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Authors: Karin Fossum

Tags: #Intriga

No mires atrás (8 page)

BOOK: No mires atrás
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—Fuiste bueno con Ragnhild ayer y la acompañaste a casa —dijo Sejer prudentemente—. Así no tuvo que ir sola. Muy bien hecho por tu parte.

—No es muy mayor, ¿sabes? —dijo Raymond dándoselas de adulto.

—No lo es, por eso estuvo bien que la acompañaras. Y también la ayudaste con el cochecito. Pero cuando llegó a casa contó algo, y queremos preguntarte sobre eso, Raymond. Quiero decir, sobre lo que visteis en la orilla de la laguna de la Serpiente.

Raymond lo miró preocupado, levantando el labio inferior.

—Visteis a una chica, ¿verdad?

—Yo no lo hice —dijo de repente.

—No creemos que tú lo hicieras. No hemos venido aquí por eso. A ver, te preguntaré otra cosa. Veo que llevas reloj.

—Sí, tengo un reloj —contestó, enseñándoles el reloj de pulsera—. Es el viejo de papá.

—¿Lo miras con frecuencia?

—No, casi nunca.

—¿Por qué no?

—Cuando estoy en el trabajo, el jefe se ocupa del tiempo. Y aquí en casa lo hace papá.

—¿Por qué no estás hoy en el trabajo?

—Libro una semana y trabajo otra.

—¿Puedes decirme exactamente qué hora es ahora?

Raymond miró el reloj.

—Son las… un poco más de las once y diez.

—Correcto. Pero ¿no lo miras a menudo?

—Solo cuando tengo que hacerlo.

Sejer hizo un gesto afirmativo y lanzó una mirada a Skarre, que tomaba nota al igual que un alumno aplicado.

—¿Lo miraste cuando acompañaste a Ragnhild a casa? O, por ejemplo, ¿cuando estuvisteis junto a la laguna de la Serpiente?

—No.

—¿Tienes idea de qué hora sería?

—Creo que estás haciendo preguntas muy difíciles —dijo Raymond, cansado ya de tanto pensar.

—No es fácil acordarse de todo, tienes razón —objetó Sejer—. Enseguida acabo con las preguntas. ¿Viste alguna otra cosa allí arriba aparte de la chica?

—No. ¿Está enferma? —preguntó en tono suspicaz.

—Está muerta, Raymond.

—¡Qué pronto!

—Sí, a nosotros también nos lo parece. ¿Viste algún coche o algún vehículo pasar por aquí a lo largo del día? Subiendo o bajando. ¿O a gente andando? Mientras estaba Ragnhild aquí, por ejemplo.

—Por aquí vienen muchos de excursión. Pero ayer no. Solo los que viven aquí. El camino acaba en la colina.

—¿No viste a nadie?

Reflexionó durante mucho tiempo.

—Sí, sí. A uno. Justo cuando nos marchamos. Pasó por aquí pitando. Como un coche de carreras.

—¿Justo cuando os marchasteis?

—Sí.

—¿Subiendo o bajando?

—Bajando.

Pasó pitando, pensó Sejer. ¿Qué puede significar eso para alguien que siempre circula en segunda?

—¿Conocías el coche? ¿Era de alguien de por aquí?

—No van tan deprisa.

Sejer hizo un cálculo mental.

—Ragnhild llegó a casa un poco antes de las dos; entonces puede haber sido un poco antes de la una y media. ¿Tanto tiempo tardasteis en ir de aquí a la laguna?

—No.

—¿Iba muy deprisa, dices?

—Levantando polvo. Bueno, es que todo está muy seco, claro.

—¿Qué coche era?

En ese momento contuvo la respiración. Un dato sobre el coche habría sido un buen punto de partida. Un coche cerca del lugar del crimen, a gran velocidad, a una hora significativa.

—Un coche completamente normal —dijo Raymond contento.

—¿Un coche normal? —preguntó Sejer pacientemente—. ¿Qué quieres decir con eso?

—No un camión ni una furgoneta ni nada así. Un coche normal.

