Authors: Laura Gallego García
Jack sonrió, y le contó a Ha-Din cómo, miles de años atrás, los dioses se habían liberado de aquella parte de sí mismos que los llevaba a luchar unos contra otros, toda la destrucción y el caos que formaban parte, también, de todo proceso de creación.
—Lo encerraron en una especie de cámara —prosiguió—, que en teoría no podía romperse. Y lo arrojaron al mar. Pero, mucho tiempo después, esa roca se rompió, y un nuevo dios emergió de su interior.
»La sustancia con la que fue creada la roca estaba... diseñada, por así decirlo, para reprimir esa esencia de caos y destrucción que querían mantener encerrada en su interior. La esencia de la que está formado el Séptimo y que dio origen a los sheks. Por esta razón, esa cosa los repele y anula sus sentidos. Pero también reprime todo aquello que es, en esencia, caótico y destructivo. Por eso ha anulado la bestia que hay en el interior de Alsan.
—Pero no la ha destruido —hizo notar Ha-Din.
—No creo que pueda ser destruida, Padre Venerable. El espíritu del lobo forma ya parte de él. Arrancarlo de su cuerpo equivaldría a desgarrar su propia alma. La única opción que le quedaba era... reprimirlo, anularlo, encarcelarlo en su interior. Algo que puede funcionar bien en el caso de Alsan, porque las dos esencias no convivían en armonía en su cuerpo, sino que luchaban constantemente por la supremacía. Pero en el caso de Kirtash por poco resultó letal, porque en él, el humano y el shek son una sola cosa. No obstante... —frunció el ceño—, no estoy muy seguro de que el cambio le haya sentado bien a Alsan.
—Puede parecer extraño —asintió Ha-Din— pero, desde que lleva ese brazalete, tengo la sensación de que se ha convertido en un monstruo más terrible aún que el que trataba de destruir.
—¿Por qué razón? —preguntó Jack, intrigado—. Alsan siempre ha sido severo e inflexible, pero nunca cruel o intolerante. ¿Cómo es posible?
—Tú mismo lo has dicho: se ha librado de todo lo caótico y destructivo que había en él. Eso le lleva a querer crear el orden a su alrededor, a que todo siga las normas establecidas. A luchar contra el caos con todas sus fuerzas. Por la misma razón por la cual nuestros dioses se esfuerzan con tanto empeño en destruir esa oscuridad de la que quisieron librarse... sin darse cuenta de que, al hacerlo, reproducen ese mismo caos que tanto les disgusta.
—Es un círculo vicioso —murmuró Jack.
—Sí —asintió Ha-Din—, y eso me lleva a pensar que uno no puede deshacerse con tanta facilidad de esa parte oscura y caótica. No me cabe duda de que tu amigo Alsan cree que hace lo correcto, luchando contra el mal, encarnado en el Séptimo y en sus serpientes. Él es un caballero de Nurgon, fue educado para pelear, no conoce otra cosa. Tienes que darle un enemigo físico contra el cual dirigir su espada justiciera. Si le dices que las serpientes no son tan malas, no te escuchará, porque creerte supondría para él asumir que su vida, tal y como le han enseñado a vivirla, no tiene sentido.
—Pero él mismo ha experimentado ese caos. El mismo estuvo a merced de una criatura destructora, y por un tiempo... me pareció que hasta la aceptaba.
—Eso es lo que más odia de sí mismo: que se convirtió en una de las criaturas a las que juró combatir. Y, porque el caos le esclavizó, ahora buscará el caos y luchará contra él, donde quiera que este se encuentre. Aunque sea en una joven a la que antaño apreciaba.
Jack se estremeció.
—De eso justamente quería hablaros. El apreciaba a Victoria, la ha visto crecer, la ha educado, junto con Aile y Shail, y ha sido, prácticamente, como su hermano mayor. No sería capaz de hacerle daño, ni a ella, ni a su bebé, ¿verdad?
