Authors: Laura Gallego García
Christian lo miró, pensativo.
—¿Te lo ha contado ella?
—No, pero lo sé. Y también sé por qué no me explicó esto. Porque, o bien no lo entendía, y me sentía herido y traicionado, o bien sí lo entendía, y trataba de convencerte de que aceptases que bendigan vuestra unión...
—... que es lo que estás haciendo ahora mismo.
—Ella no quiere ponerte en peligro, pero a mí eso me da más o menos igual. Sé que eres capaz de correr riesgos si es por una buena razón.
—¿Que tú puedas bendecir tu unión con Victoria es una buena razón?
—Sé que a ella le encantaría y le haría mucha ilusión, pero no es por eso por lo que te lo pido, y tampoco es por mí. Es porque se la está jugando, Christian, igual que se la jugó cuando te sacó de esa celda y huyó contigo a cuestas, porque está defendiendo a capa y espada lo que siente por ti. Y eso puede ser muy perjudicial para ella. Más de lo que tú piensas.
Christian reflexionó.
—¿Y no sería peor para ella que se supiera que, efectivamente, mantiene una relación seria conmigo? —preguntó—. Es lo que supone todo el mundo, ¿no? Eso es lo que horroriza a Alsan y a los demás. Por eso tienen tanto afán en demostrar que tú eres su única pareja verdadera.
—Eso es lo que Victoria quiere evitar. Nosotros hemos tratado de protegerla, tú manteniéndote alejado de ella, yo fingiendo que estoy convencido de que el hijo que espera es mío, pero no es eso lo que ella quiere. No quiere que la protejamos, quiere decidir por sí misma. Y ha decidido que no quiere seguir fingiendo. Te quiere, Christian, y no le importa lo que vaya a decir la gente. Está dispuesta a afrontar las consecuencias.
Christian no respondió, y Jack aclaró:
—Tampoco te estoy pidiendo que comparezcas en una ceremonia pública, eso sería una locura. No dudo que Alsan y Gaedalu estarán encantados de tener otra oportunidad de echarte el guante.
Te estoy hablando de algo más íntimo. Ella y tú, un sacerdote y un testigo. A mí no me importa ser ese testigo, y Zaisei ya ha aceptado oficiar la ceremonia. A Victoria le bastará con eso. No necesita que todo el mundo sepa lo que sentís el uno por el otro. Le bastará con que los dioses lo sepan, al menos de forma simbólica.
Los ojos de Christian brillaron de manera extraña.
—Los dioses, ¿eh? —murmuró; reflexionó un momento y añadió—. El último unicornio osa plantar cara a los Seis, reivindica su derecho a amar a quien le plazca y exige que reconozcan que se ha enamorado de un malvado shek, que además es hijo de una encarnación del Séptimo dios. Qué disgusto para todos los sangrecaliente.
Jack lo miró.
—Christian, no estarás pensando...
El shek no respondió. Sonreía, de forma un tanto siniestra, cuando alzó la cabeza y dijo:
—De acuerdo. Dime un día, una hora y un lugar, y allí estaré.
Qaydar depositó la vasija sobre la mesa y miró largamente a Alsan.
—Aquí está —dijo con gravedad—. Las cenizas de Talmannon.
El rey de Vanissar sacudió la cabeza y arrugó el ceño.
—Me resulta difícil creer que la Orden Mágica guardase semejante aberración. Claro que, tratándose de magos, todo es posible, ¿no?
—Una de las primeras cosas que enseñamos a nuestros aprendices —señaló el Archimago— es que todo en el mundo es neutro, ni bueno, ni malo. Todo depende de para qué se use. Al igual que la magia —añadió, tras una pausa.
Alsan ladeó la cabeza.
—¿Pretendéis decirme que las cenizas que Ashran utilizó para traer de vuelta al mundo al Séptimo dios son algo neutro?
