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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataelfos (45 page)

BOOK: Mataelfos
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Continuaron corriendo. El agua acortaba distancias. Al llegar al octavo rellano, estaba a medio tramo de distancia. Diez escalones más arriba ya les lamía los talones. Al llegar al noveno rellano ya chapoteaban en ella. A medio camino del décimo les llegaba a la cintura, y era muy fría. Tiraba de las piernas de Félix y hacía que avanzara con mayor lentitud, además de entumecerle el cuerpo.

Al girar y llegar al décimo primer rellano, Félix tenía que levantar el mentón, y alzaba a Claudia fuera del agua para que pudiese respirar. Gotrek pataleaba en el agua tanto como caminaba, y Max tropezaba.

—No vamos a lograrlo —dijo Claudia.

Félix esperaba que eso no fuera una profecía.

Ya iba de puntillas al llegar al último rellano, y vio, con gran alivio, que la puerta de lo alto estaba abierta de par en par y que los guardias la habían abandonado. Tanteó con las puntas de los pies en busca de los escalones sumergidos para continuar subiendo. Cuando llegaron a lo alto de la escalera iban cuello con cuello con el agua, y emergieron mientras ésta se derramaba a través de la puerta abierta al interior del corredor de los barracones, situado al otro lado.

Félix dejó a Claudia de pie y Gotrek ayudó a Max.

—Continuad avanzando —dijo el Matador—. Esto se llenará más lentamente que la escalera, pero se llenará.

Gotrek salió por la puerta y bajó por el muy inclinado corredor hacia los barracones, como si estuviera caminando por una de las vertientes de un tejado a dos aguas. Félix, Max y Claudia lo siguieron, gimiendo de cansancio. El agua los perseguía.

La zona de los barracones se encontraba desierta y destruida, y estaba posándose sobre ella una niebla de polvo de piedra. Se habían desplomado grandes zonas del techo, y la mayoría de los barracones, excavados en la roca viva, se habían hundido y la fachada había caído para dejar a la vista pisos y techos derrumbados, con camas y sillas caídas y aplastadas, todo mezclado con destrozados cadáveres de esclavos. Pero los daños realmente aterradores eran los de la zona de desfiles, que se inclinaba ante ellos. La atravesaba una grieta que corría en diagonal, y cuyos bordes se alzaban unos treinta centímetros más alto que el resto. Por la grieta ascendía, gorgoteando, más agua que bajaba corriendo por el suelo inclinado. Félix alzó la mirada y vio que otra grieta corría por el techo.

—Va a partirse en dos —murmuró, y tragó saliva.

—Puede que se hunda antes —apostilló Gotrek.

El Matador aceleró el paso, chapoteando hacia la puerta principal, en la que había tenido que pagar dos de sus brazaletes de oro para poder pasar unas horas antes. Se había derrumbado. Las enormes puertas de madera estaban rotas y torcidas entre las ruinas de la torre de guardia, con el techo de la cueva derrumbado sobre el conjunto, todo lo cual conformaba una sólida montaña de rocas. Toda el agua que entraba por la grieta estaba acumulándose allí, ocultando rápidamente las puertas que yacían en la base del montón de escombros.

—Otra vez atrapados —dijo Max.

—¡Bah! —exclamó Gotrek, que echó a andar hacia la torre de guardia de la derecha, que aún estaba medio entera. En la base había una puerta de madera medio sumergida en el agua. Probó con el picaporte, pero la puerta estaba atascada en el marco, que se había deformado a causa de la presión ejercida desde arriba.

—Quedaos atrás —dijo Gotrek, y luego estrelló el hacha contra la puerta. La curva hoja se clavó profundamente, y él continuó trabajando para arrancar grandes trozos de puerta. Félix no le quitaba ojo a la parte de la torre que estaba por encima, temeroso de que la puerta fuera lo único que la mantenía en pie. Finalmente, Gotrek abrió un agujero, pasó un brazo por él y tiró. La puerta se abrió con un rechinar penetrante.

Félix cerró los ojos porque esperaba que toda la estructura se derrumbara y sepultara al Matador. Debería haber sabido que eso no iba a suceder.

—Vamos —dijo el enano.

Félix, Max y Claudia lo siguieron. En la puerta, el agua le llegaba a Félix hasta la cintura, y aún era más alta en el interior de la torre. Gotrek estaba sumergido hasta el cuello. Félix miró en torno. No había ninguna otra puerta en la pequeña habitación. ¿Qué estaba haciendo el Matador?

—Arriba —dijo Gotrek, y comenzó a subir por una escalerilla de escalones de hierro empotrados en la pared. Félix lo siguió con precaución, atravesó un agujero del techo y llegó a otra diminuta habitación, ésta acribillada de estrechas saeteras y con un lado completamente derrumbado. Las paredes que aún se mantenían en pie estaban a punto de caer, ya que las piedras se apoyaban precariamente unas sobre otras.

