Authors: Laura Gallego García
—Esto no es un espectáculo, es una coronación —protestó Alsan—. No tiene que verse como una fiesta, es algo serio y solemne.
—En otras circunstancias, lo sería —repuso Victoria—. Pero la gente necesita una fiesta, necesita recuperar la confianza. ¿Crees que los dragones, los magos y los caballeros van a hacer una exhibición solo para honrar al nuevo rey? Necesitan mostrar al mundo quiénes son. Necesitan creer, unos y otros, que no se han extinguido después del reinado de Ashran.
Alsan la miró, pensativo.
—Puede que tengas razón —admitió—. Pero yo quería reservar todo eso para otra ocasión especial —añadió, con una sonrisa significativa.
Victoria sonrió a su vez, pero se sentía inquieta. Alsan había recibido con gran satisfacción la noticia de su embarazo, pero solo porque estaba convencido de que Jack era el padre de la criatura. Aquello parecía haberlo reconciliado con Victoria: la joven no solamente había estado consagrando a nuevos magos, sino que, además, había estrechado su relación con Jack, de forma concluyente. Como debía ser.
Victoria, sin embargo, no se sentía cómoda con aquella situación. No le importaba que Alsan creyese que su bebé era hijo de Jack, porque había muchas posibilidades de que así fuera. Lo que realmente temía era todo lo que implicaba aquello que Alsan estaba sugiriendo: convertir el nacimiento de su hijo en una fiesta pública.
Aunque todavía no lo habían anunciado oficialmente, para no eclipsar la ceremonia de la coronación, la noticia se había difundido ya por el castillo. Jack y Victoria habían recibido la felicitación de amigos y conocidos, entre ellos Qaydar, quien ya les había preguntado si creían que su hijo heredaría el poder de Victoria de conceder la magia.
Y vendrían más. Por unas razones o por otras, el nacimiento de aquel bebé despertaría gran expectación. Todos querrían saber más acerca de él: qué aspecto tendría, si sería un ser extraordinario o un bebé humano corriente... Y cada día que pasaba, Victoria deseaba con más fuerza que su hijo fuese un niño normal y no llegase a manifestar nunca ningún poder, ni capacidad de transformación.
—Lo cierto es que preferiría que el nacimiento de mi bebé fuese algo más... privado —le confesó a Alsan, con una forzada sonrisa.
—También yo preferiría que la coronación fuese un poco más íntima —señaló el príncipe—, pero, como tú misma has dicho, la gente necesita una fiesta, y recuperar la confianza. Esta ceremonia, junto con la celebración por el nacimiento de vuestro hijo, nos unirá a todos mucho más, ¿no es cierto?
—Y por eso estoy dispuesta a afrontarlo, aunque sabes que prefiero pasar desapercibida —respondió Victoria, con firmeza—. Pero no quiero eso para mi hijo. Quiero que lleve una vida normal, al menos hasta que sea lo bastante mayor para decidir lo que quiere hacer, si quiere ser... un personaje público e importante o, por el contrario, prefiere ser una persona anónima y llevar una vida tranquila.
—Por el simple hecho de ser quien es, no llevará una vida tranquila, Victoria —replicó Alsan, muy serio—. Es hijo del último dragón y del último unicornio. Aun cuando no llegue a tener ningún poder especial, su mera existencia ya es un símbolo para mucha gente. Y eso conlleva obligaciones. De la misma manera que quien nace príncipe debe asumir la responsabilidad de gobernar un pueblo, y esforzarse en estar a la altura de las circunstancias, lo quiera o no.
Victoria no dijo nada. Apretó los labios y murmuró:
—Doy por hecho, entonces, que puedo empezar a organizarlo todo para que la coronación se lleve a cabo a las afueras de la ciudad.
—Sí... —suspiró Alsan—. Te agradecería mucho que te ocupases de ello. No obstante —añadió—, lo de la víspera...
