Authors: Laura Gallego García
—Quizá debería llamar su atención —dijo Jack en voz baja—. Y alejarla de aquí...
—Muy propio de ti —comentó Christian desdeñosamente—. No me cabe duda de que te sacrificarías por los demás, pero ella te aplastaría antes de darse cuenta de quién eres, y como no puedes volar, tampoco podrías alejarte lo bastante rápido como para que no nos aplastara a nosotros también. Así que reprime tus nobles instintos y piensa con la cabeza por una vez.
—¿Pensar con la cabeza? —repitió Jack, con voz ronca—. ¿De verdad crees que se puede usar la cabeza... en estas circunstancias?
Christian tragó saliva. Jack respiró hondo. Los árboles seguían creciendo en torno a ellos, pero la piedra los protegía aún, por el momento, mientras Wina seguía tejiendo su red vegetal alrededor de su refugio. Y, no obstante, eran otras las cosas que los preocupaban.
—¿Soy el único que se siente a punto de estallar? —susurró Jack.
Victoria no dijo nada. Se había encogido sobre sí misma, acurrucada entre los dos, y había escondido la cabeza entre los brazos. Trataba de hacer inspiraciones lentas y calmadas, pero su corazón latía con fuerza.
—Usa la cabeza —repitió Christian, con firmeza—. Tienes un cerebro, así que puedes tomar tus propias decisiones. No tienes por qué permitir que los dioses te mangoneen a su antojo.
—¿No es acaso lo que han hecho siempre? —replicó Jack, lúgubremente.
—¿Podemos hablar de otra cosa? —intervino Victoria, con voz ahogada.
—Hace demasiado calor aquí —dijo entonces Christian.
Alargó el brazo para cubrir con él a Jack y a Victoria. Los dos sintieron el frío que emanaba de él, y lo agradecieron. Templó un poco sus corazones y les permitió respirar con más tranquilidad.
Nadie dijo nada durante un buen rato. Se quedaron inmóviles, esperando.
Aquellos minutos les parecieron los más largos de sus vidas. Intentaron calmarse, inspirando hondo, pensando en cualquier otra cosa, mientras la avasalladora energía de Wina, la fuerza de la vida, pasaba sobre ellos. Trataron de olvidar que la tupida maraña vegetal que los rodeaba se cerraba cada vez más en torno a ellos, haciendo su refugio más pequeño.
Por fin, la voz telepática de Christian llegó hasta sus mentes:
«Creo que ya se marcha».
Aguardaron un instante. Después, el shek retiró el brazo.
—Parece que sí... las plantas ya no crecen tan deprisa, ¿no lo notáis? —dijo Victoria.
Jack se separó un poco de ella, respirando profundamente.
—Sí... se está alejando.
Christian se incorporó y apartó ramas, tallos y enredaderas. Jack y Victoria lo ayudaron a despejar el lugar. El shek logró ponerse en pie y retiró las ramas hasta llegar a una tan gruesa como un tronco; logró izarse hasta ella, con un pequeño esfuerzo, y una vez allí, trepó un poco más alto.
—Se puede salir por aquí —informó—. Hay un hueco entre los troncos.
Descendió de nuevo hasta ellos. Los sorprendió cruzando una larga mirada significativa.
—He dicho que hay una salida —repitió.
Jack volvió a la realidad.
—Sí, eh..., bien —farfulló—. Quizá sería mejor esperar un poco más, hasta estar seguros de que se ha marchado.
Christian lo miró, pero Jack no sostuvo su mirada. Victoria también parecía incómoda. Sus mejillas se habían teñido de color. Christian se volvió hacia ella; la joven alzó la cabeza y sus ojos se encontraron, y los dos se sintieron sacudidos por una necesidad intensa, acuciante. El shek reprimió el impulso de correr hacia ella. Y no tenía nada que ver el hecho de que Jack también había clavado la mirada en Victoria y sus ojos ardían con más intensidad de lo habitual. Los tres respiraban con dificultad, tratando de ignorar los desenfrenados latidos de sus corazones.