—¿Qué coche tiene tu padre?

—Un Hiace —contestó orgulloso.

—¿Ves el coche de policía allí fuera? ¿Puedes ver qué coche es?

—¿Ese? Lo acabas de decir. Es un coche de policía.

Daba vueltas en el sillón y de repente se puso triste.

—Y el color, Raymond. ¿Viste el color?

Se esforzó de nuevo, pero movió resignadamente la cabeza.

—Había mucho polvo. Imposible ver el color —murmuró.

—Pero tal vez puedas decirnos si era oscuro o claro.

Sejer seguía insistiendo y Skarre no paraba de escribir. El tono cálido que utilizaba su jefe le sorprendía; normalmente era más escueto.

—Quizá algo entre medias. Marrón, gris o verde. Un color sucio. Había mucho polvo. Podéis preguntárselo a Ragnhild, ella también lo vio.

—Ya se lo hemos preguntado. Ella también dice que el coche tal vez fuera gris o verde. Pero ha sido incapaz de decir si era un coche nuevo y bonito, o feo y viejo.

—Viejo y feo no —dijo Raymond con decisión—. Mejor algo entre medias.

—Exactamente, entiendo.

—Llevaba algo en el techo —dijo de repente.

—¿Ah, sí? ¿Qué era?

—Una caja larga. Plana y negra.

—Tal vez un cofre portaesquís —sugirió Skarre.

Raymond vaciló.

—Sí, a lo mejor un cofre portaesquís.

Skarre sonrió mientras anotaba, encantado con los esfuerzos de Raymond.

—Muy bien observado, Raymond. ¿Has tomado nota, Skarre? ¿De modo que tu padre está en la cama?

—Estará esperando ya su comida.

—No queríamos molestarte. ¿Podemos entrar y saludarle?

—Vale, yo os enseñaré dónde está.

Raymond atravesó la sala seguido por los dos hombres. Se detuvo al otro extremo del pasillo y abrió con suavidad la puerta, casi religiosamente. En la cama yacía un anciano roncando. Sus dientes estaban dentro de un vaso sobre la mesita de noche.

—No lo despiertes —susurró Sejer, y se retiró.

Dieron las gracias a Raymond y salieron de la casa. El chico los siguió.

—Tal vez volvamos. Tienes unos conejos estupendos —dijo Skarre.

—Eso me dijo también Ragnhild. Puedes coger uno si quieres.

—Tal vez en otra ocasión.

Le dijeron adiós con la mano y bajaron dando tumbos por el camino lleno de baches. Sejer dio golpecitos en el volante, irritado.

—Lo del coche es importante. Lo único que tenemos es «algo entre medias». ¡Pero un cofre portaesquís ya es algo! Ragnhild no mencionó nada de eso.

—Todo el mundo lleva un cofre portaesquís en el techo.

—Yo no. Para allí abajo, junto a esa granja.

Pararon delante de la casa y aparcaron junto a un Mazda rojo. Una mujer con una visera en la cabeza, bombachos y botas de agua los vio desde el granero y cruzó el patio.

Sejer señaló el coche rojo con la cabeza.

—Somos de la policía —dijo educadamente—. ¿Tienen ustedes otros coches aquí en la granja, además de este?

—Tenemos otros dos —dijo la mujer, extrañada—. Mi marido tiene un Mercedes familiar de color blanco y mi hijo un Golf rojo.

—¿Y en esa granja de allí abajo? ¿Qué vehículos tienen?

—Un Blazer —contestó la mujer cautelosamente—. Un Blazer azul oscuro. ¿Ha pasado algo?

—Pues, sí, ha pasado algo. Volveremos sobre ello. ¿Estaba usted en casa ayer a mediodía? ¿Sobre la una o las dos?

—Estuve labrando el campo.

—¿No vio una coche bajar a gran velocidad? ¿Un coche verde o gris con un cofre portaesquís en el techo?

La mujer se encogió de hombros.

—No, que yo recuerde. Pero no oigo gran cosa cuando estoy en el tractor.

