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Authors: Christopher Wood

Tags: #Aventuras, #Policíaco

Moonraker (25 page)

BOOK: Moonraker
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Se escuchó un creciente rugido procedente del exterior, lo que indicaba que la nave espacial norteamericana ya había sido lanzada.

—En estas circunstancias, creo que nosotros enviaremos un vehículo para examinar la situación. Desde luego, no tendrá usted objeciones, ¿verdad?

Se produjo una ligera pausa y entonces la voz de Gogol sonó más fría que nunca.

—No. Estaremos en contacto para revisar la situación. Buenas noches, general Scott.

—Buenas noches, general Gogol.

Scott colgó el teléfono y lo volvió a levantar inmediatamente. El presidente estaba al aparato.

—Sí, señor… una nave espacial acaba de ser lanzada… Sí, los rusos llegarán primero… No, señor. No creo que ellos tengan nada que ver con esto. Creo que están tan a oscuras como nosotros… Sí, señor. Si hay alguna duda tomaremos la iniciativa… para destruirlo.

Gogol se recostó contra la almohada y sus cejas se arrugaron, en un gesto de concentración. ¿Estaban diciendo la verdad los norteamericanos, o trataban de provocar la primera confrontación en el espacio entre las dos grandes potencias? Las implicaciones de tal curso de acción serían mucho más amplias y aterradoras. Afortunadamente, el satélite Kalinin era muy capaz de defenderse a sí mismo. Tenía que estar preparado para poner en marcha su capacidad defensiva en una acción de LAP. Según la terminología del ejército soviético, LAP significaba «Liquidación de Atacante Potencial».

Los dos guardias de Drax se movieron con lentitud a lo largo del corredor y miraron llenos de esperanza a través de la portilla hacia una de las esferas de gravedad cero. Todo estaba a oscuras. Frustrados en sus impulsos curiosos, avanzaron hacia la Unidad de Camuflaje Electrónico. Cuando se hubieron marchado, Bond y Holly salieron de un corredor lateral y se dirigieron a una ventana que daba al espacio. Por debajo de ellos y sobresaliendo de la parte lateral del globo central se encontraba el cilindro que había contenido tres esferas de gas nervioso. Sintiendo cómo se le hundía el corazón, Bond pudo ver, consternado, que ahora sólo contenía dos.

—Y ahora tenemos un problema —dijo.

—Sí.

Holly no miraba a Bond, sino por encima de su hombro. Sus ojos estaban muy abiertos por el temor. Bond se volvió con rapidez y vio a Tiburón lanzándose sobre él como un oso furioso. Sus brazos estaban muy abiertos y mostraba los dientes al desnudo como dos filas de tubos de un órgano. Las enormes manos se cerraron en el momento en que Bond hacía una finta y es escabullía por un lado. Cuando Holly levantó la linterna láser que le había cogido a uno de los técnicos, Tiburón la agarró y la estrujó. El metal surgió por entre sus dedos como si fuera dentífrico. Tiburón se lanzó de nuevo a la carga y una guía de metal se soltó y voló a través del suelo. Bond se lanzó sobre ella y se levantó para dirigir un golpe que alcanzó a Tiburón en la mandíbula. Se escuchó un fuerte
dong
y el metal se torció. Tiburón sonrió. Volvió a avanzar y Bond le lanzó con fuerza cruel un gancho. Nuevamente se produjo un
dong
. El rostro de Tiburón registró una expresión de disgusto, como un sacerdote a quien se le cuenta un chiste verde. Siguió avanzando. Bond saltó desesperadamente a un lado. Delante de su nariz se encontró con el amenazante cañón de un arma láser; detrás había un guardia de Drax con una expresión decidida en el rostro. Otros dos guardias le cubrían, cada uno de ellos con un arma láser. Bond levantó las manos, rindiéndose.

—Está bien —dijo—. Llevadme ante vuestro jefe.

Drax se apartó del gigantesco telescopio y juntó las puntas de los dedos. Era un gesto que se permitía cuando saboreaba momentos de satisfacción. El comprobar que un plan maestro se acercaba a su ejecución producía una serie de tales momentos.

