Authors: Laura Gallego García
Lenta, muy lentamente, su imagen reflejada se fue transformando. Y, cuando quiso darse cuenta, la superficie helada del
onsen
le mostraba el rostro de un hada que le sonreía alentadoramente.
—Saludos, Gerde —dijo Shizuko; si estaba sorprendida, no lo demostró.
—Saludos, Ziessel —respondió ella. En esta ocasión, Shizuko sí que frunció levemente el ceño, desconcertada. Nada en su apariencia externa delataba el alma de shek que latía en ella, y Christian no había tenido ocasión de decírselo a Gerde. ¿Cómo lo había sabido?
—Has cambiado mucho desde la última vez que te vi; qué sorpresa —prosiguió Gerde; reparó entonces en Christian, que se erguía a su lado—. Y Kirtash —lo saludó; los miró a ambos—. Qué encantadora pareja —comentó.
Uno de los sheks siseó por lo bajo con cierta irritación. Shizuko no necesitaba mirarlo para saber que se trataba de Akshass.
—Kirtash nos ha dicho que tenías información importante que transmitirnos —dijo la reina de los sheks—. Hemos perdido muchas jornadas con la creación de esta ventana interdimensional para comunicarnos con Idhún... contigo, así que espero que lo que tengas que decir sea realmente importante. Y que después nos pongas en contacto con Eissesh, o con Sussh, para volver a unir a todos los sheks en la misma red telepática.
Gerde rió, con un gesto despreocupado.
—No necesitas a Eissesh ni a Sussh, Ziessel. Tú eres la señora de todos los sheks.
—Y por esta razón debo comunicarles a todos que sigo viva —replicó ella, gélida.
—También yo tengo cosas que comunicarte. Pero solo hablaré contigo. Nadie más debe estar presente.
Shizuko iba a responder que no tenía por qué echar a su gente de allí: si lo que tenía que contarle era tan importante, todos los sheks debían saberlo. No obstante, había algo en la mirada de Gerde, la mirada que le dirigía desde una dimensión lejana, que le inspiró un súbito terror y la estremeció hasta la más íntima fibra de su ser.
Y no se atrevió a contradecirla.
Brevemente, pidió a los demás que la dejaran a solas con Gerde. Un poco de mala gana, las serpientes, una por una, dieron media vuelta y reptaron sobre la nieve, hacia la espesura, para perderse en el bosque. Christian se dirigió al refugio, sin una palabra. Sabía lo que Gerde iba a contarle a la reina de los sheks. En el pasado, sólo Zeshak, su antecesor, había sabido que Ashran era el Séptimo dios.
Percibió la llamada de Shizuko a nivel privado.
«¿A dónde vas?», le dijo.
«He cumplido la misión que se me encargó», repuso él, sin volverse ni detenerse. «Ya no tengo nada más que hacer aquí».
«Tal vez sí», contestó ella.
«Si es así, llámame», respondió Christian. «Y acudiré a tu lado».
Cuando regresó a su apartamento, Victoria no estaba.
Era de noche, y el piso estaba silencioso, frío y oscuro. Christian se encontró a sí mismo echando de menos la luminosa presencia de la muchacha, y por un momento temió que ella se hubiese marchado a Idhún. Luego recordó que no podría hacerlo sin él, y supuso que estaría en Limbhad. Se encogió de hombros y decidió que más tarde iría a verla.
Acababa de encender la chimenea cuando se abrió la puerta de la calle. Christian se incorporó de un salto, alerta, antes de detectar la presencia de Victoria. La joven iba a cruzar la puerta del salón cuando lo vio, y se quedó allí, en la entrada, sin decidirse a pasar. Los dos cruzaron una larga mirada.
—He ido a dar un paseo —dijo ella, rompiendo el silencio—. Encontré las llaves en un cajón. Creo que no sueles usarlas mucho, así que espero que no te importe que las haya...
—No —cortó él con suavidad—. No me importa.
—Iba a marcharme a Limbhad —prosiguió Victoria—, pero habías dicho que había cambios en el proyecto, y... en fin, estaba un poco preocupada, de modo que me quedé aquí, a esperarte. Pero
no
dejaba de darle vueltas a muchas cosas, así que... salí para despejarme.
—No tienes que darme explicaciones, Victoria. Está bien.
—¿Y tú? ¿Estás bien?
—Sí —se sentó en el sofá y contempló las llamas, pensativo—. Por fin hemos contactado con Idhún. Así que Gerde ya tiene el enlace que quería con los sheks de la Tierra.
—Suponía que habría pasado algo así —asintió Victoria; tras un breve titubeo, se sentó a su lado—. Por eso estaba preocupada. Si ya has hecho lo que Gerde quería que hicieras, puede que no te necesite más, y entonces...
—Lo sé. Pero aquí, en la Tierra, estoy lejos de su alcance, y Shizuko no me haría daño sin una buena razón. Y, aunque a los otros sheks no les caigo bien, ahora es ella la que manda.
