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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataelfos (42 page)

BOOK: Mataelfos
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—¡Amado mío, vuelves a mí! —dijo, mientras hacía sus encantamientos—. El amor, al parecer, todo lo puede.

—El honor sí lo puede todo —siseó el alto elfo, que saltó sobre la plataforma directamente hacia ella, con la espada en alto.

La druchii y su hermana dispararon chorros de niebla negra hacia él, Gotrek y Félix. Aethenir gritó y soltó la espada cuando lo envolvió, pero se lanzó de cabeza hacia Belryeth y los dos cayeron sobre la plataforma. El Matador se encogió de hombros y continuó adelante, pero Félix se tambaleó cuando llegó hasta él, porque sintió un terrible dolor en cada centímetro de la piel, como si lo estuvieran congelando y cocinando al mismo tiempo. Los músculos se le tensaron hasta casi rompérsele, y cayó al suelo, ante la plataforma.

Gotrek subió a ella de un salto, y al pasar le dirigió un tajo a la segunda hechicera, sin que su ojo se apartara del demonio en ningún momento. Ella gritó y cayó cuando le hirió un costado.

Con su muerte se disipó la nube negra, pero los efectos del hechizo perduraron como agujas de fuego y hielo que se clavaban en el cuerpo de Félix, así que sólo pudo mirar cómo Gotrek atravesaba la plataforma directamente hacia el demonio.

Heshor y las otras hechiceras interrumpieron la salmodia y chillaron ante la interrupción, pero el demonio sonrió mirando hacia abajo cuando Gotrek saltó por encima de la línea protectora que lo retenía dentro de su círculo.

—Ah, pequeño —ronroneó—. Vienes a salvarme del aburrimiento. Excelente.

Acometió a Gotrek con un brazo rematado por una pinza de cangrejo que no poseía un segundo antes. El enano bloqueó el golpe con el plano de la hoja del hacha, y fue lanza-

do hacia atrás como un erizo golpeado por una pala. Rebotó dos veces antes de caer de la plataforma, girando, y estrellarse contra el suelo de la cámara.

—Ven a probar otra vez —rió el demonio—. Hace milenios que no sufro una herida.

Félix se puso trabajosamente de pie. Sobre la plataforma, Aethenir y Belryeth rodaban de un lado a otro en una parodia de éxtasis, mientras luchaban por el control de la daga de ella, y Heshor con las brujas de aquelarre atacaban al Matador, que se ponía de rodillas y sacudía la cabeza. Los hechizos parecían sólo enfurecer a Gotrek, que rugió al ponerse de pie.

Félix vio una oportunidad. Aunque cada sensata partícula de su cerebro le decía que diera media vuelta y corriera en sentido contrario, subió a la plataforma de un salto, corrió esquivando a las coléricas hechiceras, entró en el círculo del demonio —con cuidado de no romper la línea protectora que parecía haber sido trazada con algún tipo de polvo púrpura—, y se dirigió hacia la mesa a la que estaban atados Max y Claudia.

Pero no llegó. El demonio volvió toda su atención hacia él cuando cruzó la línea púrpura, y él se detuvo como si hubiera chocado contra un muro, retenido por el poder de su mirada.

—¿Has venido a robarme las víctimas de sacrificio, amado mío? —murmuró el demonio, que tendió hacia él garras engarfiadas—. ¿O a unirte a ellas?

A Félix se le aflojó la mandíbula, abrumado por la majestuosidad del demonio. Avanzó hacia él dando traspiés y abrió los brazos para recibir su cruel abrazo. Nunca había anhelado nada tanto como ansiaba ser hecho pedazos por esas hermosas garras brillantes.

De repente, el demonio gritó y Félix se desplomó cuando, al propagarse por toda la cámara el dolor que sintió aquel ser del vacío, olas de lacerante agonía recorrieron su mente. Cayó al suelo entre alaridos, retorciéndose, y vio que a Aethenir y a las hechiceras les sucedía lo mismo. Incluso Max y Claudia se debatían y sufrían espasmos sobre la mesa. Sólo Heshor permaneció de pie, temblando, tirándose del pelo y arañándose la cara con las uñas.

