Authors: Laura Gallego García
No podía dejar de pensar en la huida de Victoria. Sabía que podía cuidarse sola, pero no podía evitar preocuparse un poco. También le entristecía la ruptura de Jack y Victoria. Lo había hablado con Zaisei, antes de despedirse de ella para ir a la Torre de Kazlunn, y la joven se había mostrado sinceramente apenada.
—Era un lazo tan hermoso —suspiró—. Ojalá no permitan que se rompa.
Shail le pidió que hablara con Jack, que le dijera lo que sabía acerca de los sentimientos de ambos chicos, pero Zaisei se había negado.
—Es algo que deben solucionarlo ellos dos, Shail. Si después de todo este tiempo, Jack todavía tiene dudas acerca de sus sentimientos y de los de Victoria, nada de lo que yo pueda decirle lo arreglará. Sería como poner un parche sobre la herida sin limpiarla primero, ¿comprendes?
Shail había dicho que sí, pero lo cierto era que no lo comprendía del todo.
Se había despedido de Zaisei con el corazón encogido. Había actuado de forma impulsiva al decirle a Alsan que se iba a la Torre de Kazlunn, sin consultarlo con la celeste, y ahora se arrepentía. Zaisei y Gaedalu seguían en Vanissar, pero pronto partirían de vuelta al Oráculo. Para cuando Shail regresara, ellas ya se habrían marchado.
También Qaydar y el resto de los hechiceros habían vuelto a la Torre de Kazlunn. Nadie había dicho aún al Archimago que Victoria se había marchado; solo sabía que Kirtash había escapado pero, por lo visto, eso no le inquietaba. Uno de los aprendices había desaparecido, y Qaydar estaba sinceramente preocupado por él. Shail lo conocía de vista: se trataba de un joven de aspecto amargado que no sonreía nunca. Qaydar había vuelto a la Torre de Kazlunn con la esperanza de encontrarlo allí, pero no había ni rastro de él. Shail no entendía por qué le concedía tanta importancia. Era cierto que había pocos magos, pero, por lo que él sabía, aquel en concreto no era precisamente un aprendiz prometedor. No obstante, se había ofrecido a acompañar a los magos de regreso a la Torre; no había motivo para retrasar el viaje y, además, sentía curiosidad por saber si Ymur había averiguado alguna cosa más.
Aunque la verdad era que regresaba porque, después de todo lo que había pasado, ya no se sentía a gusto con Alsan. Era cierto que Kirtash era un asesino, era cierto que había sido su enemigo. Pero eso no justificaba, en su opinión, que lo humillaran, lo maltrataran y lo asesinaran de aquella forma. «Debería morir en combate», se dijo, «como el guerrero que es; o, en su defecto, debería tener una muerte rápida y limpia, sin dolor, como las que él mismo dispensa». Le costaba entender cómo era posible que Alsan, precisamente Alsan, no fuera capaz de comprender esto. No era propio de él utilizar aquellos trucos para acabar con sus enemigos y, no obstante, seguía estando convencido de que actuaba con justicia.
Un golpe seco interrumpió sus pensamientos. Alzó la cabeza, sobresaltado. Ymur acababa de cerrar el libro con cierta violencia.
—Qué sarta de mentiras —dijo, disgustado—. ¿Cómo se puede justificar en modo alguno el comportamiento de los hechiceros en la Segunda Era? ¡Estaban todos de parte de Talmannon!
—Se debía a Shiskatchegg... —empezó Shail, pero Ymur lo interrumpió:
—Ya he leído eso. Menuda excusa más pobre. Todo el mundo sabe que Shiska-lo-que-sea no es más que un mito.
Shail no quiso discutir.
—Talmannon fue un hechicero poderoso —comentó—. No logró hacerse con el poder en Idhún por casualidad.
—Claro que no; el Séptimo estaba de su parte, todos lo sabemos. El y los sheks...
Se interrumpió de pronto, porque Shail se había puesto en pie de un salto.
