Read Olympos Online

Authors: Dan Simmons

Olympos (93 page)

BOOK: Olympos
11.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Cómo supo el sistema de navegación cómo encontrar Ardis? —preguntó Casman. Al delgado y barbudo superviviente de Ardis le había interesado siempre la maquinaria.

Hannah se echó a reír.

—No lo hizo. Apenas pudo encontrar lo que Odiseo llama América del Norte. Odiseo nos guió hasta aquí siguiendo el río grande que llama Misisipí, y luego nuestro propio río Ardis, que llamó Lenaoka u Ohio. Y entonces vimos vuestro fuego.

—¿Volasteis de noche? —preguntó Ada.

—Tuvimos que hacerlo. Hay demasiados dinosaurios y dientes de sable en los bosques al sur de aquí para arriesgarnos a aterrizar demasiado tiempo. Todos nos turnamos para ayudar a pilotar el aparato mientras Odiseo daba alguna cabezada. Pero lleva despierto más de setenta y dos horas.

—Parece... bien de nuevo —dijo Ada. Hannah asintió.

—El nido de recuperación curó la mayoría de las heridas que le infligieron los voynix. Hicimos bien al llevarlo al Puente. De otro modo, hubiese muerto.

Ada guardó silencio un momento, pensando en cómo esa decisión había apartado a Harman de ella.

Como si leyera la mente de su amiga, Hannah dijo:

—Buscamos a Harman, Ada. Aunque Odiseo estaba seguro de que Ariel lo había teletransportado cuánticamente a alguna parte... eso es como faxear, sólo que más poderoso, es como hacían los dioses en el drama turín... aunque Odiseo estaba seguro de que ese ser, Ariel, lo había TCeado muy lejos, sobrevolamos y buscamos en las viejas ruinas de Machu Picchu bajo la Puerta Dorada e incluso en los ríos y cascadas y valles cercanos. No había ni rastro de Harman.

—Todavía está vivo —dijo Ada simplemente. Se tocó el hinchado vientre mientras lo decía. Siempre lo hacía: era no sólo parte de su conexión con Harman, sino que parecía confirmar que su intuición era acertada. Era como si el hijo no nacido de Ada supiera que Harman aún vivía... en alguna parte.

—Sí —dijo Hannah.

—¿Visteis alguna otra comunidad de faxnódulos? —preguntó Lodes—. ¿Algún otro superviviente?

Hannah negó con la cabeza. Ada advirtió que el pelo de su joven amiga, siempre corto, había crecido un poco.

—Nos detuvimos en otros dos nódulos, entre Hughes Town y Ardis — dijo Hannah—. Nódulos con poca población... Live Oak y Hulmanica. Ambos habían sido atacados por los voynix: había carcasas de voynix y huesos humanos, nada más.

—¿Cuántas personas crees que murieron allí? —preguntó Ada en voz baja.

Harman se encogió de hombros y terminó de beber su café.

—No más cuarenta o cincuenta en total —dijo con la falta de emoción común a los supervivientes de Ardis—. No como en el desastre de aquí.

Hannah miró en derredor.

—Puedo sentir algo tirando de mi memoria como un mal recuerdo.

—Eso es el pequeño Setebos —dijo Ada—. Quiere meterse en nuestras mentes y salir del Pozo. —Siempre pensaba en el agujero de la cosa como «el Pozo», con «P» mayúscula.

—¿No tenéis miedo de que su madre, su padre o lo que sea esa cosa de

Cráter París que vio Daeman venga a recogerlo?

Ada miró hacia el Pozo, donde Daeman hablaba con Nadie.

—El Setebos grande no ha aparecido todavía —dijo—. Nos preocupa más lo que vaya a hacer el pequeño.

Les describió cómo el ser de muchas manos parecía sorber energía de la tierra donde alguien había muerto de manera horrible.

Hannah se estremeció aunque la luz del sol ya era más fuerte.

—Vimos a los voynix en el bosque con nuestro reflector —dijo en voz baja—. Un número incontable. Fila tras fila. Allí de pie bajo los árboles y en los peñascos, los más cercanos a unos tres kilómetros, creo. ¿Qué vais a hacer?

