—¿Adónde va?
Holly se desató la correa que le rodeaba el pecho.
—Está activando el sistema de control de la gravedad artificial. Por el momento no tenemos ninguna gravedad. Si saliéramos, todos flotaríamos como globos de un lado a otro. Una vez que se hayan puesto en marcha los aparatos de impulsión de rotación, la estación empezará a girar y dispondremos de gravedad artificial. Entonces podremos movernos por ahí más o menos de un modo normal.
—Más o menos normalmente hasta que Drax nos pesque —dijo Bond, que parecía meditabundo.
El también se desató las correas y se encontró con la extraña sensación de falta de peso al tratar de levantar un pie.
—¿Qué sugieres que hagamos? —preguntó Holly.
—Encontrar ese sistema de engaño del radar y sabotearlo. Una vez que seamos visibles desde La Tierra, enviarán a alguien a investigar. No creo que Drax tenga la intención de que esto se convierta en un balneario para convalecientes.
—Condiciones de gravedad normales. Sistema de apoyo vital nominal.
La voz les llegó por el intercomunicador, acompañada de gran ruido estático. La segunda voz que sonó después fue más clara y autoritaria:
—Moonraker seis… vía libre para desembarco.
Bond miró a Holly interrogativamente. Ella apretó el conmutador que hacía aparecer en pantalla la cabina del personal. Los astronautas estaban empezando a entrar en el satélite. Dos de ellos se quedaron rezagados. Eran los mismos que anteriormente se habían dado las manos. Esperaron un momento discreto, y después se abrazaron apasionadamente antes de dirigirse hacia la puerta.
—¿Te ves a ti mismo como un
voyeur
a tu edad? —preguntó Holly.
—Por el momento, lo único que me gustaría precisamente es aumentar mi edad —replicó Bond; se inclinó hacia delante y levantó el conmutador—. Muy bien. Mezclémonos con ellos y evitemos cualquier contacto con Drax.
Desde el satélite penetraron en un largo pasillo con ventanas de cristal reforzado que daban al espacio. El globo principal se elevaba sobre ellos como la cúpula de una catedral. Otros astronautas se estaban uniendo a los compañeros. Bond bajó la cabeza mientras seguía avanzando.
—Todo el personal al satélite de mando. Todo el personal al satélite de mando.
El anuncio les llegó por el sistema de comunicación general. Bond se acercó más a Holly.
—¿Tienes alguna idea de para qué?
—Ninguna —contestó Holly sacudiendo la cabeza.
Bond miró al decidido grupo que le rodeaba.
—Será mejor que les pisemos los talones. Se trata de un discurso de «bienvenida a bordo» y puede que nos enteremos de lo que persigue Drax. Mantén los ojos abiertos.
—Siempre tengo los ojos abiertos —dijo Holly con firmeza; miró por una ventana y dio un codazo a Bond—. Como ahora mismo. Mira.
En un punto situado más alto, a la izquierda, Bond pudo ver otro pasillo que partía de un satélite en el que había atracados vehículos espaciales. Claramente visible, con la cabeza inclinada, a pesar de lo cual casi rozaba el techo, estaba Tiburón. Caminando delante se veía a Drax. Los ojos de Bond se desviaron de la mortal pareja a un tubo que sobresalía de un lado del globo. En él, como si estuvieran preparadas para ser soltadas, había tres esferas como las que había visto en el laboratorio de los talleres de cristalería de Venecia. Holly siguió su mirada inquisitivamente.
—¿Encontraste esas esferas en Venecia? —preguntó Bond—. Yo las vi cuando las llenaban de gas nervioso. Dos personas murieron.
—Entonces, ¿qué planea hacer? —preguntó Holly, que parecía alarmada.
—No sé lo que planea hacer —contestó Bond, endureciendo la expresión de su rostro—, pero sé lo que
puede
hacer.