El demonio retrocedía ante el Matador, que había logrado trepar de nuevo a la plataforma. A la bestia le manaba sangre púrpura de una herida profunda que tenía en una pierna, y cuyos bordes burbujeaban y siseaban como si les hubieran echado ácido.

—Exquisito —tronó la hermosa voz de la aparición, mientras le dirigía un golpe a Gotrek con una enorme espada negra que había sacado de la nada. El Matador se agachó para esquivarla y le dirigió un tajo a la otra pierna. Una nueva zarpa lo paró, y una maza que apareció de repente descendió para aplastarlo.

Las olas de dolor de Félix cedieron al concentrarse la atención del demonio en la lucha con Gotrek, y descubrió que podía volver a moverse. Fue a gatas hasta la mesa de piedra, y se subió a ella. De cerca, Max y Claudia tenían un aspecto aún peor que desde lejos. Sus mejillas estaban hundidas, y la piel les colgaba y estaba mugrienta. Arañazos, cardenales y cortes rituales los cubrían de pies a cabeza, y tenían las uñas rotas y ensangrentadas, como si hubieran intentado abrirse paso con ellas a través de la piedra. Max tenía un ojo negro y Claudia un labio partido. La vidente estaba sin conocimiento, y Max apenas si se encontraba mejor. Sus ojos giraron enloquecidamente al ver a Félix, y el hechicero masculló algo con la mordaza puesta.

Félix extendió hacia él manos temblorosas para cortar las cuerdas de seda que sujetaban la mordaza, y luego se la retiró de los labios.

—Las manos —dijo el hechicero, cuya voz crujió como papel—. Entonces podré defenderos.

Félix casi rió al oír esto. Max no parecía capaz de defenderse a sí mismo contra un viento fuerte, mucho menos contra demonios y hechiceras. No obstante, se puso a cortar las trenzas de cuero que le sujetaban las manos. No avanzó mucho, porque el demonio volvió a gritar, y el dolor desplazó todo pensamiento y capacidad de Ta cabeza de Félix. Los alaridos de las hechiceras le indicaron que también les afectaba a ellas.

Uno de los brazos del demonio retrocedía, burbujeando, y la abominación reculaba con paso tambaleante hasta el límite de su círculo mientras se defendía del Matador con las tres extremidades restantes.

—Esa hacha —gimió—. Ahora la reconozco. —Desplazó la atención hacia Heshor—. Devuélveme al vacío, mortal. Yo codicio las sensaciones, no la destrucción.

—¡No! —chilló la suma hechicera, y alguna resonancia con la consciencia del demonio permitió a Félix entender lo que decía, aunque hablaba en idioma druchii—. ¡Debes cumplir con el trato! ¡Mata al enano y continúa!

—Lamentarás retenerme, bruja —tronó la voz del demonio en el momento en que Gotrek volvía a atacarlo.

Félix se recuperó y acabó de cortar las ligaduras de las muñecas de Max, para luego pasar a las de Claudia. Miró hacia atrás. Las hechiceras volvían a ponerse de pie.

—¡Matad al humano! —gritó Heshor, señalándolo con un dedo de uña negra—. ¡No debe molestar a las víctimas de sacrificio!

Ella y las tres hechiceras que continuaban en pie se volvieron hacia Félix para vomitar viles encantamientos, mientras Max murmuraba una protección, moviendo débilmente las manos de acuerdo con los gestos rituales.

Pero entonces, antes de que cualquiera de los ataques o contraataques mágicos pudieran concluir, el demonio golpeó a Gotrek en el pecho con un puño acorazado del tamaño de una roca, y volvió a lanzarlo de espaldas. Esta vez, el Matador cayó sobre la plataforma con un hombro por delante y continuó resbalando hacia el borde, atravesó en línea recta el círculo protector de polvo púrpura, y un segmento quedó borrado. Cuando el Matador se detuvo, le manaba mucha sangre por la nariz y la boca. No se movió.