Ada le contó el plan de encaminarse a la isla. Elian se aclaró de nuevo la garganta.

—Discúlpame —dijo—. No es asunto mío y sé que no tengo voto aquí, pero me parece que una isla rocosa como ésa os dejaría en la misma posición que nosotros en la torre. Los voynix seguirían viniendo, y tenéis muchos más alrededor aquí, y moriríais uno a uno. Ir a un lugar como el Puente del que nos ha hablado Hannah parece más sensato.

Ada asintió. No quería discutir estrategias todavía: demasiados supervivientes de Ardis que estaban sentados en aquel círculo votarían por la isla.

—Tienes voto aquí, Elian —dijo en cambio—. Cada uno de vosotros lo tiene. Ahora sois parte de nuestra comunidad... cualquier refugiado que encontremos lo será... y tendréis tanto derecho al voto como yo. Gracias por tu opinión. Todos vamos a discutir este tema al mediodía e incluso los centinelas votarán por delegación. Creo que deberíais dormir un poco hasta entonces.

Elian, Beman, la rubia Iyayi (que había conservado su belleza a pesar de sus arañazos y harapos), la mujer bajita y silenciosa llamada Susan y el grandullón barbudo llamado Stefe asintieron y se marcharon con Tom y Siris en busca de petates libres bajo alguna lona.

—Tú también deberías dormir —dijo Ada, tocando a Hannah en el antebrazo.

—¿Qué te ha pasado en la muñeca, Ada?

Ada se miró el burdo cabestrillo y el sucio vendaje.

—Me la rompí durante la lucha. No es nada. Me interesa eso de que los voynix desaparecieron de la Puerta Dorada de Machu Picchu. Me hace pensar que luchamos contra un número finito de seres... si tienen que replegarse, quiero decir.

—Un número finito —coincidió Hannah—. Pero Odiseo piensa que hay más de un millón de voynix y menos de cien mil humanos. —Pensó un segundo y añadió—: Cien mil humanos antes de que empezaran las matanzas.

—¿Tiene Nadie idea de por qué nos están matando los voynix? —preguntó Ada, agarrando la fuerte mano de Hannah.

—Creo que sí, pero no me lo ha dicho. Hay muchas cosas que se guarda para sí.

«
Eso pasa por subestimar los Veinte», pensó Ada. En voz alta, dijo:

—Pareces agotada, querida. Deberías descansar un poco.

—Cuando lo haga Odiseo —dijo Hannah, mirando a Ada a los ojos con la arrogancia, el desafío y el orgullo de una joven amante.

Ada volvió a asentir.

Daeman se acercó a la hoguera.

—Ada, ¿podríamos hablar un momento?

Tocando el hombro de Hannah, Ada se levantó torpemente y siguió a Daeman hasta el Pozo donde se encontraba Nadie. El hombre a quien antes llamaban Odiseo no era mucho más alto que Ada, pero era tan sólido y musculoso que daba la sensación de un gran poder. Ada vio los grises rizos de su pecho por la túnica abierta.

—¿Admirando nuestra mascota? —preguntó Ada.

Nadie no sonrió. Se rascó la barba, contempló dentro del pozo al bebé extrañamente tranquilo y luego posó su oscura mirada en Ada.

—Tendréis que matarlo —dijo.

—Eso planeamos hacer.

—Quiero decir rápidamente. Estas cosas no son tanto bebés del verdadero Setebos como piojos.

—¿Piojos? —dijo Ada—. Puedo oír sus pensamientos...

—Y los oirás cada vez más fuerte hasta que la cosa salga de ahí (probablemente podría hacerlo ya si quisiera) y sorba la energía y las almas de vuestros cuerpos.

Ada parpadeó y miró el interior del Pozo. El cerebro dividido en dos hemisferios del bebé era un brillo gris al fondo, donde se encontraba con los tentáculos replegados, sus manos móviles recogidas bajo su cuerpo mucoso, sus muchos ojos cerrados.

—Los huevos eclosionan y salen estas cosas —continuó Nadie—. Son como exploradores del verdadero Setebos. Estas cosas sólo crecen unos seis metros de largo. Encuentran... comida... en el suelo y luego vuelven con el Setebos original, no sé cómo viajan hasta tan lejos, por Agujeros Brana probablemente... Éste no es lo bastante mayor para convocar un Agujero. Cuando han informado, el Setebos grande les da las gracias por la información y se los come, absorbiendo todo el mal y el terror que estos... bebés han absorbido del mundo.

