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Authors: Connie Willis

Tags: #Ciencia ficción

Oveja mansa (23 page)

BOOK: Oveja mansa
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—Se supone que teníamos que estar en el despacho de Dirección hace diez minutos.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que pasa? —dije, tratando de seguir su paso—. ¿Tenemos problemas?

Bueno, claro que teníamos problemas. Nadie entraba en el despacho de Dirección, dejando aparte los de Impulso de Personal, a no ser que estuviera a punto de ser trasladado a Suministros. O cuando te cortaban los fondos.

—Espero que no sean los activistas en favor de los derechos de los animales —dijo Ben, deteniéndose ante la puerta de Dirección—. ¿Crees que tendría que haberme puesto una chaqueta?

—No —contesté, recordando cómo eran las suyas—. Tal vez sea por algo sin importancia. Tal vez no somos lo bastante informales vistiendo.

La secretaria de la antesala nos dijo que entráramos.

—No es por algo sin importancia —susurró Ben, y alargó la mano hacia el pomo de la puerta.

—Tal vez no sea nada malo —dije—. A lo mejor Dirección quiere felicitarnos por nuestra cooperación interdisciplinaria.

Abrió la puerta. Dirección se encontraba de pie tras su mesa, cruzado de brazos.

—No lo creo —murmuró Ben, y entramos.

Dirección nos dijo que nos sentáramos, otra mal señal. Una de las Ocho Máximas de Eficacia de DSAJ era: «Celebrar reuniones de pie favorece la concisión.»

Nos sentamos.

Dirección permaneció de pie.

—Un asunto extremadamente serio referente a ustedes y su proyecto me ha llamado la atención.

«Son los defensores de los derechos de los animales», pensé, y me preparé para lo que iba a decir a continuación.

—La ayudante de la facilitadora de mensajes en el trabajo fue vista fumando en la zona del corral. Dice que tenía permiso para hacerlo. ¿Es cierto?

Fumar. Todo aquello era por el hábito de fumar de Shirl.

—¿Quién dio ese permiso? —preguntó Dirección.

—Yo —dijimos los dos.

—Fue idea mía —añadí yo—. Le pregunté al doctor O'Reilly si no le importaba.

—¿Es usted consciente de que el edificio HiTek es una zona libre de humo?

—Era al aire libre —dije, y entonces recordé Berkeley—. No me parecía bien que tuviera que soportar una nevada para fumar.

—A mí tampoco —dijo Ben—. No fumaba dentro. Sólo en el corral.

Dirección parecía aún más sombrío.

—¿Son conscientes de las directrices de HiTek para la investigación con animales vivos?

—Sí—contestó Ben, asombrado—. Las seguimos...

—Los animales vivos deben tener un entorno sano —dijo Dirección—. ¿Están al corriente de los peligros de los carcinógenos atmosféricos, del informe del Ministerio de Salud sobre los peligros del humo para el fumador pasivo? Puede causar cáncer de pulmón, enfisema, tensión alta y ataques cardíacos.

Ben parecía aún más confundido.

—No fumaba cerca de nosotros, y era al aire libre. Yo...

—Se requiere que los animales vivos tengan un entorno
sano
—dijo Dirección—. ¿Llamarían al humo del tabaco un entorno sano?

«Nunca subestimes el poder de una moda contraria a algo», pensé. La última de este país condujo a un montón de acusaciones por comunismo, reputaciones arruinadas, carreras destruidas.

—«¡... y de las casas salieron las ratas en tropel!» —murmuré.

—¿Qué? —dijo Dirección, mirándome fijamente.

—Nada.

—¿Sabe usted cuáles son los efectos del humo sobre las ovejas? —dijo Dirección.

«No —pensé—, ni tú tampoco. Sólo estás siguiendo al rebaño.»

—Su patente despreocupación por la salud de las ovejas impide que este proyecto sea tenido en cuenta como serio aspirante a la concesión de becas.

—Ella sólo fuma un cigarrillo al día —dijo Ben—. El corral de las ovejas mide treinta metros por veinticinco. La densidad del humo de un solo cigarrillo sería de menos de una parte por mil millones.

«Déjalo, Ben», pensé. Las tendencias de aversión no tienen nada que ver con la lógica científica, y no sólo hemos expuesto las ovejas al humo de segunda mano: HiTek piensa que hemos puesto en peligro sus posibilidades de obtener lo que desea su corazón: la beca Niebnitz.

Miré a Dirección. «HiTek va a despedir por fin a alguien, —pensé—, y seremos nosotros.» Me equivocaba.

—Doctora Foster, usted consiguió las ovejas, ¿verdad? —Sí —contesté, resistiendo la tentación de añadir «señor»—. De un ranchero de Wyoming.

—¿Y es él consciente de que intentó exponer sus ovejas a dañinos carcinógenos?

—No, pero no pondrá pegas —dije, y entonces recordé el pudín de pan. Nunca le había preguntado su punto de vista sobre el tabaco, pero sabía cuál era: lo que todo el mundo pensara.

—Según recuerdo, este proyecto también fue idea suya, doctora Foster. Fue idea suya usar ovejas, a pesar de las objeciones de Dirección.

