—Programa previo de lanzamiento del Moonraker seis completado. Los pilotos se dirigen de la base a la zona de lanzamiento.
La voz del altavoz era débil, pero se podía distinguir. Apenas había terminado de hablar cuando un vehículo abierto apareció a la vista, bajo la posición poco segura donde se encontraba Bond. En él, con las espaldas apoyadas a lo largo del vehículo, había doce de los astronautas a los que Bond había visto entrenarse en California. Seis hombres y seis mujeres. Llevaban túnicas blancas y, por un instante, sus rostros se mostraron crueles y decididos bajo la luz de la lámpara. El vehículo rodó, siguiendo su camino.
—Vamos.
Bond olvidó el dolor de sus quemaduras y bajó por la parte lateral de la roca hasta el ancho pasillo. Extendió una mano para ayudar a Holly, pero ella ya se encontraba a su lado. De la dirección de donde habían llegado los astronautas se aproximaba ahora el sonido de otro vehículo. Bond le dio un ligero codazo a Holly.
—Mantente firme. Puede que consigamos un transporte —un jeep apareció por el camino y la visión de los dos pasajeros sentados tras el conductor hizo que el corazón de Bond lanzara un par de latidos apresurados. Llevaban los trajes operacionales de pilotos astronautas, con cascos y visores. Bond saltó frente al vehículo y abrió mucho los brazos. El extrañado conductor frenó el jeep.
—¿Qué diablos cree que está haciendo?
La espontánea reacción del conductor se produjo segundos antes de que se diese cuenta de que había algo erróneo en la súbita aparición de Bond. Para entonces, éste había rodeado tranquilamente el vehículo, colocándose al lado del conductor y golpeándole en plena mandíbula. El hombre saltó hacia atrás y Holly cogió el subfusil que tenía al lado del asiento. Los dos pilotos, imposibilitados por sus incómodos trajes, apenas si tuvieron tiempo para reponerse de la sorpresa antes de quedar sin sentido gracias a un golpe de karate de Bond y de un experto golpe de Holly propinado con la culata del arma. Bond apartó al conductor del asiento y Holly saltó a su sitio para conducir el vehículo a un lugar oscuro. Apagó el motor y Bond la miró con admiración.
—Bien —dijo él—, creo que tenemos unos cinco minutos.
Cuatro minutos después el jeep volvió a salir del lugar apartado con dos figuras vestidas con uniforme de piloto astronauta sentadas delante. Bajó por el amplio pasaje y tras una momentánea duda en un cruce, salió del túnel oscuro a una cámara brillantemente iluminada que hervía de actividad. En su centro, elevándose majestuosamente, se encontraba el Moonraker seis, adosado al cohete que le llevaría al espacio. Descansando contra la estructura, como dedos protectores, había vigas curvadas de acero. Se abrieron al unísono cuando el jeep apareció procedente del túnel. El cohete de lanzamiento estaba temblando y empezaba a producir el ruido chirriante y agudo que había señalado los momentos anteriores al lanzamiento del Moonraker cinco. El elevador, situado contra la cabina de entrada del vehículo espacial, empezaba a descender. Una puerta situada sobre la trampilla de pasajeros se deslizó, cerrándose, y el vehículo que había transportado a los doce astronautas dio media vuelta bajo el caballete.
Dos guardias armados se adelantaron y uno de ellos levantó el brazo cuando el jeep se aproximó al ascensor que bajaba. Extendió su mano y, durante unos pocos segundos, ni el conductor ni su compañero hicieron movimiento alguno. Entonces, el conductor levantó su mano a la altura del bolsillo del pecho de su uniforme y extrajo una tarjeta de identidad dotada de fotografía. Su compañero hizo lo mismo. El guardia miró las tarjetas.
—Lo estáis pasando bien, ¿eh, muchachos? ¿Es que os habéis detenido para echar un trago?
El conductor asintió y extendió su mano para recuperar la tarjeta. El guardia dudó un momento y después les devolvió las tarjetas. Retrocedió, y el jeep avanzó hacia el ascensor que esperaba. Sobre él, las estructuras combinadas del cohete y del Moonraker se elevaban en el aire, casi arañando el techo de la cámara. Se escuchó un ruido chirriante y el techo se abrió poniendo al descubierto un trozo de cielo azul como un diamante. Los dos pilotos bajaron del jeep y subieron al ascensor. Éste se elevó del suelo con un silbido de aire comprimido. Dos pares de ojos miraron recelosamente a su alrededor. Detrás del cristal de la sala de control, los monitores, pantallas y consolas ofrecían intermitentemente imágenes, cifras y mensajes impresos. El incesante juego de voces atronaba en el espacio abierto y se escuchaba incluso por encima del chirrido de los motores del cohete, que hacía rechinar los dientes.
—Cuatro minutos para el lanzamiento.
En esta ocasión, el tono de voz fue tranquilo y mesurado. El ascensor se detuvo con un estremecimiento ante la abierta trampilla de la cabina de control del Moonraker, y las dos figuras vestidas con uniforme de piloto elevaron un brazo hacia la sala de control, como futbolistas que reconocen a sus aficionados antes de empezar el partido, y se agacharon para entrar en el vehículo espacial.