Heshor y las hechiceras lanzaron exclamaciones ahogadas y vacilaron en sus encantamientos ante este grave accidente. El demonio rió.

—¿No os lo dije? —rió entre dientes, y luego salió del círculo para ir directamente hacia Heshor—. Ven, hija. Serás huésped de mi reino, ya que me has dado la bienvenida al tuyo.

La hechicera gritó y retrocedió al tiempo que recogía el arpa, mientras sus restantes hermanas se situaban ante ella para protegerle la retirada y atacaban al demonio con su magia negra.

El demonio parecía disfrutar con el ataque; gemía de pla-

cer pero no frenaba su ritmo. Acarició a las tres hechiceras con sus indagadores tentáculos, y ellas se desplomaron en un paroxismo de éxtasis tan intenso que se partieron el espinazo.

Heshor dio media vuelta y salió corriendo con el arpa, pero entonces se alzó una figura ensangrentada que se arrojó sobre ella y la hirió con una daga. Félix quedó asombrado al ver que se trataba de Aethenir.

—¡Por Ulthuan y por los azur! —gritó mientras ambos se estrellaban contra el suelo, con el arpa entre ellos—. ¡Por Rion y por la senda del honor!

—No, erudito —chilló Belryeth, al levantarse y saltar a defender a su maestra—. No lograrás la redención. —Arrastró a Aethenir de encima de Heshor, mientras el demonio se aproximaba.

La suma hechicera se puso de pie mientras el alto elfo y la joven volvían a luchar, y corrió hacia la puerta.

El demonio fue tras ella, riendo melodiosamente.

—¿Me abandonas ahora, adorada mía? ¿Acaso no me habías jurado amor eterno?

Al seguirla, pisó a Aethenir y Belryeth, que gritaron, aunque resultaba difícil saber si de dolor o de deleite. Continuaron forcejeando y luchando mientras el demonio descargaba sobre Heshor un brazo como una guadaña de hueso.

Heshor se apartó de un salto, pero la punta de un apéndice del demonio le hirió una pierna y ella cayó sobre los escalones que conducían a la cámara exterior. El demonio se detuvo junto a ella y alzó nuevos brazos, pero entonces, justo cuando la suerte parecía echada, una figura de cresta roja salió de las sombras con paso tambaleante, dio un brinco y clavó el hacha en la base de la columna del demonio.

—¡Muere, engendro del abismo! —rugió el Matador, de cuya boca salían burbujas de sangre con cada palabra.

El demonio chilló con un millar de voces torturadas, y la vastedad de su agonía volvió a derribar a Félix. Giró y retrocedió ante el Matador, y comenzaron a desaparecerle y aparecerle partes del cuerpo mientras sangraba niebla rosada. Cuando Félix lo observaba, compartiendo su agonía, la herida de la parte inferior de la espalda se fue haciendo más grande, los bordes consumiéndose como pergamino atacado por el fuego.

El demonio posó una mirada feroz en Gotrek, mientras el Matador avanzaba tenazmente tras él.

—No, pequeño. No lucharé contigo. Uno más grande que yo está destinado a morir al matarte. En el entretanto, me complaceré con tu decepción.

Y entonces, entre parpadeos, desapareció y la cámara quedó en silencio, y el repentino vacío dejado por su desaparición fue casi tan doloroso como lo había sido su presencia. Por un momento, pareció que todo el deleite, el color y la emoción habían sido arrancados del mundo, como si la vida no mereciera la pena de ser vivida. Félix casi se puso a llorar.

Gotrek, por otro lado, rugió de furia y descargó con el hacha un golpe descendente que destrozó el mármol del suelo.

