Authors: Laura Gallego García
—Eh... os dejo solos —murmuró Shail.
Ninguno de los dos le prestó atención cuando salió de la habitación.
—No lo olvidé —repuso Jack, muy serio; avanzó hasta ella y se sentó a su lado—. ¿Qué más te ha contado?
—Que la ceremonia está prevista para mañana. —Victoria alzó la mirada hacia él, preocupada—. Jack, ¿cómo has podido hacerme esto? ¿Tienes idea de lo que significa para mí...?
—Lo sé, tranquila. —Jack la abrazó, y por un instante sintió, también, la energía que fluía a través de ella—. Lo he tenido todo en cuenta. Todo está en orden.
Victoria negó con la cabeza.
—No, Jack, nada está en orden. No entiendes...
Jack le pidió silencio, colocando la yema del dedo índice sobre sus labios.
—Lo entiendo todo perfectamente. De verdad. Dime, ¿confías en mí?
—Claro que sí, Jack. Plenamente, lo sabes. Pero...
—Te prometo que he tenido muy en cuenta tu situación, y tus circunstancias, y que no te arrepentirás. Así que, dime... si confías en mí... ¿estarías dispuesta a que mañana bendijesen nuestra unión?
Victoria lo miró un momento, llena de dudas. Después, lentamente, asintió. Jack se sintió tan feliz y aliviado que la abrazó con fuerza y la besó, impulsivamente.
Aquella noche, Jack despertó a Victoria cuando gran parte de la gente del castillo dormía ya. Aturdida, la joven logró murmurar:
—¿Qué sucede? ¿Y los ojos?
Jack tardó un instante en comprender que se refería al aldeano al que había estado tratando de curar. Había pasado todo el día junto a él, y aún había pretendido entrar en trance a su lado para seguir transmitiéndole energía incluso mientras dormía, pero Jack no se lo había permitido. El sueño curativo podía durar días enteros, y el joven le recordó que no era buena idea que se abandonase de aquella manera, con un bebé en camino. De modo que habían devuelto al ciego a la habitación del castillo donde lo habían alojado, y Victoria se había dormido casi enseguida, después del segundo atardecer. Ni siquiera había bajado a cenar.
Jack la había dejado dormir. Necesitaba recuperar fuerzas.
—Todo está bien —le susurró al oído—. Tengo que enseñarte una cosa. Levántate y vístete. No tenemos mucho tiempo.
Victoria obedeció. Cuando ya cogía la capa que le tendía Jack, se detuvo y lo miró, ya algo más despejada.
—Espera, no puedo marcharme. Estoy prisionera, ¿recuerdas?
—Les he dicho a los guardias que se fueran —sonrió—. Ayer mismo, Alsan me decía que debo empezar a hacer que la gente me obedezca, y me pareció un buen momento para comenzar a practicar.
Victoria iba a replicar, pero Jack la tomó de la mano y la sacó a rastras al pasillo.
—No hagas ruido —le dijo mientras recorrían juntos las estancias del castillo—. Será mejor que nadie se entere de que nos marchamos.
—Pero, ¿a dónde vamos? —susurró ella.
El le dedicó una sonrisa enigmática.
—Ya lo verás.
Cuando salieron al patio, descubrieron que la noche volvía a mostrarse tan oscura como solía.
—Es porque Qaydar ha regresado —explicó Jack en voz baja—. Ha dado fuerza al globo de oscuridad de los magos. Pero fuera de las murallas de la ciudad, lejos de la zona de influencia del hechizo, hay casi tanta claridad como si fuera de día.
En el patio había gente, y las murallas del castillo estaban coronadas de vigías y soldados, pero Jack se deslizó, arrastrando a Victoria tras de sí, hasta la parte trasera. Allí no había gran cosa, salvo los establos y, un poco más allá, un invernadero abandonado. Victoria no tardó en darse cuenta de que era allí a donde la guiaba Jack.