—Tres minutos para el lanzamiento.
El primer piloto se subió a un asiento acolchado, se abrochó las correas y apretó un botón que echó el asiento hacia atrás, de modo que se encontró situado en la dirección en que viajaría el Moonraker, con la espalda horizontal a La Tierra.
—Dos minutos para el lanzamiento.
La puerta de la trampilla empezó a cerrarse y se produjo un ruido sibilante cuando se adaptó herméticamente. Bond se volvió hacia Holly que, junto a él, se estaba abrochando las correas. Sus manos se elevaron para quitarse el casco. Con rapidez, Holly extendió un brazo para apagar un conmutador.
—No digas ni hagas nada. Estamos en circuito cerrado hasta después del lanzamiento —Bond se quedó helado y bajó las manos. La voz de Holly se relajó—: No tendremos que hacer nada. Seguimos un modelo de vuelo previamente programado.
Encendió rápidamente un conmutador y Bond pudo escuchar de nuevo el interrumpido sonido de la cuenta atrás.
…ce… trece… doce… once…
Bond cruzó las manos sobre el pecho y contempló el banco de esferas y agujas que se movían. En todas partes había vibración, movimiento y ruido, y sobre todo ello se elevaba el rugido aterrador de los retrocohetes, que aumentaba de intensidad.
—ocho… siete… seis… cinco…
De pronto, Bond se sintió asustado. Un temor que le resultó físicamente doloroso. Estaba a punto de ser lanzado al espacio, sin la menor idea de su destino ni de lo que le sucedería cuando llegara… si es que llegaba.
—Tres… dos… uno… ¡lanzamiento!
Los hombros de Bond se adaptaron a la curvatura del asiento. Sintió cómo el cohete se soltaba de su sujeción y empezaba a elevarse lentamente en el aire. A través de las ventanas de la cabina podía ver gases y polvo envolviéndolo todo. La sala de control quedó oscurecida. Unos pocos segundos más y quedaría expuesto a la desgarradora tensión mental de la fuerza G que casi le había costado la vida en el aparato centrifugador de entrenamiento. Las agujas del panel de control bailaban como locas. La velocidad empezó a aumentar. Sintió como si le estuvieran apretando el estómago hacia abajo, al final de una caliente barra de metal. James Bond cerró los ojos.
Tras un período incalculable de tiempo, Bond abrió los ojos. La fuerza de la gravedad había disminuido y con ella toda impresión de velocidad. Únicamente un ligero temblor del fuselaje sugería movimiento. Junto a él, Holly se quitó el casco.
—Ahora puedes quitártelo. Sólo estamos en monitor externo.
Se inclinó hacia adelante y apretó una hilera de botones. Inmediatamente, cinco pantallas situadas cerca del techo mostraron imágenes de los Moonraker y de los cohetes.
—Eso es el resto de la flota.
Bond miró con incredulidad el tablero de control.
—¿Y no tenemos que hacer nada?
—Nos encontramos limitados a un programa de vuelo previamente establecido. Para romperlo y pasar a vuelo manual tenemos que llamar a control.
—No es una buena idea —dijo Bond—. ¿Tienes alguna idea del punto hacia el que nos dirigimos?
Holly apretó algunos conmutadores más y un monitor mostró un número de líneas punteadas.
—No, pero todos seguimos el mismo curso. No tendremos más remedio que esperar y ver.
Bond miró por la ventanilla situada junto a él y contuvo la respiración. Por debajo de ellos y a través de jirones de nubes pudo ver lo que parecía la página de un atlas. Se podía reconocer con toda claridad el istmo de América Central. La sensación de aislamiento provocada por aquella visión era muy profunda. La Tierra se empequeñecía tras ellos. Lo desconocido se extendía ante ellos. ¿Serian capaces de encontrar alguna vez el camino de regreso?
En la consola de control, una luz se encendió intermitentemente y Holly habló con voz cariñosa.
—No te alarmes. Vamos a desprendernos de nuestro cohete.
Se escuchó un ruido, como el de un tren de aterrizaje al retroceder, y el fuselaje experimentó un temblor convulsivo, como si se librara de un estorbo. Bond sonrió a Holly.
—Cuando pienso en todas las mujeres que conozco y que habrían sido inútiles en este viaje.
Holly le replicó con burlona seriedad.
—No me cuentes nada ellas.
Se inclinó hacia adelante y manipuló otro conmutador. Un monitor situado directamente delante de sus asientos mostró una imagen de los doce astronautas que estaban uno frente al otro, en una fila de seis. Ahora, los hombres y mujeres se habían dividido en parejas.
—La escolta personal. Están detrás de nosotros —los ojos de Bond se estrecharon.
—Y los animales entraron por parejas.
Holly le miró con expresión enigmática.
—¿Qué quieres decir?
—Hay algo en esta operación que me recuerda el Arca de Noé.
