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Authors: Dan Simmons

Olympos (97 page)

BOOK: Olympos
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—No, Odiseo no ha bajado de nuevo a la superficie —responde Asteague/Che—. Ha ido a visitar a la Voz que contactó con la nave durante nuestro tránsito... la Voz que lo llamó por su nombre.

—Muéstreselo al doctor Hockenberry —dice el general Beh bin

Adee—. Comprenderá por qué no puede hablar con Odiseo ahora mismo.

Asteague/Che parece reflexionar sobre esta sugerencia. Entonces el moravec europano se vuelve a mirar al navegante Cho Li (sospecho que una especie de transmisión de radio tiene lugar entre ellos) y Cho Li mueve un brazo tentacular. Una ventana holográfica tridimensional de dos metros de ancho se abre a dos palmos de donde estoy.

Odiseo está haciendo el amor con la mujer más sensual que he visto en mi vida... aparte de Helena de Troya, por supuesto. Mi ego masculino había pensado que mi capacidad amatoria (bueno, mi poderío sexual) era enérgico e imaginativo. Pero treinta segundos de mirar boquiabierto el apareamiento que tiene lugar entre el desnudo Odiseo (su cuerpo bronceado, fornido pero bajo, lleno de cicatrices de batalla) y la pálida, exótica, neumática, sensual y levemente hirsuta mujer del maquillaje increíble me revela que mis movimientos con Helena fueron mansos, carentes de imaginación y a cámara lenta comparados con lo que están haciendo estos atletas eróticos.

—Basta —digo, con la boca seca—. Apáguenlo. La ventana pornográfica se borra de la existencia.

—¿Quién es esa... dama? —consigo decir.

—Dice que se llama Sycórax —responde el Retrógrado Algosson. Siempre es extraño oír esa sólida voz surgir de una diminuta caja de metal en lo alto de esas largas patas arácnidas.

—Déjenme hablar con Mahnmut y Orphu de Io —digo. Conozco desde hace tiempo a esos dos vecs y Mahnmut es el más humano de toda esta gente mecánica. Si puedo convencer a alguien a bordo de la
Reina Mab
, será a Mahnmut.

—Me temo que eso tampoco será posible —responde Asteague/Che.

—¿Por qué? ¿Están practicando el sexo con algunas moravecs femeninas o algo así?

Oigo lo estúpido que suena mi supuesto chiste mientras resuena mentalmente en los largos segundos de silencio reprobador que siguen.

—Mahnmut y Orphu han entrado en la atmósfera de la Tierra en una nave de contacto que lleva el sumergible de Mahnmut —dice Asteague/Che.

—¿No pueden enlazar con ellos por radio o algo? Quiero decir, podrían hacer llamadas de radio así en el siglo XX y el XXI.

—Sí, estamos en contacto —dice el Retrógado Comosellame—. Pero en este momento su nave está siendo atacada y no queremos distraerlos con comunicaciones innecesarias. Su supervivencia es problemática.

Quisiera hacer más preguntas: ¿Quién demontres está atacando a mis amigos en la Tierra? ¿Por qué? ¿Cómo? Pero me doy cuenta de que enzarzarme en ese diálogo sólo me distraería de mi verdadero motivo para estar aquí.

—Tienen ustedes que crear un nuevo Agujero Brana en la playa, cerca de Ilión —digo.

El general Beh bin Adee mueve sus negros brazos espinosos de un modo que puede sugerir una interrogación.

—¿Por qué?

—Porque los griegos están siendo masacrados por los troyanos hasta el último hombre y no se merecen la extinción. Quiero ayudarlos a escapar.

—No —dice el general—. Me refiero a por qué cree que tenemos la capacidad de crear Agujeros Brana a voluntad.

—Porque les vi hacerlo una vez. Crearon ustedes todos esos Agujeros que les permitieron saltar desde el Cinturón de Asteroides hasta Marte, y luego accidentalmente hasta Tierra-Ilión. Hace más de diez meses. Yo estaba allí, ¿recuerdan?