Ha-Din movió la cabeza, y una sombra de duda cubrió su rostro.
—Los hombres como él, tan comprometidos con unos ideales que consideran por encima de todas las personas, incluso por encima de ellos mismos... no son capaces de crear lazos fuertes con nadie, porque para ellos, los lazos no son tan importantes como el deber. No dudo que en el fondo le duele atacar a Victoria, pero lo hará, si cree que es lo que debe hacer. Es una de las formas en que se rompen los lazos. Alsan te aprecia, Jack, pero te sacrificaría sin dudarlo si creyese que ese es su deber. Por mucho que le doliera, cumpliría con su obligación.
Jack inclinó la cabeza.
—Entiendo. Pero si existiese un lazo de auténtico amor entre Victoria y yo... tal vez confiaría más en ella, ¿no?
Ha-Din lo miró.
—¿Quieres que te diga si existe un lazo entre los dos?
El joven negó con la cabeza.
—No es necesario. Ya conozco la respuesta a esa pregunta. Lo que quiero saber es por qué Victoria no quiere que se bendiga su unión conmigo. Necesito saber qué se lo impide. Por su propio bien, es necesario que la ceremonia se lleve a cabo, en público o en privado, me da igual. Pero debo protegerla de Alsan. A ella y a mi hijo.
Ha-Din sonrió.
—Puedo saber lo que sienten las personas, Jack, no lo que piensan.
Jack iba a responder, cuando el propio Alsan salió a las almenas.
—Venerable —saludó, con una inclinación de cabeza—. Jack, te estaba buscando. He de hablar contigo.
—Yo tengo que regresar a mi reunión —suspiró Ha-Din—. Nos veremos a la hora de la cena.
Los dos aguardaron a que el celeste se marchara y permanecieron un momento más en silencio, sintiéndose algo incómodos.
—Quería preguntarte —dijo entonces Alsan— por los dragones que fuiste a buscar a Kash-Tar.
—Se han visto envueltos en una sangrienta guerra contra el líder shek del lugar. No tienen la menor intención de volver.
Alsan frunció el ceño.
—Pero les dijiste que volvieran, ¿no? ¿Por qué no te obedecieron?
—¿Acaso estaban obligados a obedecerme? —preguntó Jack, perplejo.
—¡Claro que sí! Jack, ¿aún no lo entiendes? Eres un dragón. El último que queda. En un futuro no lejano, cuando hayamos acabado con todas las serpientes, tú gobernarás sobre todos los pueblos de Idhún.
Jack retrocedió como si hubiese recibido un mazazo.
—¿Qué? ¿Te has vuelto loco?
—No; eres tú el que no actúa con cordura. ¿Cuánto tiempo más vas a seguir eludiendo tus responsabilidades?
Jack dejó escapar una breve carcajada de incredulidad.
—¿Para esto nos hemos jugado la vida? ¿Derrotamos a un dictador para que tú coloques a otro en su lugar?
—¿Cómo puedes insinuar que es lo mismo? ¡Tú eres un dragón, y Ashran era la encarnación del Séptimo!
Jack seguía tan atónito que fue incapaz de hablar. Alsan aprovechó su silencio para añadir:
—¿Comprendes ahora por qué es tan condenadamente importante que dejes de tratar con las serpientes? ¡No es un comportamiento digno del que va a ser el soberano de Idhún! Traté de explicarle a Victoria que su relación con Kirtash era un error, que no era apropiada... tenía la esperanza de que tú la harías entrar en razón, de que la convencerías de que olvidara al shek y estableciera de una vez un lazo de verdad. Pero eras tú el que debía...
—Espera —cortó Jack, con voz extraña—. ¿Has dicho «un lazo de verdad»?
—Un lazo entre los que deberían ser los futuros emperadores de Idhún, Jack —respondió Alsan, solemne.
Pero Jack no lo escuchaba.
