Authors: Laura Gallego García
Se transformó en unicornio.
Fue espantoso. Un brutal torrente de energía la recorrió por dentro, casi destrozándola, y la hizo lanzar un alarido de dolor. Trató de detener aquello, pero no pudo, y recordó, como si hubiese sucedido el día anterior, cómo Ashran la había utilizado para succionar la energía del mundo. Aquello era parecido, pero era su propio cuerpo el que absorbía más magia de la que podía contener, y se veía completamente desbordado, como un cauce demasiado estrecho ante una inundación. Victoria inclinó la cabeza, rota de dolor por dentro. El cuerno pesaba tanto que creyó que le iba a partir el cuello.
Apretó los dientes y abrió los ojos, con esfuerzo. La luz del cuerno la deslumbró. Luchó por levantar la cabeza y alejar el cuerno del cuerpo de Christian. Cualquier cosa que rozara en aquellos momentos estallaría en millones de fragmentos.
Cualquier cosa...
Victoria aguantó aún un momento más, aterrorizada, a punto de estallar. Sabía lo que podría sucederle si no descargaba toda aquella energía, pero tenía miedo de hacer daño a Christian. «Tengo que intentarlo», se dijo, con esfuerzo. «Es la única oportunidad que tiene».
Con un gemido de dolor, volvió a mover la cabeza, luchando por controlar el movimiento al milímetro. Si se equivocaba, y el cuerno rozaba la piel de Christian, aunque solo fuera un instante...
Procuró no pensar en ello.
Lenta, muy lentamente, bajó la cabeza, acercando la punta del cuerno a la gema que latía en el pecho del shek. Su cuerno tembló un instante, a escasos centímetros de la piedra. Junto a ella, el pájaro haai chillaba de terror.
«Un poco más», se dijo Victoria, con un jadeo de agonía. «Solo un poco más».
La punta del cuerno rozó la piedra negra.
Victoria sintió cómo se descargaba de la energía divina, cómo pasaba a través de ella violentamente, desgarrando su alma y obligándola a gritar de dolor, pero se mantuvo firme. La gema absorbió aquel poder, palpitando como un corazón de obsidiana, y Victoria aguantó... aguantó...
De pronto, la gema se rompió en mil pedazos. El unicornio retiró el cuerno, y la magia se detuvo de golpe, hinchiéndola por dentro hasta que se sintió a punto de estallar.
No aguantó más. Se transformó en humana otra vez, y el dolor remitió.
Sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Se dejó caer junto a Christian y se miró las manos. Aún despedían chispas, pero no tantas como antes. Respiró hondo. Tenía que salir de allí...
No se atrevió a mirar a Christian. No estaba preparada, todavía, para saber si había funcionado o no. De momento, lo más urgente era regresar a la cabaña, a un sitio donde pudieran estar seguros.
Se incorporó, y entonces fue consciente de que algo iba terriblemente mal.
Bajó la mirada, inquieta, y dejó escapar un grito de terror al ver que su vientre se hinchaba lentamente. Lo palpó con las manos, muerta de miedo. Podía sentir a su hijo creciendo dentro de ella.
—¿Qué estás haciendo? —chilló, con una nota de pánico en su voz—. ¿Qué está pasando?
Tuvo una fugaz visión del bebé aumentando de tamaño a tal velocidad que acababa por rasgar su vientre y salir de ella violentamente; trató de serenarse, pero entendió que, si el niño seguía creciendo, podía hacerla romper aguas y obligarla a dar a luz allí mismo, en pleno bosque...
Dejó escapar un gemido de terror, y siguió sujetándose el vientre, sintiéndolo aumentar de volumen; se había quedado bloqueada, sin saber qué hacer.
De pronto, una mano aferró su muñeca. Se volvió, y se topó con la mirada de Christian.
—Tienes que salir de aquí —dijo solamente.