—Señor…

Drax se volvió hacia el técnico que le hablaba desde una de las consolas.

—¿Qué hay?

—El satélite ruso, señor. Parece que ha cambiado de curso.

—¿De veras?

—Si mis cálculos son correctos, sigue ahora un curso destinado a interceptarnos.

El rojo de la cicatriz de Drax adquirió un tono carmesí.

—Eso no es posible —y corrigió su complacencia con su orden siguiente—: Compruebe el estado del sistema de camuflaje del radar.

Un segundo técnico manipuló los conmutadores de su consola y a continuación habló con un tono de voz extrañado.

—La energía del sistema ha sido cortada, señor. Podemos ser observados.

Drax hizo rechinar sus desiguales dientes.

—Haga una inmediata investigación personal de la situación e infórmeme. Y traiga a los operadores.

Las últimas cinco palabras fueron pronunciadas con una voz de fuego y azufre. El técnico se marchó acompañado de dos guardias; entonces una voz habló por el monitor del techo de la cámara:

—Lanzamiento del segundo globo de gas nervioso sigue su programa.

Se dirigió hacia la ventana y miró la protuberancia tubular que parecía el tórax de un insecto gigantesco. Unos segundos después, un globo se separó por sí mismo y se alejó flotando, como un huevo puesto en el espacio. La última de las tres esferas se movió hacia adelante, situándose en posición de lanzamiento. Drax se apartó.

—Preparar el siguiente grupo de esferas de gas nervioso y cargar el tubo de reentrada.

El ascensor se abrió con un siseo y Bond y Holly salieron, empequeñecidos por la figura de Tiburón. Drax les miró fríamente. Su labio hizo una mueca.

—James Bond. Aparece usted con la tediosa inevitabilidad de las estaciones del año desagradables.

La mirada de Bond no fue menos amorosa.

—No creí que hubiera estaciones del año en el espacio.

—Por lo que a usted se refiere —dijo Drax con una sonrisa delgada y cruel—, sólo existe el invierno —se volvió a Holly y añadió—: Y la traidora doctora Goodhead. La palabra «bienvenida» se me hiela en los labios. Qué feliz me siento por el hecho de que, a pesar de todos sus laboriosos esfuerzos, mi sueño, finalmente forjado, se acerque a su fin.

—Lo dudo mucho —replicó Bond—. Su sueño, sea cual sea la retorcida pesadilla que haya tenido, no tiene la menor oportunidad de convertirse en realidad. Ya no es invisible. Pronto va a tener por aquí a muchos visitantes inquisitivos.

—Ya le mostraré cómo se trata a los invitados inquisitivos, Mr Bond.

Drax mordió las palabras y se volvió hacia el técnico que le había advertido de que el Kalinin había cambiado de curso.

—¿Hay noticias del satélite ruso?

—En curso para interceptarnos. Trescientos kilómetros de distancia. Tres minutos para la interceptación.

El rostro de Drax parecía el de una máscara funeraria.

—Active el láser y destrúyalo.

—Eso no va a representar ninguna diferencia —dijo Bond—. No puede seguir así para siempre.

—Al contrario —replicó Drax sin ninguna emoción—. El tiempo está a mi favor. Pronto no quedará nadie en La Tierra para desafiarme.

Una voz invisible surgió por el monitor:

—Correctas las coordenadas del objetivo. Listos para disparar.

—¡Fuego! —ordenó Drax sin la menor duda.

En el momento en que habló se hizo visible un rayo de luz blanca surgiendo de una posición que correspondía a una torreta situada en la parte superior del centro del globo de la estación espacial. A una distancia indefinible en el espacio, una brillante salpicadura de llamas iluminó la negrura crepuscular, antes de desaparecer con la misma rapidez con que había surgido.

Drax se volvió hacia Bond con una sonrisa de triunfo.

—¿Lo ve, Mr Bond? Somos muy capaces de ocuparnos de nosotros mismos. Y eso es algo que sólo un embustero o un loco optimista podría decir de usted en su actual situación.

