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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataelfos (41 page)

BOOK: Mataelfos
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Gotrek atravesó las obscenas puertas y entró. Félix intentó seguirlo, pero, al poner una mano sobre la puerta, la mente se le transformó en un torbellino de emociones que le eran ajenas. En un instante deseó llorar y enfurecerse, reír y matar, amar y torturar. Se le metió furtivamente en la cabeza una imagen en la que escribía la historia del Matador con la sangre del Matador sobre pergamino hecho con la piel del Matador, y se encontró con que no podía apartarla de sí.

—Éste es un lugar maligno —dijo Aethenir, detrás de él.

Las palabras le devolvieron a Félix el control de sí mismo. Obligó a las horrendas visiones a descender otra vez a su subconsciente, y luego siguió al Matador al interior de la cámara. Aethenir, Farnir, jochen y los piratas entraron aún más a regañadientes. Los piratas se apiñaban como reses asustadas, y Farnir se aferraba a la espada robada como si fuera un pasamanos. Debajo del casco druchii, Aethenir tenía los ojos desorbitados y murmuraba constantes plegarias élficas.

La cámara era perfectamente circular. Las paredes de piedra rosada destellaban como mica, y el ambiente reverberaba con gemidos bajos de dolor y éxtasis, contrapunto de la salmodia de lamentos que continuaba hiriendo los oídos de Félix. En braseros de oro colocados a intervalos regulares contra las paredes ardían llamas, y el suelo era un mosaico de baldosas doradas, con un gran círculo deprimido de baldosas de color púrpura en medio, rodeado por extrañas runas. La serpiente de seis cabezas estaba en el centro de la estancia, y su pedestal tocaba el arco del círculo deprimido.

Mientras avanzaban sigilosamente por el suelo dorado hacia la arcada del otro lado, pasaron cerca de la estatua y Félix vio que en torno a la base había ofrendas de vino, sangre, tinta y otros líquidos más íntimos que brillaban en peque-

ños platillos de oro en medio de velas rosadas, púrpuras y rojas. Los piratas rodearon la estatua con desconfianza, escupiendo y haciendo señales protectoras.

Al otro lado de la arcada había una segunda cámara. El espeso humo púrpura hacía que resultara difícil saber qué tamaño tenía, exactamente, pero si tenía pared posterior, Félix no la veía. No obstante, parecía ser también circular, con columnas en una hundida área central sobre la que había una amplia plataforma redonda. Entre las columnas había braseros grandes como escudos, de los cuales se alzaban columnas de humo del incienso que ardía sin llama, y que parecían adoptar formas semihumanas si Félix las miraba durante demasiado tiempo.

Detrás de los velos de humo flotante, la suma hechicera Heshor se encontraba de espaldas a ellos en el centro de un círculo trazado sobre la superficie de mármol de la plataforma, con los brazos alzados en gesto suplicante. El Arpa de Destrucción descansaba sobre una alta mesa de hierro negro, delante de ella. Un círculo mucho más grande limitaba con el de ella. Dentro del círculo más grande había una tosca mesa de piedra sobre la que descansaba una cosa, o más bien dos, que el denso humo no permitía distinguir.

Extrañas formas de múltiples extremidades se contoneaban a ambos lados de Heshor, y Félix tardó un momento en ver que se trataba de las cinco hechiceras de Heshor que yacían a lo largo del borde de la plataforma y copulaban salvajemente con cinco de los Infinitos, que estaban desnudos salvo por las máscaras en forma de cráneo, y empapados en sudor. Los amantes se arañaban constantemente con afiladas uñas, y todos sangraban por profundas heridas que se entrecruzaban sobre sus cuerpos, a pesar de lo cual gemían en un coro de éxtasis creciente. Parecía que llevaban horas copulando. Félix se estremeció de asco ante el espectáculo, y, sin embargo, le resultó imposible negar que también experimentaba una horrible excitación sexual.