Christian comprendió que no serían capaces de mantener el control mucho más tiempo. Y, tras un tenso silencio, cargado de expectación, dijo, procurando que su voz sonase neutra:
—Como queráis. Yo voy a salir fuera a tomar el aire.
Se dio la vuelta para trepar de nuevo hasta la rama, pero ya había visto cómo los brazos de Jack buscaban a Victoria, con cierta precipitación.
El shek salió por fin al exterior, y se encontró en lo alto de una pared semiderruida, comida por la vegetación. Junto a ella crecía el tronco de un árbol nudoso. Christian se encaramó a las ramas más bajas y siguió trepando. Cuando llegó a una altura considerable, se acomodó sobre una enorme hoja en forma de abanico, que sostuvo su peso sin apenas un crujido, y se concentró un momento en el vínculo mental que mantenía con Victoria. Lo cortó casi de forma automática. Después, cerró los ojos e inspiró hondo varias veces, hasta que, poco a poco, recuperó el dominio sobre sí mismo. Cuando se tranquilizó, se recostó contra el tronco y contempló el horizonte.
Los árboles se extendían cada vez más lejos, y eran cada vez más altos. Christian se preguntó si Wina tenía intención de moverse por el resto del continente. Su poder era la fuerza de la vida, de la creación, y era aún más destructivo, a su manera, que el de cualquier otro dios. Porque una ciudad podría recobrarse del paso de Yohavir, o incluso del de Neliam, pero no volvería a resurgir de entre las raíces de una selva tan agresiva y descomunal como aquella. Si los árboles seguían creciendo a aquella velocidad, incluso los feéricos tendrían problemas para habitar en aquel lugar.
Contempló con interés un brote que acababa de surgir de la rama. Lo vio crecer con ahínco, para tomar la misma forma de abanico que mostraba la hoja en la que él estaba sentado. Crecía deprisa, pero no tan vertiginosamente como los árboles que habían envuelto con sus ramas su refugio de piedra. Por el momento, estaban a salvo... siempre que no volvieran a llamar la atención de la diosa.
Como se dirigía hacia el norte, el campamento de los szish estaba a salvo. Con todo, a Christian no le pareció mala idea que se hubiesen desplazado. A aquellas alturas, Yaren, Isskez y los demás ya estarían en los confines de Raden. Probablemente, Gerde se habría reunido ya con ellos. Sonrió al imaginar su disgusto si tenía que instalarse en la ciénaga. Incluso ella tendría problemas para hacer crecer allí un árbol razonablemente confortable, y por eso Raden era ahora tan seguro. Era más probable que Wina se alejara hacia el norte.
En el fondo, Christian no lamentaba que Jack y Victoria estuviesen allí. Habían sobrevivido a Wina, y el dragón había llamado su atención lo bastante como para desviarla de su ruta. No había descubierto a Gerde.
El shek seguía preguntándose por qué el hada había corrido tantos riesgos, acercándose tanto a Wina. No en vano, ella era una feérica, y Wina era su diosa, o, al menos, la diosa de la nueva identidad que usurpaba el Séptimo dios. Pero por el mismo hecho de ser el Séptimo, o la Séptima, debía odiar y temer a los otros Seis... no acudir alegremente a su encuentro. ¿Cuánto de Gerde había en la criatura a la que servía ahora?
«Sigo siendo Gerde», había dicho ella. Y probablemente tenía razón. De lo contrario, no disfrutaría tanto humillándolo de aquella manera. Lo hacía por venganza, por rencor y por celos, y aquello eran sentimientos propios de una mortal, y no de una diosa. Y, no obstante...
«No obstante, lo hace con una frialdad y una premeditación que no son propias de la Gerde que conocí», reflexionó Christian. «No le importa realmente; es como si siguiera sintiendo las mismas cosas, pero no con la misma intensidad; como un pálido reflejo de lo que un día fue su corazón, o como si lo viese todo desde un punto de vista más amplio, más lejano. Todo sigue ahí... pero ya no tiene la misma importancia para ella».
