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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataelfos (44 page)

BOOK: Mataelfos
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do y provocaría maremotos que ahogarían al Viejo Mundo, los territorios del norte y Ulthuan bajo las olas. Los altos elfos habían hecho bien al encerrar aquel vil instrumento dentro de una cámara. Tal vez incluso habían hundido la ciudad a propósito para ocultar aquel horrible objeto.

—Van a salir, así que nosotros saldremos —gritó el Matador—. Por aquí.

El Matador dio media vuelta y desanduvo sus pasos hacia la casa de placer, abriéndose paso a empujones entre las aglomeraciones de galanes y putas druchii, y oficiales a medio vestir que salían de las casas y se gritaban órdenes unos a otros y a los grupos de esclavos que se empujaban, todos ellos tan asustados que no les hicieron el menor caso a Gotrek y Félix.

Cuando regresaron al punto de partida, Max y Claudia se encontraban de pie dentro de la puerta de la casa de placer, y miraban con ojos asustados la lluvia de escombros. Gotrek los llamó con un gesto y continuó calle abajo, por el camino por el que habían llegado. El magíster y la vidente agacharon la cabeza y salieron cojeando tras ellos.

—Los skavens han robado el arpa —dijo Félix, cuando les dieron alcance—. Fuimos tras ellos, pero era imposible alcanzarlos. Vamos a salir.

—Admirable idea —replicó Max.

Félix cogió a Claudia por un brazo para hacerla avanzar más deprisa mientras el suelo continuaba vibrando bajo sus pies.

—¿Estáis bien,fraulein Pallenberger? —gritó para hacerse oír por encima del estruendo.

—Ya… ya no lo sé —repuso ella, con voz monótona—. Pero me alegro de que vos estéis vivo.

Félix la miró con preocupación. Su voz carecía completamente de toda vida o chispa. ¿Acaso las experiencias vividas le habían destruido la mente? Encarcelada y maltratada por los druchii, atacada por la más negra de las magias y expuesta a la presencia del demonio, que alteraba la realidad, no sería de extrañar que se hubiera desequilibrado.

Gotrek los condujo de vuelta a la escalera que ascendía hasta los barracones, pero antes de que hubieran recorrido dos manzanas, otra titánica detonación sacudió el arca y derribó el mundo cuando el arca se inclinó violentamente hacia la izquierda. Félix pilló a Claudia antes de que cayera, y luego estuvo a punto de caer él. Delante de ellos, la fachada de un edificio se inclinó y se desmoronó sobre la calle aplastando a docenas de druchii y sus esclavos.

—Bien —dijo Gotrek.

Comenzó a caer abundante agua desde el techo.

Todos miraron hacia arriba.

—¿Qué sucede? —preguntó Félix.

—Estamos debajo del puerto —explicó Gotrek—. Tiene una fisura. Continuad adelante.

—Otra vez no —murmuró Claudia, pero cuando Félix le pidió que repitiera lo que acababa de decir, ya había vuelto a hundirse en su aturdido silencio.

El agua les llegó a los tobillos con demasiada rapidez, y continuó subiendo sin parar. Columnas de agua caían de las oquedades del techo, y piedras del tamaño de carruajes se desprendían en torno a sus bordes y se precipitaban sobre las casas, a las que hacían pedazos.

Llegaron a la estrecha puerta que comunicaba con el corredor donde estaba la casa de fieras, y se encontraron con decenas de druchii y esclavos que salían huyendo por ella, gritando y gesticulando para llamar a otros. Gotrek y Félix se abrieron paso a contracorriente y arrastraron a Max y Claudia consigo.

En el atestado corredor resonaban rugidos de animales, y alaridos de druchii y humanos. En la umbría distancia cercana a la casa de fieras, unos druchii vestidos con pieles luchaban con una bestia enorme que Félix no podía distinguir muy bien. Vio que era algo corpulento y que se movía violentamente. Un elfo oscuro salió volando por el aire y se estrelló contra una pared, pero el corredor estaba demasiado oscuro y abarrotado de gente para ver qué lo había lanzado.