—El invernadero de la reina Gainil —susurró Jack—. Lo descuidaron un poco cuando murió, y se ha convertido en un pequeño jardín salvaje, pero creo que servirá.
La puerta se abrió con un chirrido cuando Jack la empujó. Avanzaron entre altísimas plantas y flores de embriagadora belleza, hasta una pequeña plaza, en el centro mismo del invernadero, donde había una fuente que lanzaba al aire tintineantes chorros de agua. Junto a ella distinguieron dos figuras que los estaban aguardando. Victoria reconoció a Shail y a Zaisei.
—No he querido dejarla salir sola a estas horas —explicó Shail, ante la mirada acusadora de Jack—, y casi la he obligado a decirme a dónde iba. Lo siento si me estoy entrometiendo... Como compensación he reparado la fuente con mi magia —añadió—. Llevaba años sin funcionar, y me pareció que...
—Esperad un momento —cortó Victoria—. ¿Alguien quiere explicarme qué está pasando aquí?
Zaisei se mostró desconcertada.
—¿Cómo, no lo sabes? Voy a bendecir vuestra unión... si estás de acuerdo, claro. Oh, debería haber hablado contigo primero, pero Jack me aseguró que...
—¿Pero la ceremonia no era mañana? —dijo Victoria, impaciente; miró a Jack, creyendo entender—. ¿Querías algo más íntimo? ¿Es por eso por lo que me has traído hasta aquí?
Jack desvió la mirada, azorado.
—No exactamente...
—¿No lo sabe? —repitió Zaisei, alarmada.
—Se suponía que iba a ser una sorpresa... —empezó Jack, pero calló de repente y alzó la cabeza, alerta.
Victoria también lo había notado. Le dio un vuelco el corazón.
Shail y Zaisei tardaron un poco más en percibir que la temperatura había descendido un poco. Pero apenas unos instantes después vieron una elegante figura acercándose a ellos desde las sombras del invernadero.
Jack sujetó a Victoria por los hombros y le dio un suave empujón para que avanzara un poco.
—Zaisei va a bendecir tu unión con Christian —le dijo al oído—. Si tú estás de acuerdo, claro. Y mañana será nuestra ceremonia. ¿No te parece que es mejor así?
—¿Mi... unión con Christian? —repitió ella; parecía tímida de pronto—. ¿Y qué dice él al respecto?
—Obviamente, si no estuviese de acuerdo no habría venido hasta aquí esta noche —respondió el propio Christian, con calma.
Avanzó hasta quedarse justo frente a Victoria. Los dos se miraron, y todos pudieron captar la intensa conexión que había entre ambos. Jack retrocedió un poco para dejarlos a solas. Victoria no sabía qué decir, y Jack habría asegurado que hasta el mismo shek estaba un tanto cortado.
—¿Y tú, Victoria? —preguntó Zaisei, con delicadeza—. ¿Estás conforme?
Victoria se volvió para mirar a Jack, insegura.
—Mañana me toca a mí —le recordó él, con una sonrisa.
Victoria sonrió a su vez, y fue una sonrisa llena de agradecimiento que inundó el corazón de él como un bálsamo sanador. Se alegró de haber acertado, y pensó que, después de todo, entender a Victoria no era algo tan complicado.
La joven había vuelto a centrarse en Christian.
—Sí que estoy conforme —murmuró.
Zaisei se situó junto a ellos. Alzó la cabeza, pero no fue capaz de mirar al shek, que la intimidaba.
—Comencemos —dijo—. Se trata de una ceremonia muy sencilla, pero los preliminares son necesarios para que os relajéis poco a poco y dejéis que vuestros verdaderos sentimientos fluyan con facilidad. Tomaos de las manos.
Christian cogió las manos de Victoria. Ella se estremeció y alzó la cabeza para mirarlo, con cierta timidez.
—Decid vuestros nombres —los invitó Zaisei.
