Authors: Laura Gallego García
—¿Dónde estamos?
Christian tardó un poco en responder.
—En mi casa —dijo finalmente.
A Victoria le latió el corazón más deprisa, y contempló el lugar con más interés. El salón era pequeño, y la cocina estaba integrada en él. También era pequeña y estaba demasiado limpia y ordenada, como si no se utilizara muy a menudo. En la pared del fondo había dos puertas.
—Ven —la llamó entonces Christian—. Quiero enseñarte una cosa.
Victoria lo siguió hasta la terraza y salió con él al exterior. Se asomaron a la balaustrada y contemplaron en silencio la gran ciudad que se extendía a sus pies, cubriendo la piel de la tierra con su manto de luces que desafiaban a la más oscura de las noches.
—Bienvenida a Nueva York —susurró el shek en su oído.
Victoria sonrió.
—¿Cómo me has traído hasta aquí? Estábamos en la otra punta del planeta.
—He usado un hechizo de teletransportación.
—¿Cómo? Ni siquiera los magos más poderosos pueden viajar tan lejos.
—Tampoco yo puedo. Es solo que este sitio, este ático, es mi centro... o, como diría un shek, mi
usshak.
Mi corazón.
—¿Tu corazón?
—Los sheks llamamos así a nuestro hogar, por decirlo de alguna manera. Pero nuestro hogar no es el sitio donde formamos una familia, donde nacemos, ni donde crecemos. Es una especie de santuario, un lugar que elegimos y que es solo nuestro, al que nos retiramos cuando queremos estar solos, cuando necesitamos descansar, o recobrarnos de nuestras heridas. Es nuestro refugio.
—Como un Limbhad para ti solo —murmuró Victoria.
—Algo así. Sabes que la magia que poseo no puedo utilizarla como debería, porque mi poder de shek interfiere y la sofoca. Pero en este caso es diferente. Este ático es mi corazón, pero también concentra el poder de mi mente. No podría usar el hechizo de teletransportación para ir a ninguna otra parte... pero sí para regresar a casa, porque este lugar tira de mí, y su recuerdo está tan clavado en mi mente que la magia es sólo un instrumento para que mi verdadero poder regrese a su fuente.
—Pero, ¿por qué me has traído aquí? ¿Fue por esa mujer que vimos en Ginza?
—Estableció un vínculo mental conmigo, con una sola mirada, Victoria. No sé quién es, ni cómo es posible que hiciera algo así, pero no me pareció seguro regresar a Limbhad. Mientras ese vínculo permaneciese activo, ella podría habernos seguido hasta allí.
Victoria recordó cómo, mucho tiempo atrás, Alsan había reñido a Jack por espiar a Christian por medio del Alma. «Kirtash podría haber llegado hasta nosotros a través de tu mente, y Limbhad habría dejado de ser un lugar seguro para la Resistencia», le había dicho Shail. Pensó también en Yaren, en cómo Christian había creado un vínculo mental con él tras mirarlo a los ojos, y había sido capaz de rastrearlo.
—¿Y no es peligroso haber venido aquí, entonces? Si es verdad que puede encontrarte, acabas de mostrarle tu
usshak,
tu santuario.
Christian sonrió.
—El
usshak
es algo sagrado para todos los sheks. Ninguno de nosotros entraría en el
usshak
de otro shek, ni física ni mentalmente, sin ser invitado, ni siquiera en el de un enemigo; eso es tabú. Por eso éste es el lugar más seguro del mundo, ahora mismo.
Victoria se estremeció al entender lo que implicaban aquellas palabras.
—¿Quieres decir que esa mujer era... una shek?
—No sé lo que era, solo sé que, por un momento sentí... que podía serlo. No fue su aspecto, sino su mente, lo que me alertó. Su forma de mirar. Incluso...
—Te lo dijo el instinto —concluyó Victoria en voz baja.
Christian sacudió la cabeza.
—Pero no hay nadie más como yo. Nadie. Por eso, ella no puede ser una shek.
—Eso es lo que te dice la lógica. Pero el instinto la contradice.
—En cualquier caso, si ella era una shek, no llegará hasta aquí, porque respetará mi casa. Y, si no lo es, tampoco nos alcanzará, puesto que, como tú misma has dicho, estamos en la otra punta del planeta. ¿Comprendes ahora por qué te he traído aquí, por qué me pareció mejor que regresar a Limbhad?
Victoria asintió, sin insistir más en el tema.
—Gracias de todas formas —le dijo—. Gracias por invitarme a tu
usshak.
Christian sonrió.
—Lo cierto es que eres la única persona que ha entrado en este ático desde que vivo en él. A excepción de Gerde, que estuvo aquí una vez.
Victoria no hizo ningún comentario. Se quedaron un rato en silencio, contemplando las luces de la ciudad, hasta que ella murmuró:
—Tengo un poco de frío. Vuelvo dentro, ¿vale?
Christian asintió, sin mirarla. Parecía sumido en hondas reflexiones, y Victoria no quiso distraerlo. Volvió a entrar en la casa.