—¡Cobarde engendro infernal! —bramó—. ¡Basura del vacío! ¿Me robarás mi muerte? ¿Me arrebatarás la gloria? ¡Vuelve y enfréntate conmigo!

Félix alzó la mirada, aterrorizado, pero el demonio no reapareció. Gotrek se dobló por la cintura, tosió y salpicó de sangre todo el suelo, mientras el resplandor de las runas de su hacha volvía a apagarse.

Tras recobrarse, Félix giró la cabeza en busca de la sacerdotisa. Había desaparecido… junto con el Arpa de Destrucción.

—El arpa —dijo, mientras se esforzaba por levantarse—. Tenemos…

—Félix —dijo Max con un débil susurro—. Las ligaduras de Claudia.

Félix volvió a la mesa de piedra y acabó de cortar las trenzas de cuero. Ella no se movió ni abrió los ojos.

Félix le buscó el pulso.

—Habíamos esperado salvaros antes de esto —dijo. Percibió un latido muy suave debajo de los dedos—. Pero os trasladaron.

Max se irgió como si estuviera hecho de ramitas secas.

—Estoy francamente sorprendido de veros, siquiera. La última vez que os vimos…

—Amigos —dijo una voz débil, detrás de ellos—. Ayudadme. Ha sucedido algo.

Max y Félix se volvieron. Aethenir yacía en el sitio en que el demonio los había pisado a él y Belryeth. Él se encontraba debajo de la hechicera y la empujaba.

—Suéltame, maldito azur —gimoteaba Belryeth, pataleando en la presa de él.

Max y Félix cojearon con precaución hacia los dos elfos pero, al acercarse, Félix dio un traspié y estuvo a punto de vomitar. Max se atragantó.

Algo había sucedido, en efecto. Desde lejos había parecido que Belryeth yacía encima de Aethenir, pero no era así. En realidad, se habían convertido en uno sólo. El toque del demonio los había fusionado en un permanente abrazo de amantes. Sus cuerpos estaban fundidos entre sí por el torso, con la cabeza de Belryeth mirando por encima de un hombro de Aethenir, y los brazos y piernas de ambos entrelazados.

—Por los dioses —dijo Félix, presa de arcadas.

—Horrible —convino Max.

—Por favor, amigos —dijo Aethenir, que los miraba desde el suelo con ojos asustados—. Haced algo.

—Quitádmelo —gimoteó Belryeth.

Gotrek se acercó, bajó la mirada hacia ellos y soltó un bufido.

—Adecuado castigo por causar todo esto —dijo.

Félix le lanzó una mirada colérica.

—No seas cruel, Matador —intervino Max.

—Siguiendo tu ejemplo, Matador —dijo Aethenir—, tenía la esperanza de morir para purgar mi pecado, pero esto… esto no puede soportarse.

Félix miró a Max.

—¿No se puede hacer nada?

Max negó con la cabeza.

—Deshacer esto está fuera de las capacidades de los más grandes entre los magísteres.

—¿Aún deseas la muerte, elfo? —preguntó Gotrek.

Aethenir tragó saliva y luego asintió.

—Sí, enano.

—En ese caso, reza y muere bien.

Aethenir los miró a todos, y habló:

—Que se cuente que, aunque me desvié de ella, muero en la senda del honor. —Luego cerró los ojos y murmuró una plegaria mientras Gotrek levantaba el hacha.

Cuando la plegaria del erudito concluyó, el Matador dejó caer el hacha y lo decapitó. La cara de Aethenir era plácida cuando su cabeza se detuvo tras volar unos metros.

En silencio, Félix le deseó buen viaje al alto elfo. Puede que hubiese sido un estúpido, y tal vez no era el más valiente de su raza, pero, como él mismo había dicho, al final no había retrocedido a la hora de hacer todo lo posible por rectificar su estupidez.

—Vamos —dijo Gotrek, y echó a andar hacia la cámara exterior—. Aún queda la hechicera.

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