Authors: Dan Simmons
Sí
, envía Orphu.
Y los Integrantes Primeros ahora creen que quien hizo este truquito está en la Tierra o cerca de la órbita de la Tierra. ¿Todavía quieres participar en este viaje?
Yo... yo... sí... yo...
, empieza a decir Mahnmut, y guarda silencio. ¿Se habría ofrecido voluntario para este viaje si hubiese sabido todo esto? Después de todo, ya sabía lo peligroso que era, lo sabe desde que se ofreció voluntario para ir a Marte después de la reunión en Europa. Sean lo que sean esos seres (esos humanos postevolucionados o criaturas de algún otro universo o dimensión) ya han demostrado que son capaces de controlar y jugar con el mismísimo tejido cuántico del universo. ¿Qué son un par de planetas y rotaciones cambiados y de campos gravitacionales alterados en comparación con eso? ¿Y qué demonios está haciendo él en la
Reina Mab,
corriendo hacia la Tierra y los dioses-monstruos que en ella aguardan a una velocidad de 180 kilómetros por segundo y acelerando? El control que el desconocido enemigo tiene de los mecanismos cuánticos del universo (de todos los universos) hace que las débiles armas de esta nave y los mil soldados rocavec que duermen a bordo parezcan una broma.
Esto lo deja a uno helado
, le envía finalmente a Orphu.
Amén
, envía su amigo.
En ese momento las sirenas de alarma empiezan a sonar por toda la nave, mientras las luces y los cláxones se imponen a los tensorrayos y destellan y resuenan por todos los demás canales virtuales y de comunicación.
—¡Intruso! ¡Intruso!
¿Es una broma?
, envía Mahnmut.
No
, responde Orphu.
Tu amigo Thomas Hockenberry acaba de... aparecer aquí, en la cubierta de la sala de máquinas. Debe de haberse teletransportado cuánticamente.
¿Se encuentra bien?
No. Sangra profusamente... ya hay sangre por toda la cubierta. Me parece que está muerto, Mahnmut. Lo sostengo en mis manipuladores y me dirijo al hospital humano a toda la velocidad que me permiten mis impulsores.
La nave es enorme y él nunca se ha movido sometido a tanta gravedad. Mahnmut tarda varios minutos en salir del sumergible y de la bodega, y en subir a las cubiertas en las que piensa como «niveles humanos». Además de habitáculos para dormir y cocinar y cuartos de baño y camas de aceleración para acomodar a quinientos seres humanos, y aparte de una atmósfera de oxígeno-nitrógeno fija a la presión del nivel del mar para que les resulte agradable a los humanos, la Cubierta 17 tiene una enfermería en funcionamiento equipada con el material quirúrgico y de diagnóstico más completo de principios del siglo XXII: antiguo, pero basado en los esquemas más actualizados de que disponen los moravecs de las Cinco Lunas.
Odiseo (su reacio y furioso pasajero humano) ha sido el único ocupante de la Cubierta 17 desde el día que salieron de Fobos, pero cuando Mahnmut llega, ve que se han reunido un puñado de moravecs. Orphu llena el pasillo, al igual que el Integrante Primero Suma IV de Ganímedes, el calistano Cho Li, el general rocavec Beh bin Adee y dos de los técnicos pilotos del puente. La puerta del quirófano de laboratorio médico está cerrada, pero a través del cristal claro Mahnmut ve al Integrante Primero Asteague/Che que mira al arácnido amalteano Integrante Primero Retrógrado Sinopessen trabajar frenéticamente en el cuerpo ensangrentado de Hockenberry. Dos vecs técnicos más pequeños siguen las órdenes de Sinopessen, empuñando escalpelos láser y sierras, conectando tubos, pasándose gasas y manejando equipo de imágenes virtuales. Hay sangre en el pequeño cuerpo metálico y los elegantes manipuladores plateados del Retrógrado Sinopessen.
«Sangre humana —piensa Mahnmut—. Sangre de Hockenberry.» Hay más por el suelo del ancho pasillo de acceso, en las paredes y en el caparazón ajado y los anchos manipuladores de su amigo Orphu de Io.
—¿Cómo está? —le pregunta Mahnmut a Orphu, vocalizando las palabras. Se considera poco educado tensorrayar en compañía de otros vecs.
—Ha muerto mientras lo traía —responde Orphu—. Intentan reanimarlo.
—¿Es estudiante de anatomía humana y medicina el Integrante Sinopessen?
—Siempre le ha interesado la medicina humana de la Edad Perdida —dice Orphu—. Es su afición. Más o menos como la tuya son los sonetos de Shakespeare y la mía Proust.
Mahnmut asiente. La mayoría de los moravecs que ha conocido en Europa sienten cierto interés por la humanidad y sus antiguas artes y ciencias. Esos intereses fueron programados en los primeros robots autónomos y ciborgs diseminados por el Cinturón de Asteroides y el Sistema Exterior, y sus descendientes moravecs evolucionados los conservan. Pero ¿sabe Sinopessen lo suficiente de medicina humana para recuperar a Hockenberry de entre los muertos?