—¡Pero qué estúpido soy! —exclamó—. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? ¡Talmannon! El fue una de las primeras encarnaciones del Séptimo. Ashran debió de imaginarlo, de alguna manera... se inspiró en él, quiso emularlo...
Ymur lo miró fijamente.
—¿Talmannon, una encarnación del Séptimo? —repitió—. No puede ser. Si fuese un dios, ¿cómo habría logrado derrotarlo Ayshel?
—Igual que Jack y Victoria derrotaron a Ashran: porque los dioses actuaron a través de ellos, les prestaron su poder... quizá, en el caso de Ayshel, fue a través de los unicornios... quizá hubo otra profecía...
Pero no tenía certezas. Sacudió la cabeza, confundido.
—Es una teoría interesante, mago —gruñó Ymur—. Pero eso no explica cómo averiguó Ashran la forma de invocar a un dios.
Shail sacudió la cabeza, perplejo.
—Debió de leerlo en alguna parte, estoy seguro. Pero, ¿dónde?
Ymur se rió sin alegría.
—Esto no me lo oirás decir muchas veces, Shail, pero mucho me temo que no se trate de un conocimiento que pueda leerse en los libros. De lo contrario, mucha más gente tendría constancia de ello. Más gente aparte de Ashran, claro.
Shail cerró los ojos y se recostó sobre el respaldo de la silla, con un suspiro. El razonamiento de Ymur tenía sentido y, no obstante, no podía dejar de pensar en el libro que Victoria había encontrado en Limbhad, un libro cuyo contenido había sido celosamente guardado por los unicornios hasta aquel momento. Pero Ashran, que él supiera, no había tenido ocasión de viajar a Limbhad, por lo que la información que estaban buscando no podía encontrarse allí.
—Desde la época de Talmannon hasta ahora —estaba diciendo Ymur—, hemos tenido un largo periodo de paz. Si tu teoría es acertada, cuando Talmannon fue derrotado por la Doncella de Awa el Séptimo abandonó Idhún... hasta que Ashran lo volvió a llamar.
—¿Y dónde estuvo todo ese tiempo? —murmuró Shail, aún con los ojos cerrados.
—...Desde Talmannon hasta Ashran —prosiguió Ymur—, nadie más invocó al Séptimo. Ese conocimiento permaneció oculto. ¿Cómo lo descubrió Ashran? ¿Dónde lo obtuvo?
—Como no se lo preguntemos a él mismo... —dijo Shail, alicaído.
—Sí —gruñó Ymur, molesto—. No me cabe duda de que los magos sois capaces de hacer ese tipo de cosas. Molestar a los muertos de su eterno descanso para preguntarles cosas absurdas.
—No todo el mundo puede hacer eso —protestó Shail, irguiéndose—. Es una rama de la magia prohibida y peligrosa. Se llama...
Se calló, de golpe, y el color desapareció de su rostro. Ymur lo vio y arrugó el ceño.
—...¿Nigromancia? —lo ayudó.
Shail se había quedado sin habla.
—No puede ser —dijo—. ¿Ashran fue capaz de invocar al mismísimo Talmannon para preguntarle cómo había contactado con el Séptimo?
Ymur frunció el ceño.
—Mmmm —murmuró, pensativo—. Mmmnm. Sí, ¿por qué no? Después de todo, estamos hablando del hombre que exterminó a los dragones y los unicornios. Del que, según me has contado, fue capaz de implantar el espíritu de un shek en el cuerpo de su propio hijo.
—Pero esas cosas las hizo cuando ya era el Séptimo.
—¿De veras? También Talmannon, si nuestra teoría es acertada, estaba poseído por el Séptimo. Si se hubiese visto obligado a hacer cosas que no quería hacer, ¿por qué razón iba a contar a alguien, después de muerto, cómo renovar su imperio?
Shail sacudió la cabeza.
—Estamos sacando conclusiones precipitadas.