Una vez más, la voz del monitor habló desde el techo.

—Programa correcto para el tercer lanzamiento en posición T Menos treinta segundos.

—Proceda con el lanzamiento —Drax habló con tranquilidad y se dirigió hacia Bond—. Quizá le guste observar, Mr Bond. No todos tienen la oportunidad de hallarse presentes en la creación de un nuevo mundo.

—Eso es algo que ya he escuchado antes —dijo Bond.

—Pero que nunca ha visto representar con un instrumento tan exquisitamente afinado —dijo Drax, moviendo la mano a su alrededor—. Vamos, Mr Bond. No me escatime su admiración. Seguramente, y aun teniendo en cuenta la moderación inglesa, me describiría usted como un genio, ¿no es cierto?

—Teniendo en cuenta la moderación inglesa, le describiría como un canalla —dijo Bond.

Avanzó hacia el largo ventanal y miró abajo, a la protuberancia del tubo de reentrada, cargada con la última esfera del primer grupo de gas nervioso. Mientras observaba, ésta fue expulsada hacia el espacio, alejándose con rapidez para desaparecer en el contraste con un punteado cojín de estrellas. La voz de Drax surgió de entre las sombras.

—No cabe la menor duda de que ya ha adivinado el esplendor de mi concepción. En primer lugar, se trata de establecer un collar de muerte alrededor de La Tierra. Cada una de esas esferas es capaz de matar a cien millones de personas. Voy a soltar cincuenta de ellas a intervalos previamente programados. La raza humana, tal y como hemos tenido la desgracia de conocerla, dejará de existir. Entonces llegará un renacimiento, un nuevo mundo.

—¿Por qué? —preguntó Bond—. Perdóneme que se lo pregunte, pero es lo primero que se le ocurre a uno.

La frente de Drax se contrajo en un despiadado ceño.

—Cualquier persona de inteligencia normal y con poderes de observación será capaz de comprender la razón en pocos segundos. Se refiere a la población, Mr Bond. Sin duda alguna sabe usted que la población del mundo ha aumentado desde una cifra inferior a los dos mil trescientos millones en 1940 a más de cuatro mil millones en la actualidad. ¿Tiene alguna idea de lo que los demógrafos pronostican para el año 2070? ¡Una población mundial de veinticinco mil millones! ¿No le horroriza esa cifra? Un mundo arrastrándose como un barril de gusanos, con su población muriendo como moscas. Peste, hambre, guerra. ¿Cómo podemos confiar en alimentar a toda esa gente, Mr Bond? Para entonces ya habremos envenenado irrevocablemente nuestra última fuente de alimentación todavía no explotada, los océanos. No quedará nada. Para el hombre, sólo existe un método seguro para controlar su número: guerra. ¿Y qué sucede cuando hay una guerra? Destrucción. No sólo de la vida humana, sino de lo único que todavía hacía valiosa la existencia del hombre: el arte. Libros, pinturas, edificios, los más exquisitos legados de incontables civilizaciones, todo eso puede enriquecer el espíritu humano, y todo eso se perderá cuando la capacidad humana para la autodestrucción exceda su capacidad para controlarla. Reverencio demasiado esa herencia artística como para permitir que sea destruida. Podría dar la espalda y formar mi propia civilización en el espacio, pero creo que eso sería renegar de mis responsabilidades. No abandonaré La Tierra, ¡la salvaré! Nuestra civilización actual, si es que se puede utilizar para describirla un término implícitamente tan laudatorio, se destruirá a sí misma sin duda alguna. Acelerando el proceso, puedo proteger esos inapreciables monumentos de la historia que se derrumbarían al mismo tiempo. Puedo dar a La Tierra tiempo para reelaborar sus explotados recursos, al mar para que vuelva a ser puro, al aire para que vuelva a ser respirable. No exagero, Mr Bond. Nuestros propios científicos nos han dicho que en el término de veinte años los materiales de desecho con los que contaminamos la atmósfera habrán agotado casi por completo la capa de ozono que rodea La Tierra, dejándola peligrosamente disminuida. El cáncer de piel aumentará de un modo alarmante y el tiempo atmosférico será cada vez más impredecible. Inundaciones, mareas, tifones, holocaustos. Los precursores del fin inevitable. El fin lento, mutilante, doloroso, sin propósito. ¿No puede comprender la irrefutable sabiduría de lo que estoy haciendo, Mr Bond? Sin ninguna discriminación racial he seleccionado a los especímenes más exquisitos, combinando tanto las cualidades físicas como mentales. Son ellos y su descendencia los que colonizarán La Tierra nueva cuando el gas nervioso haya hecho su trabajo y se haya dejado transcurrir el tiempo suficiente como para que la naturaleza siga su curso. Una nueva civilización puede construirse sobre la estructura de todo lo que fue bueno en doce millones de años de existencia humana.

