdón.
—Y nada de charla —respondió con voz fría. Volvía a ser el mismo Karl de la isla. El feo de mirada cruel.
—No, Karl. —Emelie seguía con la vista fija en la cubierta. El niño le pateó tan fuerte en la barriga que contuvo la respiración.
De repente, Julian se levantó de su sitio frente a ella y se le sentó muy cerca, demasiado cerca. Le agarró el brazo con fuerza.
—Ya has oído lo que ha dicho Karl. Nada de charla. Nada de charla sobre la isla ni sobre lo que solo nos atañe a nosotros. —Le clavaba los dedos cada vez más fuerte, y Emelie hizo una mueca de dolor.
—No —dijo, a punto de saltársele las lágrimas.
—Quédate muy quietecita. Es fácil caerse por la borda —dijo Julian en voz baja, le soltó el brazo y se levantó. Volvió a su sitio y miró hacia Fjällbacka, que ya se oteaba a proa.
Emelie se puso las manos temblorosas en el vientre. De pronto se dio cuenta de que echaba de menos a los que había dejado en la isla. Los que se habían quedado allí sin poder salir nunca. Se prometió a sí misma que rogaría por ellos. Quizá Dios oyera sus plegarias y se compadeciera de aquellas almas errabundas.
Cuando atracaron en el muelle junto a la plaza, se enjugó las lágrimas y notó que la sonrisa se le abría paso entre los labios. Por fin se encontraba de nuevo entre personas. Aún cabía la posibilidad de dejar Gråskär.
M
ellberg silbaba de camino al trabajo. Tenía la sensación de que aquel sería un buen día. Había hecho algunas llamadas la noche anterior y ahora disponía de media hora para prepararse.
—¡Annika! —gritó nada más entrar en recepción.
—Estoy aquí, no tienes que gritar.
—Prepara la sala de conferencias, por favor.
—¿La sala de conferencias? No sabía que aquí tuviéramos nada tan elegante. —Se quitó las gafas y las dejó colgando del cordón que tenía al cuello.
—Ya, ya, bueno, ya sabes a qué sala me refiero. La única en la que cabe un número algo mayor de sillas.
—¿Sillas? —Annika sintió cierto malestar en el estómago. Que Mellberg llegara tan temprano y, además, tan animado, no presagiaba nada bueno.
—Sí, filas de sillas. Para la prensa.
—¿La prensa? —dijo Annika, y notó crecer el nudo. ¿Qué se le habría ocurrido ahora?
—Sí, la prensa. Tiene castañas lo lentos que estamos hoy, ¿no? Voy a celebrar una rueda de prensa, y los periodistas necesitan sillas donde sentarse. —Habló con mucha claridad, como si estuviese dirigiéndose a un niño.
—¿Lo sabe Patrik? —Annika miró de reojo el teléfono.
—Hedström se enterará cuando tenga la bondad de venir al trabajo. Son las ocho y dos minutos —dijo Mellberg, sin pensar en que él mismo rara vez se dejaba caer por allí antes de las diez—. La rueda de prensa es a las ocho y media. O sea, dentro de menos de media hora. Y necesitamos una sala.
Annika volvió a mirar el teléfono, pero comprendió que Mellberg no se daría por vencido hasta que levantara el pandero y empezara a organizar la única habitación que valía para su objetivo. Esperaba que se fuera enseguida a su despacho, y entonces tendría la oportunidad de llamar a Patrik y prevenirlo de lo que se avecinaba.
—¿Qué es esto? —La voz de Gösta resonó desde la entrada mientras Annika colocaba las sillas.
—Pues parece que Mellberg va a dar una rueda de prensa.
Gösta se rascó la nuca y miró a su alrededor.
—¿Lo sabe Hedström?
—Exactamente lo mismo que le he preguntado yo a Bertil. No, parece que no. Esta es una de esas ideas brillantes que se le ocurren a él, y no he podido localizar a Patrik para avisarle.
—¿Avisarme de qué? —Patrik asomó la cabeza por detrás de Gösta—. ¿Qué estás haciendo?
—Vamos a celebrar una rueda de prensa dentro de… —Annika miró el reloj— …diez minutos.
—Estás de broma, ¿no? —dijo Patrik, pero la expresión de Annika revelaba que en modo alguno se trataba de una broma—. Maldita sea… —Patrik dio media vuelta y enfiló hacia el despacho de Mellberg. Luego oyeron una puerta que se abría, voces airadas y por fin una puerta que se cerraba.
—Ay, ay, ay —dijo Gösta rascándose otra vez la nuca—. Bueno, pues yo me voy a mi despacho. —Desapareció con tal rapidez que Annika se preguntó si de verdad habría estado allí o si habría sido un espejismo.
Continuó colocando las sillas y refunfuñando, pero habría dado cualquier cosa por convertirse en una mosca y poder pegarse a la pared del despacho de Mellberg. Oía las voces que subían y bajaban de volumen allí dentro, pero no era capaz de distinguir nada de lo que se decían. Luego, llamaron a la puerta y fue corriendo a abrir.