—Sí. Porque nosotros vamos a usar estas mismas cenizas para contactar con los Seis y comunicarles dónde se halla ese mismo Séptimo dios. Cada hechizo tiene su contrahechizo, Majestad. O lo tendría, en este caso —añadió, con un suspiro—, si hubiese conseguido algún objeto personal de Talmannon. Me temo que el único que conservaba la Orden se lo llevó Ashran. Y sospecho que se perdió con él, de modo que, en el fondo, lo que hay en el interior de esta vasija no sirve para nada.
Alsan se acarició la barbilla, pensativo.
—Tal vez sí —dijo—. ¿Podríais invocar el espíritu de Talmannon si yo os consiguiese un objeto suyo?
—Podría —asintió Qaydar.
Alsan sonrió. Iba a comentar algo más, cuando la puerta se abrió de golpe, y entró Jack.
—¡Alsan, estás aquí! Te estaba buscando —reparó en el Archimago y lo saludó con una sonrisa—. ¿Cuándo has vuelto, Qaydar? Shail preguntaba por ti...
—Jack —cortó Alsan—. Deberías llamar a la puerta antes de entrar.
—Lo sé, lo siento —dijo él—. Solo quería invitaros a la ceremonia de bendición de la unión.
Alsan alzó una ceja.
—¿De quién?
Jack sonrió ampliamente.
—¿Cómo que de quién? De Victoria y mía, naturalmente. Ha-Din la oficiará. Será mañana al mediodía.
Alsan dio un respingo.
—¡Mañana! ¡Pero hay que organizar...!
—No hay que organizar nada —lo tranquilizó Jack—. Tienes a medio Vanissar alojado en la capital y alrededores. Haz correr la voz de que habrá empanadas gratis y verás cómo vienen todos —bromeó—. No, ahora en serio: no es momento de organizar una gran fiesta, pero será una ceremonia a la que puede asistir bastante gente. Los Venerables están aquí, hasta el Archimago podrá estar presente. Y demostraremos a todos que existe un lazo entre nosotros dos, y eso les dará confianza y seguridad en estos momentos de incertidumbre. ¿No era eso lo que querías?
Alsan sacudió la cabeza.
—Pero ella se fugó con el shek —le recordó.
—Porque él también le importa, Alsan, más de lo que estás dispuesto a admitir. Pero eso no resta valor a lo que ella siente por mí. Si me quiere de verdad, no me traicionará ni se volverá contra mí. ¿No te bastaría con eso?
Alsan todavía estaba perplejo.
—Supongo que sí. Pero... si Ha-Din ha aceptado... significa que...
—Significa que realmente cree que hay un sentimiento verdadero entre ellos dos —concluyó Qaydar, con una pausada sonrisa.
—Te dije que existía un lazo, Alsan. Y no quisiste creerme, ni a mí, ni a Victoria, pero a partir de mañana ya no tendrás más dudas.
Alsan cerró los ojos un momento.
—Gracias a los dioses —murmuró.
Jack sonrió.
—Sabía que te encantaría la noticia —comentó, con algo de sarcasmo.
Uno tras otro, los sheks regresaron a través de la Puerta. El último fue Eissesh.
Gerde esperó un poco más, pero los szish no aparecieron.
«Han muerto todos», le explicó Eissesh. Gerde entornó los ojos, pero no dijo nada. «Creemos que era el agua. No nos ha sentado bien a nosotros tampoco, pero para ellos ha sido letal».
—¡El agua! —repitió Gerde, exasperada—. ¡Son tantas cosas, tantas pequeñas cosas!
«Todo este plan es una locura», opinó Eissesh. «A primera vista parecía una buena idea, pero en el fondo no es más que una trampa. Hace semanas que podríamos estar lejos de aquí y, sin embargo, te entretienes con este proyecto monumental y nos obligas a todos a esperar. Cuando queramos marcharnos, ya será tarde. Me pregunto si no era ésa la intención del híbrido desde el principio».