Abrió una de las puertas, en busca del cuarto de baño, pero se encontró con un pequeño estudio. Sonrió al ver el teclado al fondo de la habitación, el equipo de grabación, la cadena musical y toda la colección de discos de Christian, cuidadosamente ordenada. Pero también había un escritorio con un ordenador, y una estantería repleta de libros y de carpetas. Victoria decidió de pronto que no quería saber qué tipo de información se guardaba allí, de modo que cerró la puerta y abrió la contigua.
Pero tampoco era el baño. Aquel cuarto tenía una cama, una mesita de noche, una silla y un armario, nada más. La cama no era especialmente grande ni parecía especialmente mullida. Era una habitación fría y austera, como el resto de la casa.
Al fondo había otra puerta, y Victoria supuso que esa sí sería la del baño. Pero no fue capaz de dar un paso hacia el interior de la habitación.
—Aquí sí que no ha entrado nunca nadie —dijo de pronto la voz de Christian tras ella, sobresaltándola—. Nadie aparte de mí. Ni siquiera Gerde.
Victoria se volvió hacia él. El shek parecía un poco tenso y la miraba fijamente, con cierto recelo. La muchacha entendió lo difícil que estaba resultando para él abrirle las puertas de su casa, de su refugio... de su corazón. No porque se tratase de ella, sino porque nunca lo había hecho antes. No quiso forzarlo más.
—No te preocupes —murmuró—. Si he de pasar aquí la noche, entonces dormiré en el sofá, y si no, regresaré a Limbhad. No pasa nada, en serio.
Christian pareció relajarse un tanto.
—No —dijo—, puedes quedarte. De hecho... puedes venir aquí cuando quieras, si te sientes sola. Aunque Limbhad es más... cálido que mi piso, al menos aquí es de día de vez en cuando, y además, no es tan grande. Así que, a partir de ahora, cuando quieras venir, el Alma podrá traerte aquí desde Limbhad... porque ya eres parte de este lugar.
Victoria sonrió, emocionada.
—Gracias, Christian. Pero de verdad, no es necesario. No quiero invadir tu intimidad.
—Tendrás que hacerlo si quieres ir al baño —señaló él, con una sonrisa.
Victoria no se quedó en casa de Christian aquella noche, sino que regresó a Limbhad, mientras el shek volvía a Tokio a investigar sobre aquella misteriosa joven del distrito de Ginza. En esta ocasión no permitió que Victoria lo acompañara, y, aunque ella lo comprendía, en el fondo le inquietaba lo que Christian pudiera encontrar allí.
Un día, él volvió a Limbhad con un montón de papeles bajo el brazo.
—La he encontrado —dijo solamente.
Se sentaron en el sofá, y Christian le pasó la información que había obtenido. Victoria no entendió nada, puesto que los folios estaban en japonés; pero sí vio la fotografía de la joven encabezando el primero de ellos. La observó con interés. No le pareció tan misteriosa y fascinante en la imagen como al natural.
—Se llama Shizuko Ishikawa —empezó Christian—. Tiene veinticuatro años y es la heredera de una poderosa familia de empresarios. Se licenció en la Todai, la universidad más prestigiosa del país, y ahora dirige los negocios de su padre, que falleció hace unos meses. Entonces vivía en la mansión que su familia posee en Yokohama, pero se ha trasladado a un lujoso apartamento en el barrio de Takanawa, uno de los más caros de Tokio.
—¿Algo que la relacione con los sheks, o con Idhún?
Christian negó con la cabeza.
—Lo único raro que he visto es que ha cambiado la orientación de los negocios familiares tras la muerte de su padre. Entre las muchas empresas que poseían los Ishikawa había una cadena de cines y otra de hoteles; Shizuko Ishikawa las ha vendido para invertir más en investigación y nuevas tecnologías, sobre todo cibernética, informática y biotecnología. La familia Ishikawa tenía muchos intereses en el mundo del ocio, por lo que se ve, pero a Shizuko le importan otras cosas. Además, se ha metido en política. Puede que sea una opción personal y que no tenga nada que ver con la llegada de los sheks a la Tierra, pero...
—Entiendo —asintió Victoria—. Pero has dicho que ella tiene veinticuatro años, ¿no? Hace veinticuatro años los sheks ni siquiera habían invadido Idhún todavía. De ser ella medio shek, tendría que tener nuestra edad. No debería ser mayor que tú, en todo caso.
Christian sacudió la cabeza.
—La cuestión es que nada en su trayectoria vital indica que no sea humana.
—Pero es la clave que estabas buscando. Sea o no una shek, los otros sheks se comunican con ella, ¿verdad?
—Sí, y por eso sé que tengo que investigarla. El siguiente paso es abordar a la gente más cercana a ella, gente que la conoce personalmente. Antes de acercarme más, quiero saber quién o qué es. Necesito saber a qué me enfrento.
