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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo ha visto (14 page)

BOOK: Nadie lo ha visto
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—Algo podrás decir —insistió Johan—. ¿Ha sido un asesinato?

La voz de Knutas parecía muy cansada:

—Sí.

—¿Cómo?

—No puedo decir nada acerca de cómo ha sido asesinada.

—¿Qué arma han utilizado?

—Eso tampoco lo puedo decir.

—¿Ha sido identificada?

—Sí.

—¿Cuántos años tenía?

—Nacida en el 67. Treinta y cuatro.

—¿Figuraba en los archivos policiales?

—No.

—¿Es de Visby?

—Sí. Bueno, ya vale; tendrás que esperar a la rueda de prensa.

—Sólo una última pregunta. ¿Había estado de bares por la noche?

—Sí, estuvo en Munkkällaren con unas amigas. Se separaron fuera del bar, y se dirigía a casa sola en bici.

—Entonces, probablemente fue asesinada cuando volvía a casa, ¿no es así?

—Se podría sacar esa conclusión, sí —convino Knutas impaciente—. Ahora ya no tengo tiempo de seguir hablando.

—Muchas gracias. Nos veremos en la rueda de prensa. Hasta luego.

J
ohan y Peter se dirigieron a la calle Peder Hardingsväg para tomar imágenes del lugar del hallazgo e intentar conseguir que alguien aceptara ser entrevistado.

El punto donde habían encontrado el cuerpo estaba acordonado, pero vieron que había un policía un poco alejado controlando que nadie pasara el cordón. Trataron de hablar con él, pero enseguida comprobaron que era inútil. El policía se negó a contestar a sus preguntas. Johan se dio una vuelta por el cementerio tratando de imaginarse lo que había ocurrido mientras Peter filmaba, la mujer había ido en bicicleta desde el bar hacia su casa. ¿Fue allí donde encontró a su asesino? Apenas habían pasado dos semanas desde la muerte de Helena Hillerström. El novio estaba detenido, pero si su confidente había entendido bien las cosas, la policía creía que el autor era el mismo. Se trataba, en tal caso, de un asesino en serie que podría volver a atacar en cualquier momento. Allí, en la pequeña isla de Gotland. Increíble. Su confidente intentaría averiguar más datos. Y aunque la policía creyera que se trataba del mismo asesino, dudaba de que se lo fueran a confirmar. Dos mujeres brutalmente asesinadas en un par de semanas. Justo antes de que empezara la temporada turística. La policía estaría más que interesada en que la información se mantuviera en secreto.

R
emaba con movimientos tranquilos, decididos. Los toletes chirriaban. Tenía que engrasarlos. Hacía mucho tiempo que no salía con la barca. Varios años. Había reparado el agujero del fondo. Ahora la había bajado hasta el agua. Sabía adonde quería llegar. Quería llegar hasta el cabo, luego se daría por satisfecho. Había visto el sitio. La idea se le ocurrió por la noche. Estuvo despierto, pensando. No iba a cometer el mismo fallo que la otra vez. Entonces perdió el control. Embriagado por el triunfo, mezclado con el miedo. Sorprendido por su propia capacidad. Había sido capaz de llevar a cabo su plan. Estaba tan orgulloso como asustado. Sobre todo, orgulloso. Ahora sentía otra tranquilidad. Sabía de lo que era capaz. Esta vez no darían con el arma del crimen
.

Por suerte el mar estaba en calma. Estuvo pensando si no debería llevarse una caña de pescar, sólo como tapadera por si alguien le veía. Pero no, no hacía falta
.
¿Quién iba a preocuparse de lo que hacía en la barca? No tenía por qué dar explicaciones a nadie. A la mierda con toda la gente que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. A la mierda con el resto del mundo. Después de todo, no había nadie que se preocupara. Que comprendiera. Estaba solo. Siempre lo estuvo. Pero ahora era fuerte. Los generosos rayos del sol lo tonificaban. Iba en pantalones cortos. Remaba de tal manera que estaba empezando a sudar. Bajó la vista hacia su propio pecho, henchido. Velludo y musculoso. Sería capaz de salir airoso de aquello, se sentía imbatible. Se rio a carcajadas. Sólo le oyeron las gaviotas
.

