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Authors: Fredric Brown

Tags: #Cicncia Ficción, Humor

Marciano, vete a casa (6 page)

BOOK: Marciano, vete a casa
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Con todo, la mayor tortura mental fue infringida a los oficiales al mando de las instalaciones militares secretas. Porque más pronto o más tarde, según su grado de inteligencia, comprendieron que los secretos dejaban de serlo, fuesen importantes o no. Al menos para los marcianos; y en vista de que los marcianos adoraban el chismorreo, tampoco serían secretos para nadie.

No es que los marcianos tuviesen ningún interés en los asuntos militares por sí mismo. Sólo les movía su afición a causar dificultades. De hecho, no se mostraron impresionados en lo más mínimo tras examinar las plataformas de lanzamiento de los cohetes intercontinentales, los depósitos secretos de bombas A o H, los archivos secretos o los planes secretos de defensa elaborados por el Pentágono.

—Bagatelas, Mack.

Uno de ellos, sentado encima de la mesa de despacho de un general, al mando de la base Able (en aquel momento nuestro secreto militar más importante), le decía al general:

—Bagatelas. Con todo lo que tienes aquí, no podrías vencer ni a una tribu de esquimales, si los esquimales supieran vahr. Y nosotros podemos enseñarles, sólo para ver qué pasa.

—¿Qué diablos es vahr? —rugió el general.

—Nada que te importe, Mack.

El marciano se volvió hacia otro de los marcianos que estaban en el despacho; en total eran cuatro en aquel momento.

—Eh —dijo—, vamos a kwimmar para echar una mirada a ver que tienen los rusos. Así podremos comparar notas con ellos.

Él y el otro marciano desaparecieron del despacho.

—Escucha esto —dijo al otro uno de los dos marcianos restantes—. Una verdadera juerga.

Y empezó a leer en voz alta un documento supersecreto guardado en la caja de caudales que había en un rincón. El otro marciano se echó a reír con desdén. El general también se echó a reír pero no con desdén. Siguió riendo hasta que se lo llevaron de allí enfundado en una camisa de fuerza.

El Pentágono era un manicomio, al igual que el Kremlin, aunque ninguno de los dos edificios recibió más que una parte proporcional de los marcianos, tanto en el momento de su llegada como en cualquier otro momento.

Los marcianos eran tan imparciales como ubicuos. Ningún lugar les interesaba más que otro, ya se tratase de la Casa Blanca o de la caseta del perro.

Tampoco se hallaban más interesados en las enormes instalaciones, como por ejemplo la base de Nuevo México donde se estaba montando el satélite artificial, que en los detalles de la vida del más humilde coolie de Shanghai. Se burlaron por igual de ambas cosas.

En todas partes irrumpieron en la vida privada de todos. Bueno, en realidad ya no existía tal cosa. Ya desde la primera noche resultó obvio que mientras ellos estuvieran en la Tierra no habría aislamiento posible, ni secretos, tanto en la vida de los individuos como en las maquinaciones de las naciones.

Todo lo referente a nosotros, como individuos o como grupo, les interesaba, les divertía y era motivo de burla para ellos. Sin duda, el verdadero objeto de estudio de los marcianos era el hombre.

Los animales no les interesaban, aunque no vacilaron en asustarlos o excitarlos cuando tal acción podía tener el efecto indirecto de molestar o perjudicar a un ser humano.

Los caballos fueron particularmente afectados, y el montar a caballo, ya fuese como deporte o como medio de transporte, se hizo tan peligroso que llegó a ser imposible.

Mientras los marcianos estuvieron con nosotros, sólo las personas obstinadas se atrevieron a ordeñar una vaca que no se hallase firmemente sujeta, con las patas atadas y la cabeza amarrada a un poste.

Los perros se volvieron frenéticos; muchos atacaron a sus dueños y tuvieron que ser eliminados.

Sólo los gatos, tras una o dos experiencias iniciales, se acostumbraron a ellos, tomándoselos con calma. Pero es que los gatos siempre han sido diferentes.

Segunda parte

La vida con los marcianos

1

Los marcianos se quedaron, y nadie podía adivinar por cuánto tiempo. Cabía la posibilidad de que se quedasen para siempre. No era de nuestra incumbencia.

Y muy poca cosa se aprendió de ellos, aparte de lo que era obvio al cabo de un día o dos de su llegada.

Físicamente todos eran muy parecidos. Aunque no eran idénticos, mostraban mucha menos variación física entre ellos que entre seres humanos de la misma raza y sexo.

La única diferencia importante era de tamaño: el más alto tendría noventa centímetros de estatura, y el más pequeño, cosa de sesenta y cinco.

Entre los seres humanos había diversas tendencias para explicar esa diferencia de tamaño entre los marcianos. Algunos creían que todos eran varones adultos —y sus rostros contribuían a crear esa impresión— y que la variación de altura de unos a otros era tan natural como lo es entre los hombres.