Los participantes en la extraña ceremonia estaban protegidos por Siete Infinitos con corazas que se hallaban en los escalones que descendían hacia el centro, y observaban los rituales en posición de firmes, con las espadas desnudas y apuntadas hacia el suelo.

—El Magíster Schrieber —jadeó Aethenir—. Y fraulein Pallenberger.

Félix frunció el entrecejo porque no tenía ni idea de qué quería decir el alto elfo, pero luego siguió la dirección de su mirada y vio que los bultos que yacían sobre la mesa de piedra del interior del círculo más grande eran, en efecto, Max y Claudia, cruelmente atados con trenzas de cuero, y amordazados. Se atragantó al verlos. Eran casi irreconocibles. Estaban desnudos y demacrados, y a ambos los habían afeitado completamente, incluso las cejas. Les habían pintado volutas púrpuras y rojas en el cuerpo y la cara, y les habían labrado runas en ¡a piel con un cuchillo. Max parecía tener cien años, las costillas de Claudia resaltaban bajo la piel lacerada, y ambos tenían los ojos cerrados con fuerza, como si sintieran dolor.

Gotrek escupió, asqueado ante el espectáculo.

—¡Por Sigmar! —murmuró Félix—. ¿Están vivos?

—Están vivos —replicó Aethenir con voz apagada—. Son las víctimas del sacrificio para el Gran Profanador.

—¡Víctimas del sacrificio! —dijo Félix, horrorizado.

Aethenir se estremeció.

—Parece que ella intenta invocar a un demonio, aunque no sé de qué servirá eso para el uso del arpa.

Los ojos de Gotrek se animaron.

—¡Un demonio!

—Controlad vuestra ansia de gloria, enano —dijo Aethenir—. Si Heshor logra invocar a algún morador del vacío, vuestros amigos morirán. —Tembló—. Aunque sin duda significará nuestra muerte, debemos atacar antes de que acabe la ceremonia.

Los gemidos de placer que salían por la arcada se hacían más sonoros y urgentes, al igual que la salmodia de Heshor.

—Eso podría suceder muy pronto —dijo Félix, y tragó.

—Dejad para mí los de cara de cráneo —dijo Gotrek. Se volvió a mirar a Félix y los otros—. Matad a las brujas y salvad a Max y a la muchacha.

Jochen y sus hombres lo miraron como si hubiera sugerido que entraran corriendo en un edificio en llamas, pero asintieron. Félix también lo hizo, aunque se preguntó si las cosas saldrían tan ordenadamente como las presentaba el enano.

Félix, Farnir y los piratas formaron a ambos lados de la arcada, con las armas a punto. Aethenir se situó más atrás, donde se puso a preparar hechizos de sanación y protección. A Félix estaba costándole concentrarse. Los gritos de éxtasis se hacían más salvajes y sonoros, y por mucho que se resistía estaban despertando pensamientos y deseos oscuros en las profundidades de su ser. Vio que también afectaban a los piratas, que se removían, gruñían y sacudían la cabeza como toros acosados por las moscas.

Gotrek avanzó hasta el centro de la arcada, y pasó un pulgar por el filo del hacha hasta que manó sangre. Las runas de la hoja brillaban como el fuego de un alto horno. Gotrek la alzó por encima de la cabeza y abrió la boca para rugir un desafío, pero, antes de que pudiera hacerlo, los druchii que copulaban llegaron juntos al orgasmo con simultáneos alaridos, y en el mismo instante Heshor chilló las últimas palabras de la invocación.

Se oyó un restallar de trueno y la estancia se estremeció y estuvo a punto de hacerlos caer. De repente el aire se impregnó de los sofocantes aromas de las rosas, el ámbar gris y la leche, y Félix percibió la presencia de una inteligencia aterrorizadora flotando dentro de su cerebro. El vago despertar del deseo se convirtió de pronto en una lujuria excluyente. Tenía ganas de correr hacia la sala de invocación, pero no para matar sino para arrancarse la ropa y unirse a la orgía de los druchii. Sólo las pasadas experiencias con pensamientos ajenos que le habían invadido la mente le permitieron resistirse a los impulsos y comprender que no le pertenecían. Se estremeció como un álamo temblón al concentrarse en detener las emociones intrusas y expulsarlas.