—¿Vio usted a alguien por aquí sobre esa hora?

—Gente de paseo o de excursión. Una pandilla de chicos con un perro —recordó—. Y nadie más —añadió.

Thorbjørn y su pandilla, pensó Sejer.

—Gracias por su ayuda. ¿Sus vecinos están en casa?

Sejer señaló la granja de más abajo mientras miraba el rostro de la mujer. Era obvio que pasaba mucho tiempo trabajando al aire libre. Tenía un rostro hermoso que rebosaba frescura.

—El dueño está de viaje. Solo queda un hombre que se ocupa de las vacas, y se marchó esta mañana. No sé si ha vuelto.

La mujer hizo visera con una mano y miró hacia abajo.

—Desde luego, el coche no está.

—¿Le conoce usted?

—No. No es muy hablador.

Sejer le dio las gracias y volvió a meterse en el coche.

—El coche tuvo que subir primero —dijo Skarre.

—Entonces aún no era un asesino. Tal vez pasó tranquilamente, por eso nadie se fijó en él.

Bajaron en segunda hasta la carretera principal. Al poco tiempo vieron una pequeña tienda de ultramarinos a mano izquierda. Aparcaron y entraron. Una campanilla sonó débilmente sobre sus cabezas. Un hombre vestido con una bata de nailon de un color verdoso salió de la trastienda. Durante un par de segundos se los quedó mirando aterrorizado.

—¿Se trata de Annie?

Sejer asintió con la cabeza.

—Anette está muy triste —dijo asustado—. Llamó esta mañana a casa de Annie. Solo oyó un grito en el auricular.

Una joven apareció en el marco de la puerta. El padre le rodeó los hombros con un brazo.

—Hoy le hemos permitido quedarse en casa.

—¿Viven ustedes aquí al lado? —preguntó Sejer mientras se acercaba para tenderle la mano.

—Quinientos metros más abajo, en la playa. Todavía nos cuesta creerlo.

—¿Vio usted ayer algo digno de mención?

Después de pensarlo, el hombre dijo:

—Pasó por aquí una pandilla de chicos que compraron cada uno una lata de Coca-Cola. Por lo demás, solo Raymond. Vino hacia mediodía para comprar leche y pan. Raymond Låke. Vive con su padre junto a la colina. No vendemos demasiado. Pronto dejaremos la tienda.

Acariciaba una y otra vez la espalda de su hija mientras hablaba.

—¿Cuánto tiempo estuvo Låke comprando?

—No sé. Diez minutos tal vez. Por cierto, también paró una moto. Sería entre las doce y media y la una. Estuvo ahí fuera un rato y luego se marchó. Una moto grande con enormes bolsas colgando. Un turista, quizá. Nadie más.

—¿Una moto? ¿Puede usted describirla?

—Bueno, no sé qué decirle. Oscura, creo. Resplandeciente. El conductor estaba sentado sobre la moto de espaldas, y llevaba casco. Estaba leyendo algo que tenía delante de él en la moto.

—¿Vio la matrícula?

—No, lo siento.

—¿No recuerda usted haber visto un coche gris o verde con cofre portaesquís sobre el techo?

—No.

—¿Y tú, Anette? —dijo Sejer dirigiéndose a la hija—. ¿Te acuerdas de algo que tal vez pueda ser importante?

—Debería haber llamado —murmuró la joven.

—No debes culparte; de todos modos no habrías podido hacer nada. Alguien debió de cogerla por el camino.

—A Annie no le gustaba que nadie se metiera en sus asuntos. Yo tenía miedo de que se enfadara si le dábamos la lata.

—¿Conocías bien a Annie?

—Bastante.

—¿Y no se te ocurre nada que pudiera surgirle en el camino? ¿Dijo algo de nuevas amistades?

—No, no. Tenía a Halvor.

—Claro. Llámame, por favor, si recuerdas algo. Volveremos, si no les importa.

