Olympos (39 page)

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Authors: Dan Simmons

BOOK: Olympos
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¿Qué sabía en realidad el viejo llamado Harman de la antigua idea de la familia, del deber, de nada? ¿Quién era para guiar a nadie? Lo único auténtico de sí mismo, advirtió Harman, era que había aprendido a leer solo. Había sido durante muchos años la única persona capaz de hacerlo. Ahora todo el mundo que quería tenía la función sigl y muchos otros en Ardis habían aprendido a decodificar las palabras y sonidos de los acertijos de los antiguos libros.

«No soy tan especial al fin y al cabo
.
»

El escudo de plasma que rodeaba el sonie se difuminó y los giros cesaron, pero las lenguas de fuego seguían lamiendo los lados.

«Si el sonie es destruido, o si se queda sin combustible, energía o lo que sea que lo mantiene en marcha, Ardis está condenada. Nadie sabrá nunca qué nos ocurrió: simplemente desapareceremos y Ardis se quedará sin su única máquina voladora. Los voynix atacarán de nuevo o aparecerá Setebos y, sin el sonie para volar entre la mansión y el pabellón del faxnódulo, no habrá vía de escape para Ada y los demás. He puesto en peligro su única esperanza de huida.»

Las estrellas desaparecieron, el cielo se volvió de un azul profundo, luego azul claro y entraron en una capa de nubes altas mientras el sonie iba perdiendo velocidad.

«Si meto a Nadie en algún tipo de nido, me volveré inmediatamente —pensó Harman—. Voy a quedarme con Ada y dejar que Daeman o Petyr o Hannah y los más jóvenes tomen las decisiones y hagan sus viajes. Tengo un bebé en el que pensar.» El último pensamiento fue más aterrador que los violentos saltos y sacudidas del sonie.

Durante muchos minutos el descenso de la máquina voladora estuvo envuelto en nubes que seguían el todavía zumbante campo de fuerza del sonie como una columna retorcida de humo, primero mezclándose con la nieve que caía y luego adelantándolos como las almas de todos aquellos miles de millones de humanos que habían vivido y muerto antes del siglo de Harman en la Tierra amortajada. El sonie salió de la capa de nubes a unos tres mil pies sobre los empinados picos y, por segunda vez en su vida, Harman contempló la Puerta Dorada de Machu Picchu.

La planicie era alta, empinada, verde, escalonada, rodeada de picos irregulares y cañones profundos y más verdes. El antiguo puente, sus oxidadas torres de más de doscientos metros de altura, no llegaban a conectar del todo las dos montañas picudas situadas a cada lado de la altiplanicie, en la que se veían los contornos de ruinas aún más antiguas. Lo que antaño habían sido edificios eran ya sólo siluetas de piedra contra el verde. En puntos del enorme puente, la pintura, que debía de haber sido naranja, brillaba como liquen, pero el óxido había vuelto casi toda la estructura de un profundo rojo sangre seca. La carretera suspendida había caído aquí y allá y algunos cables de suspensión se habían desplomado, pero la Puerta Dorada seguía siendo visiblemente un puente... un puente que no empezaba en ninguna parte ni terminaba en ningún sitio.

La primera vez que Harman vio la estructura en ruinas desde la distancia, había pensado que las enormes torres y los pesados cables conectores en horizontal estaban rodeados de enredadera verde, pero ahora sabía que esas burbujas verdes, los helechos colgantes y los tubos de conexión eran las estructuras de los habitáculos, probablemente añadidas siglos después de que construyeran el puente. Savi había dicho, tal vez no en broma, que los verdes globos de buckycristal y los filamentos en espiral eran lo único que mantenía en pie la estructura más antigua.

Harman, Hannah y Petyr se apoyaron en los codos para mirar mientras el sonie frenaba, se desequilibraba ligeramente y luego iniciaba un largo giro descendente que los llevaría a la planicie y el puente desde el sur. La visión fue aún más dinámica que la primera vez para Harman, porque las nubes eran más bajas, la lluvia caía sobre los picos de alrededor y los relámpagos destellaban detrás de las montañas más elevadas, al oeste, mientras que rayos itinerantes de luz solar asomaban entre las aberturas de las nubes para iluminar el puente, la carretera, las hélices de buckycristal verde y la planicie misma. Nubes fugaces arrastraban negras cortinas de lluvia entre ellos y el puente, oscureciendo su visión durante un minuto, pero pasaban de largo rápidamente hacia el este mientras otros jirones de nubes y lanzadas de luz mantenían toda la escena en aparente movimiento.

No, no sólo en aparente movimiento, advirtió Harman: había cosas moviéndose en la montaña y el puente. Miles de cosas. Al principio Harman pensó que era un efecto óptico debido a las rápidas nubes y la luz cambiante, pero cuando el sonie viró hacia la torre norte para aterrizar, se dio cuenta de que estaba contemplando miles de voynix, tal vez decenas de miles. Las criaturas sin ojos, con sus cuerpos grises y sus jorobas de cuero, cubrían las antiguas ruinas y la verde cumbre y subían por las torres del puente, apiñadas en la carretera rota. Correteaban y resbalaban como cucarachas de dos metros por los oxidados cables de suspensión. Había una docena de ellos en la torre norte, donde Savi había aterrizado la última vez y donde el sonie parecía que pretendía aterrizar en aquel momento.