Mahnmut ve a Odiseo salir del cubículo donde ha estado durmiendo. El fornido hombretón se detiene al ver a la multitud en el pasillo y se lleva la mano automáticamente a la empuñadura de la espada... o más bien al lazo vacío de su cinturón, pues los moravecs le han quitado la espada mientras estaba inconsciente en el moscardón que lo traía a la nave. Mahnmut intenta imaginar lo extraño que debe parecerle todo al hijo de Laertes: la nave metal que le han descrito, navegar por los océanos del espacio que no puede ver y, para colmo, el puñado abigarrado de moravecs en el pasillo. No hay dos vecs con el mismo tamaño ni el mismo aspecto; los hay de dos toneladas como Orphu, negros y pulidos como Suma IV o quitinosos guerreros rocavec como el general Beh bin Adee.
Odiseo los ignora a todos y se encamina directamente a la ventana del laboratorio médico para asomarse al quirófano, inexpresivo. Una vez más, Mahnmut se pregunta en qué estará pensando el barbudo guerrero al ver una araña plateada de largas patas y dos tecnovecs de negro caparazón atender a Hockenberry, un hombre a quien Odiseo ha visto y con el que ha hablado muchas veces en los nueve últimos meses. Odiseo y el grupo de moravecs que aguardan en el pasillo miran la sangre de Hockenberry y el pecho abierto y las costillas a la vista como las de una pieza de carnicería. «¿Pensará Odiseo que el Retrógrado Sinopessen se lo está comiendo?», se pregunta Mahnmut.
Sin apartar los ojos de la operación, Odiseo le dice a Mahnmut en griego antiguo:
—¿Por qué han matado tus amigos a Hockenberry, hijo de Duane?
—No lo han hecho. Hockenberry apareció de repente aquí en nuestra nave... ¿recuerdas que puede usar las habilidades de los dioses para viajar instantáneamente de un lugar a otro?
—Lo recuerdo —dice Odiseo—. Lo he visto transportar a Aquiles a Ilión, desaparecer y volver a aparecer de nuevo como hacen los propios dioses. Pero nunca se me había ocurrido que Hockenberry fuera un dios o hijo de un dios.
—No, no lo es, y nunca ha dicho que lo fuera —comenta Mahnmut—. Parece que alguien lo ha apuñalado, pero ha logrado TCear... viajar como viajan los dioses y venir aquí en busca de ayuda. El moravec plateado que ves ahí dentro y sus dos ayudantes están intentando salvar la vida de Hockenberry.
Odiseo vuelve sus ojos grises hacia Mahnmut.
—¿Salvarle la vida, pequeño hombre-máquina? Puedo ver que está muerto. La araña le está sacando el corazón.
Mahnmut se vuelve a mirar. El hijo de Laertes tiene razón.
Como no quiere distraer a Sinopessen, Mahnmut contacta con Asteague/Che por el canal común. ¿
Está muerto? ¿Irremediablemente muerto?
El Integrante Primero, que está de pie cerca de la mesa del quirófano, contemplando la operación, no alza la cabeza mientras responde por la banda común.
No. Las funciones vitales de Hockenberry han estado detenidas sólo poco más de un minuto antes de que Sinopessen congelara toda actividad cerebral: cree que no ha habido ningún daño irreversible. El Integrante Sinopessen me dice que el procedimiento normal sería inyectar varios millones de nanocitos para reparar la aorta y el tejido muscular dañados e insertar más máquinas moleculares especializadas para recargar su suministro sanguíneo y reforzar su sistema inmunológico. El Integrante ha descubierto que esto no es posible en el caso del escólico Hockenberry.
¿Por qué no?
, pregunta el Integrante calistano, Cho Li.
Las células del escólico Hockenberry están firmadas.
¿Firmadas?,
dice Mahnmut. Nunca le han interesado demasiado la biología ni la genética, ya sean humanas o moravec, aunque ha estudiado mucho la biología de kraken, kelp y otras criaturas del océano europano, que ha recorrido con su sumergible durante el último siglo estándar y más.
Firmadas: con copyright y protegidas contra copia
, envía Asteague/Che por la banda común. Todo el mundo en la nave, excepto Odiseo y el inconsciente Hockenberry, está escuchando.
Este escólico no nació, sino que fue... construido. Retrofabricado a partir de algún principio de ADN y ARN. Su cuerpo no aceptará ningún trasplante de órganos, pero, lo que es más importante aún: no aceptará ningún nanocito nuevo, puesto que ya está lleno de nanotecnología muy avanzada
.
¿De qué tipo?
, pregunta el ganimediano recubierto de buckycarbono Suma IV.
¿Para qué? Todavía no lo sabemos.
Esta respuesta la da el propio Sinopessen mientras sus dedos empuñan el escalpelo láser, la aguja de sutura, sostiene las microtijeras y, en una de sus otras manos, el corazón de Hockenberry.
Estos nanomemes y microcitos son mucho más sofisticados y complejos que cualquier cosa de este quirófano o que hayamos diseñado para uso moravec. Las células y la maquinaria subcelular ignoran nuestra nanointerrogación y destruyen cualquier intrusión.