—¿Se podría invocar el espíritu de Talmannon, Shail? ¿Podría hacerlo alguien lo bastante poderoso... o lo bastante loco? ¿Podría haberle preguntado cómo logró hacer volver a Idhún al Séptimo?
Shail hundió la cabeza entre las manos, temblando.
—Yo... no lo sé —admitió—. Tendría que investigarlo un poco más. Tendría que...
Se levantó de un salto y salió volando de la habitación, en dirección a la Biblioteca de Iniciados.
Gerde se despertó de golpe. Se encontraba a solas en el árbol-vivienda. Assher y Saissh dormían en una tienda que habían levantado no lejos de allí... cerca del Portal interdimensional. Y, sin embargo, sentía una presencia muy cerca de ella. Retrocedió hasta la pared y lanzó una mirada cautelosa al cuenco de agua que reposaba en un rincón.
El agua temblaba y se ondulaba, emitiendo un extraño resplandor. Gerde sabía que eso significaba que, desde la Tierra, Shizuko quería hablar con ella.
Cuando la imagen de la mujer fue claramente visible en la superficie del agua, Gerde le espetó:
—¿Qué es lo que quieres ahora, Ziessel? Te dije que aguardaras a mi señal.
Ella no la escuchó. Alzó la cabeza hacia Gerde, y el hada vio que, por primera vez, el rostro marfileño de Shizuko mostraba un rictus de profundo sufrimiento.
—Te lo ruego... —dijo, con voz ahogada—. No puedo soportarlo más... no puedo... por favor... devuélveme mi cuerpo.
Gerde retrocedió y la miró con disgusto.
—¿Y para eso me molestas?
—Hace tiempo me dijiste que tuviese paciencia; que, cuando estuviésemos todos en la Tierra, harías algo por mí... pero ya no puedo... no puedo seguir viviendo así...
El hada no respondió. Se limitó a mirarla con expresión inescrutable, y Shizuko comprendió, de pronto, lo que estaba sucediendo. Palideció.
—No tienes la menor intención de ayudarme, ¿verdad?
—Por el momento, no.
Shizuko entornó los ojos, pero no dijo nada. Gerde le dedicó una encantadora sonrisa.
—Sé lo que estás pensando. Tienes intención de regresar a Idhún en cuanto acabe esta conversación. Sabes, Ziessel, eso no sería una buena idea. Te concedí el poder de viajar entre dimensiones, pero fui yo quien abrió la Puerta a través de ti tras la caída de Ashran. Porque nunca te enseñé a utilizar ese poder, ¿no es cierto?
—No, que yo recuerde —dijo Shizuko con lentitud.
—Déjame adivinarlo: Kirtash te ha enseñado, ¿verdad? Entrometido híbrido —suspiró—. ¿No se os ocurrió pensar que si no te enseñé fue porque no quería que regresaseis?
Shizuko pareció perder su compostura. Sus hombros temblaron en una convulsión silenciosa.
—No puedo quedarme más tiempo allí, mi señora. Te lo ruego... permítenos volver. Devuélveme mi cuerpo.
—Todo a su debido tiempo, Ziessel. Todavía es pronto...
—Pronto, ¿para qué? —se desesperó ella, y no era una criatura propensa a la desesperación—, ¡He hecho todo lo que me ordenaste! ¡Lo tengo todo preparado, incluso estoy haciendo gestiones para recuperar los grandes bosques, como me dijiste! Estoy invirtiendo toda la fortuna de mi familia... de la familia de Shizuko Ishikawa —se corrigió— en adecuar este mundo a tus necesidades. Pero es demasiado esfuerzo para una sola persona, y cuando te busco al otro lado solo encuentro silencio.
—Demasiado esfuerzo para una sola persona —murmuró Gerde—. Te comprendo muy bien. Sabrás, pues, que toda tarea importante lleva su tiempo. Sabes... que la Tierra no es todavía un lugar adecuado para los sheks... ni para mí. Me dices que está todo listo, pero sé muy bien que tardarás años, tal vez décadas, en terminar tu tarea.