—Sólo intentaba ayudarme a salvar mi proyecto —dijo Ben, pero Dirección no le escuchaba.

—Doctor O'Reilly, esta desafortunada situación no es, evidentemente, culpa suya. Habrá que cancelar el proyecto, me temo; pero la doctora Turnbull necesita un colega para el proyecto en el que está trabajando, y se refirió en concreto a usted.

—¿Qué proyecto? —preguntó Ben.

—Eso no está decidido todavía —contestó Dirección—. La doctora estudia varias posibilidades. Sea cual fuere, estoy seguro de que será un excelente proyecto en el que participar. Consideramos que tiene un setenta y ocho por ciento de probabilidades de ganar la beca Niebnitz. —Se volvió hacia mí—. Doctora Foster, encárguese de devolver las ovejas a su dueño inmediatamente.

Entonces entró la secretaria.

—Lamento interrumpir, señor...

—Habrá una reprimenda en su expediente, doctora Foster —dijo Dirección, ignorándola—, y reevaluaremos en profundidad su proyecto en el próximo período de adjudicación de fondos. Mientras tanto...

—Señor, tiene usted que salir —dijo la secretaría.

—Estoy en mitad de una reunión —cortó Dirección—. Quiero un informe completo detallando sus avances en la investigación de tendencias —me dijo.

—Espere un momento —dijo Ben—. La doctora Foster sólo estaba...

—Discúlpeme, señor...

—¿Qué pasa, señorita Shepard? —dijo Dirección.

—Las ovejas...

—¿Ha llamado el propietario para quejarse? —dijo él, dirigiéndome una mirada venenosa.

—No, señor. Son las ovejas. Están en el pasillo.

5
CURSO PRINCIPAL

Dios está en el cielo...
Todo va bien en el mundo.

ROBERT BROWNING

Baile obsesivo
(1374)

Moda religiosa del norte de Europa. La gente bailaba sin control durante horas. Formaban círculos en las calles y saltaban, chillaban y rodaban por el suelo, gritando a menudo que estaban poseídos por los demonios y suplicando a dichos demonios que dejaran de atormentarlos. Causada por histeria nerviosa y/o calzar zapatos puntiagudos.

Quien primero propuso la idea de que el caos y los logros científicos significativos están conectados fue Henri Poincaré, que había sido incapaz de poner el pie en el escalón del autobús y lo vio todo claro. Su descubrimiento, dijo en la Société de Psychologie, fue una inesperada reflexión surgida de la frustración, la confusión y el caos mental.

Otros teóricos del caos han explicado la experiencia de Poincaré como el resultado de la conjunción de dos marcos de referencia distintos. Las circunstancias caóticas (la frustración de Poincaré con el problema, su insomnio, las distracciones de hacer las maletas para el viaje, el cambio de escenario) crearon una situación alejada del equilibrio donde ideas desconectadas entraron en nuevas y sorprendentes conjunciones y acontecimientos insignificantes tuvieron enormes consecuencias.

Hasta que el caos cristalizó en un orden superior de equilibrio por el simple hecho de subirse a un autobús. O toparse con un rebaño de ovejas.

No estaban en el pasillo. Estaban en la antesala y camino del santuario interior de Dirección y su alfombra blanca. La secretaria se aplastó contra la pared para dejarlas pasar, apretando el bloc de notas contra el pecho.

—¡Esperad! —dijo Dirección, alzando las manos como si hiciera un ejercicio de sensibilidad—. ¡No podéis entrar aquí!

Ben se lanzó de cabeza contra la primera oveja, que puede que no fuera la mansa, porque aunque la paró en la puerta y la retuvo allí, empujándola con los hombros como en un saque de fútbol, las otras ovejas simplemente la esquivaron y entraron en el despacho. Tal vez yo las había juzgado mal y en efecto tenían cerebro. Se habían dirigido de cabeza a la parte del edificio donde podían causar más daños.

Lo hicieron. Parecía mentira que pudieran llevar tanta suciedad en sus pequeñas pezuñas, y además dejaron a su paso una mancha alargada de lana sucia en las paredes blancas y en el vestido de la secretaria de Dirección.

Ben seguía luchando con la oveja, que estaba ansiosa por unirse al rebaño, que ahora se dirigía recto a la pulida mesa de teca de Dirección.

—¡Han puesto en peligro el bienestar de unos animales vivos! —dijo Dirección, subiéndose a la mesa—. Además, la supervisión del proyecto es inadecuada.

Las ovejas daban vueltas a la mesa como los indios de las películas alrededor de una caravana.

—¡No han establecido las medidas de seguridad apropiadas! —dijo Dirección.

—Facilitamos el potencial —murmuré, tratando de hacer que se movieran en otra dirección, en cualquier dirección.

—¡Estos animales no deberían estar aquí! —gritó Dirección desde lo alto de la mesa.

Al parecer a las ovejas se les había ocurrido la misma idea. Entonaron un apesadumbrado balido, todas a la vez, abriendo la boca con un continuo y ensordecedor
bee
.

Miré con atención a las ovejas, tratando de localizar dónde se había originado el balido, pero parecía haber surgido de todas partes al mismo tiempo. Como el pelo corto.