—Ya lo entiendo —dijo solamente, y, dando media vuelta, echó a correr hacia el interior del castillo, dejando a Alsan con la palabra en la boca.
Aquella noche, después de la cena, otra persona se acercó a Ha-Din para hablar con él.
—Padre Venerable, necesito vuestro consejo... si tenéis un momento.
Ha-Din se detuvo.
—Tú dirás, hija.
Zaisei alzó la cabeza y dejó que Ha-Din notara su preocupación, sus dudas y su sentimiento de culpa.
—No es correcto que un sacerdote se niegue a bendecir una unión, ¿verdad?
—Si no existe un lazo...
—Hablo del tipo de unión en que el lazo está fuera de toda duda —cortó Zaisei.
—Supongo —dijo Ha-Din, con precaución—, que si el sacerdote se niega, se deberá a otros motivos, ¿no es cierto? ¿Qué motivos podrían ser ésos? ¿Que la unión no parece... adecuada... o aceptable?
Zaisei negó con la cabeza.
—Los prejuicios del sacerdote no son nunca motivo para no bendecir un lazo existente, Padre. Aunque el sacerdote no supiera muy bien a qué dioses, exactamente, solicitar la bendición —añadió en voz un poco más baja; Ha-Din sonrió al notar su desconcierto—. Pero... ¿qué sucedería si el sacerdote se sintiera... agraviado de alguna manera por causa de uno de los miembros de la pareja?
—El sacerdote es celeste, sin duda comprenderá los motivos por los que se produjo el agravio.
—Podría resultar un tanto difícil ponerse en el lugar de algunas personas —murmuró Zaisei—. Pero, ¿y si no se trata de uno de los miembros de la pareja, sino de un familiar... a quien el sacerdote no conoce?
Ha-Din sonrió.
—Ve al grano, Zaisei; resulta muy enojoso hablar de este tema como si se tratase de un problema teológico —bajó la voz—. Sé que Kirtash tiene muchas cuentas pendientes, y su padre, más todavía...
—No me refiero a su padre, sino a su madre, Venerable.
Sobrevino un breve silencio.
—¿Qué te ha contado Gaedalu? —quiso saber Ha-Din.
Zaisei inclinó la cabeza.
—Que la madre de Kirtash envenenó a la mía. Sé que no debería importarme, y que, si sus sentimientos son sinceros, los míos no...
—Aguarda —la detuvo Ha-Din—. Las cosas no fueron exactamente así.
Zaisei la miró, con los ojos muy abiertos.
—¿Vos conocíais...? —empezó—. Entonces, ¿la Madre me ha mentido?
—No del todo —Ha-Din inspiró hondo—. Conocí a tu madre, Zaisei, aunque solo de vista. Escuchamos juntos la primera profecía.
También la madre de Kirtash estaba allí, pero a ella tuve ocasión de conocerla más a fondo algunos años más tarde... después de la segunda profecía y de la muerte de tu madre.
—¿Es cierto que la madre de Kirtash la envenenó para poder ocupar su lugar en la Sala de los Oyentes?
—Es cierto que Manua quiso ocupar el lugar de tu madre en la Sala de los Oyentes, para escuchar una profecía que, según creía, y no se equivocaba, hablaría de su hijo, el niño que Ashran le había arrebatado. Pero en ningún momento tuvo intención de hacerle daño a tu madre.
»Cuando la prendieron y la encerraron, fui a verla. Su dolor y su desconcierto eran reales. Ella no había querido matar a Kanei. Solo le había administrado un somnífero, me dijo. La pobre mujer no había tenido en cuenta que el metabolismo de los celestes no es igual que el de los humanos. Nosotros somos físicamente más frágiles que ellos y, por eso, algunas cosas no nos afectan de igual modo que a ellos. La dosis que a un humano solo le habría hecho dormir durante varias horas, para tu madre resultó letal.
Zaisei se dejó caer contra la pared, temblando, con los ojos llenos de lágrimas.
