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Authors: Guillermo del Toro,Chuck Hogan

Oscura (25 page)

BOOK: Oscura
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—No se ha hecho ningún esfuerzo decente en materia de contención —prosiguió—. ¿Por qué han permitido que esto siga ardiendo? ¡Respóndeme!

Barnes estaba arrinconado contra la ventanilla, lloriqueando como un niño.

—¡Es algo que se me ha ido
completamente de las manos! —exclamó.

—Déjame adivinar: sólo estás cumpliendo órdenes.

—Yo... acepto mi papel, Ephraim. Llegó el momento en que había que tomar una decisión, y lo hice. Este mundo, el que nosotros creíamos
conocer, está al borde del colapso.

—¡No me digas!

La voz de Barnes se volvió más fría:

—La apuesta inteligente es con ellos. Nunca apuestes con el corazón, Ephraim. Todas las instancias gubernamentales se han visto comprometidas, directa o indirectamente. Con esto quiero decir que han sido corrompidas o infiltradas. Es algo que está sucediendo incluso en las esferas más altas.

Eph asintió de manera enfática.

—Eldritch Palmer.

—¿Realmente importa en este momento?

—Para mí, sí.

—Cuando un paciente está desahuciado y a punto de morir, Ephraim, cuando ha desaparecido toda posibilidad de recuperación, ¿qué hace un buen médico?

—Sigue luchando.

—¿De veras? ¿Aunque el final esté próximo? Y cuando ya no se les puede salvar, ¿les ofreces los cuidados paliativos y prolongas algo que ya es inevitable? ¿O dejas que la naturaleza siga su curso?

—¡La naturaleza! ¡Por Dios, Everett!

—No sé de qué otra forma llamarlo.

—Yo lo llamo eutanasia. De toda la raza humana. Estás de nuevo con tu uniforme de la Marina viendo cómo muere sobre la mesa.

—Es obvio que quieres hacer de esto algo personal, Ephraim, cuando yo no soy el responsable de lo que está pasando. Échale la culpa a la enfermedad, no al médico. Hasta cierto punto, estoy tan horrorizado como tú. Pero soy realista y algunas cosas simplemente no pueden ignorarse. Hice lo que hice porque no tenía otra opción.

—Siempre hay una opción, Everett. Siempre. ¡Joder!... Yo lo sé, pero tú... eres un cobarde, un traidor; y peor aún: un jodido loco.

—Perderás esta guerra, Ephraim. A decir verdad, y no me equivoco, ya lo has hecho.

—Ya veremos —dijo Eph, que había atravesado ya la mitad de la ciudad—. Tú y yo lo veremos juntos...

 

 

Sotheby’s

 

F
UNDADA EN
1744, la casa de subastas Sotheby’s comercia con obras de arte y diamantes y realiza ventas de bienes raíces en cuarenta países; los principales centros de ventas están situados en Londres, Hong Kong, París, Moscú y Nueva York. El Sotheby’s de esta ciudad ocupa toda la extensión de la avenida York entre las calles 71 y 72, a una manzana de la autopista FDR y del East River. Es un edificio de diez pisos y fachada de cristal, con apartamentos, galerías y salones para subastas especializadas, algunas de las cuales están abiertas para el público en general.

Aunque no este día. Un pelotón
de escoltas privados tapados con mascarillas estaba apostado en la acera y detrás de las puertas giratorias. El Upper East Side procuraba mantener cierta apariencia de normalidad, aunque varios enclaves de la ciudad estuvieran hundiéndose en el caos.

Setrakian, acompañado de Fet, manifestó su deseo de registrarse como postor autorizado
para la próxima subasta. Les proporcionaron mascarillas y los condujeron al interior. El vestíbulo principal del edificio estaba al aire libre, extendiéndose en diez niveles de balcones superpuestos, rematados con barandillas. Les asignaron un escolta, y fueron conducidos por las escaleras mecánicas a la oficina de una representante, situada en el quinto piso.

La empleada se puso la mascarilla de papel al verlos entrar y no se levantó de su escritorio. Estrecharles la mano era arriesgado. Setrakian reiteró su intención de participar en la subasta, y ella, sin más protocolo que un simple gesto de aprobación, sacó unos formularios.

—Necesito el nombre y número de su agente. Registre sus cuentas de valores, por favor, así como la prueba de intención de oferta, rellenando esta autorización por un millón de dólares, que es el depósito habitual
para este nivel de subastas.

Setrakian miró a Fet, jugando con la pluma entre sus dedos torcidos.