Los ojos rasgados de Shizuko se agrandaron al máximo.
—¿Vas a esperar... tanto tiempo?
—Esperaré todo lo que haga falta —replicó Gerde, con sequedad—. Y tú, mientras tanto, vas a quedarte donde estás. Tu labor en la Tierra es muy importante para todos nosotros. Siempre y cuando te atengas al plan establecido, por supuesto. Y, para asegurarme de que lo haces... voy a retirarte el poder de abrir Puertas. No podrás volver si yo no te lo permito.
Shizuko palideció, aterrada, y quiso replicar, pero Gerde no le dio oportunidad. Cortó la comunicación, y el cuenco de agua volvió a quedar oscuro y en silencio.
Se incorporó, inquieta. No había sido tan brusca con ella simplemente porque la hubiese molestado. Había algo fuera, algo que requería su atención inmediata. Salió del árbol, con precaución, y atisbo por entre las ramas. Entornó los ojos, irritada, cuando vio dos dragones sobrevolando el desfiladero. Estaban descendiendo; debían de haber visto ya el suave resplandor rojizo de la Puerta, y bajaban a investigar.
Un movimiento junto a ella le indicó la presencia de Assher.
—¿Habéis visto eso, señora? —susurró el szish.
Gerde asintió, pero no se volvió para mirarlo. Sus ojos seguían fijos en los dragones.
De pronto, uno de ellos inspiró hondo y lanzó una bocanada de fuego contra la Puerta interdimensional. Gerde gritó y trató de detenerlo con un hechizo, pero el fuego alcanzó su objetivo igualmente. La frágil brecha entre dimensiones tembló bajo el ataque y parpadeó.
—¡Malditos dragones! —siseó Gerde. Corrió hasta plantarse ante la Puerta interdimensional, dispuesta a defenderla. Los pilotos la vieron. Debieron de reconocerla, puesto que tomaron impulso para descender en picado hacia ella.
Gerde empleó la magia para construir una barrera mágica en torno a sí misma y a la Puerta. Dudó un instante. Podía utilizar el poder que latía en el fondo de su alma, un poder que iba mucho más allá de la magia que le habían entregado los unicornios tiempo atrás. Podía usar ese poder y destruir a los dragones en un instante. No obstante, temía llamar la atención si lo hacía. Había seis dioses que la estaban buscando por otras dimensiones, pero estaba convencida de que, en el fondo, no habían dejado de vigilar Idhún ni un solo instante, aguardando una señal que les indicase que ella seguía allí.
Usó la magia del rayo para atacar al primero de los dragones, pero no tuvo el efecto que esperaba. Aquellos artefactos estaban construidos con madera ignífuga. Ni canalizaban la electricidad, como el metal, ni el fuego podía prender en ellos. Recordó que, meses atrás, la presencia de Yohavir había acabado con la mitad de una flota de dragones, si era cierto lo que le habían contado. Recurrió a la magia del viento.
Uno de los dragones descendió hacia ella para atacarla, pero se vio atrapado en el tornado que había creado. Lo vio rugir mientras daba vueltas en el aire, y entonces utilizó un hechizo para succionar toda la magia que recorría aquel armazón de madera.
De pronto, el dragón dejó de parecer un dragón. Agitó las alas inútilmente y fue a caer, dando vueltas sobre sí mismo, sobre las rocas que bordeaban el desfiladero, no muy lejos de la Puerta. Gerde ejecutó un último hechizo destructor, energía pura que lanzó con violencia contra el dragón caído. Ambos, máquina y piloto, estallaron en una espectacular explosión.
El hada sonrió para sí misma. Pero entonces vio que el otro dragón se batía en retirada y se alejaba de allí. Entrecerró los ojos. Los sheks estaban demasiado lejos como para interceptarlo a tiempo, pero si permitía que regresase a Vanissar y que revelase el lugar exacto en el que se encontraba, no tardaría en tener encima a toda la flota de dragones artificiales de los sangrecaliente. Cerró los ojos y tomó una decisión.