Quince minutos después estaban allí todos los periodistas. Se elevaba de las sillas un leve murmullo. Algunos se conocían, reporteros del
Bohusläningen
, del
Strömstads Tidning
y los demás periódicos locales. También había acudido la radio local y, por supuesto, representantes de la prensa vespertina, «los grandes diarios», que no se dejaban ver mucho por la zona. Annika se mordía el labio nerviosa. Mellberg y Patrik seguían sin aparecer y se preguntaba si debería decir algo o simplemente esperar a ver qué pasaba. Optó por la segunda alternativa, pero no dejaba de mirar de reojo hacia la puerta de Mellberg. Finalmente, esta se abrió y Mellberg apareció rojo de ira y con el pelo revuelto. Patrik se había quedado en la puerta, con los brazos en jarras y echando chispas. Mientras que Mellberg se acercaba, Patrik se fue a su despacho y cerró de un portazo tal que temblaron los cuadros del pasillo.
—Niñatos —masculló Mellberg al pasar delante de Annika—. Mira que venir a decirme a mí cómo tengo que hacer las cosas. —Se detuvo un instante, respiró hondo y se recolocó el pelo. Acto seguido, entró en la sala—. ¿Estamos todos? —dijo con una amplia sonrisa, que recibió un murmullo afirmativo por respuesta.
»Bien, pues entonces, empecemos. Como ya os adelanté ayer, la investigación del asesinato de Mats Sverin ha dado un giro inesperado. —Hizo una pausa, pero nadie tenía aún preguntas que hacer—. Los que trabajáis en la prensa local sabréis ya seguramente que ayer tuvimos un amago de accidente que acabó con cuatro niños ingresados de urgencia en el hospital de Uddevalla.
Algunos de los periodistas asintieron.
—Los chicos habían encontrado una bolsa que contenía un polvo blanco. Creían que eran polvos pica-pica y lo probaron. Dado que resultó ser cocaína, presentaron varios síntomas graves y los llevaron al hospital. —Hizo otra pausa y se irguió en la silla. Estaba en su elemento. Le encantaban las ruedas de prensa.
El periodista del
Bohusläningen
levantó la mano, y Mellberg le concedió la palabra con un gesto muy profesional.
—¿Dónde encontraron la bolsa los niños?
—En Fjällbacka, en una papelera junto a los bloques de Tetra Pak.
—¿Han sufrido secuelas? —preguntó uno de los periodistas de la prensa vespertina, sin molestarse en que le cedieran el turno de palabra.
—Según los médicos, se recuperarán por completo y no quedarán secuelas. Por suerte, solo probaron un poquito.
—¿Creéis que fue alguno de los drogadictos conocidos de la zona quien se deshizo de la bolsa? ¿O está la droga relacionada con el asesinato? Al principio has mencionado algo en ese sentido… —intervino el periodista del
Strömstads Tidning
.
Mellberg disfrutaba sintiendo cómo se tensaba el ambiente. Todos notaban que tenía algo gordo que contarles, y él pensaba sacarle todo el jugo posible. Al cabo de un instante de silencio, dijo:
—La bolsa estaba en una papelera, delante del portal de Mats Sverin. —Miró despacio a cada uno de los presentes. Todas las miradas estaban pendientes de él—. Y hemos identificado sus huellas en la bolsa.
Un rumor recorrió la sala.
—Vaya noticia —dijo el chico del
Bohusläningen
, y varias manos se alzaron en el aire.
—¿Creéis que se trata de un negocio de tráfico de droga que se torció? —El periodista del
GT
anotaba ansiosamente mientras el fotógrafo tomaba instantáneas. Mellberg pensó que tenía que meter la barriga.
—No queremos desvelar demasiado en esta fase de la investigación, pero esa es la hipótesis sobre la que trabajamos, sí.
Disfrutaba oyéndose a sí mismo. Si hubiera elegido otros caminos en la vida, habría podido convertirse en el jefe de prensa de la Policía de Estocolmo, o algo así. Y habría salido en la televisión cuando asesinaron a la ministra Anna Lindh, y aparecido en el sofá del estudio hablando del asesinato de Palme.
—¿Hay alguna otra pista que indique que se trate de un asunto de drogas? —preguntó el periodista del
GT
.
—Sobre eso no puedo pronunciarme —dijo Mellberg. Se trataba de darles los huesos justos que roer. Ni más, ni menos.
—¿Habéis comprobado los antecedentes de Sverin? ¿Hay en ellos algo relacionado con las drogas? —El
Bohusläningen
había conseguido lanzar una pregunta.
—Sobre eso tampoco quiero pronunciarme.
—¿Está lista la autopsia? —continuó el reportero del
GT
, al que los demás periodistas, más considerados, empezaban a mirar con encono.
—No, esperamos tener los resultados la semana que viene.
—¿Tenéis algún sospechoso? —El reportero del
GöteborgsPosten
logró hacerse oír.
—Por ahora, ninguno. Bueno, me temo que no tenemos mucho más que decir por el momento. Os hemos dado la información que podíamos ofrecer, y la iremos actualizando a medida que avance la investigación. Pero puedo adelantaros que, en las circunstancias actuales, considero que estamos a punto de dar un paso decisivo.
A tal declaración siguió una lluvia de preguntas, pero Mellberg meneó la cabeza. Tendrían que contentarse con los despojos que les había arrojado. Se felicitó a sí mismo por tan brillante intervención mientras volvía a su despacho con pasos ágiles. La puerta de Patrik estaba cerrada. Qué tío más agrio, pensó Mellberg enfurruñado. Hedström debería tomar conciencia de quién era el que adoptaba las decisiones en la comisaría y quién tenía más experiencia en aquellas cuestiones. Si no le gustaba, ya podía buscar trabajo en otro sitio.