Los piratas, por desgracia, no se habían encontrado antes con unos ataques tan violentos contra sus consciencias, y no sabían cómo resistirlos. Chillaron y comenzaron a tironearse de la ropa y el cuerpo. Algunos se manoseaban mutuamente como amantes, mientras que otros atravesaron la arcada con paso tambaleante hacia el interior de la cámara, con los pantalones caídos hasta los tobillos.

—¡Volved! —gritó Jochen, aunque estaba claro que estaba en un tris de seguirlos.

Félix extendió una mano para arrastrar a uno de vuelta, y miró hacia el interior de la cámara, cosa que lamentó al instante.

De pie dentro del círculo más grande, ante Heshor, y envuelto en niebla color de rosas, se encontraba el ser más hermoso que Félix hubiese visto jamás. Ella… ¿él?… ¿ello?… era de más del doble de la estatura de un hombre y no parecía ser macho ni hembra sino, cosa inquietante, ambas cosas: un voluptuoso icono de lujuria que lo miraba directamente a él y lo llamaba hacia sí, con ojos de color violeta y labios suculentos.

—¿Qué deseas de mí? —preguntó con una voz como de meloso trueno.

La suma hechicera Heshor respondió en idioma druchii, con los brazos abiertos. Félix la maldijo. ¡Estaba hablándole a él, no a ella! Avanzó un paso para intentar ver a la belleza con mayor claridad. Captó atisbos de sinuosos tentáculos, o tal vez serpientes, gráciles extremidades y manos rematadas por garras que parecían aparecer y desaparecer. No lograba determinar si la belleza tenía dos brazos o cuatro, si tenía mamas o un pecho musculoso, si sus piernas eran las de una mujer bien formada o las de una cabra.

—Atrás, humano —dijo Gotrek.

Sintió que tiraban de él bruscamente hacia atrás. Se volvió, gruñendo ante aquella intromisión en su lascivo sueño, y entonces parpadeó. Gotrek lo había hecho retroceder de un tirón hasta situarlo detrás de sí. Casi había entrado en la sala de invocación, aunque no recordaba haber avanzado. Una docena de Infinitos ascendían por el curvo escalón para dirigirse hacia ellos, la mitad aún desnudos, con las espadas en alto, y mataban a los embelesados piratas al pasar junto a ellos.

Gotrek bramó un reto y barrió el aire con el hacha cuando tres Infinitos llegaron hasta él. El primero bloqueó el golpe, pero la fuerza de éste lo lanzó contra otro de sus compañeros y ambos tropezaron. Félix ensartó a uno antes de que se recobrara, pero ésa fue la última sangre que hizo manar. El resto de los Infinitos se apiñó en torno a él, Gotrek, Farnir, Jochen y los piratas, blandiendo las espadas con tal rapidez que el ojo no podía seguirlas.

Aethenir se acurrucaba a la sombra de la arcada y movía las manos, aunque Félix no sabía si estaba haciendo hechizos o simplemente agitándolas a causa del miedo.

—¡Fuera de mi camino! —rugía Gotrek a los Infinitos—. ¡Tengo que matar un demonio!

EÍMatador lanzaba tajos alrededor con el hacha, transformada en un borrón de acero, y el resplandor de las runas dejaba tras de sí un rastro como la cola de un cometa; pero era el único lo bastante rápido como para responder a los ataques de los elfos oscuros. La mitad de los piratas murieron en cuestión de segundos, y Jochen tenía en la frente un tajo a través del cual se le veía el hueso. Aun con la cabeza clara y en el mejor estado físico, no habrían sido rivales para los Infinitos. Mal alimentados con gachas y distraídos por una lujuria antinatural, caían como trigo ante la guadaña.

