Orgullo Z (16 page)

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Authors: Juan Flahn

Tags: #Terror

BOOK: Orgullo Z
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Belén les contó los dos días que había vivido incomunicada allí.

—Han aislado Chueca. En sólo una noche han puesto enormes muros prefabricados.

—Ya los hemos visto —dijo Toñi—. Para otra cosa no pero para joder qué prisa se dan…

—Pero he podido escuchar la radio —anunció Belén.

—¿Tienes una radio? —preguntó Miguel.

—No pero se pone en marcha la de un vecino. La oigo a través del desagüe de la ducha. No sé si es que hay alguien vivo o se trata de un temporizador pero he oído que el ejército ha sido movilizado, que han declarado el estado de excepción. Creen que no hay supervivientes en Chueca pero fuera de este barrio la vida sigue más o menos igual. Sea lo que sea lo que está pasando aquí, no se ha extendido más allá.

—¡Eso es fabuloso! —dijo Miguel—. Entonces tenemos que intentar salir de Chueca.

—O esperar a que nos vengan a rescatar… —dijo Belén.

Miguel la miró con cierta condescendencia.

—Belén… Te han disparado… a nosotros también. ¿Crees que tienen algún interés en rescatar a alguien?

—Las autoridades piensan en el bien común.

—¡Las autoridades son todas unas hijas de puta! —espetó Toñi y se le escaparon unas migas de patata frita por la comisura de los labios.

—Además, ¿no dices que creen que no hay supervivientes en Chueca? Me temo que es una excusa para no rescatar a nadie, imagino que dan el barrio por perdido. Lo que tenemos que hacer es intentar salir de aquí por nuestros propios medios —dijo Miguel.

Belén se encogió de hombros:

—Por mí de acuerdo. Así me reuniré con Paula. Salió a trabajar muy temprano ayer por la mañana y seguro que no la han dejado entrar de nuevo.

—Por suerte estamos en un lugar seguro y tenemos provisiones. Podemos aguantar unas horas, recuperar fuerzas y planear la mejor estrategia para escapar.

—¿Y cómo lo vamos a hacer? —preguntó Belén preocupada—. Con esas barreras enormes y los guardas y los helicópteros… Y esos monstruos infestando las calles.

—Ya lo pensaremos. Ahora descansemos un poco, ¿de acuerdo?

Toñi pegó un grito de satisfacción:

—¡Qué maravilla! Vamos a poder dormir unas horas… Qué pena no tener una pastillita…

—En mi macuto hay orfidales —anunció Miguel.

—Ideal.

Toñi se levantó del suelo y cogió el macuto de Miguel, lo abrió y rebuscó un poco.

—¡Huy pero si tienes aquí una farmacia, cariño!

Enseguida Miguel se acercó a ella y se lo quitó de las manos.

—Yo te lo daré. Estaría bien racionar las medicinas, no hay tantas —le dijo a Toñi. Y ella le miró con cara rara.

Miguel le entregó una pequeña pastilla blanca a la travesti. Ella se la metió en la boca y se la tragó sin agua.

—No sé si dormiré con esto… —dijo mirando a Miguel a los ojos— pero al menos estaré un poco más tranquila.

—Tú y los demás —respondió Miguel devolviéndole la mirada.

Miguel se acercó a Belén, que comía con desgana sentada en el suelo, la pierna herida estirada delante de sí, y se agachó a su lado.

—¿Y ahora puedo verte esa pierna?

—Apenas me duele, de verdad…

Miguel tocó la frente de la chica.

—Pues no tienes buena cara y tienes un poco de fiebre.

—Qué va, estoy bien…

—Ven, vamos al baño. Aquí —se señaló el macuto— tengo cosas para curarte.

Miguel y Belén se metieron en el baño. Toñi los vio desaparecer tras la puerta y frunció el ceño.

Calle Costanilla de los Capuchinos 11. Local. 16:49 PM del martes 5 de julio.