El resto de sheks sisearon mostrando su conformidad.
—¿Insinúas acaso que Kirtash sería capaz de engañarme? —dijo ella, con peligrosa serenidad.
«No sería la primera vez», hizo notar Eissesh.
Gerde alzó la cabeza y lo miró fijamente. La gran serpiente entrecerró los ojos.
—Marchaos —dijo el hada por fin, con un suspiro—. Necesitáis descansar. Yo trataré de arreglar el problema del agua.
Uno por uno, los sheks alzaron el vuelo y se alejaron de allí. El último, de nuevo, fue Eissesh.
«Comprendo que es un bello sueño», le dijo, esta vez, solamente a ella. «Pero no nos sacrifiques a todos por un sueño. Danos algo real, algo que pueda servirnos de verdad».
Gerde sonrió con amargura, pero no respondió. Eissesh agitó las alas y se elevó en el aire.
«De todas formas», susurró en su mente, antes de marcharse, «me ha parecido muy hermoso».
Gerde no dijo nada. Aguardó a que los sheks se perdieran de vista y entonces, con un suspiro, se dispuso a cruzar la Puerta una vez más.
Alguien la detuvo. Gerde se volvió y se topó con la mirada de Assher.
—¿Algún problema?
—Permíteme que vaya contigo, mi señora —le rogó el szish.
Gerde sacudió la cabeza.
—No es una buena idea. Te quedarás aquí, cuidando de Saissh... como de costumbre.
—Pero es peligroso cruzar al otro lado —insistió Assher—. No te sienta bien; siempre regresas débil y confundida. Sé que también puedes ir allí con la mente, lo haces cuando entras en trance, y eso no te sienta tan mal. ¿Por qué razón tienes que viajar allí a través de esa Puerta?
Gerde suspiró, pero colocó las manos sobre sus hombros y explicó, pacientemente:
—Hay muchos mundos, Assher. Mundos que están separados unos de otros por distancias tan grandes que no podrías ni tratar de imaginarlas. Y cada uno de esos mundos tiene varios planos superpuestos. El plano físico es el aquel en el que se mueven todos los seres materiales: el plano en el que existes tú, y todo lo que puede verse y tocarse.
»Pero hay otros planos. Está el plano espiritual, y hay incluso un plano superior a ese... el plano en el que se mueven los dioses. Hasta hace muy poco, los dioses habitaban en ese plano. Pero ahora han descendido al plano material y se manifiestan como fuerzas poderosas a las que ningún mortal podría hacer frente.
—Eso lo sé —asintió Assher—. Y lo entiendo.
—En ese plano, las distancias entre mundos no existen. Cuando entro en trance y parte de mi esencia viaja hasta el plano de las divinidades, puedo llegar a cualquier punto del universo. Pero solo a su plano inmaterial. No podría descender al plano material de otro mundo que no fuese el mío, y menos aún si mi cuerpo físico está en otra parte.
»De modo que desde el estado de trance puedo llegar hasta el lugar que se abre al otro lado de mi Puerta, pero no puedo hacer nada allí. Para actuar en ese mundo, para modificarlo, necesito llegar físicamente hasta él.
»Como ya te he dicho, las distancias entre mundos son inconmensurables. Los habitantes de mundos que no poseen magia se afanan en construir artefactos que cubran esas distancias a velocidades imposibles, pero somos nosotros, las criaturas de los mundos donde la magia sigue viva, quienes poseemos el secreto de viajar a través de todos los universos, de todas las dimensiones. Aunque se trata siempre de una técnica compleja y sólo reservada a aquellos cuyo extraordinario conocimiento de la magia es solo equiparable a su gran poder. Así, somos capaces de rasgar el tejido de la realidad entre dimensiones y viajar instantáneamente de un mundo a otro.