Hablaba todavía con esfuerzo, pero estaba consciente. El alivio inundó el pecho de Victoria. Ayudó a Christian a incorporarse, tratando de no mirar hacia abajo, pero se sentía muy débil y extrañamente hambrienta. Su cuerpo estaba utilizando todos los recursos a su alcance para hacer crecer a su bebé a toda velocidad, contagiado de la fiebre creadora de Wina.
Llegaron a duras penas hasta el pájaro haai, que chillaba escandalosamente y aleteaba, desesperado. Victoria ayudó a Christian a subir a su lomo. El propio Christian tuvo que tirar de ella, porque apenas podía caminar.
Cuando la joven, una vez acomodada sobre el lomo del animal, soltó por fin sus ataduras, el haai lanzó un grito de libertad, abrió las alas y levantó el vuelo. Y, poco después, los tres se alejaban de allí, hacia el cielo coronado por los tres soles.
Llegaron a la cabaña, y Victoria comprobó aliviada que las plantas habían dejado de crecer: Wina se estaba alejando hacia el sur, hacia Raden.
Dejó libre al haai con unas palabras de agradecimiento y, cuando el ave alzó el vuelo, con un agudo gorjeo, ayudó a Christian a traspasar el umbral. No se detuvo a analizar qué le había pasado. Tendió al shek sobre el lecho de hojas y examinó su pecho, con ansiedad.
La gema había desaparecido. No obstante, las cicatrices permanecían: una marca oscura y redonda en el lugar donde había estado clavada la piedra, como una quemadura que hubiese abrasado la piel del shek; y aquellas estrías que partían de la marca central y que recorrían su pecho, como las patas de un insecto siniestro. Victoria rozó la marca con la yema del dedo.
—¿Te duele? —preguntó. Como Christian no respondía, alzó la cabeza para mirarlo.
Vio que tenía sus ojos fijos en ella. Estaba consciente y parecía que, poco a poco, su mirada iba recuperando aquel brillo de inteligencia que la caracterizaba. Victoria, no obstante, no quiso hacerse ilusiones tan pronto.
—¿Te duele? —repitió.
Christian negó con la cabeza, sin dejar de mirarla. Victoria se concentró entonces en sus cicatrices y puso en juego todo su poder curativo, para regenerar su piel y hacerlas desaparecer.
Fue inútil. Exhausta, retiró las manos. Se sentía mareada, pero, aun así, lo intentó de nuevo.
—Descansa —dijo Christian con suavidad, obligándola a detenerse. Tomó sus manos y las deslizó hasta su vientre. Victoria temblaba de miedo y rehuyó su mirada.
—El bebé ha crecido de golpe —observó Christian.
Victoria bajó la cabeza para mirar, desolada, la nueva curva que presentaba su abdomen.
—Pero, ¿por qué? —susurró; la voz le temblaba y estaba a punto de llorar.
—Te lo habría dicho si hubiese tenido ocasión. Wina no solo hace crecer las plantas. También acelera el desarrollo de todo tipo de criaturas.
Victoria palpó su vientre, preocupada. Cerró los ojos un instante. Christian aguardó, sin molestarla, hasta que ella lo miró, con una débil sonrisa.
—Ya da patadas —dijo—. ¡Lo he notado moverse! ¿Crees que... estará bien?
Christian la rodeó con sus brazos.
—Espero que sí. En teoría, lo único que ha hecho ha sido ahorrarte varios meses de embarazo —la observó con aire crítico—, pero creo que aún es demasiado pequeño. No vas a dar a luz esta noche —añadió, sonriendo.
Victoria lo miró, seria.
—Y tú, ¿cómo estás?
—Agotado, pero... mejorando, creo. —Arrugó levemente el ceño—. Es como si mi visión hubiese estado desenfocada y fuera aclarándose poco a poco.
Ella sonrió, pero no respondió. Alzó la mano para tocarle la frente.
—Me parece que estás un poco más frío.
Christian se recostó sobre el lecho y cerró los ojos, con un suspiro de cansancio.