Atravesaron una puerta y penetraron en la esfera central de la estación espacial. Estaba construida sobre tres niveles, con un ascensor central que se elevaba como un oso y una serie de pistas. En una de ellas había un gigantesco telescopio que sobresalía del techo de la cámara, y a su lado una consola que llevaba incorporadas tres pantallas monitoras y un banco de conmutadores y botones. Alrededor del borde de la esfera había un pasillo circular con más consolas y pantallas, construido en las paredes exteriores. Éstas eran manejadas por técnicos vestidos con túnicas de color verde ligero. Largos ventanales situados a intervalos miraban hacia el espacio y hacia los satélites auxiliares. Desde éstos, los astronautas recién llegados estaban entrando en la cámara por medio de los túneles que se cruzaban a todos los niveles, desparramándose en abanico alrededor de las paredes.
Mientras Bond miraba a su alrededor, en un maravillado silencio, el ascensor se detuvo tras el telescopio gigante y Drax salió de él. Con su aparición, las luces perdieron intensidad y más allá de las ventanas se pudieron ver los difusos resplandores de las galaxias. Así se creaba de un modo muy brillante la impresión de hallarse en el mismo centro del universo.
—Primero hubo un sueño… ahora es realidad.
La voz de Drax sonó fantásticamente, acompañada de un eco; no parecía proceder de su cuerpo sino de las palpitantes paredes que rodeaban a quienes le escuchaban. Las luces comenzaron a jugar sobre los rostros de los astronautas allí reunidos, revelando que se habían unido por parejas. Su belleza, cuidadosamente seleccionada, poseía una cualidad fría e impersonal que aumentaba la sensación de irrealidad. Bond empezó a sentir una desagradable sensación de aguijonazo que le recorría la espina dorsal. Toda la escena era como una representación teatral meticulosamente orquestada.
Con lentitud, Drax extendió los brazos, abarcando a todos los reunidos. Una penumbra de luz jugueteó sobre su cabeza y suavizó la brutal dureza de sus rasgos retorcidos.
—Aquí, en la inalcanzable plataforma colgante de los cielos, será creada una nueva superraza. Una raza de especímenes físicamente perfectos. Habéis sido seleccionados como sus progenitores. Como dioses, vuestra descendencia regresará a La Tierra y la configurará a su semejanza.
Bond miró hacia Holly. El rostro de ella reflejaba su propia incredulidad. Las luces siguieron brillando, y detrás de Drax, en las sombras, pudieron distinguir los rostros crueles y lobunos de hombres armados. Con un gemido de horror, Bond se dio cuenta entonces de lo que le recordaba la escena: una de las reuniones nazis de la década de 1930. Excitación, pompa, espectacularidad, distorsión, mentiras, genocidio. Esta última palabra surgió en su mente con letras brillantes. La voz de Drax continuó:
—Pero vosotros no seréis dioses ordinarios. Todos vosotros habéis servido en humildes puestos en mi imperio terrestre. Habéis aprendido esa humildad que es el lazo soberano de la realeza.
Bond volvió a contemplar los rostros. Las palabras les estaban llegando muy adentro. Las mandíbulas se elevaban y aparecía en ellas una nueva expresión de decidido propósito. Esperaron con avidez lo que iba a seguir. Drax extendió los brazos hacia adelante, con los puños cerrados. Su voz se elevó con lentitud, demoniacamente. Nadie podía pasar por alto ni el mensaje ni el fervor. Unicamente las palabras surgían como de la fantasmagórica putrefacción de un alma que a Bond le hacía sentirse físicamente enfermo.
—Vuestra semilla, como vosotros mismos, mostrará respeto para con la última dinastía que yo solo crearé. Desde el primer día sobre La Tierra, vuestros descendientes podrán levantar la mirada y saber que hay reglas y orden en los cielos.