Toñi descansaba sentada en el suelo de la tienda, envuelta en la vieja manta. Satisfecha, con el estómago lleno y la mente tranquila por primera vez en mucho tiempo —gracias sobre todo al orfídal—, miraba con cierto sopor al exterior, a través de los huecos de la persiana, mientras masajeaba sus pies doloridos. Tras horas de caminar y correr descalza, había aparecido en la planta de sus dos pies una notable callosidad y pensó en lo adaptable de su naturaleza, se admiró de lo mucho que era capaz de mutar para adecuarse a las circunstancias, pensó que era una superviviente, que nada podría doblegarla y de nuevo se sintió valiente, apta para salir adelante sola, autónoma y capaz: un sentimiento casi inédito en ella y que en las últimas horas le asaltaba cada vez más a menudo.

En el exterior ya no se veía un alma, el número de detonaciones y explosiones que llegaban desde la plaza había decrecido considerablemente, pero de vez en cuando un helicóptero militar de dos aspas sobrevolaba la zona haciendo temblar los cimientos de los viejos edificios de Chueca con su crepitar. De hecho, tras horas de extraño silencio, como si las autoridades se hubieran visto desbordadas por los acontecimientos y no hubieran sabido qué decir a los ciudadanos, volvían a oírse sus asépticos mensajes, las recomendaciones de siempre —nada inspiradas ni creíbles—, donde aconsejaban a la gente que no saliera de sus casas, que la situación estaba bajo control.

—Sí, bajo control… —bufó Toñi.

Un Miguel con serio semblante salió del despacho cerrando la puerta suavemente tras de sí.

—Cuánto has tardado. ¿Quieres picar algo?

—Ahora, ahora…

Miguel se sentó en el suelo junto a la travestí.

—La herida de esa chica tiene muy mala pinta. Creo que se está infectando por momentos. Habría que desinfectarla bien e intentar ponerle unos puntos de sutura.

—No, no, a mí no me mires, yo me mareo con la sangre, no puedo hacer nada, cariño.

—Le he dado una pastilla para la fiebre y un poco de morfina en la pierna. Se ha dormido casi al instante.

—Pobrecilla… ¿Esta chica tendrá maquillaje?

—¿Cómo?

—No lo creo, ¿es lesbiana, no? ¿Las lesbianas usan maquillaje?

—¿Pero qué dices?

—No me importa llevar esta peluca hasta que encuentre otra mejor… pero necesito urgente pintarme la cara, ponerme algo de base y siquiera un
gloss…
estoy hecha un adefesio.

—¿Cómo puedes pensar en algo así? Te estoy diciendo que esa chica está muy mal.

—Sí pero también me has dicho que por ahora duerme, descansa, ¿no? ¿Podemos hacer algo aquí por ella ahora mismo? No, ¿verdad? Pues deja que piense en cómo ponerme guapa, en cómo olvidarme un poco de todo lo que está pasando ahí fuera.

—¿Por qué no te quitas esa peluca andrajosa? Y te pones ropa normal…

—¿Tú ves ropa en esta tienda? Esta es una tienda de alimentación. ¿Quieres que me ponga una loncha de chopped en el coño?

Miguel miró a la travestí con estupor y ésta le devolvió la mirada cogiéndole la mano.

—No sé por qué pero voy a estar con este pelo siempre. Y voy a vestir de mujer y con tacones. Voy a ser una chico-chica, una travestí perpetua, una
vedette
, una fémina eterna. Si tengo que ser andrajosa, andrajosa seré pero vestida de mujer.

Miguel parpadeó, sin dar crédito. Habló muy despacio:

—¿Me estás diciendo que te has dado cuenta ahora, en este preciso momento, de que eres transexual?

—Qué coño transexual… Te estoy diciendo que voy a hacer lo que quiera. Por primera vez en mi vida voy a hacer lo que quiera.