Pero ¿puedes salvarle a pesar de todo?
, pregunta Cho Li.
Eso creo
, responde el Retrógrado Sinopessen.
Terminaré de rellenar el suministro sanguíneo del escólico Hockenberry, completaré la reparación celular y coseré, permitiré que la actividad neural se reemprenda, iniciaré el estímulo del campo de Grsvki para acelerar la recuperación y debería ponerse bien.
Mahnmut se vuelve para compartir este diagnóstico con Odiseo, pero el aqueo se ha dado la vuelta y se ha marchado.
El segundo día tras la partida de Marte y Fobos.
Odiseo camina por los pasillos, sube las escaleras y evita las mecánicas, registra las habitaciones e ignora los artificios hefaísticos llamados moravecs mientras busca un modo de salir de este anexo metálico del Hades.
—Oh, Zeus —susurra en una larga cámara vacía, cuyo silencio sólo interrumpen las cajas que zumban, los ventiladores que susurran y las tuberías que borbotean—. Padre que gobiernas sobre dioses y hombres por igual, Padre a quien desobedecí y burdamente me enfrenté, el que ha tronado desde el cielo estrellado durante toda mi vida, el que una vez envió a su amada hija Atenea a favorecerme con su protección y amor, Padre, te pido ahora una señal. Sácame de este Hades metálico de sombras y oscuridades y gestos impotentes al que he venido antes de mi momento. Sólo te pido mi oportunidad para morir en la batalla, oh Zeus, oh Padre que gobiernas sobre la firme tierra y el ancho mar. Concédeme este último deseo y seré tu siervo durante todos los días que me resten de vida.
No hay respuesta, ni siquiera un eco.
Odiseo, hijo de Laertes, padre de Telémaco, amado de Penélope, favorito de Atenea, cierra los puños, aprieta los dientes furioso y continúa recorriendo los túneles metálicos de esta concha, de este infierno.
Los seres artificiales le han dicho que se encuentra en una nave de metal que surca el negro mar del
kosmos
, pero mienten. Le han dicho que lo sacaron del campo de batalla el día que el Agujero se colapsó porque quieren ayudarlo a encontrar el camino de vuelta a casa con su esposa y su hijo, pero mienten. Le han dicho que son objetos pensantes, como los hombres, con almas y corazones como los hombres, pero mienten.
Esta tumba de metal es un enorme laberinto vertical sin ventanas. Aquí y allá Odiseo encuentra superficies transparentes por las que puede asomarse a otra sala, pero no encuentra ventanas ni portillas que den a este negro mar del que hablan, sólo unas cuantas burbujas de cristal claro que le muestran un cielo eternamente negro con las constelaciones habituales. A veces las estrellas giran y se mueven como si él hubiera bebido demasiado. Cuando no hay cerca ninguno de los juguetes mecánicos moravec, golpea ventanas y paredes hasta que sus enormes puños encallecidos por la guerra sangran, pero no deja ninguna marca en el cristal ni en el metal. No rompe nada. Nada se abre a su voluntad.
Algunas cámaras están abiertas para Odiseo, muchas están cerradas, y unas cuantas (como la que llaman el puente, que le enseñaron el primer día de su exilio en este Hades de ángulos rectos) están protegidas por los artefactos negros y espinosos llamados rocavecs o vecs de batalla o soldados del Cinturón. Odiseo ha visto a estos seres de negras espinas luchar contra la furia de los dioses y sabe que no tienen honor. Sólo son máquinas que utilizan a otras máquinas para combatir a otras máquinas. Pero son más grandes y pesadas que Odiseo, armadas con sus armas mecánicas, blindadas con sus hojas insertadas y su piel metálica, mientras que a Odiseo lo han despojado de todas sus armas y de la armadura. Si todo lo demás falla, intentará arrebatarle un arma a uno de los vecs de batalla, pero sólo después de haber agotado todas sus otras opciones. Ha poseído y empuñado armas desde su infancia, así que Odiseo, hijo de Laertes, sabe que deben ser comprendidas, que hay que practicar con ellas, entender su función y su forma igual que un artista entiende sus herramientas, y él no conoce estas armas cortas, pesadas y romas que llevan los rocavecs.
En la habitación llena de máquinas que rugen y enormes cilindros que bombean habla con el enorme monstruo metálico que parece un cangrejo. De algún modo, Odiseo sabe que la criatura es ciega. Sin embargo, lo sabe también, se maneja sin el uso de los ojos. Odiseo ha conocido a muchos hombres valientes ciegos y ha visitado a videntes ciegos, oráculos, cuya visión humana había sido reemplazada por una segunda visión.
—Quiero regresar a los campos de batalla de Troya, Monstruo —dice—. Llévame allí de inmediato.
El cangrejo murmura. Habla el lenguaje de Odiseo, el lenguaje de los hombres civilizados, pero tan abominablemente que las palabras parecen más el choque de las olas contra las rocas o el bombeo y el siseo de los enormes pistones que los rodean que auténtica habla humana.