E
n la sala de reuniones de la policía judicial, reinaba un ambiente tenso. Eran las doce y la dirección del grupo de investigación se había reunido para repasar lo último sobre el nuevo asesinato antes de la conferencia de prensa. La jefa provincial de la policía se hallaba presente. Sentada al lado de Knutas, se mostraba preocupada. Sohlman, Wittberg, Jacobsson y Norrby estaban sentados a un lado de la mesa y al otro lado, el fiscal Smittenberg, el comisario Martin Kihlgård y Björn Hansson, de la Policía Nacional.

—Estamos ante una situación nueva y extremadamente grave —comenzó Knutas—. Parece que nos encontramos ante un único asesino. Con lo cual, el novio de Helena Hillerström, Per Bergdal, ya no puede ser considerado como sospechoso de su asesinato. Birger ha decidido que lo pongan en libertad inmediatamente.

El fiscal asintió con la cabeza. Knutas continuó:

—Pues bien, hay muchos indicios que apuntan a que es el mismo individuo quien está detrás de los dos asesinatos. Hay semejanzas que apuntan en esa dirección. Las mujeres han sido agredidas fuera de casa y las dos han aparecido con las bragas metidas en la boca. Sin embargo, el asesino ha usado armas distintas. Como todos vosotros seguro que ya sabéis, esto es rarísimo tratándose de un asesino en serie y lo único que habla en contra de que sea el mismo individuo. La primera víctima, Helena Hillerström, fue asesinada con un hacha. Murió del primer golpe que recibió en la cabeza. Después, el asesino asestó diez hachazos más contra diferentes partes del cuerpo, en lo que parece que fue un acceso de furia. Según el estudio preliminar del forense, la segunda víctima, Frida Lindh, murió de un navajazo que le seccionó la carótida. Después, el asesino se ensañó con la navaja en diferentes partes del cuerpo. Al menos diez, también en este caso. No dirigió ningún golpe contra los órganos sexuales. El arma empleada es algún tipo de elemento punzante, probablemente un cuchillo. No ha aparecido. Helena Hillerström, como sabéis, no fue sometida a ningún tipo de abuso sexual y nada apunta a ello tampoco en este caso, aunque no lo sabremos con seguridad hasta que no tengamos el informe preliminar de la autopsia de Frida Lindh. Tardará unos días. Así pues, las dos víctimas han aparecido con las bragas metidas en la boca. En las de Helena Hillerström no había restos de esperma. Las de Frida Lindh están camino del SKL para que las analicen. Vamos a ver unas imágenes.

Apagaron la luz y Knutas proyectó una tras otra las imágenes en una pantalla. Reinaba en la sala un silencio total.

—Primero tenemos las imágenes de Helena Hillerström, asesinada el 5 de junio. Como veis, su cuerpo fue sometido a una violencia brutal. Ninguna parte del cuerpo fue objeto de más violencia que las demás, no hay violencia dirigida contra los órganos sexuales.

Se proyectaron unos primeros planos de Helena Hillerström.

—¡Joder! —susurró Norrby.

—Después tenemos a la otra víctima —continuó Knutas—, Frida Lindh, asesinada anteanoche. Diez días después del primer crimen. El cuerpo apareció en el cementerio. También estaba desnuda. En este caso, la víctima perdió mucha sangre, como veis. También recibió varios golpes. Tampoco hay en este caso signos externos de violencia sexual.

—¿Qué pueden significar las bragas en la boca? —preguntó Wittberg, como para sí mismo—. ¿Por qué hace eso?

—Sí, es muy raro —convino Kihlgård—. ¿Conocía el asesino a las mujeres? ¿Ha tenido una relación sexual con ellas? ¿Lo dejaron y ahora quiere vengarse? ¿O se trata de un asesino que odia a las mujeres en general?