—Me llamo Kirtash —dijo Christian—. Algunas personas me llaman también Christian.
—Yo soy Victoria d'Ascolli —respondió ella—. También me conocen por el nombre de Lunnaris.
—¿Cuánto tiempo hace que os conocéis?
Victoria frunció el ceño, tratando de calcular los años que habían pasado. Pero Christian se le adelantó:
—Seis años —respondió, sereno.
Ella lo miró, sorprendida.
—¿Tanto?
—Te vi por primera vez en Suiza —repuso él—. Tendrías diez u once años entonces. Estabas de vacaciones con tu abuela... en un balneario.
Victoria recordó la sombra que la había perseguido por el bosque cuando ella era aún una niña.
—Pero apenas pude verte entonces —murmuró. «Lo cual fue una suerte», pensó, sin poderlo evitar. Christian pareció captar sus pensamientos, porque le dedicó una media sonrisa.
—Cuatro años, pues. El día que nos vimos en el metro.
Victoria sonrió, emocionada, al comprender hasta qué punto estaban vividos aquellos recuerdos en la mente de Christian.
—¿Qué sucedió ese día? —preguntó Zaisei.
Victoria tragó saliva. La celeste captó un rastro de miedo en su corazón.
—Entonces éramos enemigos —relató la joven—. El había sido entrenado para encontrar y matar a todos los miembros de la Resistencia. Especialmente al dragón y al unicornio.
Hizo una pausa, esperando, tal vez, que Christian tomase el relevo. Pero él no lo hizo, de modo que Victoria prosiguió:
—Ese día me encontró. Me persiguió para matarme, pero logré escapar. Y justo cuando conseguí ponerme fuera de su alcance, cruzamos una mirada. Fue la primera vez que nos vimos cara a cara. Y pensé... no sé lo que pensé —concluyó, un poco cohibida. Recordaba vagamente haber pensado que había imaginado a Kirtash de otra manera, y que había algo en él que la atraía de forma inquietante y misteriosa, pero aquella sensación, si había sido real, había quedado sepultada por una oleada de miedo y de angustia.
—Yo sí sé lo que pensé —dijo entonces Christian, a media voz—. Pensé: «Qué lástima que tenga que morir».
Reinó un silencio sorprendido.
—¿Es... verdad eso? —preguntó por fin Victoria, con timidez.
El shek asintió.
—Lo recuerdo —dijo—, porque era la primera vez que cruzaba por mi mente un pensamiento parecido. Me preocupó, sinceramente. Traté de comportarme como si nada hubiese sucedido, pero la siguiente vez que nos vimos, en el desierto, no pude evitar volver a mirarte... y preguntarme por qué.
Los dos cruzaron una mirada larga, intensa. Zaisei dejó que compartieran recuerdos y emociones, que fuesen, poco a poco, rememorando aquellos primeros sentimientos de la historia que ambos compartían. Después preguntó, con amabilidad:
—¿Cuánto tiempo hace que estáis juntos... como pareja?
Victoria cerró los ojos un momento y volvió a experimentar aquel electrizante primer beso. Recordó el encuentro a escondidas, la daga, el beso robado, las súplicas y las amenazas... y, ante todo, aquel sentimiento que había nacido en los dos. Sonrió. Si aquello había sido su primera cita, no había dejado de ser extraña.
Esta vez fue ella quien respondió:
—Dos años, más o menos.
—¿Y querríais seguir juntos... durante más tiempo?
Victoria volvió a mirar a Christian. Sus ojos estaban clavados en ella, una mirada intensa, inquisitiva. La joven sintió que volvía a dominarla la timidez, pero se sobrepuso y susurró:
—Sí.
—Pero habrá habido malos momentos, ¿no es así? —dijo Zaisei, con suavidad.
Sí, había habido muy malos momentos. Todos ellos cruzaron por la mente de Victoria, todos a la vez, como una masa de oscuros nubarrones de tormenta.