—Eso sí que no tiene por qué ser un espectáculo público —lo tranquilizó Victoria—, y podemos hacerlo en el patio del castillo. Ya había pensado en ello.
Alsan sonrió.
—Gracias —dijo solamente.
No habían vuelto a hablar del tema, pero Victoria había cumplido su parte con diligencia. El día antes de la coronación, cuando el segundo de los soles ya se hundía por el horizonte, todo estuvo preparado para la prueba a la que Alsan se sometería, y que decidiría si al día siguiente ceñiría él la corona o, por el contrario, sería Covan el nuevo rey de Vanissar.
Habían preparado una fila de asientos en el patio del castillo. Alsan sabía cuál era el suyo: se trataba de la silla de hierro con cadenas a la que estaría sujeto toda la noche. Aunque Victoria se había ocupado de que el orfebre forjara aquella silla con adornos y filigranas, y la coronara con el escudo de armas de Vanissar, no dejaba de ser un trono de hierro con cadenas.
—Lo encuentras humillante, ¿verdad? —le preguntó Shail aquella tarde.
Alsan no contestó enseguida.
Se habían reunido, junto con Jack, en un pequeño balcón que daba al patio del castillo, para tomar un respiro antes de la prueba que decidiría el futuro de Alsan. Desde allí habían contemplado el primer atardecer, y ahora asistían al segundo. Pero no tenían prisa. Se merecían aquel descanso, y Alsan necesitaba la compañía de sus amigos.
—Sería humillante si esas cadenas hubieran de retenerme —dijo Alsan al cabo de un rato—. Pero no serán necesarias, porque no me transformaré.
—Te deseo todo lo mejor como rey, entonces —murmuró Jack—. Pero debes empezar a plantearte que, si se lo debes a ese brazalete, vas a depender de él el resto de tu vida.
Alsan le dirigió una mirada severa.
—Se lo debo a los dioses —corrigió—. Su poder mantiene cautiva a la bestia que hay en mí.
—Pero no la ha arrancado de tu interior, Alsan. Sigue ahí.
—Si me extraen el espíritu de la bestia, moriré. ¿Es eso lo que sugieres que haga?
—Claro que no —replicó Jack, molesto—. Quiero que seas rey, si es lo que deseas. Pero sobre todo quiero que tú estés bien. Y que recuerdes que sin ese brazalete volverías a ser el de antes.
—Por eso no me lo quito nunca. Por eso nadie debe saber lo que sucederá si lo pierdo —añadió Alsan, y sus palabras contenían no solo una advertencia, sino también, le pareció entrever a Jack, una velada amenaza.
No insistió en el tema.
—¿Y qué hay de ti? —le preguntó Shail, recostándose sobre su asiento—. Zaisei me ha dicho que Victoria está ya de tres meses. ¿Le habéis puesto ya nombre? —añadió, con una sonrisa.
—Lo cierto es que no. Ni siquiera sabemos si va a ser niño o niña..., aunque Victoria dice que preferiría que fuese una niña.
—¿Y eso?
Jack sonrió. También él había planteado lo mismo, y la respuesta de Victoria, medio en broma, medio en serio, lo había hecho reír: «¡Porque creo que ya hay demasiados hombres en mi vida!». No obstante, no creía que Alsan lo encontrara gracioso, de modo que dijo, sin contestar a la pregunta:
—No hay modo de saberlo antes de que nazca, ¿verdad? No hay ecografías en Idhún.
—¿Eco-qué?
—Olvídalo —rió Jack.
—¿No habéis pensado en que bendigan vuestra unión? —dijo entonces Alsan, de pronto—. Ya sé que no es necesario, pero... bueno, la gente habla mucho, y existen rumores acerca de una relación entre Victoria y Kirtash...
—No son rumores, es un hecho —cortó Jack.
—Un hecho pasado —replicó Alsan, con firmeza—. Pero si formalizáis vuestra unión públicamente, no quedará ya ninguna duda acerca de la lealtad de Victoria a nuestra causa.