Kihlgård se calló y se metió un trozo de galleta de chocolate en la boca. Unas pocas migas le cayeron en las rodillas.

Knutas sintió repugnancia y se preguntó para sus adentros cómo era capaz aquel tío de comer en un momento así.

Apagó el proyector.

—Tenemos que encontrar la relación entre las víctimas. Si es que hay alguna —precisó, y siguió hablando a oscuras—. Lo que sabemos hasta ahora que tienen en común ambas mujeres es lo siguiente: las dos tenían estrechas relaciones tanto en Estocolmo como en Gotland. Helena Hillerström nació y creció aquí, y la familia conservaba la casa de veraneo a la que ella venía al menos un par de veces al año. Además, tenía familiares y muchos amigos en la isla. Frida Lindh era de Estocolmo, pero estaba casada con un chico de Gotland. Hace algo más de un año que se mudó aquí con su familia y se fueron a vivir a Södervärn. Según su marido, querían intentar vivir en Gotland, puesto que él es de aquí y tiene muchos familiares. Aún no sabemos si las víctimas se conocían entre sí. Las dos mujeres tenían alrededor de los treinta y cinco, sólo había un año de diferencia entre ellas, y eran atractivas. Es cuanto sabemos en estos momentos. Quiero que formemos un grupo de trabajo que se encargue de investigar la vida de las dos mujeres y de las personas que tenían a su alrededor. Otro grupo se encargará de consultar el archivo de asesinos y violadores de Suecia, en primer lugar los de Estocolmo, para ver si hay alguno que tenga relación con Gotland. Todo el país tiene la mirada puesta en nosotros. Por no hablar de los medios de comunicación. Desde ahora tenemos que aunar todas nuestras fuerzas para detener al criminal antes de que cometa un nuevo asesinato. He pedido a Estocolmo más refuerzos de la Policía Nacional. Vamos a organizamos para realizar una búsqueda interna y otra externa. Kihlgård y Hansson nos ayudarán, sobre todo, con los interrogatorios y en el rastreo de violadores que aparezcan en el registro de delincuentes. Tenemos que explorar todas las vías que nos puedan llevar a la detención de ese tipo. Algunos policías de aquí tendrán que desplazarse otra vez a Estocolmo. Hay las mismas posibilidades de que el asesino se encuentre allí como aquí.

—La verdad es que parece muy probable que el asesino viva en Estocolmo —intervino Wittberg—. Helena Hillerström sólo venía a Gotland un par de veces al año, y en esta ocasión sólo tuvo tiempo de estar aquí dos días antes de que actuara. Y Frida Lindh vivía en Estocolmo hasta hace un año. Cabe la posibilidad de que entraran en contacto con él allí, puede que hayan tenido una relación con él. A lo mejor aún continuaba. ¿Sabemos si Frida Lindh solía viajar a Estocolmo? ¿Cuántas veces ha estado allí desde que se trasladó a vivir aquí? Tal vez viajara para reunirse con sus familiares y mantener una relación al mismo tiempo.

—En ese caso, sería muy astuto por su parte asesinar a las mujeres aquí. Entonces la atención se fija en Gotland y él puede viajar tan tranquilo de vuelta a Estocolmo —dijo Norrby.

—¿Estamos seguros de que no conocía de antes al hombre del bar ni Munkkällaren? Tal vez sólo simuló que no lo conocía delante de sus amigas. ¿Y si ya tuviesen una relación? —soltó Sohlman.

—También puede que fuera un cliente —opinó Karin—. Frida trabajaba en un salón de peluquería en Östercentrum, que está en la galería, al lado del supermercado Obs. Puede que lo conociera allí, es un trabajo bastante expuesto al público. Cualquier loco puede haberla espiado durante días, sin que ella lo supiese.

—Es una posibilidad, claro está—admitió Knutas—. Aún no hemos tenido tiempo de hablar con sus compañeras de trabajo. ¿Puedes hacerte cargo tú de lo de la peluquería?