—Supongo
que estoy hablando con una empleada
experimentada. Tengo algunas antigüedades interesantes. Me encantaría dejarlas como garantía.

—Lo siento mucho —dijo ella, disponiéndose a recoger los formularios y a devolverlos
de nuevo a los cajones de su escritorio.

—Si me lo permite —dijo Setrakian devolviéndole la pluma, pero ella no hizo el menor movimiento para recibirla—, me gustaría ver el catálogo antes de tomar una decisión.

—Me temo que ése es un privilegio exclusivo para los postores. Nuestras medidas
de seguridad son muy estrictas, como probablemente ya sabrá, debido a la naturaleza de algunos de los artículos ofrecidos...

—El
Occido lumen
.

Ella hizo un esfuerzo para no evidenciar su sorpresa.

—Precisamente, sí; hay mucho... misterio rodeando el tema, como ya se habrá dado cuenta, y naturalmente, debido al estado actual de la situación aquí en Manhattan... y al hecho de que ninguna casa de subastas haya ofertado con éxito el
Occido lumen
en los dos últimos siglos... Bueno, no hay que ser muy supersticioso para relacionar los dos aspectos.

—Estoy seguro de que el componente económico
también es bastante significativo. Si no fuera así, ¿para qué continuar con la subasta? Evidentemente, Sotheby’s cree que su comisión por la venta supera los riesgos asociados a
la subasta del
Lumen
.

—Bueno, yo no puedo hacer comentarios sobre los pormenores del negocio.

—Discúlpeme —dijo Setrakian, poniendo una mano en el borde superior del escritorio con la misma delicadeza con la que podría tomarla del brazo—. ¿Es posible que un anciano como yo pueda simplemente echarle una mirada?

Los ojos de la empleada
permanecían inmóviles sobre su mascarilla
protectora.

—No puedo.

Setrakian miró a Fet. El exterminador se levantó y se quitó la mascarilla. Mostró su placa oficial.

—Odio hacer esto, pero necesito ver al supervisor del edificio inmediatamente. Para ser más exactos, al encargado de esta propiedad.

 

 

E
l director de Sotheby’s en Norteamérica se levantó de su escritorio cuando el supervisor del edificio entró acompañado de Fet y Setrakian.

—¿Qué significa esto?

—Este caballero dice que tenemos que evacuar el edificio —indicó el supervisor a través de su mascarilla.

—Evacuar... ¿qué?

—Tiene autoridad para sellar el edificio durante setenta y dos horas mientras los funcionarios del Departamento de Sanidad lo inspeccionan.

—Setenta y dos..., pero ¿y qué pasará con la subasta?

—Será cancelada —declaró Fet, encogiéndose de hombros—. A menos que...

La expresión del director fue evidente detrás de su mascarilla, como si hubiera comprendido de repente.

—La ciudad se derrumba a nuestro alrededor ¿y usted decide venir justo en este momento en busca de un soborno?

—No es un soborno lo que busco —respondió Fet—. La verdad es que, y tal vez usted pueda comprobarlo sólo con mirarme, soy una especie de fanático del arte.

Se les permitió el acceso restringido al
Occido lumen
, que estaba en una cámara privada del noveno piso, protegido por los gruesos cristales de una voluminosa vitrina de exposición, custodiada por dos puertas con clave. La vitrina blindada fue abierta, y Fet observó a Setrakian prepararse para inspeccionar el tomo que había buscado durante tanto tiempo con sus manos deformes cubiertas con guantes blancos de algodón.

El viejo libro descansaba en un estante de roble blanco y ornamentado. Tenía 30 x 20 x 4,5 centímetros y 489 folios escritos a mano sobre pergamino, con 20 páginas iluminadas. Estaba encuadernado en piel, con láminas de plata pura en la portada y en la contraportada, al igual que
en el lomo. Las páginas también tenían bordes del mismo metal.

En ese momento, Fet comprendió por qué el libro nunca había caído en manos de los Ancianos, y por qué el Amo no era capaz de apropiarse de él sin dilación.

La portada
de plata: el libro estaba, literalmente, fuera de su alcance.

Dos cámaras gemelas instaladas en sendos soportes se elevaron sobre la mesa tomando imágenes de las páginas abiertas, las cuales fueron reproducidas en grandes pantallas de plasma que había en la pared de enfrente. La primera página iluminada contenía un dibujo detallado de una figura con seis apéndices, elaborado en hoja de plata fina y brillante. El estilo y los detalles de la caligrafía remitían a otra época y a otro mundo. A Fet le intrigó la reverencia que Setrakian mostraba por este libro. Le impactó la calidad de su factura, pero cuando se trataba del trabajo artístico en sí, Fet no tenía la menor idea de lo que veían sus ojos, así que esperó a que el anciano hiciera los respectivos comentarios. Lo único que Fet reconocía era la clara semejanza entre esta obra y las pinturas que él y Eph habían visto en el metro. Incluso las tres medias lunas estaban representadas en el texto.