—Pero alucino… ¿No ves lo que está pasando ahí fuera?

Toñi repitió, con intención:

—Exacto. ¿No ves lo que está pasando ahí afuera?

Miguel miró a Toñi. Se puso a valorar si ese chico delgado con peluca se estaba volviendo loco, si los acontecimientos le estaban desbordando. Si podría llegar a suponer un peligro.

Toñi tocó las heridas de Miguel. Un moratón oscuro, violáceo, enorme en el antebrazo. Otro similar en el cuello.

—¿Te duelen?

—Nada.

—¿Crees que…?

—¿Qué?

—¿Que acabarás por… ser como ellos?

—Seguramente. Pero en cuanto note los síntomas me marcharé, os dejaré solas.

—¿Los síntomas? ¿Y cómo sabremos nosotras que tienes los síntomas?

—Lo sabrás, créeme. No podré ocultarlo.

Toñi miró a Miguel. Se puso a valorar si ese chico fornido, un guapo mulato musculoso, acabaría por convertirse en uno de esos monstruos que poblaban las calles. Si podría llegar a suponer un peligro.

—Pero antes de que pase eso, espero conseguir antibióticos para Belén.

—¿No tienes en el macuto?

—No.

—Pero si ahí llevas de todo, ¿no?

—Sí, cosas para la fiebre, la diarrea, para los síntomas del resfriado y para la disfunción eréctil pero nada parecido a antibióticos.

Toñi bajó la mirada.

—Antes… me ha parecido ver que también tienes medicina contra el sida.

Miguel se levantó del suelo de un solo impulso. Se puso a la defensiva:

—Son anti retrovirales, soy seropositivo, no estoy enfermo de sida —respondió Miguel.

—Bueno, es lo mismo…

—¡No, no es lo mismo! —gritó Miguel.

—Perdona.

—¡Estoy harto de la ignorancia de la peña! Y los peores sois gente como tú, los maricones chuequeros que se supone que tendríais que tener más información que la media y ser más solidarios y comprensivos… ¡pero no, sois los peores!

—¡Bueno, perdona, vete a la mierda! —explotó Toñi ofendida por los gritos.

Miguel luchó por controlarse. Se acercó a una estantería repleta de dulces y
snacks
exóticos. Cogió una lujosa bolsa negra brillante con aperitivos vegetales, al parecer pétalos de flor secos, y la abrió. Empezó a comer despacio.

—Creí que lo que pasó hace años jamás se repetiría, que lo tenía superado, pero aquí está de nuevo…

—¿El qué? —preguntó Toñi.

—La sensación de final, de que todo acaba. De que no hay esperanza, ni nada que pueda hacer para salvarme. La sentí hace años, cuando me dijeron que era seropositivo, y la siento ahora que estoy esperando que me pase… lo que sea.

—Pero está tardando.

—¿El qué?

—Lo que te tiene que pasar… Está tardando mucho, ¿no?

—Tú y yo sabemos que acabará por pasar.

Toñi buscó en su mente algo que decir pero no se le ocurrió nada. A decir verdad, sólo podía pensar qué estrategia seguir en el caso de que Miguel se convirtiera en uno de esos seres. Estaba dispuesta a salir otra vez corriendo, de nuevo desnuda por las calles de Chueca. Ese pensamiento no le causaba ningún conflicto, sino que incluso le parecía algo festivo, liberador. Casi estaba deseando que sucediera: que Miguel mudase su expresión, se encorvara y acabara convirtiéndose en uno de esos monstruos y así tener la excusa para salir corriendo de allí, a toda velocidad, correr por las calles y gritar…

—¿Me estás oyendo? —Miguel interrumpió sus pensamientos.

—¿Eh? ¿Qué? —Toñi salió del trance.

—Te decía que por eso quiero ayudar a esa chica. Ella, al menos, sí tiene esperanza —dijo Miguel.