Jack se echó hacia atrás, un poco desconcertado.
—¿Cómo, quieres que nos casemos? ¿Por motivos políticos?
—¿Por motivos políticos, dices? —repitió Alsan, tan ofendido como si lo hubiese insultado—. ¡Por supuesto que no! ¡Ya sabes que eso es imposible!
—No, no lo sabe —intervino Shail, conciliador; se volvió hacia él—. Verás, Jack, hace siglos que en Idhún ya no existen enlaces por cuestiones políticas o económicas, o por cualquier otro motivo que no sea un sentimiento sincero. El matrimonio, como ceremonia, o como institución, desapareció de nuestra cultura hace mucho tiempo. Desde que fueron los celestes los encargados de la ceremonia de unión.
»Todo empezó cuando un sacerdote celeste tuvo que oficiar el enlace entre dos príncipes humanos. Imagínate la situación: ante un público de nobles, reyes y embajadores de otras razas, el sacerdote trató de pronunciar varias veces las palabras que unirían a la pareja en matrimonio, pero no lo consiguió. Terminó alzando la cabeza y diciendo, en voz alta: «Lo siento, no puedo bendecir una unión que no existe. Estas dos personas no se aman».
—¿En serio? —dijo Jack, estupefacto—. ¿Y qué pasó?
—Buscaron a otro sacerdote y llevaron a término la ceremonia, aunque la novia no paraba de llorar. Pero el episodio fue muy comentado, y, desde entonces, cada vez más parejas empezaron a exigir que fuese un celeste quien los casara, para demostrar así al mundo que su amor era sincero. Puedes imaginarte el resto. Lo que empezó como una moda romántica, se convirtió en una revolución.
—Con el tiempo, el matrimonio desapareció como tal —prosiguió Alsan, más calmado—. Lo cierto es que, desde el punto de vista de los celestes, tiene su lógica: una unión no existe porque lo diga un sacerdote, existe porque dos personas se aman, independientemente de lo que diga un sacerdote. Así que ahora la ceremonia se llama «bendecir la unión», y solo pueden oficiarla los sacerdotes celestes. Si dos personas no se aman, la ceremonia no puede llevarse a cabo, porque no hay ninguna unión que bendecir.
—¿Y son infalibles los sacerdotes celestes? ¿Cómo pueden saber que dos personas se quieren de verdad?
—Ellos dicen que existen lazos entre las personas —explicó Shail—. Lazos que las unen: de amor, de amistad, cariño... Para nosotros es algo abstracto, pero para ellos es muy real, porque de verdad pueden ver esos lazos y las relaciones que existen entre las personas, igual que pueden ver la ropa que llevan. Dicen que el lazo que une a dos personas que están enamoradas tiene un color y una intensidad especiales. Para ellos, por tanto, los ritos de matrimonio de otras razas no tenían ningún sentido: ellos saben que son dos personas que se aman las que crean ese lazo, y no una ceremonia, sea quien sea el que la oficie. De modo que se limitan a dar testimonio de que ese lazo existe, y a bendecir a la pareja, deseándoles que el lazo perdure y que sean muy felices. Lo hacen los sacerdotes por conservar un poco la tradición, pero cualquier celeste podría realizar una ceremonia de unión.
—¿Y no mienten nunca al respecto?
—No pueden. Para ellos, los lazos son algo sagrado: no pueden fingir que un lazo existe, si no ha existido nunca, o si hace tiempo que se ha roto... y al contrario.
»Todo esto cambió nuestra concepción del mundo. Los celestes son muy discretos, no hablan de lazos ajenos a no ser que se les pregunte, y en aquella época, de pronto, todo el mundo empezó a preguntar. Imagina todo lo que implicó. Las demás razas descubrimos de pronto que podían existir lazos de amor entre personas de distintas razas, edad, condición, o situación social, del mismo sexo... Los lazos estaban en todas partes, y nosotros no los veíamos. Supongo que, en cierto modo, a los celestes debió de parecerles hasta gracioso. Fue como si todos los demás hubiésemos descubierto de pronto que existían los soles, después de haber sido alumbrados por ellos durante milenios.