Otros pensaban que dicha diferencia indicaba una edad distinta; que era probable que todos fuesen varones adultos, pero que su crecimiento no cesara con la edad adulta, por lo que los bajitos eran relativamente jóvenes y los altos relativamente viejos.

Había quién creía que los altos eran probablemente varones y los bajitos hembras, y que las diferencias de sexo, cualesquiera que fuesen, sólo se manifestaban en la altura cuando iban vestidos. Dado que nadie había visto a un marciano desnudo, esta teoría, al igual que las otras, no podía ser demostrada ni refutada.

Y aún existía la teoría de que todos los marcianos eran iguales a nivel sexual, bien porque fuesen hermafroditas, o porque careciesen de sexo, tal como nosotros lo entendemos, y que posiblemente se reproducían por partenogénesis u otro medio que ni siquiera podíamos adivinar. Incluso podía ocurrir que creciesen en los árboles, como los cocos, para caer al suelo cuando estuvieran maduros, ya adultos e inteligentes, dispuestos a enfrentarse con su mundo o a burlarse del nuestro. En tal caso, los más pequeños podían ser niños recién caídos del árbol como si dijéramos, pero tan llenos de maligno humorismo como los más viejos.

Nunca descubrimos lo que comían o bebían, y ni siquiera si lo hacían. No podían comer los alimentos terrestres, desde luego, ni siquiera tomarlos del plato, por la misma razón por la que tampoco nosotros podíamos tocar a los marcianos. Mucha gente pensaba que, ya que su sistema de kwimmar era instantáneo, un marciano sencillamente kwimmaría a Marte en las ocasiones en que necesitara comer o beber. En cuanto al sueño, si es que lo necesitaban, nadie había visto a un marciano durmiendo en la Tierra.

En realidad, sabíamos muy poco sobre ellos.

Tampoco estábamos seguros de que estuvieran entre nosotros en persona. Muchos, en especial los científicos, insistían en que una forma de vida incorpórea, sin masa, no puede existir. Y que por tanto lo que veíamos no eran los mismos marcianos sino sus proyecciones; que los marcianos poseían cuerpos tan sólidos como los nuestros y que los dejaban en Marte, posiblemente en estado de trance, y que el kwimmar era sencillamente la habilidad de proyectar su cuerpo astral, que era visible pero no corpóreo.

De ser cierta, esa teoría explicaría muchas cosas, pero aun sus más ardientes defensores tenían que admitir que dejaba una cosa por explicar. ¿Cómo puede hablar una proyección no corpórea? Si el sonido es el movimiento físico o vibración de las moléculas del aire, ¿cómo puede una simple proyección astral crear un sonido?

Y no había ninguna duda de que podían crear sonidos. Sonidos verdaderos, no sólo en la mente del oyente; lo demostraba el hecho de que los sonidos que producían podían ser registrados en discos o en cinta magnetofónica. Podían hablar y también llamar a la puerta, aunque lo hacían raras veces. El marciano que llamó a la puerta de Luke Deveraux en lo que después se llamó la Noche de la Llegada fue una excepción. La mayoría kwimmaban, sin llamar, al interior de las habitaciones, emisoras de televisión, clubes nocturnos, teatros, bares (debieron de tener lugar escenas memorables en los bares aquella noche), cuarteles, iglúes, cárceles..., a todas partes.

También aparecían claramente en las fotografías, como hubiera descubierto Luke Deveraux si se hubiera molestado en revelar aquella foto. Tanto si se hallaban entre nosotros, en persona, como si no, eran opacos a la luz. Pero no al radar, y los científicos se mesaron los cabellos discutiendo la causa.

Todos insistían en que no tenían nombre, ni siquiera número, y que los nombres eran ridículos e innecesarios. Ninguno de ellos se dirigió nunca a un ser humano por su nombre. En Estados Unidos llamaron a todos los hombres Mack, y a todas las mujeres Jane; en otras partes usaron los equivalentes locales.

En un terreno, al menos, demostraron unas aptitudes excepcionales: en lingüística. El marciano de Luke no mentía cuando dijo que podía aprender cualquier idioma en una hora o menos. Los marcianos que aparecieron entre varios pueblos primitivos cuyo idioma nunca había sido emitido por radio, llegaron sin saber una palabra de su lenguaje, pero lo hablaban con corrección y con gran soltura al cabo de pocas horas. Y fuera cual fuese el idioma que hablasen, lo hablaban con fluidez, utilizando incluso giros y modismos populares, sin la rigidez y torpeza que caracterizan el aprendizaje de un nuevo lenguaje.

Resultaba obvio que muchas de las palabras de su vocabulario no habían sido aprendidas en los programas de radio. Pero eso no era difícil de explicar; a los pocos segundos de su llegada, muchos tuvieron estupendas oportunidades de recibir una buena educación en procacidades. Por ejemplo, el marciano que interrumpió la escena del balcón de Romeo y Julieta en la emisora de televisión sin duda había kwimmado antes a un bar, pongo por caso, del que emigró en busca de pastos más verdes al cabo de unos minutos, al descubrir que muchos de los suyos habían kwimmado al mismo lugar.