—¿Hasta qué punto? Quiero decir, que si ella tomara una decisión que a ellos no les gustase, ¿la aceptarían, sin más, si no hubiese una razón lógica? Al fin y al cabo, ella es reina: no puede tomar decisiones importantes basándose solo en motivos personales.
Christian la miró, sonriendo.
—Es curioso —dijo—. Ayer mismo te hablaba de las diferencias entre el pensamiento humano y el pensamiento shek... y, no obstante, por lo que parece nos conoces mucho mejor de lo que crees.
Victoria calló, sin saber si aquello era un reproche o un cumplido.
—He estado pensando —prosiguió él—, en todo lo que ha ocurrido entre nosotros últimamente. Sé que he estado frío contigo. En parte se debía a Shizuko, pero no solo a ella. Es que, después de todo lo que hemos pasado juntos, aún sentía que había algo que quería compartir contigo, un grado de intimidad que tú y yo no podríamos alcanzar nunca. Y eso me frustraba. Con Shizuko sí que tengo esa posibilidad, y supongo que eso me ha hecho replantearme muchas cosas. Como, por ejemplo, hasta qué punto sentía algo por ti, o estaba simplemente hechizado por la luz del unicornio. Sabes de qué estoy hablando, ¿verdad?
Victoria asintió, recordando a Yaren, el semimago que había buscado al unicornio toda su vida, y cuando al fin había obtenido de ella lo que quería, no había resultado ser lo que esperaba.
—¿Te sentías así después de lo de la otra noche? —murmuró.
—En parte. No, no pongas esa cara, ya te dije que fue especial para mí, y no te he mentido. Pero no pude evitar preguntarme qué pasaría ahora, si esto era todo, si no podíamos llegar más allá. Tanto el vínculo físico como el sentimental son importantes, Victoria, pero yo soy un shek: necesito un vínculo mental para fortalecer una relación, algo que la mera intimidad física no puede darme.
»Sin embargo, después de hablar contigo ayer, de poner las cartas sobre la mesa... se me ocurrió que tal vez no fuera del todo imposible. Porque, a fin de cuentas, no eres simplemente humana. Eres un unicornio.
—¿De qué me estás hablando, Christian? Me he perdido.
—Estoy hablando, otra vez, de las diferencias entre una relación física y una relación mental. ¿Sabes cuál es el máximo grado de intimidad al que puede llegar una pareja de sheks? Los humanos comparten sus cuerpos. Los sheks... fusionan sus mentes.
Victoria se quedó de piedra.
—¿Te refieres a entrar en la mente de otro? Pero eso ya lo haces a menudo, ¿no? Cuando lees sus pensamientos, por ejemplo.
—Voy a explicártelo de otra manera. La mente de una persona es como su casa. Hay casas más grandes y más pequeñas, casas acogedoras y casas siniestras, casas sencillas y casas laberínticas. La diferencia entre la mente de un humano y la de un shek es la que podría haber entre una choza y un castillo.
—Entiendo —asintió Victoria.
—Cuando miro a alguien a los ojos para leer su mente, en realidad es como si mirara el interior de su casa a través de las ventanas. Cuando quiero destruir una mente, envío parte de mi percepción a atacar las columnas que sostienen su casa. Pero fusionar dos mentes es algo distinto. Supone que abandonaría mi casa para recorrer la tuya, y que tú saldrías de la tuya para visitar la mía. Durante ese rato, cada uno de nosotros no sería él mismo. Dejaría atrás su propia mente, abandonada y vulnerable. Y por eso es algo peligroso, pero también una muestra de la confianza más absoluta. Porque cuando recorres la casa de otra persona, has de hacerlo con el convencimiento de que la tuya propia está en buenas manos. No es algo que pueda hacerse a la ligera. Los sheks llegan a ese grado de intimidad con alguien muy pocas veces en su vida. A veces, una sola, y a veces, ninguna.
Victoria respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos.
—Y eso es lo que no puedes hacer conmigo —resumió.
—Eso es lo que pensaba que no podía hacer contigo —rectificó Christian—. Pero lo cierto es que no lo hemos intentado.
La miraba con seriedad, y con una intensidad que a Victoria le recordó los primeros tiempos de su relación, cuando se veían en secreto, cuando era un amor prohibido. El corazón empezó a palpitarle más deprisa.
—¿Me estás diciendo... que quieres fusionar tu mente con la mía?
—Me gustaría, sí.
Victoria no supo qué decir. De momento, estaba tratando de asimilar las implicaciones de lo que Christian le estaba proponiendo. Por un lado, la idea de entrar en la mente del shek, tan impenetrable y al mismo tiempo tan enigmática, la seducía hasta límites insospechados, igual que saber que él conocería hasta sus más íntimos secretos. Aquello derribaría por fin el muro de hielo que a veces se alzaba entre los dos, ayudaría a Victoria a comprender mejor al joven del que se había enamorado.
Por otra parte, tal y como lo había descrito, el shek tenía razón: la fusión de las mentes era algo muy íntimo..., demasiado, quizá. Porque, ¿qué sería Christian sin su misterio? ¿Y acaso no había cosas que ella quería guardar para sí? ¿Hasta qué punto podía olvidarse de sí misma por amor?