Se preguntó si eso debía molestarle. En su día, Gerde no había significado nada para él. Apenas le había prestado atención, y la había matado cuando se había convertido en una auténtica molestia. Pero, ahora, ella había regresado, y estaba por encima de él. No era una situación cómoda para el shek y, sin embargo, no podía ser de otra manera.
Se quedó en el árbol un rato más, sumido en profundas reflexiones. Después, lentamente, descendió de nuevo hasta el refugio y volvió a deslizarse por el hueco que había entre las ramas. Lo abrió un poco más para que entraran algo más de aire y de luz.
Encontró a Jack y Victoria abrazados en un rincón. Victoria se había quedado dormida, pero Jack volvió la cabeza hacia él. —¿Y bien? —le preguntó en voz baja.
Christian se sentó en el otro extremo de la estancia y apoyó la espalda en la pared, con calma.
—Parece que se ha ido —respondió en el mismo tono-; aunque todo sigue creciendo anormalmente deprisa, no resulta tan alarmante. Los efectos de Wina se van disipando —añadió.
Jack desvió la mirada, incómodo. Cubrió a Victoria un poco más, aunque enseguida advirtió que aquel gesto era algo absurdo, a aquellas alturas.
—Gracias por dejarnos solos —dijo a media voz. Christian se encogió de hombros.
—No lo he hecho por ti, así que no tienes por qué agradecérmelo.
—Lo sé, lo has hecho por ella. Aun así...
—Tampoco —cortó el shek—. Lo he hecho por mí mismo. Detesto esa sensación de perder el control. Cuando hago algo, me gusta hacerlo porque quiero, porque lo he decidido yo; no a causa de una influencia externa.
Jack sonrió. Había detectado un matiz de rabia en la voz de Christian.
—Sabía que tenías un punto débil —sonrió—, y no son tus sentimientos ni tu parte humana. Es tu pánico a perder el dominio de tí mismo.
Christian se encerró en un silencio molesto.
—Odias la idea de no saber qué está pasando, de no poder hacer nada por evitarlo, de no ser tú. Tienes miedo de no llevar las riendas, de que otro te domine a ti. Estás demasiado acostumbrado a ser tú el que lo sabe y lo controla todo. Pero a veces, sabes... —añadió Jack con una sonrisa, dirigiendo una tierna mirada a Victoria—, no es tan malo dejarse llevar.
—¿Dejarse llevar? —repitió el shek—. ¿Te arrojarías acaso al interior de un mar turbulento en plena tempestad? Olvídalo; es más prudente remontar las olas.
—Tal vez. Pero así solo vives una vida a medias, no disfrutas de las emociones del momento. No todo puede ser explicado, medido o razonado. No todo tiene un sentido, así que, ¿por qué perder el tiempo buscándolo?
—Todo tiene un sentido —replicó Christian—. Solo que a veces no encontramos las respuestas que buscamos, o no formulamos las preguntas adecuadas. Pero eso no significa que esas preguntas y respuestas no existan.
—No lo creo. Mira a Wina, por ejemplo. Mira a los dioses. ¿No parecen la esencia del caos? ¿Por qué buscar un orden en todo lo que hacen?
—Porque tiene un orden y un sentido, a una escala mucho mayor. Desde nuestro punto de vista tal vez no lo tenga. Pero desde otra perspectiva, sí.
—Ilumíname entonces y ayúdame a entender las cosas desde otra perspectiva. ¿Por qué actúas a veces de modo tan incomprensible? ¿Se puede saber qué diablos haces con Gerde, por ejemplo?
Christian le dirigió una breve mirada.
—Creía que era evidente.