Setrakian centró su interés en dos páginas; una de ellas sólo contenía textos, mientras que la otra estaba ricamente iluminada. Más allá de la evidente calidad artística de la página, Fet no atinaba a comprender qué podía tener esa imagen que cautivaba al anciano hasta las lágrimas.

Permanecieron allí más de los quince minutos asignados, y Setrakian se apresuró a copiar unos veintiocho símbolos. Aunque Fet no pudo verlos en las pantallas. Guardó silencio mientras esperaba a que el profesor
—frustrado obviamente por la torpeza de sus dedos encorvados— llenara dos hojas de papel con dichos símbolos.

El anciano permaneció en silencio mientras bajaban en el ascensor. No articuló
palabra hasta que cruzaron el vestíbulo y estuvieron lejos de los guardias de seguridad.

—Las páginas tienen marcas de agua. Sólo un ojo entrenado puede percibirlas. Los míos pueden hacerlo —señaló Setrakian.

—¿Marcas de agua? ¿Quieres decir como los billetes?

Setrakian asintió con la cabeza.

—Todas las páginas del libro. Era una práctica común en algunos grimorios y tratados de alquimia, incluso en los primeros juegos de cartas del tarot. ¿Me entiendes? Hay un texto impreso en las páginas, pero debajo hay una segunda capa, marcada al agua directamente sobre el papel al momento de prensarlo. Se trata del verdadero conocimiento. Del Sigilo. Del símbolo oculto, la clave que he estado buscando.

—Los símbolos que copiaste...

Setrakian se tocó el bolsillo, tranquilizándose al constatar que traía los bocetos. Se detuvo, pues algo llamó su atención. Fet cruzó la calle con él, hacia el edificio
que estaba frente a la fachada de cristal de Sotheby’s. El Hogar Mary Manning Walsh era un asilo de ancianos administrado por las hermanas carmelitas de la archidiócesis de Nueva York.

Setrakian se dirigió al lado izquierdo de la fachada de ladrillo, junto al toldo de la entrada. Había un grafiti anaranjado y negro. Fet tardó un momento en comprender que se trataba de una versión muy estilizada, si bien un poco más burda, de la figura iluminada que adornaba la portada de aquel libro guardado en la planta superior de Sotheby’s, un libro que nadie había visto en décadas.

—¿Qué demonios? —exclamó Fet.

—Es él..., su nombre —dijo Setrakian—. Su verdadero nombre. Está marcando toda la ciudad con él. Declarando que es suya.

Setrakian retrocedió, contemplando el humo negro que se elevaba en el firmamento y ocultaba el sol.

—Tenemos que encontrar la forma de conseguir ese libro —señaló.

 

 

Extracto del diario de Ephraim Goodweather

 

Queridísimo Zack:

Lo que debes saber es que tuve que hacer esto no por arrogancia (no soy ningún héroe, hijo), sino por convicción. El dolor que siento en este momento es más grande que la tristeza que sentí después de haberte dejado en la estación de tren. Y quiero decirte que no he escogido al género humano en lugar de a ti. Lo que voy a hacer ahora lo hago pensando únicamente en tu futuro y no por ninguna otra razón. Si el resto de la humanidad puede beneficiarse, es para mí una cuestión secundaria. Esto es simplemente para que nunca, cuando seas mayor, te veas obligado a escoger entre tu hijo y tu deber, como acabo de hacer yo.

Desde el primer momento en que te tuve entre mis brazos, supe que ibas a ser el único amor verdadero de mi vida. Un ser humano a quien yo podría darle todo sin esperar nada a cambio. Por favor, Z, comprende que no puedo confiar en nadie más al emprender lo que estoy a punto de hacer. La mayor parte de la historia del siglo anterior fue escrita con un arma en la mano. Lo hicieron hombres impulsados a asesinar por sus convicciones o por sus demonios. Yo poseo ambas cosas. La locura es real, hijo, es la existencia actual. Ya no es un trastorno de la mente, sino una realidad externa. Tal vez yo pueda remediar esta situación.

Seguramente seré catalogado como un criminal, o tal vez dirán que enloquecí, pero mi esperanza es que, con el tiempo, la verdad reivindique mi nombre, y que tú, Zack, me lleves una vez más en tu corazón.

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