Karin asintió al tiempo que lo anotaba en su libreta.

—A mí me parece que puede tratarse perfectamente de un loco que elige a sus víctimas al azar—comentó Kihlgård—. Quizá Helena Hillerström sólo tuvo la mala suerte de encontrarse en Gotland justo cuando empezó a actuar. La vio en algún sitio, la siguió y esperó la ocasión, así de simple.

—Eso sería terrible —manifestó Karin—. Entonces puede atacar a cualquier mujer, en cualquier momento.

Una sensación de malestar se extendió por la sala. Todos empezaron a pensar en su esposa, su novia, sus hermanas y amigas. Nadie estaba seguro.

—Podríamos seguir especulando hasta el infinito, pero ahora se trata de investigar los hechos —cortó Knutas, para añadir, tras mirar el reloj—: Bueno, lo dejamos aquí de momento. Como sabéis, hay una rueda de prensa a las tres. Nos volvemos a reunir después, para hablar de cómo nos vamos a repartir el trabajo. ¿Os parece bien a las cinco?

K
arin Jacobsson y Anders Knutas se fueron a una pizzería que estaba a unas manzanas de la comisaría. Comieron deprisa y en silencio. Después de haber trabajado juntos durante quince años, se entendían perfectamente. A veces bromeaban acerca de ellos mismos, tachándose de vieja pareja de luchadores, aunque la diferencia de edad era notable. Karin Jacobsson iba a cumplir ese año los treinta y siete y Anders Knutas tenía cuarenta y nueve. A él le parecía encantadora. Siempre se lo había parecido. El hueco que tenía entre los incisivos no le impedía tener siempre dispuesta una amplia sonrisa. Muchas veces, trabajando con ella, él había pensado que con aquella sonrisa podía llegar lejos. Trabajar con sus colegas masculinos no había sido siempre fácil, y menos cuando Karin se incorporó al grupo. El hecho de que fuera bajita (medía sólo 155 centímetros) no contribuyó a facilitar las cosas, pues hizo que sus colegas adoptaran aún más la actitud de hermanos mayores. Pero demostró ser lista y tener iniciativa y se ganó pronto su respeto.

Karin se tragó el último bocado de pizza.

—¿En qué estas pensando? —preguntó al comisario.

—En el hombre del bar. Frida Lindh estuvo hablando con él más de una hora. La cuestión estriba en saber quién es. Debería ponerse en contacto con nosotros cuando se entere de lo del asesinato.

—¿Salieron juntos?

—No. Parece que él abandonó el local una media hora antes de que ellas salieran. Según sus amigas, Frida estaba sola cuando se subió a la bicicleta en dirección a su casa.

—¿Qué piensas de que tanto Helena como Frida puedan haber mantenido una relación con el mismo hombre? ¿Quizá el que Frida encontró en Munken?

—Claro que puede haber sido así. Aunque parece que no han sido violadas, la motivación podría muy bien ser de tipo sexual. Eso parecen indicar las bragas en la boca. Lo raro es que haya utilizado armas distintas. Primero un hacha, después un cuchillo. Me pregunto por qué.

—Sí, es incomprensible —asintió Karin—. Puede que sólo lo haga para confundirnos.

Knutas volvió a apoyar la espalda en el respaldo de la silla.

—Me pregunto si no deberíamos concentrarnos en Estocolmo. Es muy probable que conocieran al asesino allí. Elige asesinarlas en Gotland para despistar. Quiere que busquemos aquí.

—De todos modos, tenemos que controlar a los clientes de Frida —sostuvo Karin—. Puede ser uno de ellos. No llevaba mucho tiempo trabajando. Creo que unos cinco o seis meses. Sólo había vivido aquí un año y todos sus conocidos eran nuevos. Cierto que el asesino puede ser de Estocolmo, pero de todas formas tiene que haber estado cierto tiempo en Gotland para espiarlas. Enterarse de dónde vivían, de lo que solían hacer y por dónde se movían. A mí me parece que lo tenía todo bien planeado.

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