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Authors: Christopher Wood

Tags: #Aventuras, #Policíaco

Moonraker (29 page)

BOOK: Moonraker
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—Estoy perdiendo el control. Las alas empiezan a quemarse.

Bond se concentró en los círculos. Era posible que ésa fuera la última cosa en que se concentrara. El Moonraker estaba siendo zarandeado como por una mano gigantesca. El ruido procedente de los paneles de control desgarraba los oídos. Unas luces rojas que le distraían se encendían en las extremidades de su visión. El humo se elevaba por debajo de su nariz. Tenía los talones ardiendo… Holly gritaba de dolor. Bond se esforzó por mantener el control de sus sentidos. Los dos círculos daban saltos de canguro y entonces se movieron sobre la misma órbita. Vamos, vamos, ¡maldita sea! Era como observar una bola de golf a punto de caer en el hoyo. Pero de ello dependía la vida de cien millones de personas. Los círculos temblaron y entonces se montaron el uno sobre el otro, haciendo aparecer el verde en la pantalla. Bond apretó el metal rojo y miró por la ventana delantera. Una flecha de luz blanca se lanzó hacia un círculo blanco bordeado de rojo. El círculo desapareció. Una violenta explosión pareció lanzar al Moonraker hacia arriba y Bond vio a Holly tirando de la palanca de control. Entonces, perdió el conocimiento.

20. Bajando hacia La Tierra

Frederick Gray recorrió el largo pasillo sintiéndose contento consigo mismo. Qué afortunado que él, un miembro clave del gobierno de Su Majestad, se hubiera encontrado en esta ocasión a mano, en Houston. Trató de no mirar demasiado desenfadadamente al personal de cámara que les estaba filmando mientras se retiraban por el pasillo; su imagen apareciendo en todo el mundo. Qué alabanza más bien merecida para su carrera. Con la salud del Primer Ministro en no muy buenas condiciones y sin ningún sucesor inmediatamente reconocible en un gabinete dividido, eran evidentes las oportunidades de poder avanzar hacia el puesto. Frederick Gray, el hombre adecuado en el lugar adecuado. Toda la gloria inesperada alcanzada por el golpe espacial de Inglaterra sería atribuida a él. Con M y sus secuaces cómodamente instalados en Londres, sería considerado como la decisiva mente maestra que se encontraba tras la intervención inglesa en el asunto. Lo que, desde luego, era justo. Había presionado para que se pusiera a trabajar en el caso al mejor hombre, y aquel Bond parecía haberlo hecho muy bien.

—Deténganse un momento ahí, caballeros.

El cámara extendió la mano y el grupo se detuvo obedientemente. Las cámaras chirriaron. Frederick Gray vio el micrófono por encima de su cabeza. Empezó a hablar con el mismo lenguaje lento y pomposo que había aburrido a millones de telespectadores: «un gran día para la cooperación anglo-norteamericana y un gran día para el mundo».

El general, cuyo nombre no había comprendido, le miró lleno de sorpresa.

—Sí —se movió apareciendo por detrás del hombro que Gray le había colocado delante y se dirigió al personal de la cámara—. Nos dirigimos ahora al control de la misión. Les agradecería que se mantuvieran por detrás de los límites prescritos y que no se apiñaran a nuestro alrededor. Gracias.

Un guardia armado, con casco blanco y polainas abrió la puerta y Gray avanzó con elegancia. A primera vista, parecía haber entrado en un teatro, pero había hileras de consolas en lugar de asientos. Allí donde debería hallarse el escenario se veía un mapamundi enorme con líneas de puntos iluminados que mostraban el camino seguido por los satélites en órbita. Gray pensó en los famosos lanzamientos espaciales que se habían dirigido desde aquella sala y deseó poder recordar los nombres de algunos de ellos. Tendría que haber ordenado que su secretaria privada se encargara de proporcionarle la información necesaria. Unas pocas palabras bien elegidas habrían impresionado a los telespectadores por su actitud alerta y su conocimiento de todo lo que sucedía en el mundo. Vio que el micrófono estaba alejado y se sintió mejor.

—Muy impresionante —dijo, por si acaso alguien escuchaba. El general se volvió y le miró, sin poder ocultar apenas su disgusto. Odiaba a todos los políticos, pero los políticos ingleses que actuaban como si todavía tuvieran un imperio le producían un dolor mucho peor que el de su úlcera.

Un hombre autoritario que llevaba impresas en el bolsillo de su camisa de manga corta las palabras «Director de control de misión», avanzó hacia ellos e hizo un gesto de saludo a los recién llegados.

—Caballeros, bienvenidos a Control de Misión, Houston.

—Hemos recibido un informe de posición y debemos establecer contacto visual en cualquier momento. Si observan el mapa podrán ver el trazo de luces verdes aproximándose al océano Índico. La luz roja que ven parpadear representa la posición de nuestra nave de rescate. Una vez que el comandante Bond y la doctora Goodhead se encuentren a nuestro alcance, estableceremos contacto audiovisual a partir de los monitores de televisión que hay a bordo.

A Gray empezó a contagiársele la excitación que se iba formando en la sala, pero por diferentes razones. Había escuchado mencionar su nombre en dos ocasiones por parte del hombre que hablaba por el micrófono manual, perteneciente al personal de televisión. Estaban transmitiendo en directo y la emisión sería recibida en todos los rincones del mundo. No se había producido un acontecimiento como aquél desde el alunizaje de Armstrong, Aldrin y el otro individuo cuyo nombre había olvidado.