Mentalmente, los marcianos eran más parecidos que físicamente, aunque también en ese nivel se observaban pequeñas diferencias.

Pero desde el primero al último eran abusivos, irritantes, molestos, rudos, brutales, parlanchines, discutidores, detestables, descorteses, execrables, malignos, descarados, odiosos, hostiles, de mal genio, insolentes, respondones, burlones, canallescos, aguafiestas. Eran impúdicos, repugnantes, desagradables, mareadores, quisquillosos, perversos, peleones, faltones, sarcásticos, traidores, truculentos, incívicos, pesados, hirientes, y obstinados en mostrarse enojosos y en causar dificultades a todos los que se ponían en contacto con ellos.

2

De nuevo a solas y sintiéndose exhausto —de haber algún marciano presente aún se habría sentido peor—, Luke Deveraux se tomó todo el tiempo que quiso para deshacer sus dos maletas en la pequeña habitación que acababa de alquilar en Long Beach.

Habían pasado dos semanas desde la Noche de la Llegada. A Luke sólo le quedaban cincuenta y seis dólares, y había llegado a Long Beach buscando trabajo, cualquier trabajo que le sirviera para seguir comiendo cuando se le acabaran los cincuenta y seis dólares. Por el momento, había abandonado la idea de escribir una novela.

En una cosa había tenido suerte, mucha suerte. Pudo subarrendar su apartamento de soltero en Hollywood por cien dólares al mes, apartamento que él mismo había amueblado por la misma cantidad. Aquello le permitía reducir sus gastos y seguir en posesión de sus cosas, sin tener que pagar almacenaje por ellas. No hubiera podido venderlas por una cantidad que valiera la pena, ya que los dos objetos más caros eran el televisor y la radio, y ambos eran completamente inútiles por el momento. Si los marcianos se marchaban algún día, volverían a tener valor.

De modo que ahora lo que llevaba con él eran sus dos maletas y su máquina de escribir portátil; la máquina era para escribir cartas pidiendo trabajo.

Probablemente tendría que escribir muchas, pensó sombrío. Incluso en Long Beach la situación iba a ser difícil. En Hollywood habría sido imposible.

Hollywood era la ciudad que más había sufrido en todo el país. Hollywood, Beverly Hills, Culver City y toda el área del cine. Todo el que estaba relacionado de algún modo con el negocio del cine, la radio o la televisión estaba sin trabajo. Actores, productores, locutores..., todos. Todos iban en el mismo barco y el barco se hundió de pronto.

Y por una reacción secundaria, todo lo demás en Hollywood sufría las consecuencias. En quiebra, o muy cerca, estaban los miles de tiendas, salones de belleza, hoteles, bares, restaurantes y clubes nocturnos cuya clientela habitual era la gente del cine.

Hollywood se convertía en un pueblo desierto. Los únicos que quedaban eran aquellos que, por una u otra razón, no podían marcharse. Él tampoco hubiera podido marcharse, de no ser a pie si hubiera esperado mucho más.

Quizá debía haberse alejado aún más de Hollywood, pero no quería gastar mucho en viajes. Y de cualquier modo, las cosas estaban difíciles en todas partes.

En todo el país —excepto en Hollywood, que se rindió en el acto—, el lema durante la última semana había sido «Trabajamos como de costumbre».

Y en algunos negocios era más o menos cierto. Uno puede acostumbrarse a conducir un camión con un marciano burlándose de la forma en que uno conduce o saltando sin cesar encima del capó. O se pueden vender comestibles en un mostrador con un marciano sentado —ingrávido pero inamovible— sobre la cabeza, moviendo las piernas delante del rostro de la víctima y mofándose de él y del cliente. Cosas así pueden ser una prueba para los nervios, pero pueden hacerse.

Otros negocios no salieron tan bien librados. Como hemos visto, el mundo del espectáculo fue el primero y más duramente atacado.

Los programas de televisión en directo se hicieron particularmente inviables. Aunque los programas filmados no fueron interrumpidos la primera noche, excepto en algunas emisoras en las que los técnicos fueron presa del pánico a la vista de los marcianos, todos los programas en directo desaparecieron de las ondas al cabo de unos minutos. Los marcianos adoraban interrumpir los programas en vivo.

Algunas emisoras de radio y televisión cesaron de emitir por completo. Otras aún funcionaban, usando sólo material filmado, pero era obvio que la gente se cansaría pronto de ver y oír las mismas y viejas películas una y otra vez, aun cuando la ausencia temporal de los marcianos en sus propios hogares les permitiera verlas y oírlas sin interrupción.

Y desde luego, nadie en su sano juicio estaba interesado en comprar nuevos aparatos de radio y televisión, de manera que se perdían miles de puestos de trabajo en todo el país: los relacionados con la fabricación y venta de los aparatos.

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