—¿Cómo sabes tanto de Setebos y sus... piojos? —preguntó Ada. Nadie sacudió la cabeza como si ese tema no fuera importante en aquel momento.

«¿Y cuándo vas a empezar a tratar a la dulce Hannah con el amor y la atención que se merece, cerdo machista?», pensó Ada.

—Nadie tenía algo importante que decirnos... que pedirnos —dijo Daeman. El amigo de Ada parecía preocupado.

—Necesito llevarme el sonie —dijo Nadie. Ada volvió a parpadear.

—¿Llevártelo adónde?

—A los anillos —dijo Nadie.

—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó Ada. Estaba pensando: «¡No puedes llevarte el sonie!», y sabía que Daeman pensaba lo mismo.

—No lo sé —respondió Odiseo con aquel extraño acento suyo.

—Bueno —dijo Ada—, está fuera de discusión que te lleves el sonie. Lo necesitamos para escapar de este lugar. Lo necesitamos para cazar. Lo necesitaremos para...

—Tengo que llevarme el sonie —repitió Nadie—. Es la única máquina de este continente que puede llevarme allí arriba, y no tengo tiempo para volar a China o alguna parte para encontrar otro. Y los calibani habrán vuelto inabordable la Cuenca Mediterránea a estas alturas.

—Bueno —repitió Ada, oyendo el tono de dura tozudez que sólo de vez en cuando salpicaba su voz—, no puedes llevarte el sonie. Moriremos todos.

—Eso no es lo importante, ahora —dijo el barbudo guerrero.

Ada iba a reírse pero acabó sólo mirando a Odiseo, la boca medio abierta de sorpresa.

—Es lo importante para nosotros, Nadie. Queremos vivir.

Él sacudió la cabeza como si Ada no lo hubiera comprendido.

—Nadie de este planeta va a sobrevivir a menos que yo pueda llegar a los anillos... y hoy —dijo—. Necesito el sonie. Si puedo, lo devolveré o lo enviaré de vuelta. Si no... bueno, no importará.

Ada deseó tener un rifle de flechitas. Miró el que llevaba Daeman: todavía en las manos, lo llevaba casualmente. Nadie parecía desarmado, pero Ada había visto lo fuerte que era aquel hombre.

—Necesito el sonie —repitió Nadie—. Hoy. Ahora.

—No.

En el Pozo, el huérfano de muchas manos de repente empezó a emitir un sonido que era gemido, bufido y tos y acabó en algo que se parecía mucho a una risa humana.

70

Una tormenta descargaba en las alturas. Los anillos y estrellas habían desaparecido hacía tiempo y los relámpagos iluminaban las paredes verticales de agua a cada lado y el tajo obscenamente pálido de la Brecha se extendía tanto hacia el este y el oeste que los rayos no duraban lo suficiente para mostrar su inmensidad.

Sin embargo, los relámpagos se entrelazaban, los truenos explotaban y resonaban por el pasillo de agua contenida por la energía, y, acostado de espaldas en su saco de dormir fino como la seda y su termopiel, Harman veía las olas de cincuenta pisos de altura, alzándose y entrechocando a otros treinta metros por encima mientras el Océano Atlántico se sumaba al frenesí de la tormenta. Las nubes se alzaban sólo a unas docenas de metros sobre las altas olas. Y mientras las oscuras profundidades a cada lado permanecían en calma a más de ciento cincuenta metros bajo la superficie, Harman veía las capas de agitación sobre él. También se agitaban los túneles puente: no tenía un buen nombre para los tubos transparentes y conos y túneles de agua de energía contenida que conectaban el Atlántico al sur de la Brecha con el Atlántico al norte, y Moira simplemente los llamaba «conductos». Había uno de aquellos puentes túneles a sesenta metros sobre el seco fondo de la Brecha, visible cuando los relámpagos destellaban, a menos de un kilómetro al oeste de donde habían acampado y otro a un par de kilómetros tras ellos, al este. Ambos túneles de agua rebullían de actividad, enormes cantidades de agua blanca pasaban de un lado de la Brecha al otro. Harman se preguntó si más agua era forzaba a cruzar la Brecha durante las tormentas. Sin duda había más agua cayendo sobre ellos ahora: las cambiantes paredes de energía impedían que las altas olas cayeran y los ahogaran, pero las salpicaduras llovían como una bruma constante.