Se produjo un silencio y entonces todo se apagó. Sólo la luz fantasmal del espacio y de sus miríadas de galaxias era visible como un polvo brillante a través de los largos ventanales. Transcurrieron unos segundos y apareció un globo brillante, lleno de luz, que empezó a girar lentamente sobre sí mismo, como si hubiera llegado procedente del espacio. La figura familiar de La Tierra podía reconocerse, los continentes negros en contraste con el brillante blanco de los océanos. Casi imperceptiblemente al principio, la figura oscura de los continentes comenzó a fundirse en el mar. La superficie del globo se hizo suave, como si se hubiera borrado una pizarra. Después, con un relámpago de luz, las masas de tierra aparecieron, deslumbrantes con una brillantez etérea, mientras que los océanos se oscurecían. Se conseguía con ello, dinámicamente, una impresión de renacimiento. Hubo murmullos de respeto en respuesta a tanta efectividad.
Bond atrajo a Holly hacia sí y susurró en su oído:
—Es más vital que nunca que lleguemos adonde se encuentre ese sistema de anulación del radar y lo destruyamos. La idea de Drax como Dios me aterroriza.
Holly le apretó la mano.
—James. Supongo que debe estar en otro piso o en uno de los satélites. Será mejor que cojamos el ascensor.
Las luces se encendieron y el globo dejó de girar. Drax había desaparecido. Como si abandonaran un local tras ver una película, los astronautas comenzaron a dispersarse con lentitud, con los rostros contraídos y preocupados. Bond vio a una mujer llorando. Pobres tontos. Se les había lavado el cerebro para alcanzar la victoria como a los componentes de un equipo de fútbol universitario para el gran partido. Pero Hugo Drax era mucho más peligroso y siniestro que cualquier equipo de fútbol. El equipo que él estaba dispuesto a destruir contenía a más de cuatro mil millones de personas.
Mezclados con los astronautas y los técnicos, Bond y Holly siguieron por uno de los túneles hacia el ascensor. La puerta se abrió con un silbido y Bond se volvió con rapidez para mirar a Holly. Llenando el ascensor, como empacado en él, se encontraba Tiburón. Bond aparentó sentirse preocupado por algún detalle en el uniforme de Holly y esperó hasta que los recelosos ojos de ella regresaron a los suyos.
—Se ha marchado.
Bond vio la ancha espalda bajando por el corredor e indicó el camino hacia el ascensor. Había cinco botones y él apretó el central.
—Debes tener más cuidado… —empezó a decir Holly.
—Ya lo sé —replicó Bond.
A veces desearía, junto con los señores Lerner y Loewe, que las mujeres pudieran parecerse un poco más a los hombres. No necesitaba que se le recordara constantemente que debía tener cuidado. La puerta se abrió con un silbido y Bond avanzó. Se encontró inmediatamente cayendo con el rostro hacia abajo. Holly le agarró.
—Cuando dije que tuvieras cuidado me estaba refiriendo al hecho de que hemos llegado ahora a una zona de gravedad cero.
El tono de su voz, en tales circunstancias, era gracioso.
—Te escucharé en la próxima ocasión —dijo Bond, en todo de disculpa.
—Hazlo —dijo Holly, mirando por la galería, a derecha e izquierda—. Muévete despacio y presiona con los pies hacia abajo. Tienes Velcro en las suelas, así como en las paredes.
—¿Así que estamos justo en el centro de la estación?
—Correcto. Por eso la gravedad es cero. Cuanto más te acercas al…
Holly interrumpió su lección cuando aparecieron dos guardias, moviéndose con lentitud por la galería. Del cinturón de sus uniformes de combate color verde oscuro pendían cilindros plateados de unos treinta centímetros de longitud y unos siete centímetros de diámetro. Los cañones de los tubos se hinchaban amenazadoramente. Bond supuso que debían ser linternas láser. Los guardias parecían estar completamente absortos por lo que estaba sucediendo en el interior de los paneles de visión de la estructura parecida a un globo que encerraba la galería. Apenas si miraron a Bond y Holly.