Otro Infinito cayó ante Gotrek, pero el final parecía inevitable. Eran demasiados. Ahora sólo quedaban Félix, Farnir, Jochen y el Matador. Entonces murió Jochen, con treinta centímetros de acero asomándole por la espalda. Félix sufrió un tajo salvaje en el antebrazo izquierdo, y de repente su espada se volvió pesada como el plomo. Dos Infinitos le lanzaban estocadas al mismo tiempo. No podía bloquearlas. Luchó para levantar la espada, sabedor de que iba a morir.

De repente, los dos druchii dieron un traspié y sus espadas le erraron. De hecho, en torno a él todos los druchii se volvían, caían y gritaban, confundidos. Félix parpadeó con sorpresa, pero no dejó de aprovechar la situación. Le atravesó el cuello a uno, y se volvió a mirar qué los había hecho tambalear. Quedó boquiabierto. De repente, la sala estaba plagada de enanos, todos los cuales atacaban a los Infinitos.

Gotrek se volvió mientras mataba a otro druchii enmascarado.

—Vosotros —dijo.

—¡Da!—gritó Farnir.

Birgi los saludó con una pala ensangrentada. Skalf alzó una pesada maza. Tenían la cabeza afeitada y con docenas de pequeños cortes sangrantes. Daba la impresión de que se las habían afeitado con cuchillas de carnicero. Félix miró en torno de sí. Todos los enanos de la estancia se habían afeitado la cabeza y empuñaban las armas improvisadas que habían podido hallar: picos, martillos, atizadores de chimenea, sartenes, horcas y espetones, y golpeaban a los Infinitos con ellas con una furia aterradora. Félix se sintió maravillado y aliviado.

—Hemos hecho caso de tus palabras, Matador —dijo Birgi—. Ve en busca de tu muerte. Esta es la nuestra.

Capítulo 18

—Ya era hora —dijo Gotrek, pero con voz enronquecida—. ¡Vamos, humano!

Les volvió la espalda a los Matadores de nuevo cuño, y avanzó hacia la cámara de invocación. Mientras lo seguía, Félix vio que las hechiceras se habían levantado y se unían a Heshor en una nueva salmodia, todas entonando una frase infinitamente repetida, con los brazos extendidos hacia el arpa para enviar hacia ella palpitante energía. También el demonio tendía las manos ante sí para alimentar el arpa con su poder, y el instrumento relumbraba dentro de un aura rosada y purpúrea. Dos de los otros apéndices de la abominación estaban extendidos hacia Max y Claudia, de cuyos cuerpos ascendían espirales de vapor blanco y azul que iban hacia el demonio.

—Está matándolos —dijo Félix.

—Peor —dijo Aethenir, que apareció detrás de ellos—. Mucho peor. —Temblaba cuando echó a andar junto a ambos, pero no vaciló. Llevaba una espada druchii en una mano.

Ninguna de las hechiceras, aún desnudas, miraba en dirección a Gotrek, Félix y Aethenir, que avanzaban por la cámara, ya que concentraban toda su atención y energías en el arpa. El demonio también estaba concentrado en el arpa, pero Félix sentía que su atención estaba fija en todas partes al mismo tiempo, como un faro que carbonizaba todo lo que iluminaba.

—Vuestros guerreros os han fallado, hijas mías —dijo, cuando Félix, Aethenir y el Matador bajaron corriendo por los escalones hacia el interior del círculo—. Vuestros enemigos se acercan.

Heshor no se volvió ni disminuyó el flujo de energía con que estaba alimentando el arpa, pero sí lo hicieron dos de las hechiceras, al recibir alguna silenciosa orden de ella. Una era Belryeth, la Némesis de Aethenir, que rió al verlo.

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