—A diferencia de Kirtash —prosiguió Ha-Din—, su madre nunca tuvo intención de hacer daño a nadie. Y su amor por Ashran... por la persona que era Ashran antes de convertirse en lo que ya conocemos... era sincero.
»La saqué del Oráculo y encontré un lugar apartado para ella, un lugar donde pudiera vivir oculta, lejos de la mirada de Ashran y de un mundo que no la veía tampoco con buenos ojos. Sé que vivió en el anonimato durante muchos años, hasta que un día, sin ninguna razón aparente, Ashran envió a un grupo de szish a matarla. Kirtash debía de tener entonces, si lo calculé correctamente, unos quince o dieciséis años.
Zaisei bajó la cabeza.
—¿Lo sabe él? —murmuró.
—Lo dudo mucho —respondió Ha-Din amablemente—. Todos hemos visto en qué se convirtió ese niño al cabo de los años. La educación que Ashran le dio no habría tenido el mismo éxito si el recuerdo de su madre hubiese influido mínimamente en él.
Zaisei guardó silencio durante un largo rato. Después alzó la cabeza y dijo:
—Muchas gracias, Padre. Gracias por despejar las nieblas de mi espíritu.
Ha-Din sonrió.
—De nada, hija. ¿Bendecirás su unión, pues?
Ella inspiró hondo y se irguió cuando dijo:
—No hay motivo para no hacerlo.
—Victoria se alegrará de que hayas aceptado —comentó Ha-Din, pero Zaisei negó con la cabeza.
—Victoria no sabe nada. Es Jack quien me ha pedido que los bendiga a ambos, a ella y al shek.
Ha-Din se mostró impresionado.
—Ese muchacho —comentó—, parece atolondrado a veces, pero en el fondo sabe muy bien lo que hace. Ten cuidado, Zaisei. Por muy fuerte y sólido que sea ese lazo, mucha gente querrá romperlo. Podrías verte implicada.
—Es un lazo —respondió Zaisei con sencillez—, y mi obligación es dar testimonio de que existe, si ambos me lo piden.
—No —replicó Christian—. No pienso hacerlo.
—Pero, Christian —protestó Jack—, ¿qué más te da? Será algo discreto, solo estaremos cuatro personas, y el resto del mundo no se enterará.
—No necesito que uno de vuestros sacerdotes me diga algo que yo considero evidente —replicó el shek.
Jack respiró hondo, armándose de paciencia.
Se habían reunido en un bosque cercano a la ciudad, después de que Jack le pidiera a Victoria que le dijese a Christian, a través del vínculo telepático que ambos mantenían, que quería hablar con él. El shek, en realidad, ya se iba; había retrasado su regreso a los Picos de Fuego solo para reunirse con Jack aquella noche.
—Alsan no confía en ella —explicó—. Desde que se fugó contigo, está convencido de que es una especie de espía de los sheks, o algo así. Pero en mí... en mí todavía confían. Si ven que existe un lazo verdadero entre nosotros dos...
—Eso no tiene nada que ver conmigo. No necesitáis mi permiso para que bendigan vuestros lazos, o como quiera que se llame eso.
—Sí que tiene que ver contigo, Christian. Porque Victoria no quiere que la ceremonia de nuestra unión sirva para tapar lo que siente por ti, que se utilice para hacer creer al mundo que no te quiere. No quiere seguir ocultándose; está orgullosa de amarte, de la misma forma que estará tremendamente orgullosa de su bebé cuando nazca, sea hijo de un dragón, o sea hijo de un shek. Hay lazos, Christian. Hay un lazo entre ella y yo, y hay un lazo entre tú y ella. Victoria no quiere que uno de ellos sea oficial, y el otro, un secreto vergonzoso que haya que ocultar. Los dos son para ella igual de importantes, por lo que no aceptará que los sacerdotes bendigan su unión conmigo, si no bendicen también el lazo que comparte contigo.