—Todos los enamorados reivindicaron su derecho a amarse —añadió Alsan, con una sonrisa—. Fue una época bastante caótica, pero las iglesias reaccionaron bien. Decidieron reformar la idea que tenían del matrimonio y dejar a los celestes que se ocuparan de esos asuntos.
Y cambiaron muchas cosas, entre ellas, los matrimonios políticos.
—Eso es bonito —opinó Jack—. Ojalá las cosas fueran así en la Tierra. —No tenéis a los celestes —replicó Shail, con una amplia sonrisa—, Y lo siento por vosotros. No solo son una raza encantadora, sino que además nos han enseñado mucho acerca de las relaciones y los sentimientos.
—Supongo que ahora entiendes un poco mejor mi comentario de antes —dijo Alsan—. Entre Victoria y tú ya existe un lazo lo bastante fuerte como para que valga la pena molestar a un sacerdote celeste para que oficie una ceremonia. Lo único que hará es confirmar que estáis enamorados, sin más. Y lo estáis, ¿no?
—Claro que sí —replicó Jack, rápidamente.
—Bueno, piénsatelo. Creo que sería bueno para todos que celebrásemos vuestra unión, antes o después del nacimiento del bebé, como queráis. Este tipo de cosas animan a la gente y les hacen sentir mejor, sobre todo en tiempos difíciles. De hecho, sería buena idea que el propio Ha-Din oficiase la ceremonia...
—Eh, eh, no corras tanto —protestó Jack—. No he dicho que sí. Tengo que pensarlo y, por supuesto, hablarlo con Victoria.
—Estará de acuerdo. No hay ningún motivo para que te diga que no, ¿verdad? Además, va a tener un hijo tuyo.
—¿Y? —preguntó Jack, sin entender a dónde quería parar.
—Bueno... un hijo no implica necesariamente un lazo, pero vosotros ya estáis enamorados, y esto os unirá todavía más. Ahora sois una familia, con bendición o sin ella. Y no sabes lo feliz que me hace la idea. Por eso quiero celebrarlo públicamente, y que sea el mismo Padre de la Iglesia de los Soles quien declare ante todos que sí, que existe un lazo entre vosotros. Y que, ahora que Victoria está más unida a ti de lo que jamás estuvo a Kirtash, es muy probable que termine desterrando a ese shek de su vida para siempre. Después de todo, tú eres el padre de su bebé.
Sonreía, orgulloso y emocionado, pero Jack no pudo evitar sentirse incómodo.
—De todas formas he de hablarlo con Victoria —repitió.
Alsan le quitó importancia con un gesto.
—A todas las futuras madres les encanta declarar que están felizmente enamoradas del padre de su hijo —le aseguró—. Puede que proteste un poco ante la idea de que sea una ceremonia pública, pero no te dirá que no. Al fin y al cabo, vais a tener un bebé.
—Deja de repetir eso, por favor —murmuró Jack, sintiéndose cada vez peor—. Ya te he dicho que hemos de hablarlo.
—Y además, tenemos otros asuntos más urgentes que atender —añadió Shail, detectando la creciente tensión de Jack—. El tercero de los soles empieza a declinar.
Sobrevino un breve silencio. Después, Alsan se puso en pie.
—Bajemos, pues —dijo solamente.
Momentos después, los tres salían al patio. Allí los aguardaban ya Covan y Victoria, y poco después salió Gaedalu, acompañada de Zaisei. Cuando el último de los soles ya se ponía por el horizonte, aparecieron Qaydar, Ha-Din y la reina Erive de Raheld, seguida de Denyal, de los Nuevos Dragones.