—Nuestra tecnología no es adecuada para el esfuerzo de crear Agujeros Brana a universos distintos —dice Cho Li.

—Pero lo hicieron, maldición —noto el quejido en mi voz.

—No, no lo hicimos —responde Asteague/Che—. Lo que en realidad hicimos en ese momento fue...
es
difícil de describir y no soy científico ni ingeniero, aunque tenemos muchos... Lo que hicimos en ese momento fue interceptar las conexiones de Agujeros Brana de los llamados dioses y colar algunas de las nuestras en la matriz cuántica que habían creado.

—Bueno, pues háganlo de nuevo. Docenas de millares de vidas humanas dependen de ello. Y, ya puestos, pueden devolver a los millones de griegos y otros habitantes de la Europa de la Tierra-Ilión que desaparecieron... lanzados al espacio en un rayo azul.

—Tampoco sabemos cómo hacer eso —dice Asteague/Che.

«¿Entonces para qué cojones sirven?», me siento tentado de preguntar. No lo hago.

—Pero está usted a salvo aquí, doctor Hockenberry —continúa el Integrante Primero.

Una vez más, quiero gritarles a estos seres de metal y plástico, pero me doy cuenta de que él (o lo que sea) tiene razón. Estoy seguro aquí en la
Reina Mab
. A salvo de los troyanos al menos. Y quizá la nena cañón que se está tirando a Odiseo tenga una hermana...

—Tengo que regresar —me oigo decir. «¿Regresar adónde, idiota? ¿A la Última Defensa de los Griegos? Parece el nombre de una tienda de recuerdos de Los Ángeles.»

—Le matarán —dice el general Ben bin Adee. El gran soldado humanoide no parece preocupado en lo más mínimo por esa perspectiva.

—No si pueden ayudarme.

Los moravecs parecen comunicarse en silencio de nuevo unos con otros. Veo que uno de los monitores-ventanas holográficos del otro lado del puente está sintonizado con Odiseo y la exótica mujer que todavía están dale que te pego como conejos. La mujer está ahora encima y veo que es aún más hermosa y deseable de lo que me había parecido al principio. Me concentro en no tener una erección delante de los moravecs. Si se dan cuenta, y tienden a darse cuenta de un montón de cosas sobre los humanos, podrían tomárselo a mal.

—Le ayudaremos si podemos —dice Asteague/Che por fin—. ¿Qué desea?

—Necesito ir a alguna parte sin ser visto —digo, y empiezo a describirles el casco de Hades y mi viejo brazalete morfeador.

—La tecnología morfeadora... al menos tal como se aplica a los organismos vivos, está más allá de nuestras capacidades tecnológicas —dice el Retrógrado... Sinopessen, ahora lo recuerdo—. Manipula la realidad a un nivel cuántico que aún no hemos comprendido plenamente. Estamos muy lejos de poder crear máquinas que alteren esa forma de colapso de probabilidad.

—Y no tenemos ni idea de cómo ese casco de Hades proporcionaba auténtica invisibilidad —añade Cho Li—. Aunque si es consistente con el resto de la tecnología de los olímpicos (o con los poderes que hay tras los olímpicos) probablemente implica un cambio cuántico menor a través del tiempo en vez del espacio.

—¿No me pueden preparar algo por el estilo? —pregunto. Me doy cuenta de que no hay ninguna razón de peso para que estos ocupados moravecs hagan nada por mí.

—No —responde Asteague/Che.

—Podríamos adaptarle algunas ropas camaleónicas —dice el general

Beh bin Adee.

—Cojonudo —digo—. ¿Qué son ropas camaleónicas?

—Un polímero de camuflaje invisible activo —contesta el general—. Primitivo pero efectivo si uno no se mueve demasiado rápido entre fondos que varíen mucho. Más o menos el mismo material que recubría la nave que iba Marte, sólo que más respirable e invisible al infrarrojo. Las lentes son nanocíticas, así que no habría ninguna interrupción de la adaptación camaleónica.