Félix se detuvo.

—¿Buscamos otro camino?

—Cualquier otro camino ya estará bajo el agua cuando lleguemos a él, humano —dijo Gotrek, y continuó adelante.

Félix bajó los ojos al suelo. El agua ya le llegaba hasta las rodillas. Siguió a Gotrek, junto con los demás.

Al aproximarse más, las formas se hicieron más claras. Druchii armados con látigos intentaban conducir a un par de enormes reptiles fuera de la casa de fieras para llevarlos hacia la escalera. Félix se descorazonó al ver a los monstruos. Nunca había visto nada parecido: lagartos que caminaban sobre las patas traseras, cuyos hombros llegaban a una altura superior a la de un ser humano. Las vigorosas patas delanteras estaban rematadas por garras cruelmente engarfiadas, y sus cabezas eran enormes cosas huesudas con babeantes bocas provistas de dientes como puntas de lanza, con las que rugían e intentaban morder a los cuidadores.

Gotrek rió peligrosamente entre dientes al verlos, y avanzó ansiosamente hacia ellos.

—Matador —dijo Félix, que lo seguía, descontento—. Tal vez éste no sea el momento.

—No te apures, humano —dijo Gotrek—. Poneos contra la pared y preparaos para correr.

Félix condujo a Claudia y Max hacia la pared de la derecha, por la que continuaron avanzando cautelosamente hacia el revuelo, mientras Gotrek chapoteaba abiertamente por el centro del corredor y empujaba fuera de su camino a asustados druchii y esclavos. Los señores de las bestias no se volvieron a mirarlo. Estaban demasiado ocupados intentando controlar a sus criaturas, que parecían haber enloquecido a causa del ruido, del agua que aumentaba de nivel y del suelo que se sacudía e inclinaba. Ya habían caído dos de los entrenadores; uno yacía como un amasijo roto al pie de la pared de la izquierda, medio sumergido, y el otro estaba arrodillado y se sujetaba un brazo aplastado contra el pecho.

Los otros tiraban de largas cuerdas unidas a las sillas de montar y las bridas de las bestias, mientras unas pocas almas valientes las azotaban y les gritaban órdenes para hacer que giraran hacia la escalera. Las bestias no hacían el menor caso, bramaban, volvían violentamente la cabeza a un lado y otro y lanzaban dentelladas a cualquiera que se les acercara.

Diez pasos por detrás de ellas, Gotrek flexionó las piernas, con el hacha a punto, y luego miró a Félix, Max y Claudia que continuaban avanzando precavidamente a lo largo de la pared, a la sombra de los señores de las bestias, que bregaban con las criaturas. Félix le hizo un gesto de asentimiento. Aún no sabía qué pretendía el Matador, pero estaban preparados para huir de ello, fuera lo que fuese.

Gotrek sonrió de modo preocupante, y luego se volvió y cargó en silencio. Los dos druchii más cercanos se volvieron al oír el chapoteo de pies, y murieron antes de poder abrir la boca para gritar. Cayeron en medio de una lluvia de sangre, y soltaron las cuerdas.

«¡Por Sigmar! —pensó Félix—. ¡Este lunático está poniendo en libertad a las bestias!»

Gotrek acometió a otros dos señores de las bestias cuyas armaduras de cuero acolchado atravesó como si no existieran, y se desplomaron en el agua, entre alaridos.

Los lagartos gigantes rugieron y se volvieron hacia el olor a sangre, arrastrando consigo a los domadores, que se pusieron a gritar. Un druchii intentó darle un latigazo en la cara al monstruo, pero la criatura respondió con un golpe que partió en dos al domador.

Gotrek pasó corriendo entre las bestias, se agachó para esquivar una cola enorme, y corrió hacia el fondo del corredor.

—¡Ahora, humano! ¡Ahora!