Bond esperó hasta que se hubieron marchado los guardias, y después él mismo miró hacia el interior de la esfera. Al principio, creyó estar mirando bajo la superficie de una piscina. Media docena de hombres y mujeres jóvenes parecían deslizarse por el agua. Entonces se dio cuenta de que flotaban sin peso en la gravedad cero; que la esfera era utilizada como una especie de gimnasio espacial. Delante de él una hermosa mujer en leotardos estaba suspendida como si estuviera congelada en medio de una ola. Tenía los brazos extendidos a los lados, la espalda curvada, y sus pechos desnudos se fundían graciosamente en la ondulación delantera de su cuerpo. La mujer volvió los ojos y su mirada se encontró con la de Bond. Ella le sonrió. Durante unos pocos segundos, Bond se olvidó de que era un hombre que fumaba y bebía demasiado, y que vivía con tiempo prestado.
Entonces, la mano de Holly le apartó de allí como si fuera un niño ante el escaparate de una confitería.
—Mira esto.
Le condujo hacia otra portilla. Bond miró al interior y vio una esfera más pequeña que contenía dos figuras familiares: eran los astronautas a los que había visto abrazarse en la cabina de personal del Moonraker seis. Ahora estaban desnudos y flotaban en la gravedad cero, como realizando una sensual sesión de ballet de apareamiento. Una suave luz rosada palpitaba a la velocidad de los latidos del corazón, y los dedos se extendían para tocar y acariciar. Con lentitud, la luz se fue oscureciendo y los dos cuerpos comenzaron a fundirse en uno. Bond se apartó de la ventana.
—Alguien se está tomando muy en serio el consejo de Drax.
—Es increíble —Holly suspiró profundamente y sacudió la cabeza—. Simplemente, no puedo adaptarme a lo que está sucediendo aquí. Es algo así como una especie de sueño.
—De pesadilla —dijo Bond secamente.
Empezó a moverse y casi volvió a caer. La imagen de la pesadilla regresó con mayor fuerza a su mente. El encontrarse con que los miembros de uno parecían encerrados en un perpetuo movimiento lento mientras el mal corría a la velocidad de un galgo… eso era un horror recurrente de malos sueños.
—James, ¡mira! —Holly señaló un letrero sobre uno de los corredores tubulares que conectaba con la galería—. Satélite dos. Unidad de Camuflaje Electrónico. Estoy convencida. Tiene que ser esto.
Bond miró por el pasillo y se volvió inmediatamente hacia la galería. Lo que vio le hizo tomar con firmeza el brazo de Holly, dirigiéndola con toda la rapidez que pudo a lo largo del perímetro del globo. Moviéndose hacia ellos, como una pesada amenaza iba Tiburón. Afortunadamente, se miraba los pies, como un esquiador debutante, pues en caso contrario habría reconocido a Bond. Un vistazo al rostro de Bond hizo comprender a Holly que algo andaba mal, pero no dijo nada basta que llegaron a otro corredor marcado con el nombre de «Cocina».
—Por aquí.
Ella le empujó con el hombro y Bond se encontró aproximándose a una habitación brillantemente iluminada en la que había mesas paralelas alineadas junto a una de las paredes. La sala estaba medio llena de astronautas y técnicos. Holly se dirigió hacia la mesa más alejada de la puerta, que sólo estaba ocupada por un hombre. Bond se frotó una ceja, con expresión meditabunda, para no ser reconocido. Se sentaron de espaldas a los demás y echó un vistazo por encima del hombro. Tiburón había entrado y se había sentado junto a la entrada. Sería una tontería tratar de marcharse antes que él. Se maldijo a sí mismo por no haber continuado alrededor de la galería. Ahora se iba a perder más tiempo antes de que pudieran llegar al sistema de camuflaje de radar. Bond miró a su alrededor y se volvió hacia Holly.