—La esencia de shek va recuperando poco a poco el terreno que había perdido —dijo—. Quizá tarde un tiempo, pero me parece que volveré a recobrar mis fuerzas y mi poder.
—Eso está bien —murmuró Victoria, acurrucándose junto a él.
Christian la abrazó, con gesto protector, pero la muchacha, rendida, cerró los ojos y, apenas unos instantes más tarde, ya dormía profundamente. Christian sonrió.
—Me has salvado la vida —le dijo al oído—. Nunca lo olvidaré.
Era lo único que sabían, lo único que eran capaces de balbucear cuando les preguntaban qué había sucedido y quién los había dejado en aquel estado.
—Vienen todos de una aldea cercana a las fuentes del Adir, Majestad —informó Covan—. Y aún hay muchos más que vagan perdidos por el valle. Los soldados están recogiendo a todos los que pueden, pero... no sé si podremos devolverlos a sus casas.
—¿Por qué no? —preguntó Alsan, inquieto—. ¿Sigue allí lo que los ha atacado?
Covan negó con la cabeza.
—Es que no hay manera de encontrar la aldea, Alsan. Dicen que la zona está envuelta en un resplandor tan intenso que nadie puede aproximarse sin que le duela la vista. Y, teniendo en cuenta el estado de toda esa gente, no sé si resulta prudente acercarse más.
Alsan frunció el ceño, pensativo. Se inclinó junto a un bulto que se había acurrucado en un rincón, gimiendo y cubriéndose la cara con las manos.
—Vanissardo, te hallas ante tu rey —dijo—. Dime, ¿qué os ha sucedido?
El hombre alzó apenas la cabeza. Alsan se estremeció cuando vio aquel rostro, pálido como el de un cadáver y con las cuencas de los ojos completamente vacías.
—La Luz... la Luz... —gimoteó el aldeano.
—¿Por qué no lo han curado todavía? —inquirió Alsan.
—Los curanderos no saben qué hacer con ellos —respondió Covan—. No pueden devolverles los ojos, y parece, en cualquier caso, que no les duele. Parece como si... esa luz de la que hablan les hubiese quemado los ojos y, no obstante, no les importa. Por lo visto, algunos hasta bendicen a los dioses por haberles arrebatado la vista. Porque no son dignos de contemplar la Luz y su resplandor les hiere por dentro. O algo parecido.
—Bendicen a los dioses... —murmuró Alsan, presa de un horrible presentimiento.
Iba a seguir hablando, pero algo lo interrumpió. En aquel momento llegó Shail como una tromba.
—¡Alsan! —exclamó—. ¿Qué está pasando? Acabamos de llegar, y en el patio del castillo hemos visto a todas esas personas... ¿quiénes son? ¿Qué les pasa? Parece que se han vuelto...
—...Ciegas —confirmó Alsan—. Todas ellas.
Covan avanzó para cortarle el paso a Shail.
—¿Qué maneras son estas, mago? ¡Te encuentras ante el rey de Vanissar!
Shail se detuvo, perplejo.
—Covan, que soy yo —protestó.
El caballero iba a replicar, cuando vio a Qaydar, que acababa de entrar. Frunció el ceño, pero no dijo nada más.
—Archimago —dijo Alsan, con una sonrisa—. Celebro volver a veros tan pronto. Vamos a necesitar vuestra ayuda.
—Oímos las noticias acerca de la huida de Victoria, y hemos venido a colaborar en su búsqueda —informó el Archimago, cruzando las manos ante el pecho.
—Victoria tendrá que esperar —cortó Alsan—. Tenemos otro problema mucho más urgente. —Señaló al ciego que se acurrucaba en un rincón, y que seguía musitando «La Luz... la Luz...»—. Tengo a una docena de aldeanos en estas mismas condiciones aquí, en el castillo, y me han dicho que hay muchos más perdidos por el reino. Debo encontrarlos a ellos primero y averiguar qué está pasando.