La ropa de Harman estaba guardada en la mochila, que era completamente impermeable según había descubierto, igual que el saco de dormir de finopiel, pero se había dejado abierta la máscara de ósmosis de la termopiel y tenía la cara húmeda. Cada vez que se lamía los labios le sabían a sal.

Los relámpagos golpeaban el suelo de la Brecha a menos de cien metros de ellos. El estallido del trueno sacudió los molares de Harman.

—¿Deberíamos movernos? —le gritó a Moira, que llevaba su propia termopiel: se había desnudado y se la había puesto allí, delante de él, sin ninguna vergüenza, casi como si fueran amantes, cosa que, advirtió él ruborizándose, habían sido.

—¿Qué? —gritó Moira. La voz de Harman se había perdido en el estrépito de las olas y el rumor de los truenos.

—¿DEBERÍAMOS MOVERNOS?

Ella deslizó su saco de dormir para acercarse y hablarle al oído. Había dejado también la cara expuesta y estaba tendida en el saco. La bruma había empapado la capa exterior de la ajustada termopiel, mostrando cada costilla y la elevación de las caderas.

—El único lugar al que podemos movernos para estar a salvo —dijo con fuerza en su oído—, es bajo el agua. Estaríamos a salvo de los relámpagos en el fondo del mar. ¿Quieres intentarlo?

Harman no quería. La idea de atravesar el campo de fuerza de la barrera y entrar en aquella oscuridad casi absoluta y aquella terrible presión (aunque la mágica termopiel impidiera que se ahogara o quedase aplastado) era más de lo que podía soportar esa noche. Además, la tormenta parecía estar remitiendo un poco. Las olas de arriba ya parecían de sólo veinte o veinticinco metros.

—No gracias —le gritó a Moira—. Me arriesgaré a seguir aquí.

Se secó la cara y se colocó la fina máscara de ósmosis. Sin la sal picoteándole en los ojos y la boca era más fácil concentrarse.

Y Harman tenía mucho en lo que concentrarse. Todavía estaba intentando descubrir sus nuevas funciones humanas.

Muchas de aquellas funciones recién adquiridas (aunque «identificadas» habría sido un término más ajustado) habían sido eliminadas junto con sus habilidades para librefaxear. Por ejemplo, Harman veía claramente cómo podía disparar el acceso a la logosfera para adquirir información o comunicarse con alguien en cualquier parte, pero esas funciones habían sido interrumpidas por quienquiera o lo que quiera que dirigía los anillos.

Otras funciones parecía que funcionaban bien, pero no aumentaban necesariamente la paz espiritual de Harman. Había una función de seguimiento médico que, cuando le preguntó, le dijo y le mostró a Harman que su dieta de barras alimenticias y agua provocaría ciertas deficiencias vitamínicas si continuaba con ella durante más de tres meses. También le comunicó que se estaba acumulando calcio en su riñón izquierdo (tendría una piedra dentro de un año o menos), que había dos pólipos en su colon desde su última visita a la fermería, que sus músculos se deterioraban a causa de la edad (después de todo, habían pasado diez años desde su última puesta a punto en la fermería), que un estreptococo no conseguía establecer una colonia en su garganta a causa de sus defensas genéticas implantadas, que su tensión sanguínea era demasiado alta y que había una levísima sombra en su pulmón izquierdo que requería atención inmediata por parte de los sensores de la fermería.

BOOK: Olympos
11.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Clemencia by Ignacio Manuel Altamirano
Fear of Frying by Jill Churchill
Mistress of the Night by Bassingthwaite, Don, Gross, Dave
Wolf Mountain Moon by Terry C. Johnston
Getting him Back by Anna Pescardot
El caso Jane Eyre by Jasper Fforde
The Shepherd's Life by James Rebanks
Remarkable Creatures by Tracy Chevalier