—No hace falta que te hagas el héroe —dijo Toñi por decir.

—Sólo intento ser útil para alguien —respondió él por responder algo.

—Sé útil también para mí y consigueme algo de maquillaje.

Toñi tampoco supo de donde le salió la frase, simplemente la había dicho. Desde que la idea de correr a lo loco invadiera su mente, hablaba de forma automática, concatenando una frase tras otra por asociación de ideas, sin pensar. Miguel hizo como que no había oído nada.

—Esta noche voy a acercarme a la farmacia de la calle Hortaleza. Voy a intentar robar unos antibióticos para Belén.

Calle Costanilla de los Capuchinos 11. Local. 0:15 AM del miércoles 6 de julio.

Esa tarde-noche los tres intentaron dormir pero ninguno pudo hacerlo a pierna suelta. El travestí estaba pendiente de Miguel, esperando un desenlace que no parecía llegar nunca pero que no estaba dispuesto a que le pillara desprevenido, Miguel a su vez pegó un par de cabezadas mientras vigilaba el sueño intranquilo de Belén que despertaba a intervalos por la fiebre. A eso de las doce Miguel supo que no podía retrasarlo más; debía salir a por los antibióticos.

—Belén… Belén…

Ella abrió los ojos tristes.

—Belén, voy a salir a por medicinas para ti.

—No hace falta, si estoy bien, de verdad.

—¿Tienes teléfono móvil?

—Sí pero no hay cobertura en ningún lado, ni Internet. Y le queda poca batería.

—¿Qué tienes con batería?

—Mi iPod. No lo he usado apenas. Pero, ¿te vas a poner a escuchar música con la que está cayendo?

Miguel sonrió. Cogió el iPod que le entregó una débil Belén y le quitó los cascos. Se los devolvió a la chica.

—Pero, ¿para qué quieres el iPod sin cascos? ¿Cómo vas a escuchar la música entonces?

Miguel abrió la boca para explicarle que lo último que quería era escuchar música pero, por no perder el tiempo, enrolló el cable de los cascos en el aparato y se lo metió en el bolsillo. Sólo dijo:

—Te voy a dar un poco más de ibuprofeno para que la fiebre te deje dormir.

Le metió un par de pastillas en la boca y le dio un poco de agua.

—Y esta otra es para proteger el estómago. Yo voy aquí al lado, a la farmacia de Hortaleza. Está a escasos cien metros, no tardaré ni me pasará nada. Duerme.

Miguel salió del despacho. Buscó por la tienda algo que le sirviera de mejor arma que el bate de béisbol. En un armarito de herramientas, a la salida del baño, encontró una maza de hierro, varios destornilladores, cinta aislante y un martillo hidráulico muy antiguo que funcionaba sólo enchufado a la red de modo que no se lo podía llevar. Tampoco logró hallar nada que le sirviera de escudo o algún tipo de prenda resistente que le aislara mínimamente de las agresiones de esos seres.

Sacó la cabeza de hierro de la maza de su mango de madera y la ató fuertemente al extremo del bate con varias vueltas de cinta aislante, potenciando así el arma. Eso es lo máximo que pudo conseguir. "Bueno, menos es nada", pensó. Se miró al espejo. El enorme moratón violáceo del cuello se estaba confundiendo con el color de su piel. Se tocó la frente, no tenía fiebre, no se sentía mal. Hacía horas que había sido mordido pero no había ni rastro de los síntomas tan aparatosos que sufrió su novio.

Despertó a Toñi:

—Me voy. Cierra detrás de mí y no se te ocurra abrir a nadie… que no sea yo, claro.

Una somnolienta y silenciosa Toñi, con los ojos casi pegados y expresión como de enfado en su cara, abrió desganada la persiana. Miguel se inclinó para pasar por debajo:

—Os he dejado el macuto con las medicinas. Si no vuelvo… dale un ibuprofeno a Belén cada ocho horas, para la fiebre.

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