Dieron las gracias y salieron. El tendero Horgen se metió de nuevo en la trastienda. Sejer divisó su figura encorvada en la ventana junto a la puerta.

—Sentado en la trastienda, puede ver todo lo que pasa en la carretera.

—Una moto que se para y vuelve a marcharse. Entre las doce y media y la una. Tenemos que tomar buena nota de eso.

Cerró la puerta del coche.

—Thorbjørn dijo que pasaron por la laguna de la Serpiente sobre la una menos cuarto buscando a Ragnhild. Entonces la chica no estaba allí. Raymond y Ragnhild pasaron presuntamente por el lugar a la una y media y entonces sí estaba. Eso nos deja un margen de tres cuartos de hora, algo bastante extraño. Un coche pasó a gran velocidad justo antes de que Ragnhild y Raymond se marcharan. Un coche normal, algo entre medias. Un color sucio, ni claro, ni oscuro, ni viejo, ni nuevo.

Dio un golpecito en el salpicadero del coche.

—No todo el mundo es especialista en coches —señaló Skarre sonriendo.

—Hagamos un comunicado para que el conductor se presente. Sea quien sea el que pasó por casa de Raymond sobre la una y media de ayer, a gran velocidad, probablemente con un cofre portaesquís en el techo. También haremos un comunicado sobre la moto. Si no se presenta nadie, tendré que presionar a esos niños para que nos describan el coche.

—¿Cómo lo harás?

—Aún no lo sé. Tal vez puedan hacer un dibujo. Los niños siempre dibujan.

Raymond llevó la comida a su padre. Andaba de puntillas, pero las tablas de la tarima crujían y el plato tintineó al dejarlo sobre el mármol de la mesilla. El padre abrió un ojo.

—¿Qué querían? —preguntó.

Sejer y Skarre estaban comiendo en la cantina de los Juzgados.

—La tortilla está seca —se lamentó Skarre—. Ha estado demasiado tiempo en la sartén.

—¿Ah, sí?

—Lo que ocurre, ¿sabes?, es que los huevos siguen cuajándose durante bastante tiempo después de estar en el plato. Hay que sacarlos de la sartén mientras aún están líquidos.

Sejer no tuvo nada que objetar; no tenía ni idea de cocinar.

—Además, tienen leche. La leche estropea el color.

—¿Has estudiado para cocinero?

—Solo hice un cursillo.

—Vaya, vaya, de las cosas que uno se entera…

Sejer limpió el plato con el trozo de pan y atrapó las últimas migas. Luego se limpió meticulosamente la boca con la servilleta.

—Empezaremos por Krystallen, cada uno por un lado. Tocamos a diez casas. Esperaremos hasta después de las cinco, cuando la gente haya vuelto del trabajo.

—¿Qué tengo que buscar? —preguntó Skarre mirando el reloj. Después de las dos estaba permitido fumar.

—Irregularidades. Cualquier cosa. Pregunta también por cómo era Annie antes, si creen que cambió. Usa todo tu encanto y haz que se sinceren. Es decir, encuentra algo.

—Deberíamos hablar a solas con Eddie Holland.

—Lo mismo he pensado yo. Lo llamaré para que venga cuando haya pasado algún tiempo. Pero recuerda que la madre sigue en estado de shock
.
Ya se irá tranquilizando.

—Los dos han hecho observaciones muy distintas sobre Annie, ¿no te parece?

—Supongo que siempre es así. Tú no tienes hijos, ¿verdad, Skarre?

—No.

Este encendió el cigarrillo y sopló el humo hacia la derecha de su jefe.

—La hermana habrá vuelto ya de Trondheim. También tenemos que hablar con ella.

Después de comer pasaron un momento por la sección técnica, pero no habían averiguado nada nuevo sobre el anorak azul que cubría el cadáver.

—Importado de China. Se vende en todas las cadenas de precios bajos. El importador cree que han traído unos dos mil. Una bolsita de caramelos en el bolsillo derecho, una placa fosforescente y unos pelos rubios, posiblemente de perro. Y no me preguntes por la raza. Por lo demás, nada.

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