—¿Acercamiento manual o automático? —preguntó el sonie.

—¡Manual! —gritó Harman. Los controles virtuales holográficos cobraron vida con un parpadeo y él viró para apartar al sonie de la torre norte apenas unos pocos segundos y veinte metros antes de que hubieran aterrizado entre los voynix. Dos de ellos saltaron hacia el aparato volador, uno quedó a tres metros antes de caer más de setenta pisos a las rocas de abajo. La docena de voynix que quedaban en la torre plana siguieron al sonie con sus ciegas miradas de infrarrojos y docenas más corretearon por las ajadas torres hasta las cimas, sus dedos-hoja y sus afilados pies clavándose en la piedra mientras lo hacían.

—No podemos aterrizar —dijo Harman. El puente y las faldas de las montañas e incluso los picos circundantes estaban repletos de seres veloces.

—No hay ningún voynix en las burbujas verdes —dijo Petyr. Estaba de rodillas, el arco en la mano izquierda y una flecha preparada. El campo de fuerza se había desconectado y el aire era a la vez gélido y húmedo. El olor a lluvia y vegetación podrida era muy fuerte.

—No podemos aterrizar en las burbujas verdes —dijo Harman, haciendo virar el sonie a unos treinta metros de los cables de suspensión—. No hay entrada. Tenemos que volver — orientó el sonie hacia el norte y empezó a ganar altura.

—¡Espera! —gritó Hannah—. ¡Alto!

Harman niveló el aparato y lo puso en una suave pauta circular. Al oeste los relámpagos fluctuaban entre las bajas nubes y los altos picos.

—Cuando estuvimos aquí hace diez meses, exploré el lugar mientras Ada y tú cazabais Aves Terroríficas con Odiseo —dijo Hannah—. Una de las burbujas... en la torre sur... tenía otros sonies, como una especie de... no sé. ¿Cómo era esa palabra que leímos en el libro gris? ¿«Garaje»?

—¡Otros sonies! —exclamó Petyr. A Harman también le dieron ganas de gritar. Más máquinas voladoras podrían decidir el destino de Ardis Hall. Se preguntó por qué Odiseo nunca había mencionado los otros sonies cuando había vuelto con los fusiles de flechitas de cristal después de su viaje en solitario al Puente, meses antes.

—No, sonies no... Quiero decir, no sonies completos —dijo Hannah rápidamente—, sino piezas. Caparazones. Partes de máquinas.

Harman sacudió la cabeza, desinflado.

—¿Qué tiene esto que ver con...? —empezó a decir.

—Parecía un sitio donde podríamos aterrizar —dijo Hannah.

Harman hizo virar al sonie alrededor de la torre sur, cuidando de permanecer alejado. Había más de un centenar de voynix en las torres, pero ninguno en las docenas de burbujas verdes que se apiñaban por todo el puente como uvas de diversos tamaños.

—No hay ninguna abertura —dijo Harman—. Y con tantas burbujas... nunca te acordarías de dónde estuviste desde aquí.

Recordaba de su primera vez que, aunque el cristal de los glóbulos de buckycristal era claro y transparente desde dentro, las burbujas eran opacas desde fuera.

Los relámpagos destellaron. Empezó a llover y el campo de fuerza volvió a conectarse. Los voynix de la cima de la torre y los cientos más que se aferraban a la columna volvieron sus cuerpos sin ojos para seguir sus círculos.

—Me acuerdo —dijo Hannah desde su hueco trasero. También estaba de rodillas, sosteniendo en las suyas la mano del inconsciente Odiseo—. Tengo buena memoria visual... Reharé mis pasos de esa tarde, miraré el paisaje desde diferentes ángulos y averiguaré en qué burbuja estuve.

Miró alrededor y cerró los ojos un minuto.

—Allí —dijo Hannah, señalando una burbuja verde que sobresalía unos veinte metros de la torre sur, a dos tercios de altura en el monolito anaranjado. Era sólo una de los centenares de bultos de cristal verde de aquella torre.

Harman se acercó a ella.

—No hay abertura —dijo mientras giraba el omnicontrolador virtual, haciendo que el sonie flotara a unos treinta metros de la burbuja—. Savi nos hizo aterrizar en la cima de la torre norte.

—Pero tiene sentido que metieran los sonies en ese... garaje —dijo Hannah—. La parte inferior era plana y de una sustancia distinta que la mayoría de los glóbulos verdes.

—Me habéis dicho los dos que Savi dijo que era un «museo» —dijo Petyr— y comprendo lo que significa esa palabra desde entonces. Probablemente traían las partes de sonie pieza a pieza.

Hannah negó con la cabeza. Harman pensó, no por primera vez, que la agradable joven podía ser testaruda cuando quería.

—Acerquémonos más —dijo.

—Los voynix... —empezó a decir Harman.