»Los sheks, unicornios y dragones tuvieron ese poder en tiempos remotos, y solían viajar, con relativa frecuencia, al mundo conocido como la Tierra. Sus habitantes todavía conservan leyendas que hablan de unicornios y dragones. Los sheks, por lo visto, fueron bastante más discretos —sonrió—. Pero los Seis estrecharon los caminos entre ambos mundos para impedir que unos y otros viajaran hasta la Tierra. Es una larga historia —añadió, aburrida de pronto—, y además, eso ya no importa, puesto que levanté esa prohibición en cuanto Ashran murió, y los sheks son libres para cruzar la Puerta a la Tierra, si lo desean, sin miedo a verse privados de sus cuerpos.
—Entonces, ¿por qué no se van? —inquirió Assher.
—Quedan aún... pequeños asuntos que zanjar.
—Como el agua —adivinó Assher.
Gerde se rió, como si hubiese dicho algo muy divertido.
—Algo así —sonrió—. Y ahora, vete a ver qué hace Saissh. No tardaré en volver.
Y, antes de que el szish pudiera detenerla, el hada se irguió y, de un ligero salto, volvió a atravesar la Puerta interdimensional.
Jack encontró a Victoria en su habitación, pero no estaba sola. Junto a ella se hallaba Shail, y, tendido en la cama, había un hombre con una venda que le cubría parte del rostro. Parecía profundamente dormido.
Victoria se había sentado a su lado y había colocado las manos sobre la cara del enfermo, sin llegar a tocarlo. Parecía muy concentrada, y Jack se detuvo en la puerta, sin saber si podía o no interrumpirla. Shail lo vio, y se reunió junto a él.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Jack en voz baja—. Tenía entendido que ni siquiera Qaydar había podido hacer nada por esos pobres desgraciados.
Shail se encogió de hombros.
—Qaydar no es un unicornio.
—Aun así, ¿qué clase de hechizo puede ser imposible de realizar para un Archimago, pero factible para un unicornio?
—No es exactamente un hechizo. Verás, el cuerpo tiende a regenerarse solo cuando lo hieren. Solo que, cuanto más compleja es la herida, más tarda en curarse, y a menudo el individuo no sobrevive al proceso. Pero, si proporcionamos al cuerpo energía suficiente, si lo estimulamos para que se regenere más deprisa... en teoría podría curar casi cualquier cosa. El problema está en que normalmente los magos tienen un límite de energía mágica. Incluido Qaydar. Pero Victoria no tiene ese límite, porque la magia que ella transmite no es la suya propia, es la misma energía del mundo, que es inagotable. De modo que, si canaliza energía el tiempo suficiente...
—... ¿podría hacer que se le regenerasen los ojos?
—Es un proceso lento y laborioso, y necesitará mucho tiempo. Pero Victoria cree que puede hacerlo.
Jack recordó cómo Victoria había curado a Christian después de que este recibiese una estocada de Domivat en pleno estómago. Había estado varios días transmitiéndole energía, hasta que el cuerpo del shek había sanado por completo.
—Pero hay docenas de afectados —dijo Jack—. Necesitarías años para curarlos a todos... si es que puedes curarlos realmente.
—Eso no importa —respondió la propia Victoria, alzando la cabeza para mirarlo—, porque tengo mucho tiempo libre. Alsan no me permite salir de aquí. ¿No has visto los guardias del pasillo? Están ahí para vigilarme.
Jack se quedó helado.
—¿Qué? ¡No puede hacer eso! Le he dicho...
—Le has dicho que van a bendecir nuestra unión —murmuró Victoria, volviendo de nuevo su mirada hacia el ciego—. Podrías haberme consultado primero.
Jack la miró, apenado.
—Venía a decírtelo ahora mismo. Me habría encantado decírtelo yo. ¿Quién ha sido el bocazas?
—Ha-Din vino a verme hace un rato —dijo Victoria—. Para bendecir una unión se necesita tener la conformidad de los dos y, por lo visto, olvidaste decirle lo que yo opinaba al respecto.