Cuando Max y Claudia salieron por la abertura de la escalerilla, Gotrek fue hasta una de las saeteras y pateó el marco. Félix retrocedió por temor a que el techo se desplomara al moverse la estrecha ventana y derrumbase la pared en torno a ella, pero, una vez más, daba la impresión de que el Matador sabía lo que hacía. Unas pocas patadas más, y el marco de piedra cayó en una sola pieza. Lo siguió una avalancha de piedras con mortero, pero, para gran alivio de Félix, el techo se quedó donde estaba. Gotrek avanzó hasta el agujero en forma de «V» que había abierto y miró al exterior. Tras una leve vacilación, Félix se reunió con él.

La torre miraba a un lago situado donde antes había estado la amplia plaza que precedía a la zona de los barracones. Al otro lado había una arcada que daba a la enorme escalera central que conducía tanto a los niveles superiores como inferiores. La plaza estaba inclinada en el mismo ángulo que la zona de desfiles, e inundada de agua, cuyo nivel ascendía con rapidez, somera en el lado donde se encontraban Gotrek y Félix, y profunda cerca de la escalera, además de sembrada de cadáveres flotantes. Mientras Félix miraba, las dos luces brujas que flanqueaban la arcada quedaron sumergidas, brillando de modo extraño bajo la superficie.

—Échame a la vidente, y luego salta —dijo Gotrek. Trepó a la brecha y se arrojó al agua con un tremendo chapoteo.

Félix se volvió hacia Claudia y le hizo un gesto para que avanzara. Max la llevó hasta él, y Félix la ayudó a subir a la brecha. La joven se agarró débilmente a los bordes, temblorosa y mirando hacia abajo. Félix la empujó. Ella chilló y desapareció de la vista, y a continuación se oyó que caía en el agua.

Félix le dirigió a Max una mirada de culpabilidad.

—Lo siento —dijo.

Max se encogió de hombros.

—Había que hacerlo.

El magíster entró en la brecha y saltó por su propia cuenta. Félix saltó un segundo después. Gotrek ya nadaba al estilo perro hacia la escalera. Félix hizo que Claudia le rodeara los hombros con los brazos, y él y Max nadaron tras el enano.

Cuando comenzaron, sólo quedaban treinta centímetros de arcada fuera del agua, y se hundía con más rapidez de la que ellos nadaban. Gotrek era un nadador torpe y lento, Max resollaba como un fuelle, y Félix, con la cota de malla puesta y Claudia sobre la espalda, apenas si podía mantener la nariz fuera del agua. Habían recorrido no más de dos tercios de la distancia, apartando constantemente cadáveres flotantes de su camino, cuando la arcada desapareció bajo el agua.

—Tendremos que sumergirnos y salir por el otro lado —dijo Félix.

Al llegar a la pared, Gotrek inhaló y se sumergió. Félix tiró de los brazos de Claudia e hizo que se cogiera las manos en torno a su cuello.

—Llenaos los pulmones de aire y aguantadlo —dijo, volviendo el rostro.

Esperó hasta oír que inspiraba y luego se sumergió. El resplandor de las luces brujas le confería a la escena una extraña belleza. Incluso los desgreñados cadáveres que flotaban medio sumergidos en la corriente parecían gráciles. Félix pataleó con fuerza para descender hacia la arcada, y recordó, justo a tiempo, descender un poco más para que la parte superior no le arrancara a Claudia de la espalda al pasar por debajo. Con una última patada atravesó el arco y comenzó a patalear otra vez hacia la superficie. Pero en lugar de salir al aire se golpeó la cabeza contra un techo. Estuvo a punto de chillar de sorpresa y terror, y oyó que Claudia hacía precisamente eso, y comenzaba a debatirse y patalear de espanto.

Alzó la cabeza y vio qué había sucedido. Había ascendido justo al pie de la escalera, donde el techo era horizontal. Los escalones ascendían hacia su izquierda. Sujetó con fuerza los brazos de Claudia, que se agitaban enloquecidos, pateó hacia la izquierda con toda la fuerza de que fue capaz, y al fin salieron de debajo del techo a la superficie, ambos con náuseas y jadeando. Gotrek flotaba junto a ellos.

Félix se quitó el agua de los ojos con una mano y miró en torno.

—¿Dónde está Max?

Sin pronunciar palabra, Gotrek volvió a sumergirse y descendió hacia el pie de la escalera. No era buen nadador, pero tampoco le daba miedo estar bajo el agua.

Félix pataleó hacia el lugar en que los escalones emergían, y ayudó a Claudia a salir. Ella se sentó, cansada, en un escalón, con la cabeza afeitada sangrando por una docena de largos arañazos.

—Lo lamento, fraulein —dijo él—. No fue intencionado.

Ella se rodeó las rodillas con los brazos, sin alzar los ojos.

—Habéis hecho más de lo que deberíais —dijo—. Más de lo que merezco.

Un momento después, Gotrek reapareció, escupiendo agua, y arrastró a Max hasta la superficie. El hechicero salió tosiendo, y apenas pudo arrastrarse por los escalones cuando Gotrek lo remolcó hasta ellos.

Gotrek salió del agua y se apartó la cresta de los ojos.