Zaisei percibió sus sentimientos, de miedo, de dolor, de inseguridad, y suspiró para sí misma, entendiendo lo difícil que había resultado para ambos llevar adelante aquella relación.
—Sí que los ha habido —reconoció Victoria.
—¿Y quieres seguir con él, a pesar de todo?
Victoria suspiró.
—Sí —dijo, esta vez en voz más alta.
Zaisei se volvió hacia Christian.
—¿Y tú... Christian? —preguntó.
El shek no contestó enseguida. Se había quedado mirando a Victoria, fijamente. Los segundos que permaneció en silencio se le hicieron eternos.
—Sí —dijo finalmente.
Zaisei dio un paso atrás y los contempló a ambos, mirándose a los ojos, tomados de la mano. No fue difícil para ella detectar el sentimiento que los unía a los dos. Sonrió.
—Existe un lazo entre vosotros —declaró—. Un lazo fuerte, hermoso y sincero. Y no son solo vuestras palabras las que dan fe de ello, sino también vuestros sentimientos. Soy testigo ante los dioses de que os amáis, y suplico a los Seis... a los Siete —se corrigió, ruborizándose; le costó un poco, no obstante, pronunciar la palabra-; les suplico que derramen todas sus bendiciones sobre vosotros, que vuestro lazo perdure y que os colme de felicidad a ambos.
Victoria sonrió y parpadeó, porque se le habían empañado los ojos de emoción. Christian alzó una mano para acariciarle la mejilla y se acercó un poco más. El corazón de la joven empezó a palpitar con más fuerza, al pensar que él iba a besarla, delante de Jack, de Shail y de Zaisei. Pero Christian se volvió bruscamente hacia la celeste y clavó en ella una mirada de hielo.
—Hay un lazo entre nosotros, ¿no es cierto? —preguntó, sin alzar la voz.
Habían visto la Luz.
Zaisei titubeó.
—Eso... acabo de decir.
Christian sonrió. Atrajo a Victoria hacia sí y rodeó su cintura con un brazo.
—Un lazo entre un unicornio y un shek —dijo—. Entre la criatura predilecta de los Seis, y un hijo del Séptimo. ¿Existe ese lazo?
Zaisei no fue capaz de responder. La intensa mirada del shek la hacía temblar de terror.
—Ya basta —intervino Jack—. No creo que sea necesario...
—¿Existe? —insistió el shek.
Zaisei alzó la cabeza, con un intenso escalofrío.
—Sí que existe —murmuró.
Christian sonrió. No fue una sonrisa agradable.
—Bien —dijo—. Desafío a tus dioses a tratar de probar que no es cierto. A que me arrebaten esa parte del corazón de Victoria que me pertenece.
Reinó un silencio horrorizado.
—Yo no..., no sé... —tartamudeó la pobre Zaisei; quiso añadir algo más, pero no fue capaz.
Por fin, Christian pareció relajarse un tanto.
—Díselo a tus dioses, celeste —murmuró—. Diles que hay un lazo.
Cerró los ojos y abrazó a Victoria, y por un momento pareció cansado y derrotado. Jack contempló cómo ella rodeaba la cintura del shek con los brazos y apoyaba la cabeza en su pecho, con un suspiro.
—Bien... —murmuró Zaisei—. Supongo que podemos dar por concluida la ceremonia. Enhorabuena a los dos.
Victoria abrió los ojos.
—Gracias por bendecir nuestra unión, Zaisei —dijo—. Sé que no te ha resultado fácil.
Había en sus ojos, sin embargo, un rastro de tristeza.
No muy lejos de allí, alguien les estaba observando. Tres figuras se habían reunido en torno a un gran cuenco con agua, en cuya superficie se reflejaba la imagen de lo que estaba sucediendo en el invernadero en aquellos instantes. Alsan contemplaba, sombrío, a Christian y a Victoria, aún abrazados, ante Zaisei. Y había escuchado cada una de sus palabras.