—Y sobre el conocimiento de que nació del mayor acto de asesinato en masa de la historia —el tono de Bond era frío y despreciativo.

—Siempre es una tontería desperdiciar las palabras con los tontos —dijo Drax, sacudiendo la cabeza con tristeza—. No lo volveré a repetir.

Se estaba volviendo hacia Tiburón cuando el observador habló en tono de urgencia desde su consola.

—Vehículo no identificado acortando distancia con rapidez. Señales de reconocimiento indican vehículo espacial norteamericano.

—¡Destrúyalo con el láser!

Drax espetó las palabras y se volvió hacia Bond y Holly. Tenia el rostro lleno de erupciones y brillante. Un tic incontenible invadió su ojo estropeado.

—Se me ocurre pensar que su visión de la destrucción de nuestro último visitante fue limitada. Creo que deberían estar más cerca del próximo espectáculo —y sonrió malévolamente—. Mucho más cerca.

Ahora, los puntos rojos en los ojos de loco se habían hecho mucho mayores. Bond siguió la mirada de Drax hacia la puerta circular situada en la parte exterior del globo. Con una oleada de pánico se dio cuenta de lo que se le había ocurrido a la malvada y loca mente de Drax.

—Tiburón… la cámara de la compuerta de aire —Drax se volvió a Bond y Holly—. Observe, Mr Bond, su ruta desde este mundo al próximo. Al menos, no tendrá que viajar solo. Al parecer, tendrá usted a algunos compañeros norteamericanos. Doblemente agradable para usted, doctora Goodhead. Sus compatriotas podrán verla lograr su ambición de ser la primera mujer norteamericana en el espacio.

Tiburón avanzó con una burlona y cruel sonrisa, y levantó la manivela de metal de la puerta. Se abrió con un silbido para poner al descubierto un pequeño compartimento en el que cabían dos personas agachadas. Lo que sin duda alguna era una trampilla exterior al espacio, disponía de una ventana transparente que era gemela con la existente en la primera puerta.

—¡Cogedlos! —órdenó Drax, dirigiéndose a sus hombres. Dos hombres se adelantaron, con sus linternas láser dirigidas hacia Bond y Holly. Bond se encogió y comenzó a moverse a través de la plataforma. A unos pocos pasos de distancia de la cámara de aire había una consola vacía. En letras grandes en su parte superior se leía: «Impulsores de Rotación - Gravedad Artificial». El pulso de Bond se aceleró cuando recordó las palabras de Holly al atracar: «Todos flotaríamos como globos de un lado a otro. Una vez que se hayan puesto en marcha los aparatos de impulsión de rotación, la estación empezará a girar y dispondremos de gravedad artificial». ¿Y si se
apagaban
los impulsores de rotación? Bond volvió a mirar y vio una manija retirada tras un recubrimiento transparente: sobre el recubrimiento se podían leer las palabras: «Stop. Emergencia. No utilizar a menos que la estación esté asegurada». Si podía llegar hasta aquella manija aún tendrían una oportunidad. Mientras lo pensaba, el duro cañón de la linterna láser le empujó hacia adelante.

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