Félix cogió a Claudia por un brazo y la obligó a avanzar. Max corrió con ellos, rodeando la zona donde los señores de las bestias huían y caían ante los desbocados monstruos. Uno de los lagartos dio un salto aterrorizador y al caer aplastó a dos druchii, para luego buscar sus cadáveres con el hocico dentro del agua. Sus fauces emergieron con una cabeza.

Félix no se volvió para ver más; simplemente se adentró chapoteando con Max y Claudia en las sombras, mientras los rugidos de los monstruos y los alaridos de los devorados resonaban en sus oídos.

—Bien… bien hecho, Matador —dijo Max, mientras continuaban apresuradamente.

Gotrek soltó un bufido.

—Lo mismo desearía para toda la raza.

Para cuando llegaron a la escalera, ya tenían el agua por la cadera —a Gotrek le llegaba a las costillas—, y el nivel subía con mayor rapidez que antes.

—Parece que el agua está hundiendo el arca —dijo Max—. La magia druchii no puede aguantar el peso adicional.

—Entonces, daos prisa —gruñó Gotrek—. Esta escalera tiene doce tramos.

Ascendieron lo más rápido que pudieron; Félix, con un brazo de Claudia en torno a los hombros, casi la llevaba en volandas, mientras Gotrek hacía lo mismo con Max. A pesar de esto, el ascenso era lento. La escalera se sacudía y ondulaba como una tienda en un vendaval, las paredes y el techo crujían, rechinaban y se desmoronaban, convirtiendo cada escalón en un reto. Al llegar al cuarto rellano tuvieron que trepar por encima de los trozos de una pared que se había derrumbado y bloqueado la escalera casi hasta el techo; en el siguiente tramo oyeron un cavernoso retronar en lo alto, y se pegaron a la pared justo a tiempo de evitar que los aplastara una roca enorme que descendió rebotando por la escalera. Al momento oyeron que caía al agua pocos tramos más abajo.

Un poco más adelante, Félix sintió que Claudia lo miraba fijamente, y volvió la cabeza hacia ella mientras caminaban.

—¿Sí, fraulein?.

Ella apartó los ojos, ruborizada, pero luego, tras unos pocos escalones más, habló.

—Herr Jaeger —dijo—. Tengo que haceros una confesión.

—¿Ah, sí? —replicó él, mientras la ayudaba a pasar por encima de un montón de rocas.

—Por mi culpa os atraparon los hombres rata —dijo, y le tembló el labio inferior.

Félix frunció el ceño.

—Pienso que podríais estar equivocada, fraulein. Nos habían estado siguiendo desde Altdorf. De hecho, podría decirse que nos han estado siguiendo durante veinte años.

—No lo entendéis —dijo ella, y dejó caer la cabeza—. Yo… yo lo vi. Vi el ataque antes de que se produjera. Os vi a vos luchando contra sombras en la cubierta del barco. Podría haberos advertido, pero… —De repente, sollozó—. Pero debido a que vos… a que vos me habíais desdeñado, yo… ¡yo estaba enfadada con vos y decidí no hablar!

Félix dejó de subir por la escalera y se volvió a mirarla.

—¿Vos… vos visteis que yo iba a caer en las garras de los skavens y no dijisteis nada? —El corazón le latía aceleradamente.

Por encima de ellos, Max y Gotrek se detuvieron y se volvieron a mirarlos.

—¡Eso no lo vi! —gimió ella—. ¡No vi tanto! ¡Sólo que lucharíais! Pensé… pensé que podríais sufrir alguna pequeña herida o… —Le falló la voz y sollozó otra vez—. ¡No pensé que se os llevarían! Sólo quería que os metierais en una pelea, una despreciable venganza por vuestra frialdad. ¡Ay, qué estúpida soy! Pensé que yo os había matado.

Félix apretó los puños y comenzó a subir otra vez la escalera, tirando de ella con más fuerza de la necesaria.