Bond se inclinó hacia adelante y señaló algo en la pantalla.
Espiados por el ángulo de la cámara que les observaba, una mujer y un hombre se habían dado subrepticiamente las manos.
—Hay amor en el aire —comentó Holly.
—Quizás tengas razón —meditó Bond—. Quizás el espacio ejerza sobre la libido el mismo efecto que un crucero oceánico.
—No se ha demostrado así en ninguno de los libros que he leído.
Los ojos de Holly siguieron vigilando la consola de control y los monitores. Bond se arrellanó en su asiento. No cabía hacer otra cosa más que esperar, y hasta el dolor de sus quemaduras no podía superponerse a su deseo de dormir. Cerró los ojos.
Cuando se despertó, vio a Holly estudiando el banco superior de pantallas. Las imágenes de los Moonraker habían desaparecido, siendo sustituidas por líneas punteadas verticales que palpitaban como balas trazadoras.
—Estamos convergiendo —dijo Holly.
Bond miró las pantallas. Las líneas punteadas de los monitores exteriores se iban doblando dramáticamente hacia el centro.
—¿Vamos a encontrarnos en el espacio?
Antes de que Holly pudiera contestar se produjo una violenta explosión que le lanzó hacia adelante en su asiento. La velocidad del Moonraker disminuyó como si hubiera sido alcanzado por un misil. Casi inmediatamente se produjo otra detonación y una mayor disminución del impulso de avance.
—Esos son los cohetes de control de avance —informó Holly con serenidad—. Perdemos velocidad.
Bond se sintió aliviado y miró hacia adelante, más allá del morro de la nave espacial. Un punto de luz brillante apareció en la vacía oscuridad.
—¿Qué es eso?
Holly estudió la pantalla de radar y Bond pudo ver la línea curvada de la superficie de La Tierra. Una vez más se sintió atrapado por una sensación de terrible aislamiento. El rostro de Holly mostraba una expresión de extrañeza.
—Aquí no aparece nada.
Bond forzó la vista hacia la oscuridad. Lentamente, se hizo visible una figura; un globo luminoso del que se proyectaban seis brazos tubulares en cuyos extremos había globos satélites.
A cada segundo que transcurría se iban definiendo más los detalles. Unos pasillos tubulares conectaban los satélites entre sí e iban después hacia el globo central. Una antena en forma de salsera aparecía montada sobre la parte superior del globo.
—Una estación espacial —informó Holly, casi sin respiración.
—Parece más bien una ciudad —Bond volvió a mirar la pantalla de radar. Su superficie no revelaba nada—. ¿Por qué no recibimos nada? ¿Se habrá estropeado el radar?
Con rapidez, Holly recorrió unas instrucciones de emergencia.
—No. Está funcionando. Drax debe disponer de un sistema capaz de burlar el radar.
La voz de Bond sonó pensativa.
—¿De modo que nadie sabe que esta estación espacial se encuentra aquí?
—No —Holly le miró intensamente—. ¿En qué piensas?
—En demasiadas cosas —contestó Bond—. Casi me asusta pensar.
Ante ellos, la luz refulgía sobre las numerosas superficies de la estación espacial, que brillaba como una corona de joyas flotando serenamente en el espacio. Bond miró hacia un lado y vio otro Moonraker acortando la distancia entre ambos. Las líneas punteadas del monitor se entrelazaron como los palos de una tienda piel roja.
—Todos los Moonraker preparados para iniciar secuencia de atraque.
La voz invisible procedente de arriba hizo que Bond se tensara, lleno de presentimientos. Ahora, otro Moonraker había aparecido más allá de la estación espacial. Los vehículos espaciales rodeaban la estructura como cautelosos pececillos agrupados alrededor de un cebo. Holly empezó a ocuparse de la batería de controles.
—Eres un verdadero prodigio, ¿verdad? —dijo Bond, sonriente.
—Hágame el favor, Mr Bond.
Holly habló por una comisura de su boca, soplando para apartarse el pelo.
—Moonraker seis… está en manual. Prepárese para atracar —la voz volvió a hablar y las comunicaciones lanzaron interferencias. Holly maniobró una columna de control y Bond sintió cómo el Moonraker se adelantaba hacia uno de los satélites. Sobre una serie de anillos concéntricos se veía el número seis.
—Seis… inicie secuencia de atraque.
Holly hizo avanzar la nave y la puerta circular situada bajo el seis se abrió poniendo al descubierto la parte salediza de atraque. Holly se dirigió hacia ella y la nariz cónica del Moonraker penetró en el satélite como si lo fecundase. Bond escuchó un sonido desgarrado, como el de una tira de plástico al romperse. A través de la ventana situada junto a él pudo ver el morro de una segunda nave espacial con su portilla abierta hacia el interior del satélite. A través de la portilla surgió un astronauta con casco puesto, flotando sin peso en la gravedad cero. Bond le observó lleno de extrañeza mientras se impulsaba a lo largo del satélite y desaparecía en un túnel que estaba en contacto con el globo principal.