El director de Control empezó a hablar de nuevo. Sus ojos buscaron los de Gray.

—Nos alegramos especialmente de tenerle entre nosotros, Mr Gray. Debido a la significación histórica de la misión, estoy transmitiendo directamente a la Casa Blanca y al palacio de Buckingham, vía satélite.

La copa de Gray quedó colmada.

—Muy amable —fue todo lo que pudo balbucir.

Podía imaginar la mano real posada sobre el televisor y los ojos siguiendo obedientemente lo que aparecía en la pantalla. En tales momentos, a un hombre se le podían perdonar sus sueños. ¿Cuál sería su pensamiento cuando recibiera la llamada de palacio? Se imaginó a sí mismo sentado en el Rolls-Royce mientras bajaba por el Malí, con una gran cantidad de público tratando de avanzar, mientras los centinelas le presentaban armas y él atravesaba las puertas de palacio. «¿Querría usted formar un gobierno?» «Desde luego, Majestad». La primera de numerosas reuniones, culminando quizás en el momento en que su rodilla se hundiera en el cojín de damasco y se le diera un ligero golpe en el hombro. «Levantaos,
sir
Frederick».
Sir
Frederick Gray. Las tres palabras formaban un poema más encantador que cualquier soneto de Shakespeare.

—¡Estamos recibiendo algo!

Un técnico habló excitadamente desde su posición junto a una gran pantalla y Gray se pegó al codo del general. El personal de televisión se acercó más. Un hombre levantó su brazo. Éste era el momento. Gray se inclinó hacia adelante de modo que el mundo entero pudiera ver las lágrimas de orgullo en sus ojos mientras daba la bienvenida a su protegido. Sus ojos se abrieron, llenos de asombro, al ir percibiendo la escena y entonces, lenta, muy lentamente, empezó a retirarse por detrás de la posición del general.

—Los
shoshones
solían hacer el amor después de la batalla para dar gracias por seguir con vida —decía Holly.

Bond le besó el hombro desnudo y observó cómo surgía una ligera prenda interior.

—No me digas que el esfuerzo no vale la pena —murmuró—. ¡Qué lastima que no pudieran hacerlo cuando estaban ingrávidos!

—Espero que encuentren otras compensaciones —Holly besó a Bond en la boca y extendió los brazos alrededor de su cuello—. ¡Oh, James, esto es el cielo!

Bond levantó la cabeza para mirar por una portilla imaginaría.

—¿Ya?

Holly le atrajo hacia sí.

—Eres un tonto, James.

—Tengo que serlo —dijo Bond—. Hacer el amor en gravedad cero y en mi estado físico. Tendría que estar en el hospital.

—Tonterías. Te encuentras en perfectas condiciones. Me encanta que mis hombres estén ligeramente quemados por los bordes.

—¡Mujer cruel! —Bond la besó con fuerza en la boca—. Tendríamos que haber esperado con todo esto hasta encontrarnos en Venecia.

Holly echó la cabeza hacia atrás.

—¿Me vas a llevar de nuevo a Venecia, James?

—Creo que nuestros respectivos jefes se mostrarán dispuestos a concedernos un período de convalecencia.

—¿Y no crees que podríamos pasar la convalecencia aquí arriba?

—La cuestión de la alimentación plantea un problema.

—¿Y quién necesita alimentarse?

Holly tomó las mejillas de Bond entre sus manos y le besó con avidez.

Bond disfrutó del beso y se apartó flotando unos pocos centímetros para disfrutar de la visión de su cuerpo desnudo. Entonces, algo situado en la pared de la cabina atrajo su atención. Algo que se estaba moviendo. Era un pequeño monitor de televisión. En el corazón de las lentes brillaba lúdicamente una pequeña luz roja. Bond parpadeó.

—¿Qué ocurre?

Holly flotó hacia él, como una madre solícita.

—Nada demasiado serio.

Bond la recibió en sus brazos y extendió cautelosamente una mano sobre el hombro de ella para arrancar el cable del monitor. Éste dejó de moverse y la luz se apagó.

—No importa. Creo que debemos empezar a pensar en el regreso. Tengo la impresión de que la gente estará preocupada por nosotros.

Los labios de Holly empezaron a dibujar un modelo de besos por el pecho de Bond, hacia abajo.

—Por favor, James. Llévame a dar una vuelta más alrededor del mundo.

CHRISTOPHER WOOD (1935, Londres). Novelista y guionista inglés conocido por la serie de novelas y películas
Confesiones
, que escribe bajo el seudónimo de Timothy Lea. En 1977 escribe el guión de la película
La espía que me amó
, que posteriormente novelizaría. Dos años después repite la experiencia con
Moonraker
.

En 2006 escribe sus memorias bajo el título
James Bond, The Spy I Loved
.

Fuente:
wikipedia.org

Notas

[1]
Véase
La espía que me amó
, de Christopher Wood.
<<

[2]
En realidad, el sobrenombre de este personaje tan importante en el universo bondiano es «Jaws», cuyo significado sería «Mandíbulas», pero se ha preferido utilizar «Tiburón», la forma usada en el doblaje español.
<<

[3]
Posiblemente, el autor se refiere al denominado «Caso Moro», que conmocionó a Italia en 1978. Aldo Moro, ex-primer ministro italiano y presidente de la Democracia Cristiana, fue secuestrado durante 55 días y posteriormente asesinado por las Brigadas Rojas, grupo terrorista de extrema derecha.(Nota del Editor)
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