—Antes de que me respondas —prosiguió él—, quiero que tengas en cuenta tres puntos importantes. Primero, que algunas de las cosas que verás en mi mente no serán agradables, y no te van a gustar.
Victoria desvió la vista, turbada. Sabía a qué se refería.
—Debería poder vivir con eso —respondió, tras una pausa—. Sé quién eres y lo que has hecho. Lo sabía desde el primer momento, así que, si es cierto que te quiero tanto como creo, por mucho que me duela lo que vea en tu mente, mis sentimientos por ti no deberían cambiar.
Christian sonrió.
—Segundo —prosiguió—, que se necesita como mínimo una mente shek. Es decir, que es algo que tú podrías hacer conmigo, en teoría, pero nunca podrás hacer con Jack.
Victoria abrió la boca para hablar, pero no dijo nada.
—Sabes por qué lo digo, ¿no? Desde el principio te has esforzado mucho en darnos lo mismo a los dos, pero si fusionamos nuestras mentes, habremos alcanzado un grado de unión que jamás podrás tener con Jack. Debes tenerlo en cuenta.
Victoria reflexionó. Después, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa.
—Pero eso tampoco es un impedimento —dijo—, porque Jack y yo fusionamos nuestros espíritus, hace mucho tiempo.
Ahora fue Christian el que se sorprendió.
—¿Que hicisteis qué?
—El no se acuerda, y no me extraña. Yo solo lo supe hace muy poco. Verás, cuando Yandrak y Lunnaris fueron enviados a la Tierra a través de la Puerta, hubo un momento en que sus espíritus se cruzaron... y por un momento fueron uno. Luego se separaron, y fue entonces cuando se reencarnaron.
»Lo supe cuando creí que Jack había muerto. Fue como si me hubiesen arrebatado una parte de mí, y en ese momento... mi alma supo por qué.
Christian sacudió la cabeza, perplejo.
—¡Por eso tenéis una conexión espiritual tan estrecha! Una conexión que se ha ido haciendo más fuerte a medida que Yandrak y Lunnaris iban despertando en vuestro interior.
Victoria asintió.
—Por eso, si es verdad que la fusión mental proporciona una unión tan íntima, no me importaría hacerlo contigo. Aunque la idea de dejar de ser yo me asusta un poco.
—Nunca dejas de ser tú, en realidad —la tranquilizó él—. Pero sí que es verdad que dejas atrás algo muy importante. Por eso hay que pensarlo muy bien.
—Y tú, ¿lo has pensado bien? —le preguntó ella, con curiosidad—. Ayer me decías que no sabías si querías seguir conmigo, y hoy me propones esto... No te entiendo.
—Lo he pensado bien. Llevo mucho tiempo pensando en ello. Es solo que creía que no era posible, así que ni me había planteado tratar de ponerlo en práctica. ¿Recuerdas lo que te he dicho de la choza y el castillo? Si fusionara mi mente con la de una humana, me sentiría muy estrecho —sonrió—. Pero tú eres algo más. Tu conciencia es, en parte, la de un unicornio. No creo que sea lo mismo. No puede ser lo mismo.
—¿Y qué pasará si no sale bien? —preguntó Victoria—. ¿Qué pasará si luego te sientes decepcionado?
—No lo sé —murmuró Christian—. De verdad que no lo sé.
Permanecieron en silencio un instante, navegando en un mar de incertidumbre.
—Quizá —aventuró ella entonces— lo importante no sea lo que vayas a encontrar en mi mente, sino el hecho de que te importo lo bastante como para querer intentarlo. ¿No crees?
El shek asintió.
—Por si te sirve de algo —dijo en voz baja—, sería la primera vez para mí también. Nunca he fusionado mi mente con la de nadie.
La joven alzó la cabeza, sorprendida. Christian la miraba fijamente, muy serio, y Victoria sostuvo su mirada, mientras el corazón le latía con tanta fuerza que amenazaba con salírsele del pecho.
— Christian —susurró, conmovida; sacudió la cabeza—. ¿Cómo es posible? A veces me dices estas cosas... me traes a tu casa, me propones que una mi mente a la tuya... y otras veces me dejas sola durante días para rondar a una shek y dudar de tus sentimientos por mí. No hay quien te entienda.
—Soy un ser complejo —replicó él, imperturbable—. Pero lo que sí debes de saber, a estas alturas, es que nunca te miento. Y cuando te digo algo, es porque lo siento de verdad. Y eso me lleva al tercer punto.
—¿De qué se trata?
—De lo que te he comentado antes. Fusionar las mentes supone tener una confianza total en la otra persona, así que, dime: ¿confías en mí?
Cruzaron una mirada larga, intensa.
—¿Y tú? —sonrió Victoria, sin contestar a la pregunta—. ¿Confías en mí?
—Ciegamente —respondió Christian sin dudar—. Y a menudo pienso que querría poder darte motivos para que tú sintieras lo mismo. Para que confiases en mí de la misma forma que confías en Jack. Pero sé que yo no te he tratado igual que él. Y sé que...