—A Aethenir sí que casi lo matasteis —le gruñó—. De hecho, muy probablemente él lo habría preferido. Esos demonios lo torturaron, le partieron los dedos de las manos, le abrieron tajos en los músculos del pecho y…

—¡Félix! —le espetó Max, cuando Claudia se puso blanca—. ¡Basta!

Félix lo miró.

—¿Basta? ¿Después de lo que ha hecho? ¡Debería ser acusada de colaboración con los enemigos de la humanidad! Tú no viste lo que esas alimañas le hicieron…

—Cometió un error terrible, Félix —replicó Max, y se interpuso en su camino—. Un error terrible. Eso, más que cualquier cosa que nos hayan hecho los druchii, le ha torturado la mente y la ha llevado a la desesperación.

—Se lo merece —gruñó Gotrek.

—Sí que se lo merece —asintió Max—, ya que su colegio enseña que los estudiantes no deben usar sus poderes para el beneficio personal, ni permitir que alguien sufra un mal por no avisarlo del peligro. Si escapamos de esta pesadilla y regresamos a Altdorf, me encargaré de que sea castigada por la Orden Celestial, y ella ha consentido en aceptar el castigo sin protestar.

—Todo eso está muy bien —replicó Félix, nada satisfecho—, pero…

—¿No me contaste, en una ocasión, que mataste a un hombre en un duelo, Félix? —preguntó Max, tranquilo.

—Sí, pero…

—La juventud es una época terrible, Félix —continuó Max—, como tal vez recuerdes. Una época en que nuestra fuerza y destreza a menudo superan nuestra capacidad para emplear la sensatez. Por la vehemencia de nuestro enojo podemos hacer cosas que luego lamentemos durante el resto de nuestra vida: tú, ese duelo; Aethenir, su Belryeth; Claudia, su silencio. Pero si se nos da una oportunidad, si se nos concede el regalo del perdón y las personas de más edad y prudencia nos dan una segunda oportunidad, puede que vivamos durante el tiempo suficiente como para aprender de esos errores y enmendarlos.

Félix apartó la mirada, incapaz de sofocar su indignación. Ciertamente, en su juventud había hecho cosas que lamentaba, pero eso… eso era irresponsabilidad criminal. La muchacha merecía algo más que un simple castigo. Debería entregársela a los skavens. Debería…

—Vamos, humano —dijo Gotrek—. Aún nos queda un largo camino.

Félix gruñó, enfadado, pero se encaró con la escalera y comenzó a subir otra vez, y ayudó a Claudia como antes, aunque tenía ganas de dejarla ahí abajo.

Al llegar al séptimo tramo se oyó una profunda detonación sorda procedente de las profundidades del arca. Fue seguida por truenos y retumbos que resonaron procedentes de arriba, abajo y los alrededores. Entonces la escalera se ladeó y los lanzó a todos contra la pared izquierda, momento en que crujió y se rajó la piedra que los rodeaba. Todos se inmovilizaron y miraron en torno, en espera de que llegara la muerte.

Las atronadoras reverberaciones que habían estado sacudiendo el arca disminuyeron ligeramente, como si se hubiera aliviado una enorme presión, y en el relativo silencio oyeron debajo de sí un ruido que hizo que a Félix se le helara la espina dorsal: el gorgoteo del agua que ascendía con rapidez.

Gotrek se levantó.

—Las grietas llegan ya hasta el fondo del arca —dijo—. Deprisa.

Gotrek comenzó a subir otra vez la escalera con Max, prácticamente cargando con el magíster. Félix puso a Claudia de pie y todos subieron a la carrera mientras el agua susurraba y reía detrás de ellos, acercándose más a cada escalón.

El agua era más rápida que ellos. Al llegar a lo alto del tramo, Félix se volvió a mirar atrás. La luz mortecina del globo creado por Max se reflejaba en las ondas de agua negra que había al pie del tramo. Podía apreciar cómo subía, centímetro a centímetro, por las polvorientas paredes.

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