Qaydar frunció el ceño.
—¿Un ataque de las serpientes?
—No es su estilo.
Qaydar se había acuclillado junto al ciego y examinaba su rostro, con preocupación.
—¿Podéis sanarlo? —preguntó Shail.
—¿Reconstruir sus ojos? —Qaydar negó con la cabeza—. Eso está lejos de mi alcance. De todas formas, creo que el mayor daño lo ha recibido su mente, no su visión. —Suspiró—. Este hombre ha perdido la razón.
—Como los Oyentes de los Oráculos —murmuró Shail, y dirigió a Alsan una larga mirada significativa.
—Sí —asintió él—, ya lo había pensado. Pero hace tiempo que ya no suceden este tipo de cosas en Idhún. Tenía entendido que se habían marchado.
—Tal vez han regresado a terminar lo que empezaron —sugirió Shail—. Puede que ya sepan dónde encontrar a Gerde.
—En tal caso no estarían aquí, en Vanissar —gruñó Alsan.
—Pero no están
todos.
Si lo que ha llegado a Vanissar puede definirse como «Luz», creo que ya sé cómo debemos llamarla.
Sobrevino un silencio incómodo, lleno de aprensión.
—No me resulta cómoda esa idea —declaró Alsan.
—¿Por qué? —preguntó Shail sin alzar la voz—. ¿Pensabas acaso que nuestra diosa sería menos destructiva o más amable que los otros cinco?
—¿De qué estáis hablando? —intervino Covan—. ¿Qué tiene que ver Irial con todo esto?
Los dos le dirigieron una mirada incómoda. Pero fue Qaydar quien contestó:
—Hace tres meses, un extraño tifón sacudió los cimientos de la Torre de Kazlunn. El joven Jack afirmaba que se debía a la presencia del dios Yohavir en nuestro mundo.
Covan palideció.
—¿Pero cómo... cómo se puede decir semejante insensatez?
—No es tan insensato —dijo Alsan—. Nosotros asistimos a un violento terremoto en Nanhai, y una ola gigantesca barrió las costas de Derbhad en las mismas fechas. Tampoco es un secreto para nadie que Alis Lithban se regeneró de forma asombrosa. Ni siquiera las serpientes podrían haber hecho eso, y tampoco es lógico creer que Gerde pueda estar detrás de todo esto.
—Karevan, Neliam y Wina —resumió Shail—. Los hemos representado siempre como seres parecidos a nosotros, pero, ¿por qué razón habrían de tener nuestro mismo aspecto?
Covan dio un paso atrás.
—Estáis todos locos —dijo—. No quiero escuchar más blasfemias.
Dio media vuelta, no sin antes inclinarse brevemente ante Alsan, y salió de la habitación.
—Parece ser —dijo Alsan al cabo de un rato—, que la diosa Irial me ha hecho el honor de visitar mi reino.
—Pues ya están todos, entonces —murmuró Shail—. A excepción de Aldun, claro. Me pregunto por qué no se ha manifestado todavía.
Alsan sacudió la cabeza.
—¿Quién dice que no lo haya hecho? Hace tres meses que Tanawe envió a un grupo de dragones a Kash-Tar, y aún no han vuelto. Y tampoco Jack, a quien enviamos para buscarlos —añadió.
Shail entornó los ojos, preocupado.
—¿No ha regresado aún?
—De modo que hemos vuelto a perder al dragón y al unicornio en vísperas de una batalla crucial —gruñó Qaydar.
—Hemos perdido mucho más que un dragón y un unicornio, Archimago —dijo Alsan—. Estamos perdiendo dragones artificiales: el grupo de Kash-Tar no ha vuelto, y sospecho que ya no regresará. También han desaparecido dos dragones que fueron enviados hace poco a patrullar por los Picos de Fuego. Es cierto que Tanawe tiene una gran flota preparada y que hay un número significativo de pilotos entrenándose... pero esos dragones no volarán sin magia.