—Los dioses eliminaron esa nave de la órbita —digo yo.

—Bueno, sí... —responde el general Beh bin Adee—. Eso hay que tenerlo en cuenta.

—¿Esa ropa camaleónica es lo que mejor que pueden hacer?

—Con tan poco tiempo —dice Asteague/Che.

—Entonces lo acepto. ¿Cuánto tiempo tardará su gente... quiero decir, sus moravecs, en proporcionarme este traje camaleónico y enseñarme a usarlo?

—He ordenado al departamento de ingeniería medioambiental que empezara a trabajar en un traje en el preciso instante en que hemos empezado a hablar del asunto —dice el Integrante Primero—. Teníamos grabadas sus medidas vitales. Deben traer el producto terminado dentro de tres minutos.

—Maravilloso —digo, preguntándome si lo es. ¿Adónde voy a ir exactamente? ¿Cómo puedo convencer a aquellos a quienes voy a ver de que ayuden a los griegos a escapar? ¿Adónde podrían escapar los griegos? Sus familias y criados y amigos y esclavos han sido todos absorbidos en ese rayo azul que brota de Delfos. Deseando salir de la nave, empiezo a juguetear con el medallón de oro que cuelga de mi cuello y toco el círculo giratorio que lo activa.

—Por cierto —dice Cho Li—, su medallón de teletransporte cuántico no funciona.

—¿Qué? —Me suelto de las correas y floto en el espacio—. ¿De qué demonios está hablando?

—Nuestra inspección, cuando estuvo antes en la nave, nos demostró que el disco no funciona —dice el navegante.

—Chorradas. Ya me han dicho antes que no podían duplicarlo para su uso, que estaba sintonizado con mi ADN o algo por el estilo.

El Integrante Primero Asteague/Che hace un ruido forzado que suena sorprendentemente parecido a un varón humano aclarándose avergonzado la garganta.

—Es cierto que hay alguna... comunicación entre el medallón y sus células y ADN, doctor Hockenberry. Pero el medallón en sí no tiene ninguna función cuántica. No lo TCea a través del espacio Calabi-Yau.

—Tonterías —repito, tratando de contener mi lenguaje. Sigo necesitando la ayuda de los moravecs y su traje lagarto para salir de aquí—. He venido hasta aquí, ¿no? Todo el camino desde el universo de la Tierra-Ilión.

—Sí —dice Cho Li—. Ha venido. Sin ayuda ninguna de ese medallón hueco que le cuelga del cuello. Es un misterio.

Un soldado moravec con el traje camaleónico aparece en el hueco abierto del ascensor. El atuendo no parece nada especial. Lo cierto es que me recuerda una versión en talla grande de la ropa sport que tuve el mal gusto de comprarme allá por los años setenta. Incluso tiene el mismo cuello puntiagudo y el color verde vómito de mono.

—El cuello se despliega para formar una capucha —dice Asteague/Che, como si me leyera la mente—. El traje en sí no tiene color. El verde es simplemente una definición por defecto para que podamos verlo.

Recojo el traje del soldado vec y cometo el error de intentar ponérmelo. En cuestión de segundos estoy dando vueltas sin control, girando sobre mi propio eje en gravedad cero, agarrándome al inútil atuendo como si ondeara una bandera, pero sin conseguir nada más.

El general Beh bin Adee y su soldado me agarran, me aseguran (parece que saben dónde colocar los pies en las consolas para impedir actuar con una reacción igual y opuesta) y me colocan sin más ceremonias el traje camaleónico. Luego pasan una de las correas de la silla por el traje, atándome con velcro a algo que no puedo ver. Eso me mantiene en mi sitio.

Convierto los cuellos en una capucha y me cubro por completo la cabeza.