—Vamos. No podemos detenernos.

Félix se levantó con cansancio y ayudó a Claudia a ponerse de pie. El lugar en que habían estado sentados ya se encontraba a medio metro por debajo del agua. Max se levantó trabajosamente, balanceándose como un borracho. Gotrek se situó a su lado, y volvió a ponerse un brazo del magíster en torno a los hombros.

—Adelante —dijo.

La escalera central era más ancha que la escalera de los barracones, y tenía el techo más alto, pero el agua parecía ascender a la misma velocidad. Una vez más se encontraron cojeando, maldiciendo y tropezando, perseguidos por el agua que ascendía tras ellos como una gigantesca serpiente silenciosa dispuesta a tragárselos, mientras el arca crujía y temblaba. Al llegar al nivel del puerto miraron en dirección a los muelles, preguntándose si podría haber una escapatoria por ese lado, pero el corredor se inclinaba en esa dirección y se llenaba rápidamente de agua negra. Esclavos y elfos oscuros trepaban por la pendiente hacia ellos.

Gotrek soltó un bufido.

—Sólo los elfos serían capaces de construir un puerto dentro de una roca flotante.

Continuaron apresuradamente, acompañados en la huida tanto por esclavos como por druchii, ninguno de los cuales, en su terror, les prestaba la más ligera atención. Del siguiente nivel salieron más habitantes del arca que huían, y al cabo de poco la escalera quedó abarrotada por una muchedumbre que ascendía.

Dos tramos de escalera más adelante, al entrar en un rellano en medio de la muchedumbre presa del pánico, Félix vio algo que no había esperado volver a ver nunca más: la luz del día. Brillaba al otro lado de una grandiosa arcada adornada con columnas; una cálida radiación dorada que hacía hermosos incluso los crueles rostros de los druchii y las demacradas caras de los esclavos que se volvían a mirarla. Félix pensó que no había visto nada tan maravilloso en toda su vida.

La muchedumbre corría hacia ella como niños perdidos que corrieran hacia su madre, y arrastraron consigo a Félix, Gotrek, Max y Claudia. Al llegar a lo alto de la escalera, salieron a una plaza cuadrada dominada por la estatua negra de una mujer con ropón y capucha, y rodeada de altos edificios puntiagudos. Al otro lado, Félix vio casas, templos y muros fortificados que ascendían por una colina central hacia una enorme fortaleza negra que se agazapaba en lo más alto del arca, todo esto ladeado vertiginosamente hacia la izquierda. De la plaza radiaban calles en ángulos irregulares, pero todos los druchii y los esclavos corrían hacia las zonas más altas de la ciudad en busca de terrenos elevados.

—¡Sigámoslos! —dijo Gotrek.

Él y Félix ayudaron a Max y Claudia a correr con la multitud, mientras el agua salía borboteando de la escalera, detrás de ellos, y comenzaba a derramarse por la plaza.

Pero después de unos pocos giros colina arriba, los primeros temores de Félix se hicieron realidad cuando llegaron a una verja cerrada con llave. Parecía ser una barrera entre los barrios de los comerciantes y los enclaves de los nobles. Una enorme masa de druchii y esclavos se pusieron a empujar la sólida puerta de reja de hierro y a rugir para que los dejaran entrar, mientras que desde el otro lado los guardias les dis-

paraban con ballestas de repetición y les gritaban que retrocedieran. A causa del pánico, los guardias estaban matando incluso a nobles y oficiales.

Félix y Gotrek se detuvieron y miraron alrededor mientras Max y Claudia, jadeantes, se apoyaban en ellos para recuperar el aliento. Tenía que haber otro camino. Tal vez podrían subirse a los tejados. Mientras giraba en busca de una escapatoria, Félix bajó los ojos hacia los barrios inferiores que se extendían más abajo, y vio algo que lo detuvo en seco. Las olas estaban pasando por encima de la muralla de la ciudad y por el interior corría agua. Félix se quedó mirando fijamente. No había pensado que el arca ya se hubiese hundido tanto, pero el océano se colaba dentro de ella como el agua llena un cucharón al sumergirlo en un cubo.

—¡Gotrek! —exclamó, y señaló hacia abajo.

Justo cuando el Matador se volvía, la presión del agua del exterior se volvió excesiva y la muralla se combó y explotó hacia dentro en medio de una lluvia de piedra y una gigantesca avalancha de espuma. Esta primera rotura provocó otras con rapidez, y torres y lienzos de muralla se derrumbaron a lo largo de todo el lado oeste de la ciudad.

Los esclavos y druchii de la plaza chillaron al estremecerse e inclinarse el suelo, y luego los chillidos se transformaron en alaridos de desesperación al volverse y ver que el agua del océano corría libremente por la ciudad que tenían debajo, arrasando casas, derribando templos y ascendiendo con rapidez.

La muchedumbre redobló sus esfuerzos por abrir las rejas, que se combaron hacia dentro, pero Gotrek les volvió la espalda.

—Ya es demasiado tarde para eso —dijo, mientras echaba a andar por una calle lateral—. Venid.

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