—¿Has oído dónde ha empezado el balido? —le grité a Ben.

El soltó la oveja y todas se movieron de repente, deambulando al azar por el despacho y dirigiéndose a la puerta.

—¿Adonde van? —dijo Ben.

Dirección se había bajado de la mesa y gritaba de nuevo advertencias, un poquito más agitado que antes.

—¡HiTek no tolerará sabotajes por parte de los empleados! Si alguno de ustedes o esa
fumadora
soltó esas ovejas a propósito...

—No lo hicimos —dijo Ben, tratando de llegar a la puerta—. Deben de haber salido solas.

Y tuve una súbita visión de Flip apoyada contra la puerta del corral, jugando con el pestillo, arriba y abajo, arriba y abajo.

Ben llegó a la puerta justo cuando las dos últimas ovejas la atravesaban, balando frenéticamente ante la perspectiva de quedarse rezagadas.

Pero una vez en el pasillo empezaron a dar vueltas sin rumbo. Parecían perdidas, pero inamovibles.

—Tenemos que encontrar a la mansa —dije. Empecé a abrirme paso entre ellas, buscando el lazo rosa.

Hubo un grito al fondo del pasillo, seguido de un:

—¡Maldita seas, bicho sin cerebro!

Era Shirl, con los brazos llenos de papeles.

—¡Apártate de mi camino, estúpido animal! —gritó—. ¿Cómo has...? —Se detuvo en seco al ver el rebaño entero—. ¿Quién las ha dejado salir?

—Flip —contesté, palpando el cuello de una oveja en busca del lazo.

—No puede ser —dijo Shirl, avanzando hacia mí por entre las ovejas—. No está aquí.

—¿Cómo que no está aquí? —dije. Dos ovejas me pasaron una por cada lado y estuvieron a punto de tirarme al suelo.

—Dimitió —contestó Shirl, manteniendo a raya a la de la izquierda con sus papeles—. Hace tres días.

—No me importa —dije, empujando a la otra—. De algún modo, Flip está detrás de esto. Está detrás de todo.

Las ovejas de pronto corrieron pasillo abajo, hacia Personal.

—¿Adonde van ahora? —dijo Ben.

—No tienen ni idea —respondí—. Contempla al público americano.

Dirección salió de su oficina con la corbata torcida.

—¡Este tipo de conducta es obviamente un efecto secundario de la nicotina!

—Tenemos que encontrar a la mansa. Es la clave.

Ben se detuvo. Me miró.

—La clave —dijo.

—Cuando averigüe quién está causando este... este caos —gritó Dirección.

—Caos —dijo Ben lentamente, casi para sí—. La clave es la mansa.

—Sí —contesté—. Es la única forma de hacerlas volver a Biología. Empieza tú por este extremo, y yo por el otro. ¿De acuerdo?

Él no me contestó. Se quedó de pie, transfigurado, mientras las ovejas daban vueltas a su alrededor, con la boca medio abierta y los ojos encogidos tras sus gafas de culo de botella.

—Una mansa —dijo en voz baja.

—Sí, la mansa —repuse, y pasó un buen rato antes de que sus ojos se posaran en mí—. Encuentra a la mansa. Piensa en rosa.

Me encaminé hacia el fondo del pasillo.

—Shirl, corra al laboratorio y traiga un ronzal. —De pronto recordé algo—. ¿Dijo que Flip ha dimitido? Shirl asintió.

—Ese dentista que conoció por los anuncios de contactos se mudó de casa y lo ha seguido. Para que pudieran ser geográficamente compatibles —corrió pasillo abajo en dirección al laboratorio.

Las ovejas estaban en las escaleras, moviéndose asustadas en el borde del último escalón; lástima que no fuera un acantilado. Tal vez podrían caerse y romperse el cuello, pero no hubo tanta suerte. Bajaron un tramo y luego recorrieron el pasillo hasta Estadística. Yo corrí hacia arriba. —¡Van hacia Estadística! —le grité a Ben. No estaba allí. Bajé corriendo las escaleras y me detuve a medio camino.

En un rincón del suelo, aplastado y muy sucio, estaba el lazo rosa. «Maravilloso», pensé, y alcé la mirada y vi a Alicia Turnbull, que me miraba a su vez.

—Doctora Foster —dijo con desaprobación.

—No me digas. Ninguno de los ganadores de la beca Niebnitz estuvo jamás relacionado con las estampidas.

—¿Dónde está el doctor O'Reilly? —me preguntó.

—No lo sé —recogí el lazo estropeado—. Y tampoco sé dónde está la mansa. O qué tipo de proyecto ganará la beca Niebnitz. Pero sí tengo una idea aproximada de lo que van a hacer las ovejas en Estadística ahora mismo, así que, si me disculpas... —dije, y la dejé atrás y corrí por el pasillo.

«Al menos no pueden hacer ningún daño en mi laboratorio», pensé, esperando que las demás puertas estuvieran cerradas.

El rebaño seguía todavía en el pasillo, así que debían estarlo. Gina se encontraba en el otro extremo, saliendo del laboratorio de Estadística.

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