No es tan cómodo como ponerse el casco de Hades y desaparecer. Para empezar, hace un calor terrible dentro de este traje de lagarto. Además, los nanoloquesea que me permiten ver a través del tejido que tengo delante de los ojos no me dejan enfocar del todo. Una hora mirando a través de esta cosa y tendré el peor dolor de cabeza de mi vida.

—¿Qué tal? —pregunta el Integrador Primero Asteague/Che.

—Magnífico —miento—. ¿Pueden verme?

—Sí —dice Asteague/Che—, pero sólo con radar gravitacional y otras bandas de espectro de luz no visible. Visualmente se ha mezclado usted con el fondo. Con el general bin Adee, en realidad. ¿Las personas a las que usted va a visitar usarán radar gravitacional, imágenes termales de ampliación negativa u otras técnicas similares?

«¿Las usarán?» No tengo ni puñetera idea. En voz alta, digo:

—Hay un problema.

—¿Sí? Quizás podamos arreglarlo —el Integrante Primero parece solícito, incluso activamente preocupado. A mi esposa le encantaba James Mason.

—Tengo que girar el medallón para TCear —digo, preguntándome hasta qué punto mi voz les suena apagada. El sudor me cae por las sienes, las mejillas y las costillas—. No puedo girarlo sin abrir el traje y...

—El tejido camaleónico está diseñado para ser muy suelto —interrumpe Beh bin Adee. El vec militar siempre parece un poco disgustado conmigo—. Puede meter el brazo por dentro del traje para tocar el medallón. Ambos brazos, si es necesario.

—Oh, sí —digo, sacando el brazo por la manga y metiéndolo dentro del traje, y con eso como contribución final a nuestra conversación, giro el medallón y me teletransporto de la
Reina Mab
.

«¡Anda que no funciona!», me siento tentado de decir mientras cobro solidez en el lugar del espacio/tiempo que había ideado. Pero entonces me acuerdo que se me ha olvidado pedirles un arma a los moravecs. Y un poco de comida y agua. Y tal vez una armadura de impacto.

Pero no sería buen momento para que gritara nada.

He aparecido en el Gran Salón de los Dioses, en el monte Olimpo, y todos los dioses parecen estar aquí... excepto Hera, cuyo trono más pequeño está envuelto en negros lazos funerarios. Zeus parece de quince metros de altura sentado en su trono de oro.

Todos los demás dioses están presentes. Hay más incluso de los que vi en su último cónclave, cuando me colé con mi infinitamente más cómodo casco de Hades. Ni siquiera conozco a muchos de estos dioses, no puedo identificarlos ni después de diez años de informar diariamente al Olimpo con mis piedras de voz y mis informes de acción. Hay cientos y cientos de dioses, quizá más de mil.

Y todos ellos guardan silencio. Esperando a que Zeus les hable. Intentando no respirar demasiado fuerte ni desmayarme por el calor sofocante del maldito traje de lagarto, esperando que ninguno de estos inmortales olímpicos esté usando radares gravitacionales profundos ni comosellamen términos de ampliación negativa, me quedo absolutamente inmóvil, casi pegado a la turba de dioses y diosas, ninfas, furias, erinas y semidioses que quieren oír lo que va a decir Zeus.

74

Incluso antes de atravesar la grieta en el casco del navío naufragado, Harman supo qué era. Los paquetes de datos proteínicos envueltos en ADN de su cuerpo tenían un millar de referencias a miles de tipos de barcos a lo largo de diez mil años de historia humana. Harman no podía hacer una comparación perfecta basándose solamente en la proa dañada, los restos a su alrededor y mirando las coberturas rotas del material elástico del sonar invisible que rodeaba el acero-inteligencia morfeable del casco en sí, pero quedaba bastante claro que estaba entrando en un submarino de un siglo de finales de la Edad Perdida: posiblemente de después de la liberación del rubicón pero de antes de que los primeros posthumanos hubieran sido creados genéticamente. Los tiempos de la demencia.

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