—No hay en la burbuja y tendrían que saltar desde la torre —argumentó Hannah—. Podemos llegar hasta la burbuja y ellos no podrán alcanzarnos saltando.

—Pueden llegar al material verde en un momento... —empezó a decir Petyr.

—No creo que puedan —contestó Hannah—. Algo los mantiene apartados del cristal.

—Eso no tiene sentido —dijo Petyr.

—Espera —dijo Harman—. Tal vez lo tenga.

Les habló a los dos del reptador que habían usado cuando Savi los había acompañado a él y a Daeman por la Cuenca Mediterránea, diez meses antes.

—La parte superior de la máquina era como cristal, teñida desde fuera pero clara desde dentro. Pero nada se pegaba. Ni la lluvia, ni los sonies cuando intentaron saltar sobre el reptador en Jerusalén. Savi dijo que había una especie de campo de fuerza por encima del material cristalino que impedía la fricción. Pero no recuerdo si dijo que era buckycristal o no.

—Acerquémonos —dijo Hannah.

A seis metros de la burbuja, Harman vio la entrada. Era sutil, y de no haber estado en la isla de Próspero, donde tanto la compuerta de la ciudad orbital como la entrada a la fermería funcionaban con esa misma tecnología, nunca la habría advertido. Un rectángulo apenas visible en el borde de la burbuja alargada era de un verde ligeramente más claro que el resto del buckycristal. Les contó a los otros dos lo que Savi había dicho de las «membranas semipermeables» de la compuerta y la fermería de Próspero.

—¿Y si ésta no es una de esas membranas como-se-llamen? —dijo Petyr—. ¿Y si sólo es un efecto de la luz?

—Supongo que nos estrellaremos —contestó Harman. Empujó el omnicontrolador y el sonie se deslizó hacia delante.

—Si lo metéis ahí, morirá —dijo una voz desde la oscuridad. Entonces Ariel salió a la luz.

La membrana molecular semipermeable había resultado bastante permeable. El rectángulo se había solidificado tras ellos, Harman había hecho aterrizar el sonie en la cubierta de metal, entre las partes canibalizadas de los parientes de la máquina, y los tres, sin perder tiempo, habían pasado a Odiseo-Nadie a las parihuelas y lo habían sacado al garaje. Hannah había agarrado la parte delantera de las parihuelas, Harman la trasera. Petyr los cubría y los tres se internaron de inmediato en el laberinto helicoidal de la burbuja verde, atravesando corredores, subiendo escaleras mecánicas detenidas y encaminándose hacia la burbuja llena de ataúdes de cristal donde Savi había dicho que tanto ella como Odiseo habían dormido sus largos criosueños.

A los pocos minutos, Harman ya estaba impresionado, no sólo por la memoria de Hannah (nunca vacilaba cuando llegaban a una encrucijada de corredores burbuja o escaleras), sino con su fuerza. La delgada joven ni siquiera respiraba con dificultad, pero Harman hubiese agradecido una pausa. Odiseo-Nadie no era muy alto, pero pesaba lo suyo. Harman no dejaba de mirar el pecho del hombre inconsciente para asegurarse de que todavía respiraba. Lo hacía... pero sólo apenas.

Cuando llegaron a la hélice de la burbuja principal que se alzaba alrededor de la torre del puente, los tres vacilaron y Petyr alzó su arco.

Docenas de voynix colgaban del puente de metal, al parecer mirándolos con sus caparazones sin ojos.

—No pueden vernos —dijo Hannah—. La burbuja es opaca desde el exterior.

—No, creo que sí que pueden —contestó Harman—. Savi dijo que los receptores de sus capuchas tienen visión infrarroja... ven la gama de luz que es más calor que visión, nuestros ojos no lo ven... y tengo la sensación de que nos están mirando a través del buckycristal opaco.

Avanzaron por el corredor curvo otros treinta pasos y los voynix cambiaron de postura para seguirlos. De repente, media docena de pesadas criaturas saltaron sobre el cristal.

Petyr alzó el arco y Harman estuvo seguro de que los voynix iban a atravesar el buckycristal, pero sólo se produjo un suave golpe cuando cada voynix chocó contra el finísimo campo de fuerza y resbaló, perdiéndose de vista. Los humanos se hallaban en una sección del corredor burbuja con el suelo casi transparente: una experiencia enervante, pero al menos Harman y Hannah ya la habían tenido y confiaban en que el suelo casi transparente los contuviera. Petyr no dejaba de mirarse los pies como si esperara caer de un momento a otro.

Atravesaron la sala más grande («museo» lo había llamado Savi) y entraron en el largo tubo donde estaban los ataúdes de cristal. Allí el buckycristal era casi opaco y muy verde. A Harman le recordó la ocasión (¿podía haber pasado solamente año y medio?) en que se internó kilómetros en la Brecha Atlántica y contempló a través de murallas de agua a cada lado enormes peces nadaban muy por encima de su cabeza. La luz era tenue y verde como aquélla.

Hannah soltó las parihuelas, Harman se apresuró a imitarla, y ella miró alrededor.

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