Christian regresó a Tokio aquella misma noche, y en esta ocasión tardó mucho más en volver a dejarse ver. Después de tres días sin tener noticias suyas, Victoria, inquieta, probó a pedirle al Alma que la llevase hasta el apartamento del shek en Nueva York; y, para su sorpresa, se materializó allí sin problemas. Aquélla era la prueba de que a Christian no le importaba tenerla allí, en su refugio privado, puesto que, en tiempos de la Resistencia, habían tratado mil veces de localizarlo a través del Alma, y esta nunca les había mostrado la imagen de aquel lugar. Victoria se preguntó cómo lograba Christian mantener su piso oculto a la percepción del Alma, y cómo se las había arreglado para cambiar esta circunstancia y permitirle, así, llegar hasta él.
El shek no estaba en casa; Victoria no quiso tocar nada ni curiosear entre sus cosas, por lo que se sentó a esperar su regreso.
Christian llegó al cabo de un rato. No pareció sorprenderse de encontrarla allí. No hizo ningún comentario. Se sentó a su lado y dijo, por todo saludo:
—No es ella, Victoria.
La joven parpadeó, confusa.
—¿De qué me estás hablando?
—De Shizuko Ishikawa. He explorado los recuerdos de personas que la conocen, y todos ellos creen que ha cambiado. Desde la muerte de su padre, o puede que antes. En apariencia es la misma Shizuko, pero hay cosas en ella... que no son igual que siempre. Piensan que se ha vuelto más fría, más distante. Y hay algo en ella que intimida a todo el que la mira a los ojos. Hay cosas que han cambiado en su forma de pensar y de actuar. Y, sin embargo, los negocios de su familia van mucho mejor desde que ella está al frente.
—Y, si ha cambiado tanto... ¿cómo es que nadie se hace preguntas al respecto? —preguntó Victoria, interesada.
—Se lo pasan por alto. Creen que son secuelas.
—¿Secuelas, de qué?
—Del accidente. Sí —confirmó Christian al ver la expresión de Victoria—. Shizuko Ishikawa sufrió un grave accidente de tráfico hace unos meses, un accidente que por poco le cuesta la vida. Por lo visto, cuando despertó en el hospital no recordaba nada. No sabía quién era ni cómo había llegado hasta allí. De hecho, al principio ni siquiera podía hablar, y hubo que enseñarle a caminar de nuevo.
—¿Y todo esto fue hace sólo unos meses? —inquirió Victoria, sorprendida, recordando a la elegante joven que había visto salir de aquella tienda, en Ginza.
—Una recuperación muy rápida, ¿verdad? —observó el shek.
Victoria alzó la cabeza para mirarlo.
—¿En qué estás pensando?
—Tengo una teoría —dijo él—, pero ahora mismo me parece demasiado descabellada. Y antes de volver a mirar cara a cara a esa mujer tendría que confirmarla. Me bastará con echar un vistazo a su historia clínica.
—¿De dónde sacas toda esta información, Christian? —preguntó Victoria, pasmada—. ¿Cómo te las arreglas para averiguar todas estas cosas?
Christian se encogió de hombros.
—Sólo es cuestión de buscar en los sitios adecuados y de sondear las mentes adecuadas.
—Comprendo —murmuró Victoria.
Christian se quedó contemplándola en silencio. Después, sin una palabra, se levantó y se dirigió a su estudio. Cuando regresó al salón, llevaba una carpeta entre las manos.
—¿Sabes qué es esto, Victoria? —le preguntó en voz baja.
Victoria lo intuía. Lo miró, llena de incertidumbre.
—¿Quieres verlo? —le ofreció Christian.
Ella sacudió la cabeza.
—No sé si me gustaría. Todavía no.
—Entiendo —asintió el shek—. Lo dejaré encima de la mesa del estudio. Estará allí para cuando quieras echarle un vistazo... si es que quieres.
El siguiente viaje de Christian a Tokio duró mucho más. Siempre era de noche en Limbhad, pero Victoria calculó que el shek llevaba ya fuera casi seis días. Y, aunque a través del anillo no percibía que él estuviera en peligro de ninguna clase, no podía evitar sentirse preocupada.
Había examinado concienzudamente gran parte de los libros de la biblioteca de Limbhad, pero no encontró nada que pudiera interesarle y, con el paso de los días, cada vez leía los textos con menos profundidad.
Recorrer Limbhad era todavía peor, porque seguía recordándole a Jack, y cada día que pasaba lo añoraba más.
Una noche decidió volver al apartamento de Christian en Nueva York. De nuevo lo encontró vacío, a pesar de que allí eran ya las dos de la madrugada. Encendió la chimenea para caldear un poco la casa, cogió una manta del armario y se arrellanó en el sofá, dispuesta a esperar lo que hiciera falta.
Debió de quedarse dormida, puesto que se despertó un rato después, sobresaltada. El fuego de la chimenea se había apagado hacía ya rato, y sobre ella se inclinaba una sombra que la miraba fijamente.
—Christian —susurró, mientras sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra—. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
—¿Qué haces en el sofá, Victoria? —preguntó él a su vez, en voz baja—. Estarías más cómoda en el dormitorio.