—Pues es evidente que no lo es —gruñó Jack—. Pero intentaré adivinarlo. Sabes cómo derrotarla, y estás aguardando el momento de poner en práctica tu plan para acabar con ella. O puede que hayáis hecho un pacto... no sé, para proteger a Victoria, tal vez. Gerde se olvidará de ella, y a cambio tiene tu lealtad... ¿me equivoco?
—Te equivocas. Esto no tiene nada que ver con Victoria, y tampoco tengo intención de matar a Gerde otra vez.
—Entonces, ¿estás con ella porque te obliga? ¿Porque es tu diosa?
—Tampoco. Estoy con ella porque quiero protegerla. Es así se simple.
Jack sacudió la cabeza, perplejo.
—¿Protegerla? ¿A Gerde? ¿Estamos hablando de la misma Gerde?
—No conozco a ninguna otra —repuso Christian, con calma.
—¡Pero es la Séptima diosa! Estabas con nosotros cuando acabamos con su anterior encarnación. ¡Tú nos ayudaste a matar a Ashran!
—Cierto. Y no me arrepiento de ello.
—Entonces, ¿qué ha cambiado?
Christian sonrió.
—¿A ti qué te parece que ha cambiado? Ha cambiado todo, Jack. Todo. Las normas que valían antes ya no sirven. Todo lo que tenía por cierto estaba equivocado. Ahora sé lo que he de hacer, pero es algo que solo me atañe a mí, por el momento, de modo que no tengo por qué darte más explicaciones. Este es el camino que debo seguir yo. Tú seguirás el tuyo, como debe ser.
—¿Y qué hay de Victoria? ¿A ella no le debes explicaciones?
—Ella sabe que la quiero. Mis sentimientos al respecto no han cambiado.
—¿Y con eso le basta? ¿Dices que la quieres mientras corres a proteger a Gerde? ¿Por qué no eres capaz de permanecer a su lado, en lugar de dejarte arrastrar de un lado a otro, cada vez que cambia el viento?
Christian lo taladró con la mirada.
—Creía que habíamos quedado en que hago las cosas porque quiero, y jamás me dejo arrastrar —le recordó—. Solo sigo al viento cuando este sopla en la dirección que me interesa. Y los vientos cambian, porque el mundo cambia. Y, si el mundo cambia, o cambia nuestra percepción del mundo, no puedes quedarte anclado en un plan que ya no se adapta a él. Hay que cambiar de planes, cambiar de ideas.
—En otras palabras, eres un oportunista —resumió Jack, exasperado—. ¿Es que no eres leal a nada?
—Soy leal a mí mismo —replicó el shek, imperturbable—. ¿A qué eres leal tú? ¿A la Resistencia?
Jack calló, porque Christian había puesto el dedo en la llaga. Todavía tenía muy reciente su discusión con Alexander.
—A Victoria, por ejemplo —respondió entonces.
Christian esbozó una breve sonrisa.
—Y yo, a mi manera —respondió—, aunque no le haga compañía ni despierte a su lado todos los días. Para eso ya estás tú.
Jack se quedó sin habla.
—¿Para eso estoy yo? —pudo repetir, por fin—. ¿Es eso lo que soy?
El shek se encogió de hombros.
—Si no te gusta, puedes marcharte. Aunque probablemente yo no ejercería de compañero con la misma eficacia que tú, no tendría ningún problema en ocupar tu lugar. ¿Eso es lo que quieres?
Jack no respondió.
—Podrías dejar de quejarte, para variar —prosiguió Christian—. Nadie te obliga a estar con Victoria, y si quisieras abandonarla, no dudo que le dolería, pero te dejaría marchar; ella aceptaría tu decisión, y lo sabes. Tal vez el problema no sea suyo, ni mío, sino tuyo. No sabes lo que quieres, Jack. Te quejas si Victoria está conmigo, te molesta que no esté con ella. Decídete. Te llevas la mejor parte de esta relación, así que no estás en situación de protestar. Si lo que te molesta es que estás con ella la mayor parte del tiempo, tal vez se deba a que no quieras estar con ella.